¿Se lanzó la Tercera Guerra Fría?

por Pablo Pozzi

Todavía hoy se debate cuándo empezó la Primera Guerra Fría. Henry Kissinger insiste que fue a partir de la Revolución Rusa, mientras que otros la plantean como comenzando en la post guerra con el discurso de Truman sobre la «Cortina de Hierro» y la Guerra Civil griega. De todas maneras, en general, se dice que terminó con el Tratado de SALT II en 1979. La «paz» duró poco. En 1981 el nuevo presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, asistido por la premier británica Margaret Thatcher lanzaron lo que se ha denominado «la Segunda Guerra Fría» al calificar a la URSS como «el imperio del mal». A su vez esta terminó con la Perestroika y la eventual caída de la URSS en 1989. Se las denominó «frías» para diferenciarlas de los enfrentamientos «calientes» vinculados a las dos guerras mundiales. El enfrentamiento se llevó adelante por diversas vías, incluyendo que la Unión Soviética financió y respaldó revoluciones y gobiernos nacionalistas y socialistas, mientras que Estados Unidos dio abierto apoyo y propagó desestabilizaciones y golpes de Estado, sobre todo en América Latina. A través de todo el período, el alto nivel de tensión implicó que varias generaciones vivieron bajo un permanente peligro que la Guerra Fría se convirtiera en una guerra nuclear caliente.

Con la caída de la URSS y del sistema socialista, parecía que la posibilidad de una conflagración mundial había quedado atrás. Sin embargo, Estados Unidos se lanzó a estructurar un mundo unipolar, mientras hacía ingentes esfuerzos por desestabilizar a posibles competidores como Japón y la Unión Europea. Dos décadas y media más tarde, en medio de un caos mundial, el principal ideólogo de unipolaridad, Zbignew Brzezinski planteó que esa política había fracasado.1 Los síntomas de este fracaso son el surgimiento de Rusia y de China como potencias mundiales, la debilidad de Europa, y el «violento despertar de los musulmanes postcoloniales». La reacción del establishment norteamericano ha sido una fuga hacia adelante aumentando los niveles de tensión en la suposición de que sus rivales (China y Rusia) se echarán atrás y, en caso contrario, que puede ganar una guerra abierta. Al mismo tiempo incrementó sus niveles represivos internos, y se ha esforzado por colocar gobernantes adictos a través del mundo.

En este proceso la pregunta que vale hacerse es si ha comenzado una nueva (la Tercera) Guerra Fría o si Estados Unidos está lanzado a una apuesta «todo o nada» donde, si triunfa, será la única potencia mundial por las décadas venideras.

Los hechos son preocupantes. Por un lado, insistiendo que los países de Europa del Este estaban preocupados por la «amenaza» rusa, Estados Unidos cuadruplicó su presupuesto militar en la zona. Esto incluyó el envío de una brigada de la OTAN al Báltico, refuerzos a las tropas estacionadas en Hungría y Rumania, 300 Marines a Noruega, y anunció que estacionará 7000 nuevas tropas de combate en Polonia. Por su parte, Moscú insiste en denunciar el aumento de la presencia militar estadounidense a lo largo de sus fronteras occidentales. El nivel de tensión es el más alto desde la década de 1960, hasta el punto que el General ruso Evgeny Buzhinsky advirtió que ambas naciones estaban al borde la guerra.

Por otro lado, el apoyo de Trump al régimen de Taiwan agudizó las tensiones con China. El presidente electo acusa a China de ser responsable de la pérdida de empleos en Estados Unidos. Antes de ser elegido, prometió subir los aranceles a las importaciones desde China hasta el 45 por ciento. Ante todos estos ataques verbales, el gigante asiático ha advertido de que está completamente preparado para ‘una guerra comercial’ con Washington durante el mandato de Trump. Esto se agravó hace pocos días cuando Estados Unidos envió aviones B52 a la zona de las disputadas islas Senkaku (para Japón) o Diaoyu (para China) en lo que se entendió como un desafío abierto a las aspiraciones y la soberanía china. Beijing respondió advirtiendo que habría una «respuesta militar», dado que estas islas controlan sus rutas comerciales.

Al mismo tiempo se ha lanzado una inmensa, y poderosa, campaña propagandística cuyo eje central es que «Rusia y China son el enemigo». Una parte central ha sido la insistencia de los servicios norteamericanos (sin muchas pruebas que digamos) que Rusia intervino en la elección presidencial norteamericana a través del «hackeo al Comité Nacional Demócrata (DNC)», luego publicando los emails robados en Wikileaks y amplificando el resultado a través de canales informativos internacionales como Russia Today. Esto le ha permitido aprobar una nueva ley «contra la propaganda extranjera», cuyo eje es limitar canales alternativos como TeleSur, Al Jazeera o Russia Today. Esto ha sido acompañado con la publicación de listados «extraoficiales» de websites y agencias informativas que serían «títeres de Moscú», tal como Counterpunch, TruthOut, Black Agenda Report. El eje central de bombardeo informativo norteamericano, además de generar pánico, parece ser la insistencia que Putin es una especie de súper criminal que quiere restaurar la URSS. Si no fuera porque se cayó la Unión Soviética hace 27 años diría que el tiempo no ha pasado y que estamos de vuelta en la era de Reagan y el «Imperio del Mal».

Al igual que con las anteriores guerras frías, esta campaña es compleja y se basa en la censura de las opiniones contrarias, en los infundios sin datos, en los prejuicios y miedos irracionales, y a su vez esta mezcla verdades con mentiras con distorsiones. Por ejemplo, insisten que Vladimir Putin es un corrupto autoritario, ex agente de la KGB. Absolutamente cierto. Y que quiere restaurar a la URSS. Ojalá fuera esto cierto; con todas mis críticas a los soviéticos eran un avance ante la Rusia de hoy, y un buen contrapeso a los salvajes capitalistas que regentean Estados Unidos. En realidad Putin es un capitalista más, y nada más lejano de su cabeza que volver a la propiedad estatal de los medios de producción. En esto los norteamericanos se sirven de la ignorancia y de la repetición: si insistes una y otra vez que los desconocidos son muy malos, aquellos que nunca vieron a uno van a pensar que es cierto. Otro ejemplo: el expansionismo y belicismo ruso es una extensión de los soviéticos que se remonta a la época de los zares. El nexo entre los tres es que… son rusos. Aunque la historia no parece avalar esta interpretación (pero ¿a quién le importa la historia?): sí, los zares expandieron su imperio hasta Alaska; pero los soviéticos heredaron ese imperio y crearon 13 repúblicas autónomas; y Rusia se deshizo de la mitad de su territorio que hoy en día es un montón de países independientes, amigos de los norteamericanos, y gobernados por regímenes autoritarios y neofascistas. Desde 1991 Estados Unidos ha llevado adelante numerosas guerras, asesinando cientos de miles de gente, a los que le llevaron «la democracia». Los rusos han llevado adelante dos guerras (Chechnia y una brevísima en Georgia). Ambas con horribles violaciones de los derechos humanos, pero poca cosa comparado con lo realizado por el Presidente Drone que ha asesinado cientos de personas a control remoto, mientras que sus tropas han hecho desmanes a través del mundo. Ni hablar que el presupuesto militar ruso es 14% del norteamericano. Pero la campaña es efectiva y algunos habitantes del planeta tienden a aceptar acríticamente todo lo que dice la propaganda norteamericana, mientras que otros aturdidos simplemente se dejan llevar sintiendo impotencia, y los opositores se encuentran gastando cada vez más tiempo y recursos en explicar que en realidad no son títeres de Putin.

Mi punto no es que los capitalistas rusos son buenos. De hecho, creo que son malos. Pero creo que los capitalistas norteamericanos son peores, y que Estados Unidos es el principal factor que puede generar una guerra que ponga en peligro a la humanidad. La guerra es un gran negocio, como ya señalaron hace medio siglo Paul Swezzy y Paul Baran.2 Cualquier intento de reducir los niveles de tensión y agresividad es rechazado categóricamente por el establishment norteamericano. Simplemente pensemos que Trump sólo declaró que había que entenderse con Rusia y desde el New York Times hasta The Guardian lo han acusado de ser un títere de Putin. O, por otro lado, pensemos qué hubiera pasado si Rusia enviaba una brigada de combate a Cuba, como Estados Unidos ha hecho en el Báltico.

Según Jeffrey Mankoff, vicedirector del programa de Rusia y Eurasia del Center for Strategic and International Studies (CSIS), entre Rusia y Estados Unidos hay un problema de percepción. «En EEUU hay una percepción de que Rusia se ha embarcado en una política exterior más agresiva y se ha convertido un poder revisionista que intenta derribar el orden internacional pos-Guerra Fría […] En el lado ruso, hay una vieja percepción de que EEUU y sus aliados no han tenido en consideración los intereses de Rusia desde los años noventa, con la decisión de ampliar la OTAN, y continúan presionando los márgenes de seguridad de Rusia en lugares como Ucrania; y, al final, buscan derribar el Gobierno ruso». En realidad lo que hay son intereses contrapuestos. Estados Unidos insiste en que Rusia se mantenga como un país subordinado (como fue durante el gobierno de Boris Yeltsin), mientras que los rusos intentan reconstruir su nación y su poderío. Por su parte, William Pomeranz, vicedirector del Kennan Institute ubica la culpa de todas las tensiones en las dificultades internas de Rusia: «Los problemas económicos son una importante consideración para Rusia, aunque no la han disuadido de llevar una política exterior agresiva. De hecho, Putin estaría enfatizando cuestiones de política exterior para distraer al pueblo ruso de sus dificultades económicas». Claro que los que movilizan tropas a la frontera rusa, y gestan los «cambios de régimen» en Europa del Este son los norteamericanos, no los rusos.

Todo lo anterior se complementa con una serie de libros que repiten la línea oficial del «enemigo ruso», así como ayer insistían en el peligro comunista. Quizás el mejor ejemplo de estas obras, sobre todo por quién es el autor, es el libro que publicó hace poco el británico General Sir Richard Shirreff, que fue el segundo comandante general de la OTAN entre 2011 y 2014: 2017: War with Russia: An Urgent Warning from Senior Military Command (London: Coronet, 2016). El libro de Shirreff no tiene desperdicio sobre todo porque es una radiografía de los miedos, prejuicios, y justificaciones para una guerra con Rusia.

Shirreff insiste que su trabajo no es ficción sino que es «una predicción basada en hechos, modelada» en la información que manejó como segundo comandante de la OTAN. Así la obra comienza con una invasión rusa de Ucrania que es conquistada en tres días. Como Ucrania no es miembro de la OTAN, la alianza se queda de brazos cruzados y Rusia anexa la mitad de ese país. Poco después Rusia gesta un pretexto (similar al que gestó Hitler para invadir Polonia en 1939) e invade los países bálticos. La OTAN discute qué hacer, pero como no logran ningún consenso no pasa nada, excepto que un pobre soldadito británico (no aclara si galés, escocés, o gurkha) con una banda de partisanos latvios captura varias bombas nucleares rusas y con eso fuerza a los agresores a retirarse.

¿Qué solución ofrece Shirreff para el «dilema de la OTAN»? Simple. Hay que enviar tropas de combate al Báltico así cuando invadan los rusos, la OTAN deberá reaccionar y ponerles un freno. Cualquier similitud con lo que está ocurriendo ahora es un mero accidente.

Sin desperdicio. Sobre todo porque los periodistas que escribieron las reseñas del libro lo han declarado «realista». Por ejemplo, Robert Cottrell «experto en Rusia», cuya reseña apareció en The New York Review of Books (diciembre 22, 2016), insiste que lo más realista de todo son las razones que Shirreff da para que Putin se lance a la guerra. La primera no tiene desperdicio, y repite los dichos de Pomeranz: Rusia cruje bajo la baja del petróleo, el mal gobierno, y la corrupción; la guerra le permite unir la nación, distraer a la opinión pública, e incrementar el apoyo a Putin. Medio pedestre la cosa, pero todo puede ser. Digamos que esta razón también sirve para explicar que Estados Unidos está lanzada a un belicismo desenfrenado: la crisis endémica de 2008, los malos gobiernos de Bush y de Obama, la corrupción de los grandes financistas, el aumento de los precios de los recursos naturales. Pero aun más interesante es la segunda razón que señala Cottrell. Los rusos consideran a Ucrania y al Báltico como «pertenecientes» a Rusia. Esto es interesante dado que Ucrania, Latvia y Estonia fueron conquistadas por los zares hace ya 300 años, y Lituania hace 200. Digamos, la Florida, Luisiana, Alaska, Texas, California y Hawaii tienen más derecho a sentirse independientes, si bien todos pensamos que son estados «norteamericanos». No quiero decir que no tengan derecho a ser independientes, más bien que no tienen más que Cataluña, Bavaria, Pays D´Occ en Francia, Padania en Italia, o Escocia. Y todo el Occidente capitalista se opone a la independencia de estas regiones.

Pomeranz, Shirreff y Cottrell se lamentan que Rusia haya abandonado la doctrina de 1993 cuando declaró «que no considera a ningún país enemigo», y que habiendo «abandonado la enfermedad soviética» y «retornado a la comunidad mundial amante de la paz». Sin desperdicio. ¿Enfermedad soviética? ¿Estados Unidos, Alemania e Inglaterra amantes de la paz? ¿Los creadores de la Primera y Segunda Guerra Mundial, del colonialismo y del imperialismo aman la paz? ¿Y por qué ha ocurrido esto? Por una simple razón: los tres coinciden que el problema es Vladimir Putin, «un hombre forjado en la cultura de la KGB y el stalinismo». De ahí Cottrell pasa a lamentarse que «Occidente haya permitido que Yeltsin lo eligiera como su sucesor». ¿Permitido? Es indudable que poner, deponer, imponer gobernantes es algo que solo está bien si lo hace la gran potencia «democrática». Y así los golpes de estado ahora son un «cambio de régimen», las invasiones son para «traer la democracia», y el belicismo es «para defendernos y defender nuestra libertades». Y dado que Estados Unidos tiene leyes represivas que se asemejan a las de los nazis (Rendition, Homeland Security y los Patriot Acts recuerdan poderosamente a a los Edictos de Noche y Niebla y la Gestapo), la «libertades» defendidas son más que relativas. Parece que Orwell se equivocó. La novela 1984 no era la URSS, era Estados Unidos. Con razón los rusos creen que el objetivo es derribar a su gobierno.

Hace años solía hacer un ejercicio con mis alumnos de Historia de los Estados Unidos. Tomábamos dos páginas del capítulo sobre Guerra Fría de un manual norteamericano de historia, y había que tachar donde dijera Rusia o URSS y reemplazarlo por Estados Unidos. La nueva lectura era reveladora. A todos les quedaba claro que la nueva versión de lo que era presentado como una historia seria y académica no era más que un vil panfleto propagandístico. Pero lo más revelador es que mis estudiantes universitarios todos aceptaban la primera versión, así como tenían rechazo por la segunda. Todos estaban convencidos que la URSS (y ahora Rusia) eran la principal amenaza a la paz mundial que era defendida tesoneramente por Estados Unidos y Ronald Reagan.

Una vez que se rechazaba esta noción todos pasaban a pensar que los antes malos ahora eran buenos. Igual que el día de hoy muchos opinan que Putin es un nacionalista defensor de valores progresistas, en vez del aliado y financista de cuanto partido de ultraderecha hay en Europa. En realidad yo no estoy ni con rusos ni con norteamericanos. Al mismo tiempo debo reconocer que los segundos, en su voracidad sin límite, son el mayor peligro para la paz mundial.

En realidad gran parte de mi problema es que hoy en día todos son malos. ¿Saddam o Bush? ¿Los Taliban o Halliburton? ¿Le Pen o Fillon? ¿Trump o Hillary? ¿Putin u Obama? Al mismo tiempo, en cada caso y en cada situación, hay que considerar los mejores intereses de la humanidad. Saddam era malo, pero mucho peor fueron los resultados de la invasión norteamericana; lo mismo podemos decir del gobierno pro ruso de Ucrania reemplazado por los neonazis apoyados por la OTAN. Y hoy en día Estados Unidos se encuentra embarcado en una política agresiva a nivel mundial dirigida a impedir el surgimiento de potenciales rivales, a garantizar recursos naturales, y aplastar cualquier disidencia. El resultado es una amenaza a la paz mundial, donde vuelve a surgir el peligro de una guerra nuclear. Este es el legado del Premio Nobel de la Paz Barack Obama y su Secretaria de Estado Hillary Clinton. ¿Trump cambiará el rumbo? Lo dudo mucho, e insisto una vez más, esta es la política de los grupos de poder norteamericanos, no la de un individuo.

16 de enero de 2017

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Notas

1 Zbigniew Brzezinski. Toward a Global Realignment. The American Interest. Volume 11, Number 6
April 17, 2016. http://www.the-american-interest.com…

2 Paul Baran y Paul Sweezy. El capital monopolista. México: Siglo XXI, 1966.

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