por Gerardo Médica
Todas, todas y todas las calles del Gran Buenos Aires irremediablemente están agrietadas por el intenso calor. Los perros ni ganas de ladrar tienen. Jadean a un ritmo agitado recostados a la sombra de los chasis de los autos. Las juntas de brea de los asfaltos se ablandan y las tapitas de cerveza olvidadas se van fijando sobre ellas al estilo de un cuadro de Berni. Y nuevamente vuelve esa sensación: recorrer las calles de la tristeza de los años noventa.
La gente de los barrios del GBA – por lo menos en el mío en Isidro Casanova- está metida pa´ dentro, desconfía y se siente desilusionada. Anda mascando bronca, percibiendo que el kirchnerismo -¿y el peronismo?- los ha abandonado. Sensación que hace emerger viejos fantasmas del pasado que hoy llegan de las manos de Macri.
Para colmo en las despensas barriales, donde la libreta existe todavía y la maquinita de la tarjeta de débito es una rareza, aparecen esas escenas de “mierda” que se resumen en: “¿Me cortas toda esta plata de cremoso? O ¿qué me alcanza con esto? Ni que hablar cuando la cuenta está cerrada y la compra termina en: “Esto lo dejo. No, no llego”. O esa frase que da más bronca aún, esa que surge cuando un pibe pide golosinas y la madre responde: “No, no tengo. Otro día te compro”. En esos instantes hay miradas y gestualidades de infancia parda que incitan – por lo menos de mi parte- a romper el mundo a patadas.
Paralelamente en un tiempo diametralmente ajeno, los macristas hablan de pobreza cero –con esos moditos tan finos que sacan a cualquiera- y los kirchneristas combativos llaman a la resistencia desde las playas de Brasil o suben fotos al facebook desde Disney. No considero que esté mal este tipo de resistencia, pero por lo menos, los muchachos k deberían transmitir en estos momentos una imagen de austeridad que no tienen. Creo que son tan naif, que no se dan cuenta que el tipo que compra 10 pesos de queso cremoso vive otra realidad y los mira por facebook sacando dolorosas conclusiones.
A decir verdad yo mismo al observarlos recuerdo con dolor la resistencia de Sebastián Borro, el negro Saavedra y el gordo Cooke y realmente me cuesta entenderlos.
Son cerca de las once de la mañana, el termómetro sube como la inflación desde hace cuatro años y encima se cortó la luz. Lo cual no es novedad porque en La Matanza siempre se cortó la luz. En plan de emergencia para evitar el averno, mi familia se sube al auto con destino a casa de mi suegro y la esperanza de que allí no suceda lo mismo. Mi hijo mayor – bien joven él- comienza a musicalizar el viaje con un antiguo CD de Flema que encontró entre mis cosas. Por dentro pienso que si me toca “Victimas del vaciamiento” de Hermética o los discos de vinilo de Charlie Parker me van a salir más canas de las que tengo. Al cerrar el portón veo a mi nena de 7 años que –sentada en el asiento trasero del auto- se tapa los oídos al escuchar la voz nasal de Ricky Espinosa (el desaparecido cantante de Flema) diciendo: “Nunca seré policía de provincia o capital”. Mientras el auto se aleja dos pitufos – léase policía local- que andan de rondín por la cuadra me miran con recelo ante la musicalización que los obligo a levantar la vista del Candy Crush del celular.
La temperatura supera los 38 grados Celsius y los 100 de la escala Fahrenheit. Ya en la soledad de mi casa me presto a sumergirme en este averno acompañado por una vieja radio a pilas (espero que no estén sulfatados los conectores) y un libro de Eduardo Sacheri que habla del rojo de Avellaneda, de la visera de cemento y de Ricardo Bochini con la número diez en la espalda. De alguna forma estoy reforzando la idea de estar en el infierno en este lunes de verano del 2016.Deambulo del comedor al patio y del patio a la cocina pero no hay caso, hace demasiado calor. Camino mientras los ojos de mi perra me acompañan diciéndome “relájate que esto va para largo” y la cabeza de mi vecino Cacho – hincha del Club Mártires de Chicago (actualmente Argentinos Juniors) – se asoma cada diez minutos para preguntarme: ¡¿Cuándo viene la luz?!
Entre mis peregrinaciones por la casa, el libro de Sacheri y la radio que agoniza casi sin pilas tomo la decisión de huir a la YPF ubicada a tres cuadras. En ese oasis del conurbano hay luz y aire acondicionado.
Cargo el cuadernito donde hago anotaciones, un libro al pasar y la netbook que me regalo Cristina esperando que no esté bloqueada. En medio del sol que derrite todo, se me acerca a unos 200 metros con su Gilera Sprint 74 de color rojo Manuel o para los conocidos simplemente “el Mono. Creo que –lejos de agigantar las cosas- no hay casa en Isidro Casanova que no tenga un poco de pastón colocado por este viejo jubilado albañil de 75 años el cual nunca vi pasar por el barrio sin su ropa de trabajo. El Mono fue también cortador de ladrillos en La Matanza en los viejos hornos de los portugueses. Trabajó como un burro toda su vida con semanas signadas por la lógica del antiguo tema de Hermética “Cancha de lodo”. Ese tema que dice: “cuando me tiño de vino me limpio el barro por dentro”. Los sábados y los domingos si uno quería encontrarlo debía dirigirse al Bar del de la línea 180 que se encontraba en la calle Mi Esperanza y Ruta 3. Un lugar donde el Mono se juntaba con obreros, punguistas, quinieleros, “chanchos” de la línea y náufragos, quienes se sentaban a reproducir de alguna manera, el olvidado poema de Charles Bukowski: “La retirada de Bonaparte”. Pero en la semana, este cortador de ladrillos correntino era un tipo de oficio, esos que hoy ya no hay. Y ni que hablar de su solidaridad. Su camioneta Ford 100 llena de tablones, siempre tenía nafta y lugar para juntar cosas para los inundados o para cualquier olla popular que se armaba en los noventa. En la época en que Menem dejaba sin trabajo a los obreros de la SIAM, Acindar y La Baskonia, Manuel parecía que había montado una multinacional. Cargaba a compañeros sin laburo para las obras, sin preguntar jamás si habían trabajado en una y pagando el jornal como mandaba el convenio aunque sólo cebará mate o preparará el asado del mediodía.
Hoy en medio de este calor que llega a los 38 grados, me encontré con él e intercambiamos algunas palabras. La charla duro unos pocos minutos entre varias encendidas de cigarrillos Imparciales 100 – cigarrillos que ya le han teñido el bigote de amarillo nicotina y que nos redimió de los mosquitos de los alrededores-. Los ítems fueron la familia – me recordó con orgullo que su hija anda por el sur de arquitecta-, Almirante Brown que nunca sube a primera, la jubilación que no alcanza para nada y la política. El Mono fue siempre peronista pero hoy, anda muy crítico de todo. Escuche con atención sus comentarios y la riqueza de sus frases que se mueven en: “desde que se murió Néstor” a “si Eva viviera”.
Pero esta vez, el fin de la conversación fue distinto -quizás porque me descolocó de alguna forma-. Antes de los protocolos de despedida, Manuel caminó unos metros, se agacho frente a un tapial, cortó una plantita que estaba entre los ladrillos, la miró con una observación clínica y me dijo: “Es palán palán”. Y remató: “Mira pibe, el problema de la Argentina es que los políticos hacen la política del palán palán. Te endulzan, te muestran la florcita y no te dejan ver sus raíces. ¿Entendes? ¿No es difícil de ver pibe?”.
La verdad, sin entender demasiado nos despedimos. El Mono salió rumbo a las vías de Isidro Casanova recordándome que hay que ir a alentar al Brown así sube de una vez a primera y yo retome mi camino en dirección a la YPF buscando luz y aire con el palán palán dando vueltas en mi cabeza.
Escribiendo en la YPF:
“Pá los dedos con uñeros traía palán palán/ pero el mejor de los yuyos que aguas abajo se van/ es un berro parejito del arroyo Cruz Malal”. Esta milonga bellísima llamada “El Berrero” de José Larralde describe un mundo en la pampa argentina que ya no existe. Monsanto y El Grupo Grobo han transformando a la pampa en un desierto verde de transgénicos baldeado por Glifosato. Pero esta situación es un tema que escapa al escrito.
Recordé a mi amiga Olga, que anda en una onda de curaciones naturales y me había hablado de las virtudes desinflamatorias y desinfectantes de la plantita que atormenta a Manuel. En muchas barriadas pobres del GBA, este yuyito suplanta en tiempo de escasez a la marihuana.
Desde un aspecto científico es conocida como Nicotania Gluaca (tábaco). Su flor es tubular de tono amarillento y débil, Se la puede conocer como una simple hierba, pero llega a convertirse en un arbusto de metros. Es considerada un arbusto invasor de grietas entre los ladrillos – fundamentalmente en las antiguas construcciones asentadas en barro- o incluso se aloja en los cordones de las veredas. Entre los albañiles de oficio –como el caso del Mono- es considerada esta plantita como el mismísimo mandinga. Es sorprendente como con una flor tan inocente tenga raíces tan persistentes que logran subterráneamente penetrar las paredes y tajearlas en grietas hasta hacerlas estallar en miles de pedazos. Son tan destructivas sus acciones que incluso hay restauradores de edificios clásicos antiguos que le dedican seminarios y jornadas.
Sentado ya estoy en la YPF, huyendo del calor y la falta de luz. Sí en el viejo bar del 180, los ancianos se sientan en silencio a “calentar el pico”, en la estación de servicio me sorprende el silencio de los jóvenes. Observo a la mayoría consumiendo algún producto light o recluidos en un movimiento de manos con el celular. Las únicas voces que se hacen paso en el silencio son las del noticiero de turno o la de algún cliente diciendo: “me decis la clave WI”. Entre tanto, me vuelve a la cabeza la frase del Mono respecto a la política argentina y una inquietud que me lleva a buscar algo de información en internet sobre el palán palán. Información que me hizo pensar que la metáfora que había utilizado de forma ingenua el Mono era sabia y contundente. Posee la simpleza y el análisis de los tipos de barrio e incluso la potencia – por lo menos para mí- de hasta ser una primitiva categoría analítica. ¿No son de modo elemental las categorías palabras que nos sirven para visibilizar a las experiencias sociales?
El palán palán y la política argenta.
Sí estableciéramos un recorte temporal arbitrario desde Menem a Macri, la clase política argentina -salvo excepciones- ha puesto en juego la metáfora del palán palán. Cotidianamente nos ha mostrado la bella florcita pero nos han escondido lo más importante, lo subterráneo: la neocoloneidad, la pobreza, el modelo económico, la crisis social y la matanza silenciosa de los excluidos.
No me extenderé sobre Menem – cuyos efectos son más que conocidos y sentidos – ni sobre Macri –es más que sabido porque hoy está en el gobierno y podemos observar cotidianamente cual es su estrategia-. Lo haré si, sobre el Kirchnerismo por considerarlo una versión sutil y más lograda de la política del palán palán. Detrás del sostenimiento de un relato nacional y popular, con una revolución cromática de banderas y musical – “acá tenés los pibes para la revolución”- se avanzó en un proyecto de dependencia con consecuencias aún en proceso abierto.
El kirchnerismo tuvo sus días de gloria a comienzos de la década de los 2000 hasta aproximadamente el 2009 en función del contexto mundial y el alza de los precios de las materias primas de la región. Estos tiempos de “vacas gordas” permitió la opción por el armado de un modelo económico aferrado a agronegocios, fraking y minería a cielo abierto. Si el menemismo produce la entrega del capital común de los argentinos mediante la rifa del estado, el modelo k acentúa el desembarco del capital global con centro en la espoliación de los recursos naturales.
Seamos conscientes que el ingreso de las divisas por el elevado precio del mercado internacional de la soja, se articuló con políticas sociales asistencialistas y clientelares con centro en la pobreza. Los primeros resultados fueron sugerentes: se activó el consumo superfluo de las clases medias y en los sectores marginados, la presencia del estado después de años de ausencia no fue poca cosa, Los niveles de pobreza mejoraron, pero nada hicieron y quisieron hacer, para acortar las brechas de desigualdad durante la década ganada. En un país tan al sur como el nuestro, intentar acortar la desigualdad hubiese predispuesto a la dirigencia k a la confrontación con los dueños de siempre del país, cosa que no estuvo en su imaginario. Ni soñar con impuestos a los que más tienen y menos que menos cobrar a la renta financiera.
La incomodidad de la desigualdad desde la esfera gubernamental fue la negación y la aplicación de una matemática vinculada a la economía política más que especial sobre los índice y la pobreza: “2 más 2 es 5 y el que no entiende está con Clarín” y en “Argentina hay menos pobreza que en Alemania” o “estamos mejor que en el 2001”.
Esa desigualdad a la que me refiero, más allá de lo estrictamente numérico, es sentida en carne propia por los que menos tienen.
Y otra frase de un ex metalúrgico de la SIAM ya jubilado y amigo del Mono – Manolo- se escurre en mi cabeza en este oasis que resulto ser la YPF: “Acá muchacho te tiran dos pesos en la jubilación, los planes y tres pesos a los salarios. Y mascando bronca nos tenemos que aguantar a los oligarcas de siempre y a los “garcas” nuevos que se dicen peronistas o zurdos. Para peor acá nada funciona”.
La frase de Manolo es punzante. Deja entrever que los dueños tradicionales de la Argentina en estos 12 años kichneristas no sufrieron ningún embate que los conmoviera conservando los privilegios de siempre. A su vez, la existencia de nuevos millonarios K es más que presente y visible a diferentes escalas. Durante doce años hemos asistido a la conformación de nuevos ricos – devenidos en nuevos burgueses digamos- que se tomaron muy en serio a Marx con eso de la acumulación originaria-. El itinerario de estos nuevos ricos estuvo ligado a la gerencia de alguna empresa estatal o a “tomar la teta” de alguna de ellas. Este posicionamiento estimó su trayectoria que va desde colgar el cuadro del Jefe político correspondiente a tratar de hacer diferencias económicas lo más rápido posible. Consecuencia de ello, parte de las clases medias lograron relaciones clientelares, es decir, un puestito en una segunda o tercera línea a condición de no cuestionar o no ver nada. ¡¿Qué importa las ideas si el dólar esta accesible y nos vamos a Disney!? También fue mágico para muchos sectores medios formar parte de “la plaza”. Una sensación popular y osada que se inmortaliza en una sefiel o simplemente un recuerdo para el facebook. Para mí, las plazas y las manifestaciones importantes fueron y serán otras. Esas donde la montada te revolea la macana, donde de Plaza de Mayo te corren a Constitución y por relevos te gasean y te cagan bien a palos.
Una escena que me gustaría signar a costa de romper la cohesión del texto, y en referencia a los nuevos ricos K y a la clase media clientelar k, son las reacciones que han tenido frente al resultado electoral que los condujo a la derrota. Sí en 1955 muchos de los abuelos o bisabuelos de estas clases medias k, festejaban, y se cagaban de risa cuando Perón cayó ante los ojos empañados de “las negras” que limpiaban sus casas, la derrota del kirchnerismo es opuesta a esa imagen del pasado. En muchas viviendas de estos nuevos sectores medios, hubo llantos e histeria por la derrota electoral de Cristina mientras miraban con odio a sus empleadas domésticas. Más de uno, las señaló con el dedo e intentó como se decía en otros tiempos “darle una mano de bleque” por su postura electoral.
Ya con Macri en el sillón de Rivadavia, la cosa se viene con un sesgo de continuidad y de garantía del capitalismo argentino por mantener las tasas de ganancia de las empresas vinculadas a los agronegocios y la megaminería. Al mismo tiempo se percibe una pelea entre los nuevos ricos y los viejos ricos por el control del estado y en medio de ello, el abandono de las clases bajas en el país. Uno tiene la sensación que asistimos a una pelea entre una vieja oligarquía pro europea y pro yanqui, contra una oligarquía reciente con más honda de Puerto Madero y pro Asiática. En síntesis, los nostálgicos de la sociedad rural contra los que quieren hacer la revolución del capitalismo verde. Entre ellos –no hace falta aclarar- todos los políticos intentando ser buenos gerentes.
En un cambio de plano, pero en correspondencia con lo anterior, el modelo extractivista nacional “and” popular ha tenido y tiene efectos sociales que se buscan ocultar. Las ciudades grandes del país se han conurbanizado por el despoblamiento de población que recaen en los márgenes. Está política del palán palán que muestra sus bellas florcitas con argumentos en planes sociales, derecho a vivir en la ciudad y el slogan de inclusión que es en definitiva una exclusión encubierta que entrampa y entrampará a millones de personas por largas décadas. Pensemos que al plasmar el modelo, el monocultivo por excelencia y las empresas de agronegocios invaden grandes extensiones de campo,echando a los pequeños propietarios y como consecuencia de ello, los peones desaparecen y emigran. El escenario de estos grupos sociales los conduce a los márgenes de las ciudades. Una vez allí, debido a las condiciones de hacinamiento y al “curro” inmobiliarios transitan una peregrinación de necesidades y de violencia en el barro y en el chaperío suburbano. Seamos conscientes que por ejemplo cualquier casa en mi barrio -Isidro Casanova- vale 110.000 dólares es decir 1.650.000 pesos argentinos. Situación imposible de afrontar para una familia tipo con ingresos cercanos a 7000 pesos. En estos márgenes de pobreza asistida por más de 10 millones de planes, como dice el Indio Solari “vivir solo cuesta vida”. En los barrios periféricos las consecuencias del modelo económico y la política del palán palán se palpan diariamente. Sin posibilidad de vivienda,dependiendo de planes sociales y de relaciones clientelares el vivir cotidiano se hace más que duro. Ronda la violencia y la muerte por todos lados. Con la dirigencia política sosteniendo el modelo económico, los pobres son corridos a los márgenes. En ellos están sometidos a la voluntad de los punteros de diferentes partidos e incluso de movimientos sociales que se tornan en proveedores de vivienda, ocupación de terrenos o provisión de alimentos. Sumado a los distribuidores de droga que instalan una fuerte dependencia a los jóvenes y a familias que se vuelcan al consumo o a la distribución también. Cómo si esto fuera poco las fuerzas de represión criminalizan a los barrios pobres donde el gatillo fácil tiene destino a los de gorrita que son potencialmente amenazadores de la propiedad de los ricos. Con la flor del palán palán en primera plana, prometiendo inclusión, las raíces de la política subterránea deviene en otra cosa. En los barrios marginales convergen al menos tres ímpetus: las mafias políticas, policiales y los narcos con un sentido: la negación simbólica (“estos negros nunca van a llegar a nada”) y material (“hay que matarlos porque no sirven para nada”). Estas tres directrices son subsidiarias al capitalismo argento donde esa “negrada marginal” no es útil para producir y menos para el consumo. Son los descartables y los peligrosos del sistema.
Si el kirchnerismo buscó contener los márgenes y controlar las protestas mediante la captación, el asistencialismo y el uso de la violencia selectiva; el Macrismo con sus globitos amarillos viene con un garrote mucho más profundo. Pasa del papel de la ley antiterrorista a la aplicación del protocolo sin tanto retórica.
Ahora bien, la política del palan palán en estos últimos años nos ha herido gravemente en lo social y en lo político. En primer lugar, estamos ante una imagen distorsionada de la crisis del país sin ver la situación de neocolonialidad en la que estamos insertos. El kirchnerismo dejo en el frízer a los movimientos sociales que produjeron el 2001 desarticulando y captando las organizaciones sindicales tradicionales y políticas en el marco del paradigma del palán palán que defienden el modelo. Y en medio de todo, el malestar y la necesidad de volver a comenzar formando nuevos movimientos sociales o alternativas políticas. Ni Cristina, ni Macri. La opción es la de siempre: “Clase política o pueblo”. Necesitamos construir algo nuevo para que el palán palán que el Mono describe bellamente no nos parta en mil pedazos mientras miramos ciegos sus florcitas de colores.
La temperatura lamentablemente no baja. Emprendo el regreso hacía mi casa. En la YPF quedan unos jóvenes con sus celulares atentos a las noticias del facebook. A lo lejos suena en el chaperio un tema de Larralde llamado Fogonera: “Algunos se van a Miami/ otros se van al carajo”.
La Matanza, Febrero de 2016.