por Celia Medina
Profesores y maestras enloquecidos tratando de aprender en dos días cómo usar plataformas de clases virtuales hasta ahora desconocidas por la gran mayoría; estudiantes angustiados porque la plataforma no les permite subir el trabajo exigido; maestras, profesoras y profesores son apretados por directivos que, a su vez, son presionados por supervisores, y así siguiendo la cadena hacia arriba. Todos en una carrera frenética por mantener una «educación y sus contenidos» como si nada pasara.
En la apariencia de que la vida volverá en algún momento a la normalidad, encontramos estudiantes que temen más perder el año que perder la vida; trabajadores de la educación que temen más perder el trabajo que perder la vida; y padres y madres que no saben qué hacer con el tiempo de sus hijos y temen más la locura cotidiana que perder la vida. Y, sin embargo, el temor a perder la vida, inconsciente o conscientemente, lo perturba todo. Tenemos menos concentración para leer un artículo, tenemos menos ganas y menos concentración para hacer cosas tan tontas como cerrar el freezer, —que dejamos abierto—, porque estamos pendientes de haber desinfectado todo al entrar si nos vimos forzados a salir, porque nos lavamos las manos hasta el cansancio y perseguimos a hijos y parientes para que se las laven, porque nos preocupamos para que no falte lavandina y desinfectante. Miramos el celular y la televisión en vilo, atentos a la curva y la cantidad de infectados y muertos por día, no sólo en la provincia, en el país y en el mundo. En países que ni siquiera sabíamos que existían.
El miedo a la muerte se
cuela por todos lados en los pequeños detalles, pero tomamos la educación y las
tareas docentes como si se tratara de educar a distancia en tiempos normales.
No, no son tiempos normales, no es educación a distancia en tiempos normales.
Es educación virtual en pandemia de enfermedad que puede, para muchos (no sólo
para los viejos), ser mortal.
Es verdad que los ministerios de educación
presionan, que los supervisores presionan, pero ellos también están atravesados
por el miedo. Y el miedo es algo que nos permite sobrevivir, pero también puede
llegar a ser peligroso. Ya Hegel, en la famosa dialéctica del amo y el esclavo,
en su Fenomenología del espíritu, describía de un modo maravilloso cómo
la conciencia ante el temor a la muerte se repliega, y sí, sobrevive, pero como
esclavo. De modo más coloquial, el miedo a la muerte nos hace esclavos.
Pero negar el miedo,
negar la angustia, como en los que salen a correr o que se juntan en la esquina
o en las casas a comer, negando lo que sucede; así la educación toma una
actitud de vamos todos juntos a trabajar y producir, vamos todos juntos a salir
adelante para no perder el año, esa negación extrema es tan alienante que
también nos esclaviza, con el agravante de que ante este virus no somos
invulnerables. ¿Será que tomamos esas
tareas tan desesperadamente para que el temor a la muerte, a la enfermedad, al
desamparo no nos invada completamente y así poder sentir que esto pasará y todo
«volverá a la normalidad»? ¿será que para poder sobrellevar la
angustia hemos decidido negarla?
A veces pienso que no sólo se trata de que el
capitalismo ha mostrado completamente su desnuda crueldad, su peligrosidad para
la especie. Y por supuesto, hay que acabarlo. También la alienación a la que
estamos sometidos y que alimentamos diariamente necesita terapia extrema.
No sólo hay que cambiar el sistema económico,
también tenemos que cambiar nuestras alienadas cabezas. Sí, por supuesto, los
mecanismos de defensa psicológicos sirven para sobrevivir, la negación es un
mecanismo de defensa. Pero no pueden llegar al punto de una neurosis peligrosa
como la que nos exige el ámbito educativo, esclavos trabajando para un futuro
que quizá no exista.
Frente a todo esto que se ve tan obvio , me siento en lo personal muy presionada , cómo lo dice quien habla en el texto , para seguir trabajando desde lo virtual como si fuera normal , dictar clases así , en publicas y privadas.La presión es directa ya que por tener problemas con mi única PC de escritorio , no puedo «devolver»correcciones ,o entregar más actividades por este medio.Las presiones son directas a.mi celular , cómo si pudiera solucionarlo en «este momento».
hay que parar la presión! Algunos colegas argumentan que, como cobramos el sueldo, estamos obligados a trabajar. Cierto, pero no más de lo que trabajábamos, como lo están exigiendo. Eso por un lado, y tampoco como si fueran tiempos normales, porque no lo son.
Exelente
Coincido que en esta situación de excepcionalidad lo peor es la presión, es no reconocer que no hay “normalidad” y que tenemos que adaptarnos a una serie de situaciones muy diversas. Por ejemplo, en el nivel superior donde trabajo, seguramente en otros sucede lo mismo, muchos estudiantes y/o sus familiares trabajan más y no menos horas (salud, gastronomía, seguridad, delivery,voluntariado, etc.) y ello requiere una reorganización de las tareas de cuidado en el hogar. Por otro lado, en muchas familias es un momento angustioso económicamente, ya que se trabaja de manera informal y en este momento no hay ingresos o éstos no son suficientes. En nuestra población, la mayoría de los estudiantes están abocados a tareas de cuidado, especialmente de hijos a cargo y/o adultos mayores. También tenemos que considerar que habrá estudiantes que , aun teniendo las condiciones materiales (de subsistencia, de espacio, de tiempo, de accesibilidad digital y manejo de herramientas) aseguradas, muchos no tengan las condiciones subjetivas para concentrarse en lecturas, en responder consignas, o desarrollar las tareas que les propongan.
Las declaraciones de las máximas autoridades nacionales y provinciales dan cuenta de esa realidad diversa y compleja y por ello llaman a no provocar miedos, presiones y/o exclusiones virtuales, ni de alumnos ni de docentes, entiendo yo. Pero, en situaciones extraordinarias como esta, se potencian las virtudes o los defectos. Los que suelen ser “más papistas que el papa”, o los proclives al laissez faire, profundizaran sus actitudes.
Trotta, en reportajes públicos dijo: “Cuando sepamos cuándo vuelven las clases hablaremos con las provincias y las organizaciones docentes lo que es el mejor camino para garantizar esos saberes. Tenemos que saber que si esto se extiende un tiempo más va a ser difícil que las resolvamos en su totalidad en 2020 y mucho de ese desafío estará en la agenda del 2021”.
A no desesperar, la desesperanza es conservadora, dijo el maestro Freire.
A actuar, dentro de nuestras posibilidades.