por Pablo Pozzi
¿Quién entiende la política exterior de Trump? Es indudable que no Trump. Y tampoco el resto del mundo. La coherencia no es su fuerte, como tampoco lo es una estrategia de largo plazo. En todo caso, hay que considerarla como un resultado de vectores de fuerza, tanto internacionales como domésticos.
Hace unos meses Trump amenazaba a Corea del Norte con la aniquilación nuclear. Y hace un par de semanas Trump insistía que naciones como Inglaterra y Canadá eran sus aliados estratégicos hasta que, en la cumbre del G7, planteó que impondría tarifas a las importaciones desde Canadá y que «estoy harto de que ellos [los líderes capitalistas del mundo] y sus economías nos roben». Al mismo tiempo armó un mayúsculo lío internacional mudando la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén y abrogando el tratado, pergeñado por Barack Obama, que limitaba el poderío nuclear de Irán. Y a fines de 2017 se retiró de la iniciativa Trans Pacífica y de los acuerdos climáticos de Paris.
En todos los casos parecía que Trump corría cuesta abajo hacía una guerra nuclear, dejando desorientados a aliados y enemigos, y a todos preocupados por lo que era un claro belicismo. Hasta que hace unos días se sentó con Kim Jong Un y firmó un acuerdo de convivencia entre Corea del Norte y Estados Unidos impensado un mes antes. ¿Ha regresado a la senda pacífica? ¿O sencillamente está loco?
En realidad, el acuerdo con Corea del Norte no es gran cosa, excepto en cuanto a su simbolismo. Las «concesiones» Trump no son más que declaraciones de intención muy genérica: Estados Unidos promete no invadir Corea del Norte (cosa que no ha hecho desde 1953) y provee «garantías de seguridad»; también se compromete a no realizar «maniobras militares amenazantes» (¿cuáles serán las no amenazantes?); y Trump reconoció a Corea del Norte como «interlocutor». Por su parte, Kim se comprometió a «trabajar para la total desnuclearización de la península coreana», sin especificar formas de verificación ni control.
Más allá de los acuerdos específicos (y su cualidad no muy concreta) lo importante es que Trump finalmente aceptó reunirse con su par coreano, y eso ha generado una cierta distensión en Asia. El porqué Kim accedió a reunirse es más o menos obvio: hace ya 65 años que Corea del Norte intenta acordar una paz definitiva en la península, y garantizar su supervivencia frente a la potencia más agresiva de la historia mundial. Ni hablar de que la reunión en si le brindó cierta legitimidad en los foros mundiales. Pero ¿por qué Trump pasó de una agresividad desenfrenada al diálogo?
Casi todos los analistas reconocen que dos factores importantes fueron la presión de China y los aliados, para lograr una distensión, y el hecho de que Corea es una potencia nuclear. O sea, la cumbre entre ambos Kim y Trump implica un reconocimiento de que han cambiado las relaciones de fuerza y que el poderío de Estados Unidos continúa en decadencia. Esto lo dejó en claro Trump durante su campaña electoral cuando insistía que él volvería a hacer que su nación fuera una potencia (lo cual implica que ya no lo era). Por su parte, tanto China como Corea del Norte han reconocido el cambio y comprendido que Estados Unidos no tiene principios sino intereses. En este sentido, y al igual que en numerosos otros tratados y acuerdos firmados por Estados Unidos (empezando con los que firmó con las naciones indígenas de América del Norte), los diversos gobiernos norteamericanos nunca se sintieron en la obligación de respetarlos. Así, lo único que respetan es la fuerza. Y, de repente, Corea del Norte tenía misiles que podían llegar a California. Trump puede ser un ególatra megalómano, pero sus asesores estaban seriamente preocupados que la tensión con Corea del Norte pudiera desembocar en millones de californianos aniquilados en una conflagración nuclear.
Esto último también es algo que reconocieron los aliados asiáticos y europeos de Estados Unidos, ya que una guerra nuclear se lucharía principalmente en las rutas comerciales (a ellos la gente no les preocupa mucho que digamos) del Mar de China. Tanto China, Corea del Sur como Japón han presionado para que se llegue a un acuerdo de desnuclearización. Más aun, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, por primera vez, se reunió con Kim Jong Un para declarar que «nunca más habría guerra en la península». Inclusive entre la burocracia de Washington, la iniciativa de Trump tuvo un amplio apoyo, como señaló la analista Robin Wright.
Pero en el fondo de la diplomacia trumpista están las necesidades domésticas. La realidad es que las diversas, y muchas veces contradictorias, iniciativas de Trump cuentan con un cada vez mayor apoyo popular. Por ejemplo, a pesar de bombardear Siria, mudar la embajada a Jerusalén, agredir a Irán, insistir que los aliados se aprovechan a la «bondad y debilidad» norteamericana, su aprobación en la opinión pública ha aumentado de un 37% hace solo tres meses a 45% actual. De hecho, en varias primarias realizadas en los últimos seis meses vienen ganando candidatos cercanos a Trump. Más aun; los Demócratas que triunfan en las primarias de su partido huelen sospechosamente a trumpistas: como por ejemplo Abigail Spanberger una funcionaria de la CIA que es factible que sea electa como diputada por el partido Demócrata de Virginia. Y los críticos de Trump, como Mark Sanford diputado por Carolina del Sur, vienen perdiendo. Parecería que, con el pasar del tiempo, atacar a Trump es mal negocio electoral.
Esto significa que los principales dirigentes Demócratas vienen tratando de ser más trumpistas que Trump, mientras insisten que «están en la resistencia». Un buen ejemplo de esto es Nancy Pelosi, jefa de la bancada minoritaria demócrata de la Cámara de Diputados. Pelosi denunció que Trump había realizado «concesiones peligrosas a cambio de vagas promesas». Y luego aclaró que lo peor era que «Trump ha elevado a Corea del Norte al nivel de Estados Unidos». ¿Su propuesta? Continuar con las agresiones y la política belicista. Por su parte el republicano David Jolly, coincidiendo con Pelosi, declaró que «Trump ha reforzado su alianza con Putin y Kim Jong Un» (supongo que eso demuestra que es un agente soviético ya que la URSS sigue existiendo). Todo mientras analistas como Robin Wright, escribiendo en la revista The New Yorker, principal vocero de los liberals anti Trump neoyorkinos, denunciaba a Corea del Norte por «siempre hacer trampa y violar los acuerdos». Curiosamente, la misma Wright cita al General James Marks, uno de los principales analistas sobre Corea del Norte de las agencias de inteligencia norteamericanas, que dijo «la cumbre fue histórica ya que permitió la socialización de dos naciones en guerra». Y luego agregó que «esto no significa que se tengan confianza, pero si que hay un contexto en el cual se la pueda construir». Y finalizó con lo que se supone es la opinión del establishment de Washington: «se trata de reducir el presente y muy claro peligro de aniquilación nuclear».