Reflexiones sobre el acoso y el mundo que deseamos

por María Magdalena Pérez Alfaro

Ayer por la noche iba en el microbús, rumbo a mi casa, cuando de pronto sentí calor y algo que me apretaba la pierna derecha a la altura de la ingle: era la mano del señor que estaba sentado a mi lado (fingiendo dormir). Me moví y le grité preguntando qué le pasaba, él se levantó poniendo la clásica cara de «no sé de qué hablas» (o sea, la loca eres tú). Entonces volví a gritarle: «¡Me estabas agarrando la pierna, no te hagas! El micro iba en movimiento y, aún así, el señor se bajó y en cuestión de segundos ya estaba caminando en la acera, mientras yo arriba me quedé sintiendo el extrañamiento del resto de pasajeros que no sabían por qué había levantado la voz. Cambio de página. Hoy me llegó un largo «poema erótico» al whatsapp de un número desconocido. Pregunté: «¿Quién eres y por qué me envías esto?» Me respondieron: «¿Eres maestra verdad?» Después de varios mensajes con «halagos eróticos» del sujeto en cuestión y preguntas sin respuesta sobre su identidad, lo amenacé con reportarlo si no me decía quién es; entonces el tipo se enojó y trató de voltear la agresión diciendo que cuál era el problema si se equivocó, que mis amenazas son pueriles y que yo soy una ególatra a la que no iban dirigidos sus «poemas», pues estaban destinados a «alagar» [sic] a otra persona, «una maestra de Oaxaca». Obviamente no era así, a menos de que la tal maestra sea mi gemela desconocida, porque whatsapp tiene mi foto, así que la excusa de la equivocación no vale. Cambio de página. Una vez un chavo, en el metrobús repleto, iba pegando su cuerpo al mío y tuvo una erección; al momento de sentirlo volteé, él se dio cuenta y huyó sin darme oportunidad ni de gritar, me quedé perpleja. Confieso que casi siempre reacciono tarde, que en lo que capto lo que está ocurriendo ya se me fue el agresor. Y, a veces, cuando recibo «piropos» en la calle, no digo nada para evitar una reacción negativa, frecuentemente la ignoro, hago como que no escucho, porque además prefiero que evitar que los tipos se sientan ofendidos con mi respuesta y entonces pasen a la agresión física. Todo esto no es agradable, me digo yo. Ni que ellos me agredan ni que yo o cualquier otra mujer se «aguante» la situación. En fin… relato esto porque ayer y muchas otras ocasiones me ha tocado en la calle recibir ese tipo de agresiones, a veces por el solo hecho de caminar en la ciudad como suelo hacerlo, sola, pareciera que merezco ser «piropeada», agredida, violentada. Voy caminando por una avenida, dos hombres en un carro están conversando, voltean a verme, no importa si voy en fachas o con una gran chamarra que me cubre todo el cuerpo, paso frente a ellos y ahí viene el «piropo» con risas de colofón (valiente forma de retroalimentar al otro y premiar su ocurrencia). Y por qué, por el solo hecho de que soy una mujer sin compañía caminando por ahí (porque soy mujer, porque voy por donde están ellos, porque nadie me acompaña a transitar por su territorio; porque soy mujer y ellos tienen el poder de hacerlo, no hay consecuencias). Paso de largo, finjo no haber escuchado, pero me quedo con el trago amargo un rato, con la sensación de impotencia y molesta, muy molesta. Esto le ocurre a diario a muchas mujeres de todas las edades, por eso me he preguntado: ¿Qué pasa por la mente de esos hombres? ¿Qué pretenden cuando te hablan desde un carro? ¿Que te subas? ¿Qué esperan cuando te dicen «yo sí te la m…», «estás para cog…rte»? ¿Que regreses y les digas: «¡Pues va!»? Y no sólo eso, ¿qué hay detrás de la reacción de risa cuando le cuento lo que me ocurrió a ciertos hombres cuyo nombre no diré para no ventanearlos? ¿Cómo no se dan cuenta de que incurren en lo mismo cuando te dicen: «claro, eres una chica guapa y por eso te ocurre con más frecuencia»? ¿O sea que la culpa recae en nosotras las mujeres? (tú te vistes así, qué haces sola por la calle, por qué los provocas) ¿Acaso esos hombres no tienen libre albedrío para decidir qué hacer, cuándo detenerse? Definitivamente no es «normal» ni «natural» ser agredida sexualmente (ni de cualquier otra manera) seas el «tipo» de mujer que seas. Pero definitivamente tampoco estoy de acuerdo con que «debo cuidarme más y estar siempre pendiente de quién está a mi lado», porque no voy a vivir con miedo ni mirando a cada hombre como mi potencial enemigo, pues tengo amigos que también se indignan ante ese tipo de agresiones o a los que les ha afectado la situación contraria, por ejemplo, con mujeres que viven en la paranoia de que todo mundo les quiere hacer daño. Quiero mejor una educación por el respeto a las personas, por la libertad de ser quienes somos, como lo somos, en cualquier momento y lugar sin temor a ser violentadas… Entonces pienso que tenemos un gran reto para construir ese mundo que deseamos en todos los ámbitos de la vida, incluidas las relaciones personales y sociales. Por lo pronto, yo me sentí bien de no quedarme anoche con el coraje y haber alzado la voz en el microbús, porque casi siempre me había ocurrido algo así sin que yo pudiera siquiera decir algo al respecto.

Post Data: En México el feminicidio es considerado una epidemia silenciosa. El Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las Mujeres informó en septiembre del año pasado que se tienen documentados 12 950 asesinatos contra mujeres tan solo en el Estado de México desde 2012. En Ciudad Juárez,según Julia Monárrez, investigadora de El Colegio de la Frontera, 1 530 mujeres fueron asesinadas entre 1993 y 2014. De las casi 30 000 personas reportadas desaparecidas en lo que va del gobierno de Peña Nieto, más de 7 000 son mujeres jóvenes (12 a 25 años) y cientos de ellas son víctimas del negocio de la trata que ha crecido en el mismo periodo, según organizaciones civiles. Los estudiosos del tema no cesan en denunciar que detrás de esta terrible situación se encuentra una cultura donde prepondera la valorización negativa del papel de las mujeres en sociedad, la consideración del cuerpo de la mujer como un objeto comerciable disponible en el mercado y una educación machista persistente, condiciones que van de la mano de la impunidad, la corrupción y la violencia sistemática. Una vez más, ¡la agresión sexual no es un juego! Por todas ellas, las que se fueron, y también por las que estamos y las que vendrán, ¡¡Vivas, amadas y respetadas nos queremos!!

Comparte

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.