por Guillermo Almeyra
Estamos a medio siglo de la gran insubordinación de obreros, estudiantes, intelectuales y pueblos oprimidos contra el conservadurismo y la dominación de los capitalistas pero hemos retrocedido dos siglos, al nacimiento casi del movimiento obrero y vivimos un mundo de pesadilla, no de sueño de liberación.
El mayo de 1968 sacudió Francia, Italia, Japón, la entonces Checoeslovaquia, México, Argentina, Brasil, Japón y tuvo fuertes repercusiones en Estados Unidos y en el resto del mundo y en el campo cultural. Ese terremoto social fue el resultado de más de 20 años de reconstrucción de la economía europea con pleno empleo, fuertes sindicatos obreros, prosperidad económica creciente y transformaciones sociales profundas como el vaciamiento de las zonas rurales francesas e italianas o checas y la incorporación a la industria de una multitud de jóvenes campesinos y artesanos combativos.
Resultó igualmente de la crisis del estalinismo después de la muerte de Stalin en 1952, de la desestalinización que debilitó la dictadura burocrática en la URSS, de la rebelión de los obreros de la construcción de Berlín oriental en 1953 y de las manifestaciones obreras en Poznan que iban al encuentro de los tanques con banderas rojas y cantando “La Internacional”, de la insurrección obrera de 1956 en Hungría, donde se volvieron a formar soviets y el Partido Comunista se diferenció de la Unión Soviética, de la derrota de los planes israelíes, franceses e ingleses durante su fracasada ofensiva para tomar el Canal de Suez en ese mismo año, de la revolución de independencia argelina y del apoyo que le dieron a esa lucha heroica y a los inmigrantes árabes en Francia muchísimos militantes de izquierda y destacados intelectuales.
Fue fruto, sobre todo, de la derrota estadounidense en 1952 en la guerra de Corea, de la de las tropas francesas en 1954 en Dien Bien Phu y del empantanamiento en la guerra de Vietnam de los estadounidenses que fueron a Indochina a salvar el colonialismo y lograron, en cambio, radicalizar y politizar la juventud de su propio país. El socialismo era entonces una esperanza. Existía aún la Unión Soviética que, aunque no atraía a los rebeldes de todo el mundo ya desde hacía tiempo, no era todavía capitalista, autocrática y mafiosa como la Rusia de Putin y China vivía desde 1966 la Revolución Cultural que, para los desinformados comunistas occidentales, aparecía como antiburocrática y libertaria aunque, en realidad, fue una lucha cruenta por el poder que provocó cerca de dos millones de muertos y un terrible desastre económico.
El mundo actual es muy diferente. Las grandes mayorías comparten los valores capitalistas y aceptan la regulación económica por el mercado y la meritocracia. La economía se está recuperando apenas de una crisis de 30 años que comenzó a fines de los setenta y provocó enorme desocupación, particularmente juvenil, inestabilidad e inseguridad en los hogares de los trabajadores, desarrollo del “sálvese quien pueda” y del “primero yo” a costa de la solidaridad y el espíritu colectivo y el ejemplo soviético y chino vacunaron contra la idea de socialismo a cientos de millones de trabajadores e intelectuales
Otras centenas de millones de personas se ven hoy obligadas a emigrar arriesgando sus vidas por las sequías, inundaciones y desastres ecológicos producidos por el recalentamiento climático y la contaminación ambiental provocados en su afán de lucro por el capitalismo. En la juventud han cundido la desocupación, la incultura, el consumismo, el individualismo, incluso las drogas y en los sectores más atrasados se piensa sólo sobre el propio país ignorando el mundo y crecen pestes inmundas como la xenofobia, el racismo, el neofascismo y neonazismo.
Rusia presenta al mundo un gobierno autocrático de capitalistas oligarcas que se apoya en la rancia Iglesia Ortodoxa y mantiene el nacionalismo y gran cantidad de residuos del estalinismo mientras añora al zarismo. China, por su parte, es una potencia capitalista nacionalista y su partido “comunista” confuciano de 90 millones de miembros reúne a casi todos los multimillonarios del país. Además, los grandes partidos socialdemócratas de la posguerra- salvo el inglés, que va a la izquierda- desaparecieron como el italiano, se desmoronaron como el francés o el español o se están debilitando día a día, como el alemán. Por último, en los países dependientes o hay gobiernos de derecha, antipopulares, o hay dictaduras nacionalistas de facto.
La juventud, en su inmensa mayoría, no ve hoy un futuro que pueda conquistar o construir. Ve en cambio la posibilidad de una guerra atómica o de un inmenso desastre ecológico. Las grandes luchas se hacen hoy para no seguir retrocediendo, como en Francia o en Argentina, y no son ofensivas sino defensivas frente a la ofensiva mundial capitalista y los socialistas consecuentes son poquísimos.
Es probable, por lo tanto, que pase casi desapercibido el aniversario del mayo de 1968 que fue escenario de la mayor huelga general en la historia de Francia con la ocupación de todas las fábricas y universidades y la lucha común de obreros y estudiantes y que en Italia llevó en 1969 a la creación de consejos obreros y a la ocupación de las fábricas, en Argentina a la insurrección obrero-estudiantil en Córdoba y en México a la huelga universitaria y la represión de 1968.
Pero las fechas son sólo una invención social para regularse en el fluir ininterrumpido del tiempo y de los acontecimientos y no reconocen ni conmemoraciones ni plazos. La resistencia, la rebelión, la autoorganización, la toma de conciencia por parte de las masas reciben el impulso que les dan la brutalidad del capitalismo, los ejemplos de movilizaciones que, aunque no triunfen, elevan la confianza en sí mismos de quienes luchan y, por último, del combate por las ideas de quienes no temen nadar contra la corriente y ayudan a abrir las mentes y los corazones de los oprimidos. Eso actúa aunque no se vea.