por José María Rodríguez Arias
Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte se votó este jueves y el resultado fue distinto a las últimas encuestas (en ese país se publican hasta el mismo momento de las elecciones). España vota hoy con la incertidumbre de poder tener unos resultados muy parecidos que el 20 de diciembre, con lo que, si nadie cambia de postura, no se podría conformar gobierno… otra vez. No estamos ante una «repetición» (aunque yo mismo haya usado la expresión) de elecciones o una «segunda vuelta», en tanto que había posibilidad de cambiar por completo todo lo que se presentaba y no había «descartes» de partidos por malos resultados (sí es cierto que algunas formaciones han retirado candidaturas). Y eso es una de las cosas que me extrañan: lo poco que se han movido las cosas. (En las últimas elecciones escribí una nota también el mismo día de las elecciones, antes de los resultados, que acompañé con esta misma viñeta).
El Periòdic andorrano -vinculado al medio catalán- ha seguido publicando sondeos -prohibición absurda donde las haya- y muestra que la tendencia marcada es la misma desde hace un tiempo: el PP se mantiene -más o menos-, al igual que Ciudadanos -que en el peor de los casos, perdería algunos pocos escaños- y es en la izquierda o centro izquierda donde más cambios hay, donde el voto está más dividido; Unidos Podemos podría ganar en votos pero no necesariamente en escaños; entre los dos bloques sumarían, en todo caso, más que en diciembre… curiosamente, el pacto sería más difícil: si un partido gana en votos pero pierde en escaños, pedirá la presidencia; lo mismo al revés, ganar en escaños pero perder en votos. Si Unidos Podemos queda segundo, tal vez el líder del PSOE se piense abstenerse o votar a favor del PP antes de investir a Iglesias; ambas situaciones dan el mismo resultado para la formación teóricamente socialdemócrata, esto es, el suicidio político. Ahora bien, si no deja a Iglesias intentar la presidencia, habría que reprocharle lo mismo que ellos le sacaron en cara a Podemos hace unos meses. ¿Y si el PSOE consigue ganar en los dos puntos? Es difícil… además, la formación morada y ahora algo rojiza seguirá pidiendo la vicepresidencia, algo que Sánchez no quiere ni hablar. Pero habría más espacio para negociar.
Tal vez es la izquierda la que más revolucionada anda; Izquierda Unida pactó una candidatura única junto con Podemos y Equo (además de otras formaciones) bajo el liderazgo y máxima presencia de Podemos (con resultados tan desagradables como el cabeza de lista de Unidos Podemos en Salamanca), cuyo candidato como número uno por Madrid, Pablo Iglesias, se propone como próximo presidente del Gobierno. La fórmula, Unidos Podemos, es la que más ha crecido o variado en las encuestas; se detuvo el descenso de simpatía por Podemos y, por primera vez en un porrón de años, votar por una formación de izquierdas puede considerarse como «voto útil», teniendo bastante seguro el triunfo o escaño en la mayoría de circunscripciones. Esta marca electoral ha hecho dos campañas en paralelo, la de Garzón (ahora líder indiscutible de IU) apelando a la izquierda y la de Iglesias buscando el «centro izquierda»; a veces incluso contradictorias (Iglesias «atacando» el comunismo y Garzón defendiéndolo -la versión ligera de eurocomunismo que tiene el PCE e IU-). Por lo demás, han hecho una campaña apelando a los sentimientos y al patriotismo, algo patético para unas fuerzas de cambio de izquierdas.
El Partido Popular, gobierno en funciones, ha puesto ahora sí sobre la mesa desde el primer momento el tema de la gran coalición, siendo esta la única salida para, bueno, que haya gobierno. La idea es que el PSOE les vote. Dicen los mentideros oficiosos que esperan un batacazo del PSOE, que no sería una gran coalición (porque ya no sería un acuerdo con el segundo, sino con el tercero), pero les permitiría gobernar sea en minoría sea con un acuerdo fuerte. Cambiaron al comienzo el tono de la campaña; incluso con un positivismo infantil y tal, para acabar pidiendo el voto útil e intentando que el caso (gravísimo) del inefable Ministro del Interior conspirando para acusar de corrupción a «los independentistas» no le reste votos (la verdad es que a ratos creo que se los da, más que quitárselos; al menos fuera de Cataluña y el País Vasco; sitios donde no pinta nada la formación azul).
Rajoy ha estado estos seis meses como los últimos años, sin hacer gran cosa y culpando a los demás por, bueno, cualquier cosa; acusando de insensatos a quienes no le votamos, de extremistas a todos -¿que ellos están a 3 puntos del centro, los mismos que Podemos, según la opinión de los españoles recogidas por el CIS?, bueno, extremista Podemos, ellos centro porque sí– y hurtando el significado de lo que es la democracia formal parlamentaria -donde no gobierna quien gana las elecciones, sino quien suma más escaños en la cámara-; algo que, además, realmente no aplican en el resto de España -donde pueden siempre han intentado gobernar o desbancar al partido del gobierno aunque sean segundos o terceros; como pasó en Canarias, en el País Vasco o en muchas comunidades, aunque no siempre lo consiguieran, como Asturias o la propia Andalucía-. Ellos ni se han planteado cambiar de candidato e, imagino, esto es coherente para sus votantes. Rajoy es el presidente del gobierno y aún no ha designado un sucesor; nadie, por lo demás, querría serlo en estas nuevas elecciones -sin tiempo para montar un buen discurso alternativo-.
Siguen manipulando. En el debate a siete, donde los partidos mandaron a sus segundas o terceras espadas -un debate que, salvo por el PSOE, enviaron nuevamente hombres-, Pablo Casado sacó una gráfica donde las barras no coincidían con el contenido y eso no le ha pasado mayor factura. Ese es el PP y esos son sus votantes, mejor nuestro manipulador que el de los rojos -parafraseando a ese presidente estadounidense hablando sobre un dictador latinoamericano-. El lema de la campaña parecía el de un referendo («a favor»), como el del PSOE («vota sí»).
Hablando de esta segunda formación, lo del PSOE para mí es poco explicable. Por no decir que inexplicable. Se empeñan, tras haberlo sorteado en diciembre, en seguir el camino del PASOK griego y perder el centro izquierda. Es como si realmente desearan desaparecer. Su enemigo se ha vuelto Podemos; su referente la derecha de Ciudadanos; se quieren mostrar como «referentes» de un cambio moderado que no representan. Sánchez, que fracasó en la investidura -al menos lo intentó, a diferencia de Rajoy-, insiste en esa hoja de rutas. Pero es culpa de la propia formación, cuyos líos internos hace que se pongan zancadilla a sí mismos constantemente. Es fruto de sus propios errores -que cometieron estando en el gobierno-, tiene su origen, también, en haber elegido al candidato más a la derecha en el propio partido -tenían otras opciones y optaron por ese ala del partido, allá ellos-. Sánchez quiere estar en el centro y de ahí, dándole la mano a Podemos y Ciudadanos, conseguir el gobierno. Una apuesta realmente difícil cuando quiere juntar agua con aceite y es incapaz de hacer eso mismo en su propia casa, como para invitar a otros.
Los del PSOE no supieron o quisieron hacer nuevas primarias; Sánchez, por tanto, repite como candidato. Se quiere mostrar como ese que consiguió un pacto -con Ciudadanos-, si bien hay que reconocerle que al menos lo intentó, debemos reprocharle el compañero de juego elegido y los términos del pacto. En otras circunstancias o épocas, haber bajado de 100 escaños en unas elecciones hubiese supuesto la renuncia irrevocable del candidato. No fue así, pues pudo gobernar… pudo pero no fue capaz, nuevamente, eso debió llevarle a la dimisión. Pero no lo hizo. Lo que sí ha hecho es una mala campaña.
Los de Albert Rivera, Ciudadanos, tienen una papeleta difícil: se presentan como el partido del cambio; quieren huir de «colores» (rojo, azul y, recientemente, morado) pero reclaman el «orgullo de ser naranja»; sus principales caras públicas -que no son tantas- dicen cosas como «no tenemos una ideología, sino un ideario» y se quedan tan panchos. Quieren ser la cola que pegue al PSOE con el PP -por la derecha, claro-; sacan rápido a relucir que han tenido pactos tanto con uno como el otro en varias CC.AA., queriendo mantener la idea de que ellos son los únicos que podrán conseguir que se forme un gobierno por pura negociación. Están jugando una carta arriesgada, pero tal vez la única que les queda, no olvidemos que su presencia nacional se debe sobre todo a la caída del propio PP, pues aunque se siguen presentando como «nuevos», no podemos obviar sus largos diez años de historia y fracasos electorales previos. Si el PP remonta algo, siempre será a costa de Ciudadanos -y un poco el PSOE-. Su campaña también apostaba por el sentimiento («vota con ilusión»), triste.
Disfruten lo votado.
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