por Pablo Pozzi
Hay días que me quiero ir del país. No soy el único. Las encuestas dan que la vasta mayoría de los argentinos preferirían vivir en otro lado, y 400 compatriotas se presentan semanalmente en el Consulado uruguayo a pedir permiso para emigrar. Y eso que nadie ha medido los que se quieren ir a Italia, España, Australia, o Canadá. Y ahí tercian los amigos del exterior. Como mi amigo Roberto que me escribe que en España hay tanta o más corrupción que aquí. O mi prima milanesa que insiste que Italia es un desastre en la pandemia. O mis cuates mexicanos que mensajean que su país es un caos total. Ni hablar de mi amiga Julia, en Baltimore, que me dice que no me imagino en lo que se ha convertido Estados Unidos. Lo pienso y todo es cierto. Corruptos hay en todos lados, igual que ladrones, y gobernantes incompetentes e inútiles vendidos al mejor postor. Los muchachos macristas que insisten que Merkel es mejor que Cristina, o mienten o no conocen a Merkel que sigue siendo un comisario político stalinista excepto que ahora es demócrata cristiana. Los muchachos kirchneristas que repiten que Cristina es la política más brillante de la historia se olvidan de Yrigoyen, de Perón, de Frondizi y de unos cuantos otros, como Julio Roca, que eran hijos de su mala madre, pero muy inteligentes.
Y si todo es malo, entonces ¿cuál es el atractivo que tienen otras latitudes para los argentinos? Bueno, me parece que hay cosas razonables y otras no tanto. Las razonables son simples y se reducen a cuestiones como cierta estabilidad, y reglas más claras. En Brasil o en Estados Unidos no hay salud pública, y en eso la Argentina anda un poco mejor pero como veremos más abajo, la parte mejor es más aparente que real. Allá, la inflación es escasa y no te saquean todo el tiempo. Y si bien México es el país «de la mordida» hay una especie de tarifario regulado por la corporación de corruptos, no así en Argentina donde saqueas todo lo que podes a todos y todas. Pero, además, la crisis de hoy es mundial, como han sido otras, pero la Argentina es como que vive en crisis permanente. Como me dijo una que emigró: en Argentina se vive muy mal, y no nos dábamos cuenta, hasta que nos fuimos. En realidad, depende quién eres, y dónde te ubicas en la pirámide social. Como en tantos países si tienes mucho dinero se puede vivir muy bien y con pocos (o ningún) problema. Lo que pasa es que es una sociedad caótica donde no hay lógica o razones que alcancen. Como dije en la nota anterior, es una especie de Dimensión Desconocida, que existe, que funciona mal, y encima nadie sabe cuáles son las reglas de juego, ni cómo, ni porqué.
Veamos un ejemplo. Hace un par de semanas, mi médica de cabecera (una diosa que sabe lungo), luego de atender en salas de emergencia a gente con COVID 19, terminó contagiada por una colega que trabaja, al igual que ella, en varios consultorios y hospitales. Lógico, las condiciones en que trabajaban son dignas de las zonas más pobres de Haití. Rápida de reacciones, y como buena profesional, avisó de que tenía síntomas. El Centro de Operaciones de Emergencia (COE), notificado, apareció luego de un par de días. Le hizo el test y efectivamente era COVID positivo. Ella entró en cuarentena y su vínculo más estrecho, marido, hijas y familiares directos. El COE hisopó a su marido, y a sus hijas, que son menores, las consideraron como positivos. El resto de la familia debió realizarse los análisis de forma particular en un hospital privado ya que para ellos no había test, donde tuvieron que pagar ya que las obras sociales no cubren este tipo de análisis, pero estos laboratorios los mandan analizar al COE ya que tienen los reactivos que suministra el Estado. En el proceso, y luego de que la familia pagó los suculentos dineros que les requirieron, pasaron a estar en cuarentena. O sea, a no tener ingresos. Porque mi médica como buena profesional, también trabaja en una obra social sindical que prontamente dejó de pagarle en cuanto ella comunicó que no podía ir hasta que el COE le diera el alta, que se tomó encima una semana más para dársela porque están sobrepasados. Palabras más, palabras menos mi médica y su familia zafaron porque tuvieron un caso muy leve. Qué bueno, excepto que tuvieron un golpe económico notable. Y encima que nadie contempló. A ver, este es personal esencial en una emergencia… chaaan, chaaaan, médica. ¿Si no cuidas a tu personal de salud, cómo mierda esperas combatir la pandemia? ¿Con qué, con palabras?
En realidad, lo hacen con verso y guitarreo. Ayer, el comité de infectólogos y epidemiólogos que asesoran al gobierno de Alberto Fernández en la lucha contra el Covid-19 presentó una carta en donde advirtió sobre la aceleración de contagios, especialmente en el interior del país. Ajá, qué interesante. ¿Les tomó hasta ahora enterarse que hay miles de argentinos enfermos y muertos de COVID fuera del Gran Buenos Aires? Es como que esos muchachos no ven más allá del palacio presidencial. Bueno en realidad no, porque de ahí agregaron que: «Las autoridades nacionales, provinciales y municipales tienen la responsabilidad indelegable de actuar en sus respectivas jurisdicciones». O sea, la culpa no es de ellos, es de los funcionarios locales. Cuando yo era chico eso se llamaba esquivarle el culo a la jeringa. Digamos, como la guerra contra el COVID en versión argentina claramente está perdida, busquemos a quién achacarle la culpa. Y el problema no es que «tenemos la cuarentena más larga del mundo» (mi amiga Celina insiste que no es cierto), porque realmente si es la más larga o no es absolutamente secundario al tema de si funciona o no. En la Argentina no funciona. La idea de una cuarentena es ganar tiempo para generar mejores condiciones para combatir la pandemia. Bueno, aquí excepto versear, no se ha hecho nada. Y no lo digo yo, lo dicen las asociaciones de personal de salud, que sin darse cuenta entraron en la Dimensión Desconocida o sea en el mundo paralelo de la pandemia argentina.
Claro, el presidente Alberto Fernández insiste: «Estoy haciendo lo que prometí en la campaña, si nos critican es porque estamos haciendo las cosas bien». ¡Un genio! Primero porque en la campaña prometió de todo, desde aumentar salarios y jubilaciones hasta desarrollo económico. Luego, dijo que no se podía cumplir por «la herencia que nos dejó Macri». Más o menos como cuando Macri hablaba de la herencia que nos dejó Cristina. Pero desde que asumió, ha hecho muchas cosas. Por ejemplo, renegociar la deuda externa y lograr un acuerdo que, oh sorpresa, les dio a los acreedores todo lo que querían y un poquito más no sea que nos nos tuvieran «confianza». Luego de ese acierto se las arreglaron para pelearse con Trump por la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo. ¡Qué sorpresa! Ganó Trump. Un nuevo éxito argentino, sobre todo por el nuevo presidente del BID le va a dar préstamos a todo el mundo… menos a la Argentina que trató de escupirle el asado. Ni hablar de que en medio del lío económico no se le ha ocurrido nada mejor que apretarle las clavijas impositivas al único exportador en dólares, o sea al campo que, como respuesta, ha decidido guardar buena parte de la cosecha y no cobrar sus dólares a 53 pesos en vez de a 130 que es el cambio real.
Una vez más, me encantaría que Alberto dijera cuales, si algunas, son las cosas bien que ha hecho. Por ahí fue el tema pandemia. Claro que la Argentina tiene el honor de estar en el lugar 14 con mayores víctimas. O por ahí la economía; basta recorrer las grandes ciudades para ver la cantidad de gente durmiendo en la calle. Indudablemente la inflación no hace más que bajar, y la cantidad de comercios pequeños y medianos que se han ido a la quiebra es un invento del zurdaje desestabilizador. Ni hablar de las empresas extranjeras que cierran sus filiales locales para irse a otros países, lo cual nos permite recuperar el comercio para los argentinos. Claro que en el camino dejan un tendal de gente sin trabajo y no parece haber ningún patriota local dispuesto a abrir un negocio nuevo. Beto debería avivarse que hacerse el nacionalista no resuelve el problema de los miles que van a pasar hambre esta navidad.
Pero una de las cosas bien que no hizo Alberto (ni hicieron sus funcionarios) fue lidiar con el conflicto con la policía bonaerense. Comenzando el lunes 7 de septiembre se amotinó la policía bonaerense apoyada por buena parte del Servicio Penitenciario. Su reclamo era simple: el sueldo inicial de un agente era de 34 mil pesos mensuales (unos U$250) de los que debía pagar el uniforme y hasta las balas. Agregaron que el 10% de fuerza estaba contagiada de COVID por no tener protección adecuada. El conflicto duró cuatro días e incluyo a los policías sitiando la Quinta Presidencial. Los K hablaron de complot desestabilizador, mientras los macristas hablaban de la pobre policía que tiene uno de los récords mundiales de muertos por gatillo fácil. Ni uno ni otro. La realidad parece haber sido mucho más compleja, ya que el salario normal de los agentes se podía triplicar con servicios adicionales (como por ejemplo cuidar un partido de fútbol) y por lo que denominan «corrupción light» o sea recibir pago por hacer «la vista gorda» a diversas infracciones como pasar un semáforo en rojo o venderles bebidas alcohólicas a menores de edad. Claro, llegó la pandemia y se acabaron «los extras», no sólo no hay fútbol, sino que la gente no salía a la calle para pagar su «mordida». Ahora, lo interesante de esto, es que el gobierno (todos no solo el actual) sabe que las cosas son así. Pero hace la vista gorda no sea que tenga que pagarles salarios decentes, que suplementan sus miserables ingresos esquilmando a la población. Así las campañas contra la corrupción policial no van a funcionar nunca.
A mí me llamó poderosamente la atención que el gobierno, nacional y provincial, hubieran sido tomados en forma tan desprevenida. ¿Dónde estaban los servicios de inteligencia, o el Ministerio de Seguridad, o si es por eso los funcionarios? En un país donde una mosca no vuela en un municipio sin que el intendente lo sepa, casi 90 mil policías se habían organizado por WhatsApp y redes sociales para protestar sin que nadie se enterara. Mi sensación era, y es, que las peleas internas del gobierno son tan feroces que los diversos sectores del oficialismo aprovecharon la movilización para desgastar al gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof. Así, por ejemplo, uno de los protagonistas policiales fue identificado como «hombre», o sea «puntero», de la vicegobernadora Verónica Magario. Pero eso no alcanza. Y si revisamos los hechos resulta que volvemos a entrar en la Dimensión Desconocida, ese mundo paralelo que existe solo en Argentina.
Resulta que la protesta se estuvo organizando por lo menos desde 15 días antes, todo vía redes sociales, o sea no exactamente de forma clandestina. El gobierno nacional se enteró de lo que estaba en ciernes el viernes previo a la movilización del lunes 7. El sábado buscó al Ministro de Seguridad provincial, Sergio Berni, para advertirle del tema. No lograron encontrarlo porque este se había ido de fin de semana largo a la casa familiar en su pueblo. A ver, ¿el ministro de seguridad se fue tres días sin dejar forma que lo contactaran? ¿En qué país existe eso? El lunes 7 a mediodía, antes de comenzar la protesta, un grupo de policías trató de entregar un petitorio en el Ministerio para descubrir que no sólo no estaba Berni sino tampoco ningún funcionario que los pudiera recibir. Increíble. Es indudable que el crimen y la seguridad en la provincia de Buenos Aires tienen horario de atención: de mediodía hasta, supongo, las 20 horas, no sea que nos perdamos de ir a cenar. La protesta comenzó el lunes por la tarde en el partido de La Matanza, frente a las oficinas de Berni que, obvio, no estaba. Este recién apareció 24 horas después, el martes por la tarde, mientras se desataba una crisis política de proporciones. Supongo que el buen ministro no mira la tele ni escucha la radio. Digo, debía ser el único no enterado del lío. Por suerte nadie le preguntó nada de nada y él siguió como siempre. Rápido de reflejos, ni hizo declaraciones públicas ni se reunió con los amotinados, total ¿para qué? Encima seguro que lo trataban mal. Finalmente, el jueves el gobernador anunció que otorgaría un aumento del 36%, mientras el gobierno nacional reducía su aporte a la ciudad de Buenos Aires en 39 mil millones de pesos (unos 300 millones de dólares al cambio paralelo) para traspasarlo a la provincia. Claro, la ciudad es opositora, la provincia no. Y ahí se desató otro lío: ¿era legal la medida?, ¿qué iba a hacer la ciudad con semejante sangría sin preaviso?, ¿la provincia lo iba a usar para pagarle a los policías o para qué? Todo vía decreto presidencial que, obvio, será ratificado por un Congreso de mayoría oficialista. Todo en un contexto donde en nueve meses el gobierno nacional ha girado miles de millones a la provincia que nadie sabe dónde han ido. «Macri hizo lo mismo, pero al revés», gritan los K. Mientras los macristas insisten que era parte de un acuerdo de la autonomía de la ciudad. Y nadie dice nada que quitarles a unos para darle a otros es un parche y no una solución al problema.
La sensación que deja todo es de estar en manos de una banda de extraterrestres, que viven en la burbuja política, y que son absolutamente incompetentes para todo, excepto pelearse entre sí. Eso es lo que genera que tantos compatriotas se quieran ir del país. Es como que no tiene arreglo ni tiene futuro. O por lo menos, no lo tiene mientras la gente se vaya del país y no tome su destino en sus manos. Un comienzo sería mirar las cosas como son. La lucha de la oposición macrista no es «para salvar la república», como dicen, sino para volver al poder y a los negocios de las grandes multinacionales. La de los kirchneristas no tiene nada que ver con mejorarle la vida al pueblo, sino con cómo mantenerse ellos en el poder para seguir enriqueciéndose. En esto no tienen principios, ni propuestas, más allá de hacer sus propios negocios. En eso, la Argentina (entendida como los que vivimos aquí) les importamos un pito. El gran desafío es cómo forjar una alternativa política que represente y permita la realización de los intereses de las grandes mayorías. Mientras eso no ocurra seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis, con cada vez más pobres y ricos más ricos. En eso, los que cada tanto soñamos con vivir en un país en serio, también nos vamos a ver desilusionados, aunque emigremos. Mis amigos yanquis en California y en Washington también quieren irse a un país en serio y dejar el de Trump/Biden. Y la Argentina está llena de españoles (dicen que 250 mil) que han llegado emigrados en la última década. Claro a mí me parece de locos. ¿Dejar Barcelona por el caos de Rosario? Lo que pasa es que todo esto es el resultado del capitalismo, y su versión moderna el neoliberalismo. Estados Unidos, España, Italia, toda América Latina desde México hasta Chile, y Asia y África, son un desastre. A eso hay que agregarle un aspecto muy argentino: la incompetencia de nuestros gobernantes. Por alguna razón, bajo las formas republicanas, tenemos cosas de la monarquía y la aristocracia. Los cargos y liderazgos políticos se heredan de padres a hijos a nietos. Raúl Alfonsín habilitó a su hijo Ricardito, el radical Mestre a su hijo Ramoncito, el seudo peronista Antonio Cafiero a su hijo Mario y a su nieto Santiago, y así hasta llegar a los Kirchner cuyo heredero Máximo tiene el mérito de ser hijo, además de jugar a la Play Station. Y a cada uno, los acólitos y sicofantes que esperan que les tiren algún hueso, les cantan loas e insisten que nunca vieron una persona política tan capaz. Obvio, el abuelo construyó el negocio, el hijo lo regenteó más o menos y el nieto lo llevó a la quiebra. Esa no es la historia de ahora sino de los últimos 30 años. La democracia argentina es muy poco democrática. Parafraseando a Lenin: cada tanto nos dan la oportunidad de elegir cuál de estos aristócratas nos van a seguir esquilmando.