por José MaríaRodríguez Arias
Por más que algo sea esperado, no significa que sea fácil de «procesar». El resultado de las elecciones presidenciales en Brasil a muchos nos recuerda las graves carencias de toda democracia representativa y lo fácil que es caer en la violencia pura y dura, en el odio. Lo único que puede consolarnos es que no tiene mayoría absoluta en las cámaras. El problema es, en el fondo, que las «modas» arrastran a los que deben diseñar y ejecutar las políticas públicas y un líder con carisma y apoyo popular genera justamente esas «modas».
Brasil se quita la careta y nos muestra un país profundamente conservador en lo social. No es raro, es el mal de la mayoría de la sociedad latinoamericana. Los gobiernos dizque de izquierdas no dejan de realizar curiosas cabriolas conservadoras o les cuesta un exceso de fuerza y excusas apoyar determinadas medidas, siempre mirando a las Iglesias de reojo, para no enfadarlas o, por qué no, para agradarlas. Así que cuando dicen que el voto conservador vinculado a algunas iglesias evangélicas ha ido en masa al candidato ultraderechista no podemos asombrarnos ni extrañarnos. Lo raro sería que hicieran lo contrario.
Pero debemos comenzar con la autocrítica (algo que no he practicado, habida cuenta de que llevo dos párrafos y nada): el Partido dos Trabalhadores brasileño (PT) no ha conseguido evitar la corrupción (sí, podemos ponernos muy exquisitos diciendo que no llega, ni por asomo, a la existente previamente, pero no es ese el tema, sino que la cultura de la corrupción se ha mantenido y, finalmente, ha salpicado a los grandes; no podemos obviar que los grandes casos de corrupción latinoamericanos de los últimos años vienen, además, de Brasil). La violencia, a pesar de las mejoras sociales (alfabetización, nutrición, ¡liberación de esclavos!, entre otras muchas), ha continuado, siendo la seguridad uno de los determinantes de esta campaña.
El PT, además, no consiguió un candidato real a las elecciones. El nombramiento de Lula era un intento de refrescar lo que fue bien en el pasado, pero no se podía olvidar el procesamiento que tenía, tampoco la bochornosa caída de Dilma Rousseff, de la mano de Michel Temer (PMDB), el socio del PT. Sí, ese sujeto y su partido, plagados de corrupción, se la jugaron al PT, pero no podemos olvidar que no eran trigo limpio desde antes, cuando se conformó la coalición (el PMDB ha recibido un duro revés en estas elecciones, en todo caso).
En El País, Kiko Llaneras publicó un interesante artículo: «Bolsonaro arrasa en ciudades blancas y ricas: un mapa del voto en 5.500 municipios». Teniendo en cuenta las declaraciones de Bolsonaro, y el perfil del PT, es lo que podíamos esperarnos. Salvo por un pequeño detalle: entre «los suyos» (de cada quién) Bolsonaro es más hegemónico que Haddad.
Ese es parte del gran fracaso de las izquierdas, permitir que el votante «natural», el desposeído, el excluido, vea en las derechas filofascistas, militaristas, violentas, machistas, homófobas, lacayas del capital y demás, el espejo y la salida a sus problemas. Resulta sorprendente que un excluido, una persona que está siendo explotada por el sistema económico, apoye a los más prosistema económico con la moto, además, de ser antisistema políticos (sin que sea cierto en casos como Bolsonaro o Trump).
En parte, en gran parte, es culpa nuestra. Culpa de esos partidos de izquierdas que terminan fomentando los valores de las derechas (volvemos a sus medidas conservadoras, volvemos a aceptar ciertos discursos, volvemos a reproducir los discursos nacionalistas, a apoyarnos en las élites económicas, en la competitividad y el destrozo del otro), luego nos extrañamos y asustamos cuando ganan los partidos que mejor representan esos valores.
Esas derechas (sus medios de comunicación, sus gurús y caciques económicos), además, que sin ninguna vergüenza acusan a la izquierda de antidemocrática mientras apoyan a candidatos abiertamente favorables a las dictaduras (no olvidemos que el propio Bolsonaro hizo toda una apología a quien llevaba el DOI durante la dictadura, que entre otras personas, torturó a Dilma).
Podemos buscar las excusas que queramos, y serán parcialmente ciertas (cosas como la campaña de manipulación mediática, el apoyo claro de los poderes económicos al candidato ultraderechista y mil historias más), pero son solo parte de lo que nos ha llevado a la situación actual, que está lejos de ser siquiera aceptable.
Pero, vuelvo a insistir, debemos comenzar con la autocrítica y continuar con el trabajo de base, en tanto que los intentos de reconstruir la sociedad «desde arriba» no solo han sido un fracaso continuo, un pie a peores bestias, sino, además, una traición a lo que estamos defendiendo como transformación justa y necesaria.
La elección de esa persona en Brasil es otra raya más al tigre, un tigre que, además, lleva un tiempo devorándonos… una vida entera, más o menos.
Cortito y al pie el artículo. Una cuestión que también molesta en estas horas y es el tema de la democracia. Para aquellos que no hacen la autocrítica que mencionas simplemente enuncian que la democracia ha fallado o que le han dado un golpe. Sin embargo Bolsonaro, Macri, Piñera y otros presidentes claramente de derechas han sido elegidos por medio del voto popular y no es, dentro del sistema, menos democrático que la elección de esos presidentes dizque de izquierda. Entonces tenemos dos alternativas: o revisamos el sistema de representación democrática como lo conocemos y aceptamos su crisis histórica o nos avenimos a que puedan resultar ganadores estos personajes de la ultra derecha que representan los valores del capital. En Tucumán en 1995 tuvimos nuestra pequeña experiencia de resultado nefasto con el genocida represor haciéndose de la gobernación sin que los partidos principales movieran un pelo para impedirlo. Entonces estamos otra vez en la disyuntiva: es bueno el sistema si gana uno de los nuestros y es malo si gana uno de los de «ellos». En todo caso prefiero pensar que la democracia burguesa sirve a unos intereses gobierne quien gobierne y que los ciclos se agotan por mucho de lo que has enumerado en tu artículo. Otra cosa es repensar a la democracia y al sistema de representación y exigirle en todo caso además de un reparto mucho más equitativo de las riquezas una mayor transparencia: si nos asumimos de izquierda hay unos valores que deben estar por encima de nuestras apetencias personales, de lo contrario no habrá diferencias entre una Cristina F de Kirchner y un Macri, entre una Dilma o un Lula de un Bolsonaro y así… con la salvedad que los Macri, los Bolsonaro y los Piñera supieron interpretar las exigencias de esas mayorías que les han votado. Como sea es un ciclo que se abre en América Latina o que se continúa mejor dicho y que no traerá nada bueno, desde ya.
Salud
Gracias por tu comentario. Creo que Ricardo Mella tenía razón en toda su crítica de base a la Democracia representativa y sus límites. Como tantos otros. De hecho, este tipo de líderes que gobiernan pensando que la mayoría puede aplastar a la minoría, son doblemente peligrosos porque se sienten respaldados por los números del sistema. Lo que no podemos hacer, en ningún caso, es eso que dices: acá falla la democracia y cuando ganamos va bien. Eso es hacer trampas jugando al solitario: las reglas solo valen cuando yo gano.
Es un problema de las derechas e izquierdas en este sistema: no asumen su responsabilidad (si el problema es el pueblo o la democracia, no hay autocrítica, no hay responsabilidad propia).
Nada bueno se nos viene.
Hasta luego 😉