por Pablo Pozzi
Hace ya muchos meses que me cuesta escribir nada sobre la Argentina (ya se, ya se, qué bueno dice más de un amigo rojillo a los que mi estilo no les gusta ni un poquito). Resulta que estas cosas las hago en parte para plantearle cosas a los que lo lean, en gran parte para aclarar un poco mis ideas, y sobre todo para hacer catarsis y descargar broncas. Y en la Argentina cada día es más difícil descargar broncas, sobre todo porque cuando uno tiene bronca eso significa que tiene la esperanza que las cosas pueden cambiar. Y la Argentina política es una especie de sketch de Tato Bores o la Salsa Criolla de Enrique Pinti (recomiendo miren este monólogo no tiene desperdicio y cada día es más actual https://www.youtube.com/watch?v=-P9gepDOEVk).
Basta mirar el último sainete de los políticos tradicionales para ver que Bores y Pinti realmente no inventaron nada. Los kirchneristas, que se plantean revolucionarios pero pragmáticos, ya han declarado que van a respetar los acuerdos con el FMI. Eso fue después de que la jefa, Cristina, cediera su candidatura presidencial a un tal Alberto Fernández que en 2015 apoyó en todo menos de palabra a Macri. Pero eso no es problema porque ya antes Cris dio la orden de bajar sus candidatos en varias provincias para apoyar al candidato peronista. Obvió que el peronista gobernador de Córdoba Juan Schiaretti es uno de los aliados de Macri y está aplicando una política anti popular salvaje. Ni hablar que también se alió con el hasta ayer enemigo de los K, Sergio Massa, que hace unos años fue su jefe de gabinete y ahora ha vuelto a ser un aliado dilecto. Otro nuevo aliado es Pino Solanas (como político qué suerte que es cineasta) cuyos largometrajes documentales La próxima estación (2008) y Tierra sublevada (2009) fueron furiosas críticas a la era kirchnerista. Obvio que el que no entiende nada soy yo, sobre todo porque soy un ultra, gorila, gordo, viejo y pelado (¿no dejé nada afuera?). Macri es el enemigo principal (¿no será único?) y hay que unirse todos contra él para hacer una Argentina grande y progresista. Lástima que si ganan (cuando ganen) los mismos que hicieron la Argentina de hoy seguirán rigiendo los destinos del país… luego de habernos mentido una vez más de que realmente no tuvieron nada que ver con nada.
Por supuesto, Macri no se iba a quedar atrás y rápido de reflejos nombró como su candidato de Vicepresidente a don Miguel Pichetto (es gracioso que su apellido se deriva de «piquete» en italiano) que fue, desde 2002 a 2015, jefe de la bancada kirchnerista en el Senado y, luego, uno de los principales antikirchneristas. Al igual que Alberto, Miguel tiene larga trayectoria como menemista, duhaldista, kirchnerista y luego macrista (pero peronista siempre). En un aspecto le gana Alberto: Fernández se inició en la política de la mano del peronista Eduardo Varela Cid, un hombre de oscura, muy oscura, trayectoria, para luego ser funcionario del gobierno radical de Raúl Alfonsín, y retornar a la trayectoria peronista de todo menemista-kirchnerista-macrista-kirchnerista. Sin desperdicio, en particular porque no ocultan que la cuestión no es de diferencias de fondo sino de quién maneja la caja del Estado y quién va a poder vivir sin trabajar durante los próximos cuatro años. De preocupación por la situación económica y social, ni una palabra.
La realidad es que todos los partidos tradicionales argentinos, desde el peronismo y radicalismo pasando por el socialismo hasta los provinciales, son una falsa oposición. A lo que se oponen es a que otro tenga el usufructo del Estado. En eso los únicos «honestos» son los neoliberales de Cambiemos que siempre fueron representantes de los grandes grupos económicos y no se molestan en ocultarlo. Y después uno se pregunta por qué José Luis Espert, o sea, el Bolsonaro argentino, anda por el 8% de intención de voto no para de crecer en las encuestas sobre todo entre los jóvenes de 16 a 25 años.
¿Y la izquierda?
Primero habría que definir «izquierda». En este sentido, «izquierda» son aquellos que de alguna forma (por tenue que esta sea) remontan sus orígenes a Marx y Engels. Esto deja fuera de discusión a las astillas del viejo Partido Socialista que más allá de que fueran Bernsteinianos, hace rato que han vaciado el término de todo contenido. Por otro lado, el Partido Comunista es simplemente un apéndice del kirchnerismo; mientras que los maoístas del PCR han tenido una trayectoria política tan sinuosa que, sin mayores explicaciones, han ingresado a la coalición de Fernández y Fernández (a mí me hace gracia porque los dos apellidos me recuerdan a los detectives tontos de la serie de historietas de Tintín y Milou). Dejo de lado a oportunistas como los antiguos trotskistas del Partido Piquetero, que también apoyan a los dos Fernández. O sea, todos estos de izquierda no tienen nada y de comunistas, menos. Digamos, son marxistas, pero de Groucho: «estos son mis principios y si no les gustan tengo otros».
¿Quiénes quedan? Hay una plétora de partidos que son o fueron trotskistas. Y, luego, existe una cantidad importante de pequeños y no tan pequeños grupos y partidos denominados «independientes». En general (y es difícil generalizar), todos estos reivindican a los trabajadores, son anticapitalistas y tienen un nivel de actividad notable. Una cosa para destacar (lo cual no es poca cosa el día de hoy) es que, a diferencia de los anteriores, no se los puede acusar de corruptos. Otra es que han sido protagonistas de varias de las iniciativas más interesantes desde La Izquierda Diario, pasando por el Bloque Piquetero, el Movimiento de Agrupaciones Clasistas, la Asamblea de Intelectuales del FIT, las fábricas recuperadas (FASINPAT/Zanón) y la propuesta de crear un único partido de la izquierda. Quizás la iniciativa más importante fue la creación del Frente de Izquierda y los Trabajadores en 2011.
El FIT, que hizo unos avances electorales importantes en sus primeros cuatro años de vida, es un acuerdo entre el Partido Obrero, la Izquierda Socialista y el Partido de los Trabajadores por el Socialismo, todos trotskistas. Luego de ocho años de existencia, el FIT acaba de ampliarse para incluir en la alianza original al Movimiento Socialista de los Trabajadores, el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado y Poder Popular (una fusión de tres organizaciones más pequeñas). En lo personal celebro toda iniciativa que implique que la siempre tan fraccionada izquierda pueda, desde la práctica, intentar un trabajo conjunto. Dicho eso, y sin ánimo de ofender a nadie, van algunas críticas e inquietudes.
El FIT siempre tuvo algunos problemas serios, muchos de los cuales he señalado otras veces. Sus integrantes lo conformaron como un Frente Electoral, sin expectativa de que el trabajo conjunto pudiera desarrollarse hacia formas de organización conjuntas. Esto significó que nunca fue un frente político de las masas, ni quería superar la etapa de mera alianza electoral. Así no había ni lugar ni participación para los que no integraban los partidos fundantes; las decisiones se tomaban por negociación entre ellos; y sus campañas (desde el «Milagro para Altamira» hasta «que todo legislador gane lo mismo que un obrero») siempre fueron muy lavadas. En esto último tenían razón si querían contactar con cada vez más potenciales votantes. Esto es correcto como estrategia electoral, sobre todo porque el sector social que más vota son los sectores medios que tienden hacia las reivindicaciones de políticas de identidad, o «no peligrosas» ni para ellos ni para el sistema, ya que sus intereses pueden ser contemplados por un Estado capitalista de bienestar social.
Para muestra basta un ejemplo. La consigna común del FIT es reivindicar trabajadores, mujeres y jóvenes. Obvio yo soy jubilado, viejo y hombre. Quedé fuera. Cuando le mencioné esto a un amigote militante del FIT, como chiste para la reflexión, no pudo decirme nada, excepto mencionar que yo seguía en mi postura anti PTS (no veo por qué, el resto dicen lo mismo). Como encima me molesté y lo chicaneé de porqué dejaban fuera a los LGTB y a los negros, se acabó la potencial discusión. El tema es que el planteo no solo interpela a algunos y no a otros, sino que realmente no dice nada de nada. Y, en el peor de los casos, levanta una consigna escasamente clasista. O sea, por qué centrarse en los trabajadores no incluye a las mujeres y a los jóvenes es algo que me escapa, mientras parece plantear que una mujer joven y rica tiene los mismos intereses y problemas que una trabajadora y humilde.
Peor aún. Al igual que el PC en 1956 y el morenismo troskista con el primer peronismo, el FIT parece haber pensado que, ante la derrota del kirchnerismo en 2015, lo podían «heredar». Así hicieron campaña por Milagro Sala y redujeron sus críticas a la corrupción y el desgobierno K a casi nada. Como dijo un amigo hace años: si son revolucionarios, no se nota. No es que hicieron seguidismo de los K, sino que al hacer eje casi exclusivo en el gobierno de Macri se pierde de vista que el problema es el capitalismo y no quién detenta la presidencia. Lo mío no es una crítica ultra o principista, creo que realmente no entienden nada del peronismo y cómo funciona. Como decía Santucho: «el peronismo es de izquierda en el llano y de derecha en el gobierno». Entre 1969 y 1975 el PRT-ERP creció captando cientos de obreros peronistas y eso que sus críticas al viejo caudillo eran frontales: se trataba de hacerles ver la realidad, no de venderles gato por liebre. ¿Fue exitoso el PRT o no tenían razón? No lo sabremos nunca porque la represión cortó con sangre esa iniciativa. Lo que sí sabemos es que último congreso del Movimiento Sindical de Base contó con la presencia de cinco mil delegados y activistas de fábrica.
El problema es que la política del FIT, como estrategia para la construcción a largo plazo de una alternativa política al capitalismo neoliberal (y al otro también), es peligrosamente pobre. Por un lado, tiende a decepcionar a aquellos que se reivindican de izquierda y deberían ser la base natural del FIT. Mi sensación, y la de otros muchos rojillos sin partido que conozco, es que el FIT nos considera «voto cautivo» y, por lo tanto, no tiene por qué prestarnos atención. Por otro lado, los votos que sí obtiene el FIT pueden ser efímeros y coyunturales, ya que el tipo de consigna como «un milagro para Altamira» hace poco y nada para generar lealtades y conciencia. Esto viene ocurriendo, y se ha transparentado con las últimas elecciones provinciales este año: el voto por el FIT, en el mejor de los casos, se ha estancado y, en el peor, ha colapsado. Esto no es nuevo, sobre todo si consideramos el perfil del votante del FIT en cada elección. Dicho de otra forma, en mi zona la gente que votó al FIT en 2015 no lo hizo en 2017 y menos aún en 2019. Es más, en 2015 hubo una cantidad de cortes de boleta con Macri para presidente (también hubo para el kirchnerista Scioli, aunque menos, al fin y al cabo, esto es la provincia de Córdoba), Schiaretti para gobernador, y Liliana Olivero del IS/FIT para legisladora. Era cantado que esos no eran votos consolidados del FIT ni en chiste.
La ampliación del FIT es un hecho positivo. Al mismo tiempo, temo que fue por las razones electoralistas equivocadas que nos han llevado hasta aquí. Hasta hace unos meses las críticas entre el MST y, sobre todo, el PTS eran furiosas. De repente estaban todos juntitos. Yo esperaba una explicación pública, o por lo menos, un mail de los amigos del PTS (no uso Twitter), explicándome qué pasaba y el porqué los malos de ayer son los buenos de hoy. Al igual que con las diversas críticas que les he hecho, su silencio fue ensordecedor. Ni hablar de la muchachada del MST, que hace dos años estaban en un frente con el Nuevo MAS y ahora están en uno sin ellos. Por qué el Nuevo MAS quedó fuera es algo que realmente no se entiende (aunque posiblemente la culpa no sea del FIT). La sensación (me temo que acertada) es que se han juntado porque el FIT está en una crisis de votos y el MST logra captar algunos. Si es así, me parece un horror y ahí si estamos mal y vamos a estar peor. Ni hablar que insistir con Del Caño como candidato a presidente no tiene ni sentido electoral: hace unos años se referían a él como «rock star» de la izquierda; bueno, el rock star no ha podido retener a sus fans. En realidad, me temo que en vez de revisar la política del frente electoral de los pasados ocho años, el FIT hace una fuga hacia adelante con la esperanza (remota) de que le salga bien.
Esto no es un problema del FIT; es un problema de todos los que queremos otra Argentina. La situación electoral este año es difícil. O gana Fernández y Fernández (muy posible) o gana Macri y Miky Pichetto (puede ser, no los descartemos). No hay otra. Pero lo peor y difícil no es eso, sino la situación socio económica. Hay una cantidad inmensa de votantes que están desesperados: unos porque temen que continúe la situación, otros porque los asusta que vuelvan los K con sus aires de venganza y corrupción. Yo estoy aún más preocupado porque me cuesta ver una alternativa siquiera en el horizonte lejano. Y más aún si el FIT continúa meramente como una izquierda electoralista.
Mi amigo el Tano me obligó a pensar (o repensar) algunas cosas el otro día. Él me dice que yo soy un cuadrado que no ve ninguna diferencia entre los K y los Macri. Y usó un ejemplo: los esquimales tienen como 20 nombres para la nieve que apuntan a las diferencias entre cada tipo. ¿Por qué no podemos tener lo mismo para el ajuste K y otro para el ajuste Macri? Tiene razón, y si bien la nieve es toda fría y mojada, hay algunas nevadas que te tapan y otras que no. Mi problema es que no creo que lo que está ocurriendo sea una nevada. O sea, no creo que es un «ajuste». Ajuste implica retocar cosas, apretar tornillos, o sea lo que iba haciendo Cristina K entre 2013 y 2015, y lo que hizo Macri en sus primeros dos años. Eso, tan criticado por la burguesía argentina (que reclamaba cambios rápidos), ya fue. Hoy lo que hay es una ofensiva desatada del gran capital que esta eliminando las pocas protecciones sociales, los derechos cívicos, la educación, la salud, bueno todo lo que no de ganancia aquí y ahora. En otras palabras, están aumentando la tasa de explotación hasta lo indecible. No es una política de Macri, es una política del conjunto de la burguesía. Si ganan Fernández y Fernández van a tener que hacer la misma política. ¿Cómo lo sabemos? Porque una de sus principales espadas, Axel Kicillof, ya dijo que van a respetar todos los acuerdos con el FMI. Porque el candidato a Presidente, Fernández, es uno de los cuadros de esta ofensiva. Porque todos los asesores económicos de los K dicen que hay que hacer esto, con más o menos detalles. Porque la bancada peronista en el Parlamento, en gran parte hoy en día con los K como los diputados del PJ y los de Sergio Massa, votaron todas las leyes que quiso Macri.
¿Qué hacemos? En 2015 el FIT gritó que estábamos en la resistencia. Y luego se olvidó. Bueno, ahora sí estamos en la Resistencia así con mayúscula. Si tengo razón, entonces un Frente electoral es una pérdida de tiempo y recursos (como realmente creo que lo ha sido desde 2011 al hoy). Lo que necesitamos es un frente de lucha, dura y combativa, que le ponga el pecho a los desalojos y a la criminalidad policial. No digo que los militantes y dirigentes del FIT no hayan puesto el pecho, lo que digo es que lo electoral te lleva a diputados de izquierda gritando «violan nuestros derechos constitucionales» mientras la Policía desalojaba con gran violencia a los obreros que ocupaban Pepsico. Era cierto pero risible, porque en su ofensiva la burguesía se lleva puesta la Constitución y las leyes, aunque sean las que ellos mismos hicieron. Es otro tipo de lucha la que hace falta hoy en día. Solo en la lucha frontal se puede ganar a la clase trabajadora. Lo otro son componendas que, con mejores o peores intenciones, nos convierten en kirchneristas con lenguaje marxista.
Otros artículos del Tábano sobre el tema:
¿Por qué votar al FIT? (2011)
Votar en Blanco (2015)
Discutir el FIT (2016)
¿Estamos en la resistencia? (2016)
¿Qué le pasa a la izquierda? (2017)
Y se vino la ola amarilla, no más. (2017)
Interesante planteo y pienso más o menos en la misma dirección que el artículo. Leo en las últimas semanas «derrota de la clase obrera» ante el triunfo de los mismos nefastos de siempre y me pregunto si el entrampado electoralista en el que que cayeron las izquierdas no implican la derrota de las izquierdas y no de la clase obrera. Muchos sectores proletarios, por distintas razones, también votan a sus verdugos. Lo de la consigna del PTS nunca la entendí tampoco pero creo que parte efectivamente de un reformismo como nunca hemos visto en el troskismo. Creo que alguna vez deberemos empezar a analizar en serio el largo efecto que produjo la dictadura militar que llega a nuestros días. Si votar sirviera para algo, estaría prohibido, diría un afamado escritor progresista. Pinti, al que citas, caracterizó alguna vez a Argentina como país tartamudo, por ahora creo que es el único adjetivo que le cabe.