por Rafael Bitrán
Se sucedieron más de «Nueve semanas y media» del accionar del actual gobierno y el «desnudo» total y grotesco del capitalismo «dignificado» sigue avanzando a pasos agigantados. Las nuevas políticas han corrido gran parte de los velos mistificadores del capital. Todo, todas y todos somos presentados como mercancía. El discurso del poder, devenido en predominante, lo enuncia con orgullo. Pareciera existir un importante consenso en el sentido común: ya que somos capitalistas, tanto mejor serlo completamente, sin cortapisas, intermediarios políticos y elementos de cooptación que regulen sus consecuencias más terribles. El discurso «antisistema», en una siniestra paradoja, presenta como único camino para el crecimiento, la profundización en lo más esencial del propio capitalismo.
Como en la mencionada película clase B de los 80, cada prenda que cae va conformando un escenario grotesco y bizarro. La libertad de mercado y la regresión distributiva son presentadas como la única receta posible ante el tan temido infierno populista/hiperinflacionario. La «salvación» se ve acompañada por un discurso mesiánico surrealista: la conexión con un perro fallecido, el poder de las «fuerzas del cielo» y una luminosidad intangible al final del camino… Así, millones de personas están convencidas que la salida es pagar más caros todos los bienes y servicios, que sus salarios pierdan poder adquisitivo, que la «justicia social» es una estafa, que lo colectivo es nauseabundo y corrupto. En aras del déficit fiscal cero y un futuro «mejor», en el cual los enriquecidos capitalistas compartirán generosamente sus ganancias, se festeja el despido de empleados públicos, el cierre de un instituto contra la discriminación e infinitos recortes en la obra pública y la cultura.
Mientras el discurso y la práctica política de los mal llamados «libertarios» desnuda la esencia del sistema capitalista, su estrategia se complementa con un proceso discursivo sostenido en una falacia que conlleva una dialéctica de blanqueo/ocultamiento fundamental. Por un lado, es la «Casta» la culpable de todos los males de nuestra existencia. Políticos, sindicalistas y diferentes sectores relacionados con el poder estatal y social, son sindicados como los responsables de trabar el desarrollo económico para defender sus privilegios. Pero, aun cuando la falacia discursiva del poder se apoye en (y reproduzca) realidades ciertas y muy presentes en el sentido común, eso no impide que, como toda falacia, esconde mucho más que lo que devela. Oculta la parte de la «casta» tradicional presente en el gobierno (P.Bullrich, L.Caputo, F.Sturzenegger, entre los más notorios). Y, centralmente, logra invisibilizar el papel de los poderes económicos más concentrados. Mientras más se ataca a la «casta corrupta» y se insiste en disminuir gastos que no terminan de sumar porcentajes minoritarios, más se desplaza de la escena a la «casta» invisible que acumula millones y eleva su ganancia día a día.
No puede dejar de mencionarse que esta casta, «invisibilizada» como tal, es justamente el sector que nunca ha dejado de tener una porción clave y predominante en lo político-económico y la cual, como pocas veces en nuestra historia contemporánea, está logrando impulsar en tiempo récord la desaparición de importantes trabas a la libertad de la plusvalía. Y eso, aun cuando todavía está en disputa la cuestión central de la flexibilización laboral. No son pocas y pocos los que cantan loas a esta acumulación e intentan convencer y convencerse que será la parturienta de la soñada Argentina Potencia.
Sería infantil, simplista y absurdo pensar que el éxito de esta estrategia es solo resultado de un astuto y audaz armado ideológico. Que si pudiera encontrarse la forma de desarmar esta mistificación, sería fácil revertirla. Es imposible desconocer la influencia de una larga e histórica serie de denuncias y campañas «antiestatistas»/«antipopulistas» comandadas y dirigidas por grupos mediáticos muy poderosos. Ya en los años 80, podemos recordar el programa «Tiempo Nuevo». No obstante, esto no invalida el hecho de que algunas de esas denuncias –corrupción estatal, sobreempleo, coimas, soberbia política, burocratización sindical, endeudamiento escandaloso con el exterior, etc.– en varios casos tengan fundamentos. Y, todo ello, amplificado en el contexto del último gobierno que, más allá de la pandemia, la sequía y una oposición siempre destructiva, se quedó a medio camino en cualquier tipo de medidas de redistribución de ingresos, profundizando así la desigualdad distributiva y la estampida inflacionaria.
De este modo, una parte importante de la sociedad percibe, sin siquiera diferenciarlos, a todos los últimos gobiernos (sus componentes y componendas) como los únicos responsables de la crítica vida socioeconómica del presente. Así, la falacia neoliberal (no puedo dejar de negarme a utilizar el término libertario y, menos aún, siquiera emparentar con el espíritu combativo de miles de anarquistas que dejaron sus vidas en la lucha por suprimir la propiedad privada) encuentra un fuerte sustento en aspectos de la experiencia cotidiana. En este contexto, la llegada al gobierno de un proyecto neoliberal radical, requiere una explicación mucho más compleja que la sola denuncia a los medios de comunicación hegemónicos y el manejo de las redes.
En el sentido de buscar explicaciones de mayor complejidad, también creemos importante señalar que este proceso no puede comprenderse solo desde los cambios en el plano ideológico. La ideología no se construye ni solo, ni principalmente, desde la esfera de las ideas. Las prácticas sociales (siempre colectivas, aun cuando parezcan individuales) son una parte fundamental en su construcción. Los comportamientos sociales no solo expresan una manera de concebir el mundo. En una relación dialéctica, también la forman, la conforman y la reproducen de manera continua y cambiante.
Es en este sentido que, para comprender mejor la formación/penetración del sentido común promedio que sostiene un modelo como el propuesto por el neoliberalismo sin cortapisas, debemos también detenernos en las transformaciones en la estructura laboral, en las formas de comunicación y en las maneras de interacción social de las últimas décadas.
El achicamiento cuantitativo de los sectores obreros industriales, el crecimiento del sector servicios, el aumento exponencial del trabajo virtual e informal y la inestabilidad laboral, son procesos materiales determinantes en nuestra sociedad del siglo XXI. Si a ello le sumamos millones de personas conectadas de manera casi permanente y/o adictiva a la tecnología (como potenciales compradores, consumidores de juegos, espectáculos, noticias, etc..), no extraña la configuración de nuevos modos de pensar/vivir/concebir la existencia. Siendo algo que excede las posibilidades del autor y de este texto, nos atrevemos, no obstante, a proponer una hipótesis: que todas estas profundas transformaciones estructurales ayudarían a explicar una concepción más individualista, narcisista y, en definitiva, meritocrática de la vida social. Justamente, en este punto, podemos entroncar perfectamente con la propuesta clasista del capital «dignificado». Desde esa mirada del mundo, el problema ya no es el capitalismo. Por el contrario, el obstáculo es ahora aquellos y aquellas que, por defender sus intereses de «casta» (como intermediarios del sistema) evitan el ascenso de los/las más aptas, distribuyendo entre quienes «no se lo merecen» y aprovechando para quedarse indebidamente con una porción de la riqueza generada por las «personas de bien». Lo colectivo y estructurado durante décadas, oponiéndose a la libertad del mercado en una sociedad «líquida» donde la realización de la existencia cada vez toma una mayor apariencia de individualidad.
No extraña, por ello, que el actual presidente no se canse de hablar de la decadencia de los últimos cien años. Precisamente, ubica el comienzo del declive argentino en el momento en que se termina con el fraude masivo como forma de elegir los gobernantes. Cuando los sectores predominantes de la economía y la sociedad se vieron obligados (con diferente intensidad, según el período) a compartir parte de su poder antes absoluto. El modelo a seguir es Julio Argentino Roca, figura emblemática de la estructuración del capitalismo en la Argentina. La decadencia, está representada por la llegada al poder del «populismo» de Hipólito Yrigoyen a través del voto popular. El deseo a alcanzar, es un país «atendido por sus propios dueños» (proyecto que el macrismo no logró consolidar). El «menú» presenta distintos «platos» que solo podrían ser adquiridos mediante el esfuerzo y la capacitación personal. Todas y todos están invitados al «festín» capitalista. Quienes no logren apropiarse ni siquiera de las migajas, será por sus incapacidades individuales.
En estas coordenadas, puede pensarse que el «proceso de reorganización nacional» que propone el nuevo gobierno, busca su correlato con el intento de construcción de una alianza de sectores de clase sui generis en nuestra existencia como país. Una alianza entre los sectores más concentrados del capital financiero y exportador, con los millones de desclasados, trabajadores informales/uberizados, cuentapropistas y diferentes sectores «antisistema» (sumando, como no podía ser de otra manera, a las expresiones políticas históricamente más reaccionarias). Estos últimos, sectores que no casualmente, por su inserción específica en la estructura socioeconómica, generalmente perciben sus existencias como resultado del devenir solo personal.
La concreción de este proyecto no será de ninguna manera fácil. Aún sin contar las diferentes resistencias sociales que enfrenta y deberá enfrentar, ¿cuánto puede sostenerse esta alianza solo en el discurso de la herencia recibida, en la denuncia de la casta corrupta, las distracciones en Twitter y la promesa de un prominente futuro lejano si uno se esfuerza y las «fuerzas del cielo» vienen en nuestra ayuda? ¿Cuánto, sin ofrecer una base material concreta de mejora para esos sectores sociales?
Al menos en estos tres meses de gobierno, el capitalismo puede presentarse en toda su desnudes, sin vergüenza ni tabúes. Por el contrario, en un pase casi mágico, es el otrora «capitalismo humanizado» (un oxímoron, en última instancia, pero que mejoró las condiciones de vida de millones en nuestra historia) el que, impulsado por los estados de bienestar y los denostados «populismos», quien aparece como corrupto, grotesco y causa de todos los males. El «Dios Mercado» ya no necesita mistificaciones. En estos tiempos de distopía, son muchos y muchas las que cantan alabanzas a su aplicación lo más salvaje posible. Tal vez, sea el comienzo de un verdadero sincericidio. Como siempre, será la dinámica de las relaciones de fuerzas sociales la que irá determinando cómo continuará este doloroso proceso de distribución regresiva y aumento de la explotación. En solo noventa días, la ofensiva del neoliberalismo radical está socavando la vida material y afectiva de millones. Comprender sus especificidades, es una de las tareas necesarias para articular una resistencia urgente y efectiva.