por Rubén Kotler
Editores: Ruy Zurita, Víctor Ataliva y Aldo Gerónimo.
Palabras de presentación del Libro pronunciadas el 4 de octubre en la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo de la Universidad Nacional de Tucumán
Ante todo, quiero agradecer la invitación que los compañeros y compañeras del CAMIT me han hecho para acompañarlos en la presentación de este monumental trabajo, el cual me honra gratamente.
Quisiera comenzar con las palabras que Julio Cortazar pronunció en enero de 1981 en París, en una conferencia sobre la violación a los DDHH en Argentina.
La conferencia, titulada Negación del olvido, decía entre otras cosas:
“Pienso que todos los aquí reunidos coincidirán conmigo en que cada vez que a través de testimonios personales o de documentos tomamos contacto con la cuestión de los desaparecidos en la Argentina o en otros países sudamericanos, el sentimiento que se manifiesta casi de inmediato es el de lo diabólico. Desde luego, vivimos en una época en la que referirse al diablo parece cada vez más ingenuo o más tonto; y sin embargo es imposible enfrentar el hecho de las desapariciones sin que algo en nosotros sienta la presencia de un elemento infrahumano, de una fuerza que parece venir de las profundidades, de esos abismos donde inevitablemente la imaginación termina por situar a todos aquellos que han desaparecido. Si las cosas parecen relativamente explicables en la superficie -los propósitos, los métodos y las consecuencias de las desapariciones-, queda sin embargo un trasfondo irreductible a toda razón, a toda justificación humana; y es entonces que el sentimiento de lo diabólico se abre paso como si por un momento hubiéramos vuelto a las vivencias medievales del bien y del mal, como si a pesar de todas nuestras defensas intelectuales lo demoníaco estuviera una vez más ahí diciéndonos: «¿Ves? Existo: Ahí tienes la prueba».
Pero lo diabólico, por desgracia, es en este caso humano, demasiado humano; quienes han orquestado una técnica para aplicarla mucho más allá de casos aislados y convertirla en una práctica de cuya multiplicación sistemática han dado idea las cifras publicadas a raíz de la reciente encuesta de la OEA, saben perfectamente que ese procedimiento tiene para ellos una doble ventaja: la de eliminar a un adversario real o potencial (sin hablar de los que no lo son pero que caen en la trampa por juegos del azar, de la brutalidad o del sadismo), y a la vez injertar, mediante la más monstruosa de las cirugías, la doble presencia del miedo y de la esperanza en aquellos a quienes les toca vivir la desaparición de seres queridos. Por un lado se suprime a un antagonista virtual o real; por el otro se crean las condiciones para que los parientes o amigos de las víctimas se vean obligados en muchos casos a guardar silencio como única posibilidad de salvaguardar la vida de aquellos que su corazón se niega a admitir como muertos. Si basándose en una estimación que parece estar muy por debajo de la realidad, se habla de ocho o diez mil desaparecidos en la Argentina, es fácil imaginar el número de quienes conservan todavía la esperanza de volver a verlos con vida. La extorsión moral que ello significa para estos últimos, extorsión muchas veces acompañada de la estafa lisa y llana que consiste en prometer averiguaciones positivas a cambio de dinero, es la prolongación abominable de ese estado de cosas donde nada tiene definición, donde promesas y medias palabras multiplican al infinito un panorama cotidiano lleno de siluetas crepusculares que nadie tiene la fuerza de sepultar definitivamente. Muchos de nosotros poseemos testimonios insoportables de este estado de cosas, que puede llegar incluso al nivel de los mensajes indirectos, de las llamadas telefónicas en las que se cree reconocer una voz querida que sólo pronuncia unas pocas frases para asegurar que todavía está de este lado, mientras quienes escuchan tienen que callar las preguntas más elementales por temor de que se vuelvan inmediatamente en contra del supuesto prisionero. Un diálogo real o fraguado entre el infierno y la tierra es el único alimento de esa esperanza que no quiere admitir lo que tantas evidencias negativas le están dando desde hace meses, desde hace años. Y si toda muerte humana entraña una ausencia irrevocable, ¿qué decir de esta ausencia que se sigue dando como presencia abstracta, como la obstinada negación de la ausencia final? Ese círculo faltaba en el infierno dantesco, y los supuestos gobernantes de mi país, entre otros, se han encargado de la siniestra tarea de crearlo y de poblarlo.
Y seguía luego Cortazar: “Precisamente porque en este momento tocamos fondo como jamás lo tocó nuestra historia, llena sin embargo de etapas sombrías, precisamente por eso hay que asumir de frente y sin tapujos esa realidad que muchos pretenden dar ya por terminada. Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear.”
Cortazar cerraba su conferencia invitando a seguir el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo.
Un día de junio, pero de 2016, me encontraba en casa de Felicidad Carreras y entre lágrimas me decía que era difícil que pudieran identificar a Juan, casi imposible. Unas semanas después me llamó por teléfono y entre lágrimas, me contó que los restos de Juan, recuperados del Pozo de Vargas, habían sido identificados. Felicidad estaba temblorosa y con la voz quebrada. A mí, que había hecho propia la historia de Juan, me temblaba absolutamente todo.
40 años después de su secuestro y desaparición, Juan Francisco Carreras volvía a la luz, su historia comenzaba a circular nuevamente, la escabrosa historia de su desaparición a la salida de un exámen en la Facultad de Bioquímica, en plena luz del día, desde dentro de la propia universidad. Pero también la historia de su militancia y los motivos por los que la dictadura también se había ensañado con él como con sus compañeros del Cuerpo de Delegados de la Facultad de Biquímica, Química y Farmacia. En agosto Felicidad organizaba en su Belén natal, la restitución de los restos de Juan que, luego de una ceremonia en la plaza principal de Belén, eran depositados en el nicho familiar de los Carreras. Felicidad pudo comenzar así a transitar un duelo que estaba en suspenso y a recuperar mucho más que la memoria de Juan, memoria que había mantenido y mantiene encendida desde el primer día de su secuestro cuando comenzó a transitar los caminos para exigir justicia.
Esta es justamente una de las dimensiones del trabajo que los compañeros y compañeras realizan en el campo de la arqueología forense, la dimensión humana de devolverle a los familiares el cuerpo de los represaliados para la elaboración de un duelo inconcluso. Pero hay algo más, mucho más, en esa labor de sumergirse en lo diabólico que mencionaba Cortazar.
Unas semanas antes de las elecciones provinciales el candidato de Fuerza Republicana, Ricardo Bussi, hijo del genocida Antonio D. Bussi, decía en el principal medio gráfico de Tucumán: «la Justicia siempre fue manejada por el peronismo. Desconfío de todas las instituciones de la provincia. Desconfío de todo, incluso del trabajo realizado en Pozo de Vargas». Los periodistas que lo entrevistaron entonces no cuestionaron los dichos de Bussi ni pusieron en contexto el resurgimiento de los demonios recargados, como los denomina el sociólogo Daniel Feierstein. Pero Bussi pudo libremente hacer apología del genocidio y poner en duda los trabajos que los científicos forenses realizan, porque amplios sectores sociales acompañan aún ese discurso. Sería interesante que Bussi leyera este libro que hoy presentamos pero más, que fuera invitado a descender a los infiernos del Pozo, infierno abierto por su padre aún antes del último golpe militar.
Dimensiones de las prácticas de la arqueología forense
El libro que hoy presentamos, fruto del esfuerzo reflexivo de arqueólogos/as, Antropológos/as y otros cientistas sociales que han puesto sus conocimientos a disposición de causas más que trascendentes, es una obra que por monumental se presenta fundamental. La práctica profesional implica, por momentos, el poder sintetizar reflexivamente la propia tarea y ponerla a disposición de todos aquellos que deseamos ver cómo trasunta esa tarea.
El libro además refleja algo que muchos ya sabíamos y son las múltiples dimensiones que implica la tarea de la arqueología forense en estos primeros años del S XXI.
Una primera dimensión política: Tomar la decisión de sumergirse en el mundo de lo diabólico, en los términos expresados por Cortazar, es necesariamente entrar en una dimensión política donde se interpela al pasado pero también al presente, se busca las evidencias de quiénes fueron los perpetradores de los crímenes de lesa humanidad para llevarlos a juicio en presentes conflictivos. Se buscan las evidencias de quiénes fueron los represaliados para permitirnos terminar de comprender de una vez y para siempre que la represión y la persecución no fue azarosa, que los militares sabían perfectamente a quienes perseguían, a quiénes hacían desaparecer y cuál era el propósito de semejante castigo social y colectivo.
Se buscan en definitiva las evidencias que les permita a los familiares de los desaparecidos reclamar con mayor ímpetu el esclarecimiento, el juzgamiento y el castigo. Se riñe entonces con los poderes políticos desde los ejecutivos y legislativos pasando por el judicial;
Una segunda dimensión tiene que ver con la ética y la ética sobre todo profesional: al servicio de quiénes ponemos nuestros conocimientos obtenidos en las universidades del Estado, qué compromisos y con quiénes los asumimos y aquí, no es lo mismo descubrir objetos materiales de pasados remotos que sumergirse en el Pozo de Vargas o en las fosas del Arsenal e indagar en restos óseos y objetos materiales personales que van desde prendas de vestir hasta adornos corporales.
El pasado no es sólo mero pasado sino que es presente. Un presente del que los familiares miran con esperanza de poder dar con aquellos represaliados, poder elaborar un duelo justo y poder exigir justicia. La ética de responderle a los genocidas que no han podido ocultar de una vez y para siempre las evidencias de sus crímenes y a los hijos de los genocidas que sus padres fueron eso, genocidas. Insisto en que a los hijos de los genocidas que dudan de las evidencias, deberíamos invitarlos a visitar las fosas comunes, como el Pozo de Vargas, y que vean de primera mano lo diabólico – humano allí sepultado.
La tercera dimensión es la jurídica: A los compañeros y compañeras del CAMIT, que se han cargado al hombro el rol de peritos de la justicia les cabe todo nuestro reconocimiento pero también el reconocimiento de la justicia misma que no debería dilatar el pago de sus honorarios y debería contemplar que las evidencias encontradas de las exhumaciones son las pruebas fehacientes de la existencia misma del genocidio. Y debería esa misma justicia habilitar todas las herramientas legales y materiales, para que esa tarea continúe hasta el hallazgo de las últimas de las evidencias y la identificación de todas y cada una de las víctimas arrojadas allí.
Una cuarta dimensión, la educativa: y es la que conocemos con cada visita de los compañeros y compañeras realizan a una escuela, a una actividad en la universidad y con la publicación de este trabajo. La dimensión educativa resulta tan importante como las anteriores, pues a fin de cuenta no basta con que las evidencias encontradas sean conocidas por los familiares, por los jueces, por los implicados, es necesario también, que esas evidencias lleguen y sean conocidas por todo el conjunto social, empezando por los niños y las niñas en edad escolar. Este libro que hoy presentamos entonces debería ser repartido en escuelas y universidades de todo el país.
Históricamente las principales consignas de las organizaciones de DDHH fueron: MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA. Y en la tarea de los arqueólogos forenses se sintetizan las 3: memoria para que lo diabólico no retorne nunca más, verdad para conocer lo que sucedió y poder llevar finalmente a la justicia a los responsables.
El valor del libro
El valor de esta publicación entonces reside en la reunión de trabajos de distintas procedencias, saberes y conocimientos, reflexionando sobre la tarea de campo, sobre el quehacer de una actividad que está atravesada por las dimensiones mencionadas.
La compilación de Ruy, Víctor y Aldo tiene la virtud de reunir trabajos que dan cuenta de distintas experiencias en la arqueología forense en Argentina, América Latina y España.
Pero además el libro va más allá de las experiencias propiamente forenses y cruza los saberes de otras disciplinas como la educación, el arte y la fotografía. De los 21 capítulos que componen el libro, 6 trabajos se centran en las experiencias en Tucumán, desde los trabajos en el Pozo de Vargas al Arsenal Miguel de Azcuénaga como sitios de exterminio, hasta la cuestión del registro fotográfico y la educación vinculada con la memoria y la historia reciente de Tucumán.
Otros capítulos abordan el trabajo de la arqueología forense en Chaco, San Juan y Olavarría, dentro del territorio argentino, recupera las experiencias en Paraguay y Uruguay y un capítulo se centra en las exhumaciones de víctimas del franquismo en Cadiz, España. Un capítulo está dedicado a reflexionar sobre las tareas del Banco Nacional de Datos Genéticos, dos capítulos sobre el cruce del arte con la memoria y un capítulo, quizás novedoso por la temática sobre las implicancias del genocidio en las comunidades indígenas.
Puesto en perspectiva descubrimos que la conciencia de los arqueólogos y arqueólogas que se han dado a la tarea de sumergirse en lo diabólico implica una militancia que acompaña a las demandas de memoria, verdad y justicia, siendo además reparadora en el trayecto de la elaboración del duelo y del reconocimiento de una historia que aún nos cuesta descifrar.
Como lo afirman los editores en el prólogo: las violaciones masivas a los DDHH no son patrimonio exclusivo de una región o de un periodo, y, aunque hay aspectos significativamente similares, las particularidades que asumen las prácticas del exterminio dependen del contexto social, político e histórico en el que se desarrollaron.
Para terminar quiero expresar que hubiéramos deseado que este libro no hubiera tenido que ser escrito, pues eso hubiera implicado, entre otras cosas, que los procesos de exterminio y la violación a los DDHH no fueron parte de nuestra historia en América Latina y España.
Pero lo fueron y lo siguen siendo, pues en América Latina, mal que nos pese, la desaparición forzada de personas, como prácticas represivas, sigue siendo una diabólica realidad, como lo evidencian las desapariciones de los estudiantes normalistas de Ayotzinada, en México o la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado.
Por eso mismo y paradójicamente, celebramos la aparición de este libro, el cual deberá ser lectura obligada para quienes deseen conocer qué pasó, para quienes niegan lo que pasó y finalmente para quienes en el futuro decidan tomar la posta de los arqueólogas y arqueólogas forenses que hoy deciden descender a los infiernos humanos para la búsqueda de evidencias.