por Pablo Pozzi
Cuando Rubén Kotler y José María Rodríguez, nuestros editores y webmasters de esta página web, me ofrecieron hacer una columna cada tanto. Me puse a pensar qué podría yo decir de algún interés para un posible lector. Lo charlé con los amigos y alguien, no me acuerdo quién, dijo que le gustaría ser “una mosca para molestar a los poderosos”, y otro dijo “un mosquito”. Yo me acordé de la historia de mi Nonno y El Tábano.
Mi Nonno contaba de las luchas de los mazzinianos y garibaldinos por la liberación y unificación de Italia en contra de austríacos, del Papa, y de la corona de Nápoles. Entre ellos, hablaba de “El Tábano”, guerrillero ligado a la Joven Italia liberal de Giuseppe Mazzini que, según mi Nonno, había vuelto loco a los austríacos y los ejércitos papales. El Tábano golpeaba, y se iba, nunca dando una batalla frontal y dándoles ánimo a los liberales italianos.
Nunca supe si era verdad o no. Años más tarde me encontré con una novela de una independentista y feminista irlandesa que se había casado con un polaco revolucionario. Ella escribió una novela, llamada El Tábano, que retrataba en clave romántica la lucha de un guerrillero inglés en la Italia de 1830. La historia lidiaba con sus luchas y las de su banda de mazzinianos (todos pertenecían a la Joven Italia) en contra de los curas y sus aliados. La novela vendió millones de ejemplares allá por 1900 y se supone que el original de la historia era un espía inglés, Sidney Reilly, que estuvo en Italia pero mucho después de 1830 y que fue amante de la irlandesa durante la revolución rusa.
La novela fue adaptada al cine por el director Aleksandr Fajntsimmer. Shostakovich compuso la Suite “El Tábano”, basada en esa historia. Y el famoso director ruso Sergei Bondarchuk hizo una miniserie de televisión con la novela. Inspiró otras películas, operas, cuentos durante años, hasta casi desaparecer en la década de 1960.
Nadie sabe si “El Tábano” realmente existió. En el caso de mi Nonno tampoco lo sé, y no sería improbable que hubiera leído la novela y me contara el cuento dándole sus propios toques de invención. La realidad es que mi Nonno era fascista y también garibaldino, muy nacionalista italiano. Y lo que le gustaba, y a mí también, era esa imagen del ser humano que con sólo luchar por la dignidad humana y los derechos ciudadanos enloquecía al poder. Más o menos, me decía cuando me lo contaba en nuestras vacaciones, allá por 1960, como hace un tábano a los caballos, que los pican tanto que enloquecen y mueren.
Un columnista de opinión debería ser como “un tábano”. Alguien molesto para el poder; alguien que haga pensar y que llegue al corazón; alguien que reivindique lo humano, la dignidad y aquellos que aún hoy tratan de hacer un mundo mejor. Yo vivo en un pueblo chico del interior argentino que, en cierta forma, es un microcosmos de los problemas nacionales y también latinoamericanos.
Al igual que en tantos otros lados aquí se fortalecen las peores tendencias. Ha resurgido con mucha fuerza es el racismo («negros de mierda»), el odio entre sectores pobres pero con trabajo contra aquellos que no lo tienen, y sobre todo los que cobran subsidios del Estado. Más preocupante es que han resurgido con virulencia las tendencias más antidemocráticas: los llamados a mano dura, a más policía, a que metan en la cárcel a todos los saqueadores que puedan identificar, a leyes represivas; crecen los grupitos de ultraderecha y hay una reivindicación de las dictaduras. Hasta ahora la Iglesia se presenta como la única voz razonable y que está organizando y mucho en todos lados (aprovechando el discurso renovador del Papa Francisco), aunque en realidad contribuye y mucho a la tendencia general. Los políticos tradicionales locales (que además son todos responsables) se echan las culpas unos a otros. La izquierda hasta ahora se limita a consignas centradas en los acostumbrados llamados a aumentos salariales, plan de lucha, y derogación de estatutos represivos y esas cosas. Nadie se para a denunciar que esto es el efecto de las políticas neoliberales del Presidente Menem, y de su continuidad con De la Rúa y los Kirchner. Han aplastado a la clase media, han pauperizado a la clase obrera, y han recompensado a los especuladores y corruptos.
Me parece que esto es sintomático de la decadencia de la Argentina, de los efectos (¿deseados?, como decía James Petras) del neoliberalismo y del populismo conservador peronista. Me recuerda al comediante Tato Bores que mostraba un mapa de América Latina sin Argentina “porque se hundió en el océano sin que a nadie le importara”.
¿Cómo resolver esto? Yo no tengo muchas propuestas, pero sí creo que hay que buscar más allá y sobre todo, cosas que lleven al ciudadano común a controlar su propio destino. Creo que sería un buen momento para plantear organización popular, denunciar con seriedad los efectos del neoliberalismo, plantear trabajo no subsidios, y algunas cosas más, buscar las formas de recomponer la solidaridad ciudadana y obrera. Para esto hay que volver a discutir, a pensar críticamente, sin copiar recetas del pasado pero aprendiendo de la experiencia.
Se vienen tiempos aciagos de mucha conflictividad social, de luchas entre argentinos, de represión abierta que genere a su vez más y más violencia social. La crisis endémica y la anomia social, donde la gente común se mete para adentro porque no encuentra una salida positiva a la situación, están al orden del día. Y en el medio de eso, es probable que nos rifemos la democracia en aras de una tranquilidad falsa de los gobiernos autoritarios. ¿Vamos camino a un nuevo tipo de fascismo? Es posible, sobre todo si no logramos desarrollar alternativas que empoderen a los trabajadores y la gente común.
“El Tábano” puede contribuir a generar esas alternativas, acicateando la conciencia, criticando, recordando experiencias pasadas como lecciones para el presente, “enloqueciendo” al poder.