por John Bellamy Foster*
Hace tres años y con motivo de sus bodas de plata, Contemporary Sociology, la revista de la American Sociological Association que publica reseñas bibliográficas, incluyó en su número aniversario una sección especial acerca de los diez libros más influyentes de los últimos veinticinco años. Cada uno de los libros que tuvo el honor de ser escogido por el comité editorial fue evaluado nuevamente por una figura de renombre en la materia. Uno de los elegidos fue Labor and Monopoly Capital de Harry Braverman1, y el sociólogo encargado de describirlo fue Michael Burawoy. Su artículo, cuyo significativo título fue «A Classic of Its Time» [Un clásico de su tiempo], comenzaba de la siguiente manera:
“Existen dos tipos de clásicos: los que recordamos y los que olvidamos. Aquellos a los que volvemos una y otra vez constituyen una fuente de inspiración continua pues tienen la suficiente profundidad para mantenerse en vigencia, y gracias a su polivalencia y a los múltiples niveles de significación, siguen generando nuevas interpretaciones. Tales obras no surgen con frecuencia; más comunes son aquellos clásicos que causan una única impresión y por ende los efectos son más efímeros. Transforman un campo determinado, pero luego éste los absorbe y aparecen otras obras que los superan. Labor and Monopoly Capital, de Harry Braverman, corresponde a este último grupo. Si bien reunió y reconfiguró la teoría de la estratificación y la sociología del trabajo, con repercusiones en la sociología política, no constituye una meca a la que hacemos continuas peregrinajes ya que el campo siguió avanzando y a sus aportes se los considera convensionales.”2
A continuación, Burawoy describe lo que, a su entender, son los numerosos defectos de Labor and Monopoly Capital y explica de qué manera una sociología más científica logró superarlo. En su opinión, Braverman comienza y termina su análisis con una idea muy simple: «lo que se ha dado en llamar ‘la hipótesis de la erosión de habilidades’» según la cual «la patronal, profundizando la división del trabajo, en especial la división entre el trabajo mental y el manual, se apodera del control que tienen los trabajadores…» El autor se pregunta: «¿Acaso es posible que una tesis tan simple y hasta poco original transforme el campo de la sociología?»
Esto de debe, según él, a que la sociología del trabajo y la teoría de la estratificación no estaban del todo consolidadas en el momento en que Braverman escribió su libro. Hasta comienzos de la década del 70, estas áreas de la sociología consistían, en gran medida, en «un subjetivismo que se centraba exclusivamente en las respuestas frente a estructuras determinadas y una falta de historicismo que consideraba a dichas estructuras como naturales e inalterables». Lamentablemente, dice Burawoy, Braverman, al refutar esto, presentó un objetivismo casi tan desequilibrado como el subjetivismo que remplazaba.
«A los individuos ya no se los considera átomos que se mueven en un espacio socioeconómico, sino que se los despoja de toda capacidad de acción y se los convierte en «efectos» de los puestos que ocupan… [Según Braverman] los trabajadores no son racionales ni irracionales sino que carecen de toda subjetividad. Se convierten en objetos de trabajo, apéndices de máquinas, un instrumento más de la cadena de producción, ejecutores de conceptos empresariales». Incluso, Burawoy se anima a afirmar que, según la teoría de Braverman, «la oposición entre los obreros y la patronal» queda relegada «a los márgenes de la historia». Agrega, asimismo, que «la tesis simple de la polarización» con respecto a las habilidades «no es adecuada. El mismo Braverman había reconocido que el número de nuevas ocupaciones calificadas que se generaban contrarrestaba, aunque de manera poco significativa, la erosión progresiva de las habilidades».
Pese a que Labor and Monopoly Capital «le devolvió al capitalismo su historia y especificidad «, no pudo proporcionar, según Burawoy, las bases para un enfoque verdaderamente científico. En su artículo dice: «No tardaron en surgir críticas que cuestionaban el hecho de que Braverman reducía el concepto del control de los trabajadores a la expropiación de las habilidades». Según Braverman, «la patronal era una caja negra que no hacía más que transmitir las presiones del mercado a la expropiación del control» mientras que ciertas investigaciones más recientes ponen atención en el «proceso laboral gerencial». Andrew Friedman, entre otros, cuestionaba el «sesgo objetivista» de Braverman cuando recalcaba la manera en que los empresarios buscan la «aprobación de sus metas empresariales».
Los historiadores laborales, por su parte, siguieron la línea de E.P. Thompson y adoptaron un enfoque subjetivista que hacía hincapié en el hecho de que la clase trabajadora se formó a sí misma, describieron las luchas de los trabajadores contra la erosión de las habilidades y abrieron paso a los estudios etnológicos de la clase trabajadora dentro de la sociología.
No cabe duda de que si se toman en cuenta todos estos elementos, «Labor and Monopoly Capital se podría ampliar» para presentar una teoría más abarcadora. «Sin embargo», Burawoy se pregunta: «¿de qué manera ese análisis podría ayudarnos a comprender la estructura de clases actual?» El autor afirma que Braverman no toma en cuenta «las dimensiones mundiales de la producción» que nos preocupan hoy en día, en un momento en el que «la estructura de clases se encuentra al mismo tiempo globalizada y localizada ya que depende de cadenas internacionales de bienes de consumo y de una especialización local. Algunos incluso argumentan, sostiene Burawoy —si bien en este caso el autor reconoce que «una dosis de Bravermanía no vendría mal»— que hemos atravesado una «segunda división industrial», o hemos pasado del fordismo al posfordismo, en la que el proceso laboral se encamina hacia «una especialización flexible y una fuerza laboral con múltiples habilidades», con lo que se deja atrás al taylorismo que fuera el objeto de análisis de Braverman. Así, Labor and Monopoly Capital continúa siendo «Un clásico de su tiempo», no del nuestro.
Lo que me resulta más fascinante sobre este argumento no son estas críticas en sí mismas sino el hecho de que Burawoy es incapaz de sostener su opinión. Luego de atacar continuamente el análisis que realiza Braverman, el autor concluye su evaluación de la siguiente manera, como si estuviera decidido a contradecir su propia tesis:
“El hecho de que Labor and Monopoly Capital haya sido absorbido por la corriente principal de las ciencias sociales tuvo sus consecuencias: se ha sacrificado su importancia crítica. Hemos perdido de vista ‘La degradación del trabajo en el siglo XX’. Braverman partió del artesano, que se siente realizado con la creación de objetos que concibió primero en su mente, y llegó a vislumbrar un futuro alternativo, un socialismo en el que no volvería el artesano, sino que recombinaría la teoría y la práctica en el plano colectivo para forjar una sociedad basada en una planificación democrática. Esta doble crítica desde el punto de vista de un pasado que se desvanece y un futuro utópico se diluye fácilmente en una maraña de «explicacion» científica. Más aún, al eclipsarse la crítica materialista, se abre la puerta hacia un idealismo: la estructura disuelta en una construcción lingüística y la historia que se redujo a un relato. La experiencia se convierte en discurso, la opresión se convierte en palabras y más palabras. La domesticación de la crítica y el giro interpretativo culminan en la separación entre los intelectuales y la clase obrera.”
De más está decir que estamos frente a una enorme paradoja. Por un lado, se nos dice que el modelo de Braverman es demasiado simplista y que ha sido superado científicamente. Por otro lado, se nos dice que dicho material sacrificó la crítica tras «una maraña de ‘explicación’ científica». Debería sonarnos una campana de alerta cuando Burawoy se lamenta porque la sociología del proceso laboral, que Braverman inspiró, ha perdido de vista a «La degradación del trabajo», a la «doble crítica» que hace Braverman, es decir que ha perdido de vista a todo vínculo con la clase obrera; también cuando reconoce que Braverman fue «domesticado», «absorbido por la corriente principal». De hecho, tal como lo expresara Peter Meiksins de manera muy convincente, la literatura sobre el proceso laboral pronto se volvió en contra de sus propios orígenes. Comenzó haciendo una burda interpretación reduccionista de Braverman, luego pasó a calificar los resultados que él obtenía, y culminó, en el caso de algunos críticos, «dando un giro de trescientos sesenta grados para arribar a una visión de las relaciones laborales que ya existía en el momento en que se escribió el libro». Así es como se reafirma la hegemonía ideológica.3
Ya que hemos llegado a este punto, me gustaría hacer un comentario sobre la interpretación reduccionista que se hizo de Braverman. En primer lugar, se suele afirmar que toda su teoría consiste, simplemente, en una «hipótesis sobre la erosión de habilidades» según la cual los trabajadores sufren la expropiación de sus habilidades. Si bien no cabe duda de que el tema de la polarización de habilidades es central en el análisis que hace este autor, el fenómeno todo de «la degradación del trabajo» (una suerte de equivalente material de lo que Marx, en sus momentos más filosóficos, denominó «alienación») ha sido siempre mucho más abarcador y su implicancia va más allá de la simple «erosión de habilidades», frase que Braverman nunca utilizó. En realidad, el autor se interesa por un tema más amplio: «la estructura de la clase obrera y los cambios que ésta había sufrido», que, para él, era cómo se había producido la proletarización de los trabajadores. Para él, la esencia del proceso de proletarización radica en el hecho de que «en todo proceso laboral existe una estructura que separa en polos opuestos, por un lado, a aquellos cuyo tiempo es infinitamente valioso y por otro, a aquellos cuyo tiempo no vale prácticamente nada. Esto hasta se podría considerar como la ley general de la división capitalista del trabajo».4
En segundo lugar, si bien Braverman, quien no tuvo reparos en admitirlo, no incluye el tema de la conciencia de clase en su trabajo —el motivo que da es que «a falta de más experiencias concretas [del tipo representado por la década del 30′], la discusión [en estos términos] tiende a convertirse en un cliché, una apología y la repetición de viejas fórmulas»— resulta imposible demostrar que el autor ignore la lucha de clases, tal como se ha insinuado. Más bien, se interesa por en el desarrollo histórico de la gerencia entendida como aquella que encarna las características que «Clausewitz le asigna a la guerra… es movimiento en un medio resistente porque implica dominar masas refractarias». Al igual que Marx, Braverman cree que el proceso laboral, además de ser un proceso de explotación, es una lucha por obtener el dominio del trabajo (y las condiciones de vida), cuyo resultado lo determina «el respectivo poder de las fuerzas en combate». Su gran logro en el plano teórico es el habernos hecho entender mejor la lucha de clases explicando que es una lucha que se libra minuto a minuto, segundo a segundo, en el marco del proceso laboral (muy alejada de la lucha política tímida que lleva a cabo la clase obrera «para sí misma»). Esto lo ilustra Braverman cuando habla de la organización científica y de las «tablas Therblig» creadas por Gilberth, en las que se desglosan las tareas que realizan los operarios en micromovientos de diez milésimas de minuto para poder separarlas, reorganizarlas y combinarlas, y aumentar así el control patronal sobre los obreros y, por ende, el grado de explotación. Esta manera de explicar la gestión administrativa, como un imperativo de clase constituye una innovación fundamental.5
Más aún, el enfoque de Braverman, según el cual la clase tiene su origen en la apropiación de la plusvalía que obtiene el productor directo, dio lugar a una reconceptualización de la idea de clase en la teoría marxista como una relación de explotación (en contraposición a una noción más estructuralista de la relación con los medios de producción), que encaja, curiosamente, con la obra de E.P. Thompson (a quien se lo suele considerar la contracara subjetivista del objetivismo que presenta Braverman), y así inspiró a estudios críticos en esta materia por parte de posteriores pensadores como Ralph Miliband y Ellen Meiksins Wood.6
En tercer lugar, aunque a Braverman a veces se lo critica por centrarse exclusivamente en el taylorismo, y por ende en un período limitado del desarrollo de la administración, que luego fue desplazado por el llamado «fordismo», dichas críticas no perciben el significado teórico más amplio de la crítica que hace el autor a la organización científica. Según él, Taylor constituye la clave para entender el proceso laboral porque desglosó los fundamentos de la administración capitalista en sus elementos principales y, al igual que Marx, consideró a este proceso analizable desde el punto de vista de clase, es decir, como un imperativo clasista inherente a la creación de una división pormenorizada del trabajo, lógicamente independiente de la maquinaria. Tal como sostiene Braverman siguiendo a Marx —pero también ampliando la teoría marxista en un contexto capitalista monopólico—, la máquina se hace posible, en parte, gracias a estas tendencias; en parte, también, surge para acelerar dichas tendencias, cuyo carácter esencial no está en la lógica de la máquina misma, sino en el principio clasista de la división del trabajo.
Lo que Braverman hizo entonces fue lanzar un duro ataque contra el determinismo tecnológico, o el mito de la máquina. Uno de los principales problemas que se observa en aquellos que hoy en día se centran en el llamado «fordismo» o «posfordismo» es el hecho de que a menudo se reintroduce el determinismo tecnológico como parte esencial del proceso, contrariamente a lo que opinaban Marx y Braverman. Esto, obviamente, coincide con la corriente principal de la sociología. Fue Weber, no Marx, quien, en su obra más famosa, escribió que hoy en día «las condiciones técnicas y económicas de la producción mecanizada… determinan la vida de todos los individuos que nacen dentro de este mecanismo… con fuerza irresistible».7
Por último, para quienes sostienen que el análisis de Braverman se restringe al proceso laboral y a un contexto nacional determinado, y que por ende se tornó anacrónico debido a la globalización de la economía mundial, sólo cabe mencionar que el alcance de la crítica que hace autor abarca también la aparición del «mercado universal» y la transformación de la vida misma en una mercancía. Por ejemplo, su análisis sobre la transformación de los alimentos en mercancías mediante el procesamiento de los mismos —la incidencia de esto sobre la agricultura, la estructura familiar y la manera en la que se organiza la relación del hombre con el medio ambiente— es innovador tanto en lo que respecta a la universalización del capitalismo (que penetra toda esfera espacial y temporal) como a la transformación de la relación con el medio ambiente. No cabe duda de que a través de su crítica a la organización científica, que surgió en el proceso laboral pero se fue extendiendo a todos los ámbitos de la sociedad capitalista, Braverman se encamina hacia una crítica a las leyes de movimiento del propio capitalismo monopólico mundial: la universalización del mercado. Según sus palabras: «Sólo en su era de monopolio el modo capitalista de producción rige todas las necesidades individuales, familiares y sociales, y al subordinarlas al mercado, también las reformula para que respondan a las necesidades del capital». Para Braverman, el análisis del desarrollo del proceso laboral bajo el capitalismo constituye la clave para realizar una crítica del sistema en todos sus aspectos, que se extiende mucho más allá de lo que es la producción, y traspasa todas las estrechas fronteras nacionales.8
Tal vez Burawoy tenga razón en un punto: si bien Labor and Monopoly Capital es un clásico, no es de esas obras que perduran en el tiempo. Es una obra de crítica revolucionaria dirigida al capitalismo, una sociedad que se sitúa en un momento particular de la historia. Al igual que todos los grandes pensadores marxistas, Braverman espera que la lucha de clases algún día deje anticuada a su obra, es decir, que ya no sea directamente aplicable a la sociedad, sino sólo de interés para historiadores. No dudo que esto ocurrirá algún día, pero por ahora y en el futuro inmediato, su obra es una herramienta que pertenece a la lucha de clases, y que sólo podemos dejar de lado bajo nuestra responsabilidad.
* John Bellamy Foster es miembro del consejo directivo de la Monthly Review Foundation y enseña sociología en la Universidad de Oregón. Escribió la «Introducción» a la nueva edición de Labor and Monopoly Capital de Harry Braverman que se publicará en febrero de 1999. Traducción de Carolina Beascoechea.
1 NdT: Existe una versión castellana: «Trabajo y capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX» (México DF: Nuestro Tiempo, 1975)
2 Michael Burawoy, «A Classic of Its Time», Contemporary Sociology, vol. 25, no. 3 (Mayo, 1996) pp. 296-99. Las demás citas de Burawoy, pertenecen a esta fuente salvo que en el texto se indique lo contrario.
3 Peter Meiksins, «Labor and Monopoly Capital for the 1990s: A review and Critique of the Labor Process Debate», Monthly Review. Vol. 46, no 6 (Noviembre 1994), p. 46. Véase también John Bellamy Foster, «Labor and Monopoly Capital Twenty Years After: An Introduction», Monthly Review. Vol. 46, no 6 (Noviembre 1994), pp. 1-13.
4Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital (Nueva York: Monthly Review Press, 1974), pp. 3, 83.
5 Braverman, «Two Comments», en Rosalyn Baxandall, et al., Technology, the Labor Process and the Working Class (Nueva York: Monthly Review Press, 1976), p. 123, y Labor and Monopoly Capital, p. 67; Marx, «Value, Price and Profit», en Karl Marx y Frederick Engels, Collected Works, vol. 20 (Nueva York: International Publishers, 1985), p. 146.
6 Aunque el concepto de clase, en la teoría marxista, se lo define comúnmente como «relación con los medios de producción», es más exacto, desde el punto de vista de la propia teoría de Marx, considerarlo como una relación con el proceso de explotación, definiendo a la explotación como la manera en la que se le extrae la plusvalía al productor directo. Véase G.E.M. de Ste. Croix, The Class Struggle in the Ancient Greek World (Londres: Duckworth, 1981), pp. 31-52. En The Making of the English Working Class se puede ver hasta qué punto la noción de clase que presenta Thompson comenzó con el concepto de explotación; aquí el autor le dedica un capítulo al tema. Véase E.P.Thompson, The Making of the English Working Class (Nueva York: Vintage, 1963) pp. 189-212, y el tratamiento relacionado con este tema en Ellen Meiksins Wood, Democracy Against Capitalism (Nueva York: Cambridge Universuty Press, 1995), pp. 76-107. Para conocer el enfoque de Miliband véase Ralph Miliband, Divided Societies (Nueva York: Oxford University Press, 1989), pp. 1-6.
7 Max Weber, The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1976), p. 181. Para obtener una crítica del concepto de fordismo, véase John Bellamy Foster, «The Fetish of Fordism», Monthly Review, vol. 39, no. 10 (Marzo, 1988), pp. 14-33.
8Braverman, Labor and Monopoly Capital, p. 271. Es importante entender que para Braverman el capitalismo monopólico no se limita a los EE.UU. o incluso a los países capitalistas desarrollados. Por el contrario, «El capitalismo monopólico… abarca el aumento de organizaciones monopólicas dentro de cada país capitalista, la internacionalización del capital, la división internacional del trabajo, el imperialismo, el mercado mundial y el movimiento mundial de capitales, y los cambios en la estructura del poder del estado». Ibídem, p. 252. Así, la teoría que presenta tiene alcance universal: señala una tendencia hacia la universalización del taylorismo como consecuencia del desarrollo del capital monopolista.