Salarios y poder de negociación

por José María Rodríguez Arias

Es interesante (y triste) que siempre que sale un colectivo con buenos salarios la opinión publicada nos convenza de que no se lo merecen y deberían bajarse. Porque sí. Dicen que ganan más que, por ejemplo, los médicos o los profesores, ¡cómo será posible!; así que en vez de pedir que le suban a médicos y profesores, lo que pedimos es que se lo bajen a los otros. Les llamamos «privilegiados» aunque no tengamos idea de qué hacen, cómo lo hacen o en qué condiciones lo hacen. Da igual, ganan más que nosotros y que los médicos, algo malo habrá. Los distintos gobiernos (locales o nacionales) recurren a mostrarnos los salarios cada vez que tienen un conflicto con algún grupo de trabajadores especialmente movilizados (desde controladores aéreos hasta personal de limpieza de las corporaciones locales, curiosamente también los profesores –¡¡que secuestran a nuestros hijos!!-, últimamente usados de ejemplo como tope para otras profesiones, han sufrido esta presión y sus condiciones se han reducido bajo el aplauso de muchos que ahora reclaman cosas sobre los sueldos de los estibadores). Siempre nos colocamos desde el punto de vista del consumidor, demostrando lo mal que anda el movimiento obrero y nuestra propia consciencia de clase (sí, somos una panda de alienados).

Hace unos pocos meses, frente a un par de clases de ciclos formativos (uno medio y otro superior), mientras dábamos qué relaciones laborales de carácter especial existen y por qué, me tocó explicar o al menos aclarar quiénes eran los estibadores. La primera reforma del nuevo (recauchutado, más bien) Estatuto de los Trabajadores (Real Decreto Legislativo 2/2015, de 23 de octubre) es de hace unos días, mandada por el apartado b de la disposición derogatoria única del «Real Decreto-ley 4/2017, de 24 de febrero, por el que se modifica el régimen de los trabajadores para la prestación del servicio portuario de manipulación de mercancías dando cumplimiento a la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 11 de diciembre de 2014, recaída en el asunto C-576/13 (procedimiento de infracción 2009/4052)», que simplemente declaraba derogado el apartado h del punto 1 del artículo 2 del ET (que decía: «La de los estibadores portuarios que presten servicio a través de entidades de puesta a disposición de trabajadores a las empresas titulares de licencias del servicio portuario de manipulación de mercancías, siempre y cuando dichas entidades desarrollen su actividad exclusivamente en el ámbito portuario.», resumido normalmente como «la de los estibadores»). No voy a entrar en cómo el RDL hace un poco de trampa reconociendo las especialidades del sector y la irregularidad del trabajo (sí, se gana bien, pero no se trabaja todos los días con una jornada regular), creando un nuevo tipo de ETT de paso.

Cada vez que se ha tocado el sector de la estiba ha sido para «liberalizarla», este real decreto-ley es el último clavo en un ataúd que se viene montando desde hace años, tal vez apresurado y mal, teniendo en cuenta que las SAGEP son de hace cuatro días, como quien dice (bueno, del 2011). Les recomiendo leer la nota «Estibadores, una visión desde la Historia» de Daniel Castillo Hidalgo en ElDiario.es de hace un par de semanas. (Otras críticas sobre si eran o no muy cerrados, sobre si todos los estibadores metían a sus familias… por favor, ahórrenselas o miren cómo funcionan todos los negocios familiares, cómo funciona el campo y cómo seguimos heredando el oficio; tal vez no tanto como hace cincuenta años, pero mucho más de lo que creemos).

En fin, que esta nota, aunque toma de referencia o ejemplo lo de los estibadores (pura moda, lo sé), no es para hablar «solo» de ellos y sus particularidades, sino de lo que es el salario y por qué unos cobran más que otros. También llamarles la atención sobre cómo cargamos contra unos por considerar que sus salarios son excesivos pero no contra quien se está quedando con la plusvalía* de lo producido por esas personas. (Para el caso de los estibadores, lo que es «hacer más lento su trabajo» en la prensa ya se valora en pérdidas muy millonarias, igual es que se necesita más personal, igual que ya andaban explotados, tal vez vemos que el trabajo de los estibadores es muy necesario y vale mucho más de lo que se les paga… pero no, nos dicen que ahora los camiones hacen una espera de unas cinco horas, sin contarnos cuánto tardaban antes -en las imágenes se nota que las playas de estacionamiento son gigantes, no me creo que las hayan construido solo porque hacen bonito, seguro que ya esperaban antes, ¿pero cuánto?, no lo cuentan, no tenemos con qué comparar esas cinco horas de espera-).

Lo primero que debemos entender es que el trabajo no se retribuye «según valía» (estos días he visto cómo en una agencia de personal de servicio del hogar daban un margen de 15 euros al mes en ese concepto, siendo el mínimo clavado al SMI). Dejemos de lado un momento complementos que sí pueden depender del trabajador (ni en todos los sectores esto se da ni todos los puestos tienen esa posibilidad) y fijémosnos un momento en el fondo del asunto: un empleador contrata a una persona para, mediante la puesta a su disposición de un capital y una determinada organización, convierta su fuerza de trabajo en trabajo efectivo. Si no rinde, descuiden, al trabajador se le echa por no llegar al mínimo. Así que hay un mínimo que todos (absolutamente todos) deben cumplir, y las distintas legislaciones ya amparan al empleador para: a) imponer el mínimo; b) echar a los que no lo cumplen. Es responsabilidad del empleador (o, mejor dicho, de la persona -o las personas- real encargada de la organización) poner las condiciones idóneas para llegar a una conversión eficaz y eficiente (no, no son sinónimos; aunque, personalmente, considero que lo eficiente, por definición, es eficaz).

Con este panorama, podemos observar que no es responsabilidad del trabajador el resultado final de su propio trabajo; no lo es las condiciones en que lo realiza ni el posible fin del mismo; de hecho, y para seguir un poco con Marx y Engels,  la industrialización y todo el actual el proceso capitalista ha separado por completo al trabajador del bien producido o el servicio prestado (esto no se cumple en todos los trabajos, pero como generalización sigue siendo válida).

Voy a poner un ejemplo: el personal de atención al cliente de una empresa. Y digo «de una empresa» y no «dentro de la empresa» porque las grandes viven de las subcontratas (nota: si la principal pagaría Equis si en trabajo se realizara en su estructura propia, lo lógico es que externalice para ahorrar costes, con lo que el máximo que pagará a la contrata es Equis, por propio funcionamiento de las empresas, la Subcontrata pagará a sus trabajadores Equis-[gastos+beneficios], en estas cadenas eternas de subcontratacones, quien «pringa» es el trabajador, sea asalariado o autónomo). Como decía, el personal del departamento de retención de clientes tendrá a su disposición, además de la labia propia (que de algo sirve, pero no es determinante), una serie de «ofertas de permanencia» fijadas por la empresa principal, si estas ofertas no son adecuadas, ¿cómo podemos responsabilizar al operario de la cantidad de bajas que no consigue detener? En la práctica, se les pone un mínimo periódico que ni siquiera depende de ellos (ya elevado de por sí) y los «pluses» van a la suerte (porque, en todo caso, dependen del cliente; si les toca una racha de tercos como el que escribe estas líneas, ya pueden ofrecer el oro de Moscú, que la decisión ya está tomada). Ahora pensemos en el personal de limpieza de esa subcontrata, ¿qué «productividad» individual se puede valorar para un plus? ¿El grado de satisfacción? Eso, más bien, determina su permanencia; y esto dependerá de los materiales que tenga para llevar a cabo su trabajo, si necesita una serie de máquinas de limpieza para poder proceder y no se las dan, la satisfacción será muy baja, evidentemente, y no es responsabilidad de la trabajadora en ningún caso (recuerdo un conocido que limpiaba naves industriales con una maquinaria específica, podía hacer tres naves en una noche; se le estropeó la máquina y no se la reemplazaron, con lo que tenía que usar herramientas de toda la vida, él era incapaz de acabar ni siquiera una nave en una noche, le echaron por no rendir lo suficiente).

Otros elementos que se suelen mencionar para defender unos salarios diferenciados se encuentran en la formación requerida para el ejercicio de un trabajo determinado (no tiene por qué se académica en el sentido formal) así como la responsabilidad en el cargo (a más responsabilidad mayor sueldo), que es un tema funcional. Ambos elementos palidecen ante una realidad simple: los mismos trabajos (que requieren la misma formación o dan la misma responsabilidad) no tienen similares salarios (no existe eso de «a igual trabajo, igual salario» que a veces nos quieren vender; aunque desde patronales y sindicatos se usen «baremos» que armonizan las diferencias un poco). Lo de la formación requerida y la responsabilidad lo voy a liquidar rápidamente con un ejemplo sencillo: las personas que cuidan a nuestros hijos cobran bastante más en un entorno institucional que cuando son personal doméstico. Sí, entran mil y un factores más, ¿pero ven que la formación o la responsabilidad (la misma) no es tan importante como a primera vista parece? ¿No les convence? Un administrativo, más o menos tienen las mismas funciones en distintos rubros o sectores y los salarios son bastante diferentes. La formación en sí misma no es un criterio, pero sí actúa como una «barrera de entrada» que, veremos más adelante, tiene su importancia.

Es el poder de negociación lo que determina los salarios. El poder de negociación no es tan simple como la capacidad movilizadora en un momento concreto por parte de los agentes de la negociación, sino con la propia posibilidad de resistencia, de juntarse unos con otros, y, por supuesto, de una realidad desigual, donde no existe ni siquiera visos de simetría entre las partes.

«Considerando que, según los economistas, el salario y la jornada los determina la competencia, la justicia parece exigir que ambas partes sean puestas, desde el principio mismo, en igualdad de condiciones. Pero no sucede así. Si el capitalista no ha podido entenderse con el obrero, se encuentra en condiciones de esperar, viviendo de su capital. El obrero no. No tiene otros medios de vida más que su salario, y por eso se ve obligado a aceptar el trabajo en el tiempo, el lugar y las condiciones en que lo pueda conseguir. Desde el principio mismo, el obrero se encuentra en condiciones desfavorables. El hambre lo coloca en una situación terriblemente desigual. Pero, según la Economía política de la clase capitalista, esto es el colmo de la justicia.» (El sistema de trabajo asalariadoPDF– de F. Engels).

No es nada raro ni especialmente «marxista» lo que dice Engels, en realidad cambia las palabras a lo que ya decía Adam Smith en su famoso libro «Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones» (1776, aquí un facsímil de la obra, péguenle una leída al capítulo VIII del Tomo I), donde menciona que los salarios deben ser los que aseguren la subsistencia, que en todo caso los pondrá el sacrosanto mercado y, por último y como crítica, menciona la dificultad de negociar que tiene un obrero frente al empresario (contando con que en esa época las asociaciones obreras estaban prohibidas, no así las empresariales), junto con algunas variables más para determinarlo (por ejemplo, la jornada de trabajo debe permitir que el trabajador, de un día a otro, se recupere para que pueda seguir prestando sus servicios; si es un trabajo muy fatigoso, puede tener menos horas al día manteniendo el salario de subsistencia -lo que significa cobrar más por hora, finalmente-).

Engels comenta cómo, con las «trade unions» (legalizadas casi cincuenta años después de la publicación del libro de Smith), los obreros sí habían visto aumentar sus salarios. ¿Por qué? Porque «se les dejó» juntarse y el proletariado aprendió a negociar en conjunto. Lo que no podían conseguir individualmente lo lograban en conjunto (acá el cartismo jugó un papel importante), ya sea con exigencia al patrón como dirigiéndose al Estado (el cartismo consiguió en la calle las diez horas, años después en Chicago se ganarían las ocho horas de jornada). La falta de capital para resistir un periodo de conflicto, además, se ve suplido en una pequeña parte gracias a las cajas de resistencia (solo posibles con lucha obrera organizada) y la solidaridad por parte de los obreros de otros sectores no paralizados (solidaridad con las huelgas), ambas formas que aún hoy los sindicatos menos conformistas siguen practicando, pues resulta necesario para poder «plantar cara».

Así que determinados trabajadores que, por lo que sea, están más movilizados o en puestos con mayor capacidad de presión por su importancia estratégica son más proclives a conseguir mejoras salariales y de condiciones laborales que otros trabajadores de sectores que no gozan de esa posición (por ejemplo, históricamente los mineros). Cuando los trabajadores han podido, además, han actuado de una forma u otra en la gestión del personal, limitando la entrada de mano de obra y con ello reduciendo la capacidad de negociación del lado empresarial (los estibadores y los controladores aéreos me valen como ejemplo). Otra forma de limitar la entrada de personas a un trabajo pasa por la exigencia de una determinada formación; determinados cuerpos titulados, sin ir más lejos, tienden a ser proclives a la limitación de la realización de determinados trabajos para los «colegiados», esto es, personas con formación acreditada (de hecho, por eso la Unión Europea tiene una cruzada en contra de los colegios y de las profesiones reguladas, para presionar a la baja las retribuciones).

La capacidad de presión no está necesariamente vinculada al puesto de trabajo desempeñado, sino que puede estar vinculada a otras consideraciones más políticas (así, la policía municipal tiene mayor poder de negociación que la policía nacional, así que no es raro que en muchas ciudades medianas y grandes los salarios base de la local sean mayores que los de la nacional). Este elemento, en gran medida, explica por qué el gobierno del Partido Popular no propuso la reforma de los estibadores antes de las elecciones de 2015 (la Sentencia fue publicada en enero de 2015, previamente comunicada en diciembre de 2014 al gobierno), generar un conflicto de este estilo favorecía al poder de negociación de los estibadores.

Este poder de negociación tampoco es igual a lo largo del año, antes de cualquier puente largo o al inicio de los periodos de vacaciones, todos los operadores de viajes y asimilados tienen mucho más poder de negociación que en la temporada baja, así que es lógico que pilotos, transportistas, conductores y demás planteen las protestas o eleven el conflicto al inicio de temporada alta, es cuando más necesarios son. Por lo mismo los profesores protestan al inicio del curso escolar, hacerlo luego no tiene efecto y hacerlo antes a nadie le importa.

La opinión pública también afecta al poder de negociación, puesto que generará un efecto solidario o uno de rechazo, de ahí que los medios de comunicación al servicio del capital siempre carguen en contra de cualquier huelga y las califiquen poco menos que de ataque a la democracia (me explayo más adelante sobre este tema).

Evidentemente, cuando se negocia se ponen sobre la mesa elementos como la formación o responsabilidad, dificultad o cansancio físico, así como la productividad o antigüedad, pero no dejan de ser formas discursivas de desarrollar la negociación y establecer criterios que sirven como baremo para el resto de salarios «dentro» del propio sector o empresa (en cada sector existe un grupo de trabajadores especialmente movilizado o con capacidad de presión, normalmente vinculados con), pero no son en sí mismos los elementos que determinan una retribución u otra.

Los consumidores contra los trabajadores (¡¡pero somos los mismos!!)

Decía párrafos atrás que la opinión pública es importante, así que antes de acabar esta nota quiero volver a llamar la atención sobre algo que menciono previamente: se ha roto absolutamente cualquier atisbo de solidaridad entre los trabajadores. Ante cualquier conflicto laboral nos señalan los salarios del grupo en conflicto y los tachan de privilegiados. Siempre. Incluso cuando no lo son (como pasa con el personal de la administración, que se usaban otros argumentos; como pasa con los profesores y sus «pocas horas» de trabajo, obviando que su labor no se queda en el dictado de la clase).

Así pues, cuando hay huelgas del personal de limpieza del Metro o de la calle, los culpables son los trabajadores; cuando hay huelga en RENFE o cualquier servicio público, los culpables son los trabajadores; cuando hay huelga o atisbo de la misma en conflictos laborales de fábricas, minas o lo que sea… bueno, ya leen por dónde voy.

De un día para otro aparecen cientos de noticias sobre cómo nos afecta la huelga como ciudadanos (más bien, como consumidores) y por qué deberíamos pedir que los trabajadores no la realicen (ojo, jamás van dirigidas a aceptar las condiciones de los trabajadores o a que la empresa ceda un poco), los trabajadores son gente mala que no quiere hacer su trabajo, que «secuestra» al consumidor (por favor, que un metro no salga no significa que se haya secuestrado a una persona en ningún caso). Incluso, cuando es difícil de ver, se inventan cifras astronómicas de lo que «nos cuesta» la huelga (el conflicto de los estibadores ya va en más de cien millones, ¡y aún no comienza la huelga!; en las huelgas generales siempre fuerzan las cifras), y somos tan tontos que no nos damos cuenta que si eso cuesta la huelga es (tal vez) porque se produce mucho y reparte poco. Pocas veces nos recuerdan que todos esos días de huelga el obrero no cobra (de hecho, no recuerdo nunca que se ponga este hecho de manifiesto). Sí, es incómodo que otros hagan huelga, pero recuerda, amigo ciudadano-consumidor: es un sacrificio hacerla.

Nunca se señala al poder político o al poder empresarial como «responsables» de haber roto las negociaciones (bastante usual, ¡a veces ni se sientan!) o de esas horribles condiciones laborales que es justo cambiar. Más aún, casi nunca o nunca nos cuentan el fondo o las razones de la huelga, señalan algún punto y la ridiculizan o atacan desde ahí.

A veces las noticias toman un punto tan bochornosamente ridículo que es difícil entender qué pretendían (esa noticia sobre un niño que fue al aeropuerto a esperar a su padre pero este no llegó porque los controladores aéreos o los pilotos andaban ese día de huelga)… qué digo, está claro, debemos conmovernos y odiar a esos sujetos tan mala gente que han retrasado un encuentro uno o dos días el encuentro (por cierto, pocas veces ponen noticias similares si el retraso es por culpa de la compañía y absolutamente nunca cuando hablamos de casos en que se quedan en tierra por overbooking).

Personalmente tengo claro que si se intenta atacar tan duramente el conflicto colectivo es por la utilidad que tiene en la negociación colectiva el contar con la opinión pública de tu lado; cada huelga o conflicto triunfante favorece que otros se animen y eso hay que «cortarlo por lo sano» y lo mejor es rompiendo la posibilidad de la solidaridad entre los trabajadores, la conciencia de clase obrera y no ese invento raro de «clase consumidora». Esto da para una entrada independiente y creo que ya les he quitado mucho tiempo…

*Sobre la plusvalía, unas pocas lecturas:

  • Salario, precio y ganancia (html) de Marx (1865) en MIA.
  • Teoría de la plusvalía en Marx (pdf) de Florencio Arnaudo publicado en la Revista Cultura Económica Nº 86, 2013 (si bien es un buen resumen, las conclusiones a las que llega no se sustentan en el propio artículo).
  • Crítica a la interpretación que hace Rolando Astarita de la plusvalía extraordinaria. Exposición de la teoría Marxista del valor (pdf) de A. Sebastián Hernández Solorza y Alan A. Deytha Mon publicado en la Revista de economía crítica, Nº. 18, 2014.
  • Valor precio y plusvalor ganancia en Marx: el «problema de la transformación» (I y II, ambos en PDF) de Benigno Valdés, publicados en El Basilisco, número 8 (1979) y 11 (1980).

[Actualización 12/3/17: corregida una palabra (armonización) y completada una oración que estaba en el aire].

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5 thoughts on “Salarios y poder de negociación”

  1. Vamos a ver. Si un conjunto de capitalistas se unen para dejar de invertir temporalmente y restringir así la oferta de sus productos y la demanda de trabajadores (y así hacer subir la tasa de retorno de las inversiones), más le interesará a cada capitalista individual desligarse del resto, invertir y empezar a competir. Es como: «si si, vosotros seguid ahí esperando que cuanto más esperéis más voy a ganar yo invirtiendo». La concepción de la economía que expones en este artículo es muy estática y no tiene en cuenta el transcurso temporal del proceso productivo. Si los mercados laborales son flexibles se tiende, a la larga, a reducir a mínimos el paro estructural y, por tanto, los salarios crecen a medida que aumenta la productividad marginal de los trabajadores como consecuencia de innovaciones tecnológicas fruto de las inversiones ingeniosas que hacen l@s empresari@s. En estas circunstancias, si un conjunto de trabajadores son muy productivos en comparación con el salario que se les paga las tasas de retorno serán muy elevadas y, por tanto, habrá más inversiones que trabajadores disponibles. Si esto pasa, las empresas tendrán que pagar salarios más elevados si quieren ganar dinero. De lo contrario, perderán mucho dinero ya que se quedarán sin parte de los escasos trabajadores disponibles.

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