por Abel Bohoslavsky
El 14 de junio, la Cámara de Diputados dio media sanción a un proyecto de ley para despenalizar el aborto, hecho inédito en la historia de Argentina. Esto ocurrió tras más de 20 años de lucha de organizaciones feministas, encuentros de Mujeres, planteos de organizaciones científicas, profesionales y propuestas de partidos políticos de izquierda que nunca habían alcanzado debate legislativo. La campaña a favor de la interrupción voluntaria del embarazo estuvo signada desde siempre –y con más énfasis ahora– por otras campañas para mantener la criminalización de las mujeres que adoptan esa decisión. La fuerza rectora de estas campañas fue y sigue siendo la Iglesia Católica, que interviene decisivamente al interior de todas las estructuras políticas, judiciales, sindicales, académicas, profesionales, militares y de todo tipo. La campaña está signada por consignas efectistas como «pro vida», «defendemos dos vidas» y similares. La ideología confesional penetra hondamente en todas estas estructuras y casi todos los partidos del sistema institucional hacen expresa mención en sus postulados acerca de su fe cristiana y adoptar «la doctrina social de la Iglesia» como objetivo de sus programas. El hecho que el jefe mundial de la Iglesia Católica y el Estado Vaticano sea desde 2013 Remo Bergoglio, convertido en el papa Francisco I, ha reforzado esa injerencia al extremo que gobernantes y opositores, jueces y directivo gremiales, de organismos de derechos humanos y sociales, viajan permanentemente a El Vaticano para tratar sus decisiones políticas, económicas, educativas y judiciales. Y lo hacen ostensiblemente público como un aval a sus acciones. El «visto bueno» o la negativa papal es un factor de decisión permanente en la política argentina. La mayoría de esos personajes le han dado al papa Francisco I una aureola de líder socialmente progresista, incluso aquellos que en el pasado reciente, cuestionaban su accionar como cardenal y arzobispo de Buenos Aires por su sentido nada progresista y su rol político opositor a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Según esta manipulada versión, hoy el papa sería opositor a Mauricio Macri, el presidente más reaccionario desde la restauración constitucional en 1983.
El revés parlamentario que para todo ese sistema político confesional significó la aprobación de esa ley por muy escaso margen de votos en Diputados (129 a 125) y la posibilidad de que esa victoria a favor de los derechos de las mujeres pueda consolidarse, encendió una alarma en los sectores dominantes anti-derechos. El debate parlamentario de casi un día, puso en evidencia el contenido ideológico que fundamenta a los defensores de penalizar a las mujeres abortantes. Desde comparar a las mujeres con animales, proponer «cementerios de fetos» hasta calificar de asesinas/os a quienes promueven una ley que rige en gran parte del mundo. Da vergüenza hasta repetir aquí las «ideas» que visceralmente les surgieron, pero es necesario señalar que el liberal oficialista Massot, jefe de la bancada del gobernante PRO, no se privó de elogiar a la pasada dictadura genocida y el peronista Gioja, jefe de la bancada Frente para la Victoria-PJ aludió a su condición de padre de un hijo con síndrome de Down, todos en el esfuerzo fundamentalista de sostener el régimen punitivo contra las mujeres.
Esa alarma, y el patetismo de los argumentos, hizo necesario que el «jefe espiritual» del sistema, apenas dos días después, salga de nuevo a la palestra con su admonitoria palabra. Dijo el papa Francisco I:
«Cuando de chico la maestra nos enseñaba lo que hacían los espartanos cuando nacía un niño con malformaciones: lo llevaban al monte y lo tiraban para abajo para cuidar la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo. Una atrocidad. (…)
En el siglo pasado, todo el mundo se escandalizó por lo que hacían los nazis para preservar la pureza de la raza. Hoy, hacemos lo mismo con guante blanco. (…)
Está de moda, es habitual. Cuando en el embarazo se ve que quizás el niño no está bien o viene con cualquier cosa: la primera oferta es “¿lo tiramos?”. El homicidio de los chicos. Para resolver una vida tranquila, se tira un inocente. ¿Por qué no se ven enanos por la calle? Porque el protocolo de muchos médicos dice viene mal, fuera. Que los hijos se reciban como vienen, como Dios los manda, como Dios permite.
Hoy duele decirlo. Se habla de familias diversificadas, de distintos tipos de familia. Sí, es verdad que la palabra familia es análoga: hay familias de estrellas, de árboles, de los animales. Pero la familia, imagen de Dios, hombre y mujer, es una sola».
Escuchándolo y leyéndolo, se entiende cómo el jefe espiritual incide en los discursos y las prácticas de esos políticos que han dado un patético espectáculo. Este es el papa progresista, el pontífice predicador de los derechos de los pobres y desvalidos. En él y su sistema de ideas se inspiran liberales, peronistas, radicales, nacionalistas, desarrollistas, progresistas y nazifascistas, aduladores de la dictadura genocida y hasta algunas/os dirigentes de organismos de derechos humanos. Lo elogian y buscan su bendición. El papa del siglo XXI de la era cristiana que, a su manera, continúa la de su antecesor del siglo XX, el polaco Karol Wojtyla, que también intervino activamente en la política internacional en alianza con el poder imperialista, contra los movimientos emancipadores en muchos lugares del mundo.
Hoy, los movimientos feministas y todas las fuerzas políticas que apoyan esta causa democrática y emancipadora de las mujeres –y, por ende, del género humano– tienen planteada esta lucha ideológica. Lucha de ideas que para ser consistente debe vincularse a la lucha universal contra todo el sistema de explotación social, causa de la opresión y sufrimiento que padecen las mujeres.