por Pablo Pozzi
Para variar Trump y sus «minions» decidieron mostrar sus credenciales antidemocráticas una vez más, y pasaron a reconocer al presidente de la Asamblea Nacional, diputado Juan Guaidó, como «legítimo presidente de Venezuela». Guaidó preside una Asamblea donde la oposición al chavismo tiene mayoría. Lo notable es que la Asamblea fue resultado de las últimas elecciones en 2016, donde «la dictadura» de Maduro permitió que la oposición ganara la mayoría y que Guaidó fuera ungido presidente. Al mismo tiempo, en mayo 2018 Maduro fue reelecto como presidente de Venezuela en elecciones monitoreadas y reconocidas como «transparentes», si bien la oposición decidió no reconocerlas alegando irregularidades. Ocho meses más tarde el gobierno norteamericano decidió no reconocer el triunfo de Maduro y declaró legítimo a Guaidó. ¿Por qué a Guaidó y no al opositor y candidato presidencial Henry Falcón? Buena pregunta, sin respuesta. Por su parte, Turquía, China y Rusia manifestaron su apoyo al gobierno electo, mientras que gran parte de América Latina, encabezada por los presidentes Bolsonaro de Brasil y Macri de Argentina, se apresuró a apoyar a Trump.
Y ahí se desató el terrible lío, además de un sinfín de discusiones en los medios de comunicación y en las redes sociales. En general, lo interesante es que la vasta mayoría de las opiniones carecen de información y parecen estar guiadas ya sea por un rechazo visceral por el chavismo, o por su convencimiento que la «revolución bolivariana» debe ser defendida de toda crítica. Muy pocos comentaristas han ofrecido una opción al dilema de «o gana Maduro o gana Guaidó». Mientras tanto repiten, hasta el hartazgo, frases hechas que contribuyen poco a comprender la situación y buscar alternativas.
Yo no soy especialista en Venezuela, y menos aun en relaciones internacionales, si bien trato de leer atentamente los medios de comunicación. En ese proceso me queda claro que Venezuela tiene, y ha tenido, muchísimos problemas. Estos se deben en parte a la agresión y hostilidad de los Estados Unidos y sus aliados. Pero tampoco hay que dejar de lado la incompetencia, la corrupción, y la falta de proyecto del chavismo. Hace ya dos décadas que el chavismo gobierna Venezuela, y sin embargo no ha sido capaz de resolver problemas básicos. Está claro que la agresión norteamericana ha sido un obstáculo importante, pero al mismo tiempo su planteo central de «socialismo siglo XXI» se ha revelado como incapaz de construir una alternativa al neoliberalismo de los partidos de derecha como COPEI. Al mismo tiempo, el chavismo logró mantener un amplio apoyo popular durante buena parte de esas dos décadas, no solo ganando elecciones sino manteniendo un importante nivel de movilización popular.
Este apoyo popular se ha ido erosionando desde un par de años antes de la muerte de Hugo Chávez; y en la medida que se erosionó, crecían las manifestaciones y la lucha callejera opositora. La respuesta del chavismo ha sido encerrarse en sí mismo, expulsando aquellos de sus integrantes que sugerían críticas, por tibias que fueran, y recurriendo cada vez más a medidas represivas. Al mismo tiempo, la incompetencia de sus funcionarios y la agresión norteamericana se combinaron para generar una crisis económica terrible, cuyo resultado ha sido la emigración sobre todo de sectores medios profesionales.
La erosión del apoyo popular se vislumbró en las últimas elecciones presidenciales donde la abstención rozó el 62% del electorado, mientras que Maduro recibió 67% de los votos validos emitidos. Un elemento que hay que destacar fue que ese 62% rechazó tanto al chavismo como a los tres principales candidatos de la oposición. Debería ser evidente que aun en «elecciones libres» controladas por Estados Unidos, es muy poco probable que la oposición resultara triunfadora. Esta es una conclusión evidente de la última década de elecciones en Venezuela, donde cada vez que la oposición perdía, planteaba que estas no habían sido legítimas. Una notable excepción fueron las elecciones parlamentarias, donde fue electo Guaidó, de 2016. Aquellas si «fueron legítimas». Es evidente que la legitimidad electoral no la da la voluntad popular, sino quién es el ganador.
Salgamos de algunos datos y cierto (flojo) análisis, para ver un poco de opinión. Sobre todo, porque eso abunda en las redes. Mi postura es que si gana Estados Unidos y Guaidó eso tendrá consecuencias aún más funestas para América Latina ya que pega un salto de los «golpes parlamentarios» (Honduras, Paraguay, Brasil) a un método que implica la desestabilización y la selección de nuestros gobernantes directamente en Washington. Asimismo, plantear que la oposición al chavismo es «democrática» no tiene ningún asidero. Su triunfo implica no un avance sino un retroceso a la época de las repúblicas conservadoras y clientelares. Por otro lado, si gana el chavismo se respeta el resultado electoral, pero mantiene un gobierno que ha llevado a Venezuela a la bancarrota. El problema es que los dos son malos y ninguno es bueno. Mis amigos me plantean que tengo razón pero que hay solo dos opciones, y que su preocupación es el pueblo venezolano.
A mí también me preocupan los venezolanos. Sobre todo, porque existen buenas posibilidades de una guerra civil con intervención de Estados Unidos. ¿Alguien piensa en serio que si gana la oposición podrá ser un gobierno estable? ¿Y entonces? Yo creo que la única posibilidad es un diálogo y una negociación que parta de reconocer los intereses de cada parte y también fuerza (o falta de). Es evidente que ni el chavismo ni la oposición tienen la menor intención de sentarse a dialogar. En eso creo que tanto los gobiernos como la opinión pública internacional pueden y deben cumplir su papel de presionar para que lo hagan y que luego respeten los acuerdos realizados. Es obvio que esto no es fácil, pero ¿es mejor lo que está ocurriendo?
Al mismo tiempo, varios amigos me plantean que así como se mete Estados Unidos también se meten China, Rusia y Turquía en la política interna venezolana. Creo que en esto hay mucho del macartismo de los medios de comunicación; y conste que Erdogan, Putin y Xi no son santos de mi devoción. Una cosa es sitiar a una nación (como lo han hecho durante 60 años con Cuba), o financiar abiertamente a un neofascista como en Ucrania, o maniobrar para que los parlamentos destituyan a un presidente electo, y muy otra es participar de la política mundial. Yo prefería que no ganara Trump, y hablé con cuanto amigo yanqui tengo para que así fuera, por ende ¿me entrometí en la política norteamericana? Todas las naciones, la Argentina también, tratan de incidir en la política interna de otros países porque esto tiene consecuencias importantes en las relaciones internacionales. Israel y Arabia Saudí gastan millones para presionar en la política interna norteamericana. Supongo que Rusia también (y eso de que hackearon la elección de Trump es una tontería). Ahora si Putin hubiera declarado ilegítimo a Trump y reconocido a Hilary Clinton como vencedora ¿qué hubiera pasado? Es más, ¿qué nación es la que ha fabricado más golpes de estado en la historia? La misma que asesinó a Salvador Allende, derrocó a Joao Goulart, y colaboró en golpe contra Frondizi. Francamente, que a uno no le guste Putin, o Assad no quiere decir que «los buenos» sean Isis o que, en este caso, Putin no tenga razón en defender los resultados de las elecciones venezolanas.
Mientras tanto ¿qué hacemos? Por mi parte yo estoy en contra de la injerencia norteamericana en Venezuela, me opongo a su violación de las más elementales normas democráticas, y advierto contra el peligro en ciernes sobre todo el continente de una política exterior norteamericana cada vez más violatoria de la soberanía d ellos pueblos. Insisto que los venezolanos deberían sentarse a dialogar, sobre todo porque ninguno de los dos sectores va a desaparecer y mientras tanto en pueblo sufre. ¿Te importa Venezuela? Si es así, entonces hay que ver de lograr un compromiso y ceder en algo para no ceder en todo.