por Guillermo Almeyra
El objetivo de los anticapitalistas es lograr la autoorganización de los oprimidos y explotados, su independencia política y ayudar a que crezca el repudio al Estado burgués y sus instituciones –que es muy vasto– y la conciencia anticapitalista que hoy es apenas incipiente. Esta y la rebeldía popular es la condición esencial para sustituir el capitalismo por un sistema más justo, libre e igualitario.
Tras ese objetivo debe realizarse la unidad de acción de todos los anticapitalistas independientemente de sus diferencias políticas –indígenas precapitalistas, anarquistas de todo tipo, socialistas sinceros, comunistas revolucionarios, trotskistas de cualquier tendencia– e independientemente también de si mantienen o no sus respectivas organizaciones y la discusión teórica y política con sus aliados de clase.
La participación en las elecciones y la forma de votar o de abstenerse no es una cuestión de principios sino una mera opción táctica que permita tener mayor acceso a los trabajadores despolitizados y sin conciencia de clase. Sólo los sectarios irrecuperables pueden dividirse por discusiones tácticas y no coincidir en la acción en pro de un objetivo estratégico anticapitalista común.
En México los indígenas que optaron por apoyar a Marichuy son la pequeña minoría de una minoría del 15 por ciento de la población total y no existe la unidad nacional y de clase de los explotados, que están todavía divididos por razones étnicas y por el regionalismo y comparten en su inmensa mayoría la ideología de sus explotadores, practican la peor de las políticas posibles al no participar en la lucha política porque creen que es una cosa sucia o venden su voto y ni siquiera se ven a sí mismos como explotados por el capital sino simplemente como pobres porque así nacieron o un Dios cruel así lo quiso.
Los conceptos de socialismo y de comunismo, en efecto, no son conocidos o están desprestigiados no sólo como resultado del repudio a la burocracia soviética stalinista que reconvirtió a la Unión Soviética en un país capitalista e imperialista sino también a causa de la transformación de los dirigentes comunista stalinistas chinos en multimillonarios y sátrapas y de los desastres cubano y venezolano que podrían haber sido evitados.
Frente a esta situación se pueden tener dos actitudes: mover la cabeza con resignación amargada y decir «No hay nada que hacer», considerando que quienes luchan en absoluta minoría por cambiar el sistema social son utopistas sin perspectiva alguna o, por el contrario, lanzarse a la lucha para cambiar la relación de fuerzas contando con la capacidad de comprensión de los explotados, con los elementos de solidaridad que a cada rato aparecen, con sus luchas incesantes y con las enseñanzas que les dará la ofensiva capitalista que se agravará enormemente y obligará a todos a defenderse.
Quien muestra las dificultades reales pero pregona el inmovilismo y critica a quienes luchan propaga pasividad, impotencia, desmoralización y ayuda a remachar las cadenas del capitalismo invitando a los esclavos a resignarse y diciéndoles a quienes combaten por liberarlos que eso es inútil porque la esclavitud les habría quitado a las víctimas la capacidad de pensar.
La droga que propaga es sutil porque aumenta la falta de confianza en sí mismos y de dignidad de muchos oprimidos y disuade de la acción al presentar sólo los problemas y dificultades –que son reales y grandes– sin mostrar nada positivo. Sin embargo, otros explotados, en otros movimientos históricos, carentes también de conciencia de clase y de organización y unidad nacional, superaron todo, como los franceses de 1789, los haitianos que siguieron a Toussaint L’Ouverture, los mexicanos que en 1910 acabaron con Huerta…
Ahora los anticapitalistas deberán decidir si para tener mejores posibilidades para organizar a los desorganizados y elevar su conciencia política conviene más anular el voto en la boleta oficial poniendo Marichuy o una frase, abstenerse, aumentando un poco más la inmensa cantidad de abstenciones, o votar críticamente por Morena dándole cien mil votos más para aumentar su caudal electoral y dificultar el fraude.
Repito: este es un problema solo táctico, no de principios. Personalmente, en mi larga vida sindical y política he votado muchas veces por el «mal menor» (entre ellas, por AMLO en 2006), formulando en cada ocasión mis críticas a quien votaba y mis posiciones y propuestas alternativas, y aquí estoy tan campante.