por Pablo Pozzi
Para mi gran chasco y sorpresa ganó Milei… por más de 11 puntos, o sea, tres millones de votos. Lo peor: ganó todas las provincias excepto Formosa, Santiago del Estero (dos feudos históricos) y la provincia de Buenos Aires. En esta última, Massa ganó apenas por un poco más de uno por ciento. Perdió Massa, perdió Pozzi. No porque lo votara, sino porque pensé que ganaba Massa por algo así como tres por ciento; todo mientras deseaba que ganara cualquiera de los dos, pero por un pelito, así gobernaba muy condicionado.
Un amigo me había dicho que los números reales de los encuestadores daban Massa arriba por cuatro puntos; pues nones. Mi encuesta personal daba Massa ganando, quizás porque tengo contacto con muchos universitarios de Humanidades (todos pro Kirchner), muchos zurditos (la mayoría por el voto en blanco o la abstención) y muchos cordobeses que indudablemente debían ser vergonzantes y no decían qué pensaban. En Córdoba, Milei arrasó con 74 % (el voto «fernet»: tres partes Coca Cola, una parte fernet). Pero debería haber mirado más de cerca. Una banda de obreros de construcción que conozco me dijo hace ya meses que eran hinchas de Milei; ídem varias empleadas domésticas. Y el sábado pasó por casa la Vero, docente, divorciada que es el sostén de sus varios hijos. Luego de preguntarme qué pensaba votar yo («no sé», dije) me confesó que votaba a Milei «porque los odio» (a los K). Y sí, lo que nadie mide es el factor odio. Eso ha hecho que hasta beneficiarios de los «planes platita» les voten en contra, incluyendo a los que reciben los varios subsidios IFE, AUH, etc. Es un odio no ideológico, sino mucho más profundo y atávico. Es el odio del tipo al que le han mentido tantas pero tantas veces que te mira y ve todo rojo. Digamos, es el tipo que cobra una jubilación de 50 dólares mensuales; o el que recibe un bono de 15 dólares; o el que gana 500 y la autoridad impositiva lo obliga a llenar papeles mil porque tiene «altos ingresos». Todo mientras uno ve que viajan en yates, viven en mansiones y acumulan fortunas. Ni hablar de la mentira como acto de gobierno: la increíble cantidad de declaraciones de defensa de la educación pública mientras se cae a pedazos; el hablar de las mejoras en salud y cuando uno va al hospital resulta que ni medicinas hay; o que vamos a resolver la inseguridad, mientras se roban la casa de la esquina (y en eso anécdota de pueblo: cuando asumió el nuevo comisario, descubrió que el anterior había vendido como hierro las rejas de los calabozos por lo que le pidió a los vecinos que donaran rejas nuevas). Ni hablar del discurso de respetar el federalismo cuando las tarifas de servicios y de transporte en Córdoba son el triple que en el gran Buenos Aires. Como dijo Confucio: «Cuando en un país reina el orden, es una vergüenza ser hombre pobre y común. Cuando en un país reina el caos, es una vergüenza ser rico y funcionario».
Lo increíble es que los progresistas kirchneristas no hacen más que elegir pésimos candidatos para enfrentar a la derecha. El anodino e incompetente Scioli enfrentó a Macri en 2015; como Macri fue otro incompetente, el inútil de Alberto Fernández le pudo ganar; y ahora eligieron a Massa que no pudo retener ni la adhesión de sus vecinos en Tigre. Massa era el candidato que prometía resolver la inflación y la pobreza, si bien como ministro de Economía no había hecho más que empeorar las cosas. En síntesis, creo que muchísimos votos de Milei fueron votos anti Massa; si bien hubo unos cuantos votos fascistas.
Ahora, ¿es Milei un fascista? La pregunta me tiene un poco harto porque revela una superficialidad de análisis pavorosa. Esta más o menos a la altura de que votar a Obama puso fin al racismo norteamericano. O que elegir a Lula llevó a los obreros al gobierno de Brasil. El problema nunca es el individuo sino las fuerzas sociales y políticas en las que se sustenta. Si Dimitrov tenía razón y el fascismo es «la dictadura salvaje del capital financiero», pues en Argentina hace mucho que tenemos fascismo. Si limitamos y equiparamos fascismo a represión y racismo, pues sí y no. Si porque es factible que los niveles represivos (ya de por si bastante altos) aumenten aún más, y porque el racismo es algo constituyente del liberalismo argentino que supo hablar de la inmigración como «el aluvión zoológico», y que equipara a trabajadores con esclavos tildándolos de «negros». No porque quién sabe si eso va a pasar.
Creo que, si es o no fascista, me importa muy poco, al lado de si puede llevar adelante su proyecto. En eso es difícil hacer pronósticos, no solo porque la situación está más que fluida, sino porque la política argentina es la del hipócrita y oportunista, donde no importan los principios sino el «qué me das». Hasta el día de ayer, domingo electoral, Massa contaba con mayoría en diputados, casi dos tercios de los senadores, amplia mayoría de intendentes, casi todos los gobernadores y movimientos sociales, un importante sector de lo que fue el PRO de Macri y gran parte de la UCR más los socialistas, el PCA, el PCR y una sarta de otros y un amplio apoyo entre sindicalistas y empresarios, el poder judicial (hasta la Corte Suprema los trató con deferencia), y las embajadas de las grandes potencias. Lula mandó a sus asesores a apoyarlo, Biden envió saludos, el chino Xi ofreció yuanes. Y los medios, todos menos La Nación, lo trataban con deferencia y no fogoneaban los escándalos de corrupción de su gobierno. Digamos, si ganaba Massa contaba con gran parte de los factores de poder para poder hacer «su» programa sin trabas. ¿Y ahora? Quién sabe. Primero, porque como todos son oportunistas, más de uno va a descubrir que siempre fue mileísta. Luego, porque la coalición perdedora estaba tan atada con alambre como la coalición ganadora. Y el triunfo tiene muchos padres, y la derrota es huérfana. ¿Lograrán mantener unido al bloque parlamentario opositor o se van a matar los barones peronistas con los chicos cuarentones de La Cámpora? ¿Y los gobernadores? La mayoría viven de dádivas del gobierno central; o sea, son oficialistas siempre. Los empresarios seguirán haciendo negocios.
Lo que sí es factible es que Milei se enfrente a una fuerte movilización popular cuando trate de implementar sus propuestas, sobre todo porque la burocracia sindical y los movimientos sociales que se mantuvieron quietos durante cuatro años, no tienen ahora interés en frenar nada. La otra cuestión es que La Libertad Avanza es una bolsa de gatos, que incluye neoliberales inteligentes como Diana Mondino, neofascistas como la vice Villarruel, oportunistas como Ramiro Marra, impresentables como Carolina Píparo y chiflados por el poder como Karina Milei y Carlos Kikuchi. Esto se les complica por la alianza con Macri y Bullrich (cada uno con su tropa). ¿Cómo repartir el Estado para satisfacer a todos? Ni hablar de ¿cómo implementar una política coherente (horrible pero coherente) con una mezcla de fundamentalistas, animalitos de Dios y neoliberales furiosos? En síntesis, el año que viene debería ser caótico, pero con ventajas para sectores exportadores que perciben dólares porque en la desesperación el gobierno va a facilitarles los negocios a estos sectores para acceder a divisas.
La dupla Massa-Fernández esta dejando un país quebrado detrás de sí. Las cifras del Banco Central revelaron ayer que las reservas son negativas en 18 mil millones de dólares, digamos tres veces el superávit comercial del país. O sea, estamos en el mundo ideal para que Milei pueda hacer un ajuste salvaje (insisto que no es ajuste sino ofensiva del gran capital y que viene desde hace rato). En esto Milei va a ser continuidad de Massa. ¿Quién lo va a cuestionar si la otra opción es cerrar el país e irnos a otro lado?
Pero creo que lo importante no es tanto la coyuntura, sino que reflexionemos sobre porqué ocurre esto. Insisto que es un fenómeno mundial (como han dicho muchos), y que es un fenómeno nuevo en la Argentina. Y ahí hay que hacer una autocrítica: 19 años de gobiernos kirchneristas «supuestamente progresistas», cuatro años de Macri y el resultado es el crecimiento desmedido de la ultraderecha. Insisto que, en realidad, los K no fueron progres, sino que eran neoliberales disfrazados de progresistas. Las políticas de identidad, la así llamada «inclusión» de los subsidios, las leyes de cupo laboral trans mientras el desempleo no hace más que subir, la insistencia en el lenguaje inclusivo mientras la educación pública no hace más que deteriorarse, el negocio de los derechos humanos… todo no ha hecho más que enajenar a las grandes masas. Todo mientras la izquierda no da respuesta alguna, y mientras los K insisten que si cuestionas algo es porque «sos facho».
Sin mucha opción, y con la desesperación de una sociedad que vive cada vez peor (y que sus gobernantes pretenden que naturalicen eso), la gente aquí, en USA y en todos lados, vota al que genere una explosión en este sistema cruel e injusto. Milei promete eso, aunque no lo vaya a hacer, porque al fin y al cabo igualito que Trump y Meloni, es parte del sistema que dice denostar. Mientras tanto, lo que habrá es caos… la Teoría del Caos nos dice que con el caos surgen oportunidades y que es necesario para evolucionar. Todo puede ser. Pero también capaz que Borges tenía razón cuando dijo: «El mundo, para el europeo, es un cosmos en el que cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce; para el argentino, es un caos». Pero como yo sigo convencido que la clase obrera y el pueblo son el futuro no puedo evitar pensar que «del caos surgirá la anarquía». Eso sí, solo si los zurdos nos alejamos de las huevadas como las políticas de identidad y volvemos al clasismo y a la militancia gris y cotidiana. Mientras tanto a veremos de resistir la ofensiva del gran capital.