por Aurelio Alonso
Recuerdo que este es un término eufemístico creado por la mafia para el juego de articular, de una sola vez, los crímenes que aseguran el empoderamiento de un clan sobre sus competidores. El más famoso, tal vez, la matanza del día de San Valentín en Chicago, el 14 de febrero de 1927. Mario Puzo y Ford Coppola reflejaron esta filosofía del crimen en El padrino –novela y filmes, respectivamente– de manera magistral, a partir de la liquidación que organiza y ejecuta Mike Corleone, de las pandillas rivales, después de la muerte de su padre, y en otros dos momentos claves en los que no me interesa detenerme ahora.
Ayer, 12 de julio, cuando pasé revista a las noticias del día, me sentí ante la sospecha de vivir un día concebido así por la maquinaria política del imperio estadunidense, a nivel continental.
Comienzo por la noticia que me parece más escandalosa: el anuncio hecho por el Procurador del Ministerio Público Federal de la condena a nueve años de prisión, por un delito de corrupción ingeniado artificialmente, de Luis Alberto (Lula) da Silva, cuando había hecho pública su decisión de candidatearse de nuevo a la Presidencia de Brasil el año próximo. No menciona a Washington, por supuesto, pero son conocidos los vínculos de la embajadora norteamericana con Temer y las fuerzas locales que lo entronizaron en la presidencia. La hábil diplomática fue antes embajadora en Paraguay donde se experimento por primera vez la técnica del golpe blando contra el presidente constitucionalmente electo. Todas las encuestas, los estudios de especialistas, los resultados de su mandato anterior y, en fin, el sano sentido común revelan que Lula regresará a la presidencia si llega a las elecciones. Es decir que seguramente tendrían que implementar de nuevo la experiencia golpista para evitarlo.
En la sesión de la tarde en el Senado de los Estados Unidos, Marco Rubio –cuya imagen cercana a las políticas de Trump vemos crecer– amenazó a Venezuela, en el marco de una intervención hostil, con la aplicación de sanciones severas por parte de Washington, de llevarse a cabo la Asamblea Constituyente. Estamos a dieciocho días de las elecciones de los quinientos cuarenta y cinco delegados que deben representar al pueblo venezolano en los ajustes constitucionales que, después de casi dos décadas de experiencia con la constitución de 1999, deben contribuir a afianzar los objetivos sociales del proyecto bolivariano en la Ley Fundamental.
Venezuela y Brasil devinieron al comienzo del presente siglo los puntales de un giro de importancia potencial en el mapa socioeconómico de la región. Brasil con un proyecto reformista de justicia social y disminución de la pobreza en el país más desigual del Continente. Un proyecto que implicaba también, para realizarse, un rescate de cuotas de soberanía efectiva, aun si no lo caracterizaba una radicalidad integral. Es a la vez el país más extenso, más poblado, y más importante en el plano económico. El que representa a la América Latina en el concierto de potencias de segunda fila que conocemos por BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), cuyo protagonismo colegiado está llamado a potenciarse, y que es de esperar que pueda fungir de contrapeso frente a la Alianza Atlántica, y su deteriorado monopolio del mercado mundial. Y en el plano ecológico, la Amazonía: los pulmones por los que respira el planeta.
Venezuela, que el tamaño hace menos significativo que Brasil, con un proyecto de cambio revolucionario en que lo hace más radical en varios sentidos. Proyecto fundado por Hugo Chávez sobre el legado de Bolívar, el cual ha mostrado su sustentabilidad por la vía electoral reiteradamente. Con la importancia de levantarse, además, sobre la mayor riqueza petrolera mundial, y el lastre consiguiente de depender de un modelo monoproductor rentista, totalmente vulnerable al mercado, que cuesta mucho trabajo remontar. Estratégicamente, desarticular a Venezuela representa una tarea más difícil y más importante que cualquier otra, porque fue la locomotora del cambio cuando logró que el continente rechazara el ALCA en 2005, e implantar una concepción independiente de la integración latinoamericana.
Venezuela y Brasil han sido las dos espinas clavadas desde el comienzo del siglo en las fuerzas hegemónicas que manejaron sin obstáculos al Continente y aspiran a recuperar los espacios perdidos. No le faltaba razón a Zbigniew Brzezinski al afirmar, cuando ni siquiera se había declarado aún la crisis que llevó al derrumbe del socialismo europeo, que «la Unión Soviética era un problema transitorio para los Estados Unidos, pero que la América Latina constituía el desafío permanente, arraigado en las inconmovibles razones de la geografía».
Una tercera noticia de ayer que retuvo mi atención, en el diario Juventud Rebelde –y que no puedo desconectar de las dos anteriores– es el anuncio de la Oficina de Control de Activos en el Extranjero (OFAC) del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos «publicará nuevas sanciones sobre Cuba el 15 de septiembre próximo».
Más que el contenido de las nuevas sanciones, pues al cubano ya no le asusta nada que venga de esos rincones, que de ningún modo confundimos con el pueblo estadunidense, me pregunto qué pretenden anunciándolo con noventa días de anticipación. Y no hallo otra respuesta que la intención de desencadenar un efecto de guerra psicológica. Mantenernos a la espera de una acción anunciada mientras contabilizamos sus fechorías en el vecindario. Qué pena que no se den cuenta que los cubanos estamos «curados de espanto», como solía decir mi abuela Pastora.
Pero no creo que haya sido ayer el «día del gran perdón». Todavía no. Me parece más bien un avance de la película. Que puede no salirles bien…, no hay que excluirlo porque en el Sur también hemos aprendido.
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*Aurelio Alonso es el subdirector de la Revista de Casa de las Américas.
*Este artículo fue originalmente publicado en «El progreso semanal» el 14 de julio, enviado para su reproducción por el propio autor.