por Pablo Pozzi
Anoche, o mejor dicho a eso de las 2 de la mañana de hoy, miraba incrédulo la televisión mientras Trump iba ganando la elección. En cuanto declararon Pennsylvania, Michigan y Wisconsin como «rojos» (que, obvio, en Estados Unidos es derecha de puro contreras que son) me fui a dormir deprimido y tratando de entender un poco qué había pasado. Esto no pretende ser un análisis, sino más bien una serie de impresiones.
Primero de todo, una autocrítica. Me equivoqué, y lo peor es que lo dije a los cuatro vientos: yo pensaba que Trump ganaría el voto popular pero que iba a perder el colegio electoral por lo que Hillary sería la triunfadora mientras que el Donald se dedicaría a rechazar los resultados, más o menos como Al Gore contra George W Bush en 2000, hasta que la Corte Suprema ratificara todo. En ese momento se iría a casita dejando a sus votantes a la intemperie y frustrados. O sea, se profundizaría la crisis de legitimidad del sistema político. Pasó a la inversa: Hillary ha recibido unos 100 mil votos más que Trump, aunque este tiene 279 votos electorales lo que le da el triunfo.
En síntesis, encuestadores, analistas políticos, cancilleres del mundo, la prensa, los políticos, la mafia que aceptaba apuestas a favor de Hillary sólo pagando 1 dólar cada 9 y, por supuesto, yo también, nos equivocamos. Los únicos que la acertó fueron los encuestadores del Los Angeles Times y mi colega historiador Allan Lichtman, de la American University en Washington DC, cuyo modelo analítico predijo hace ya como cuatro meses que ganaría Trump. ¿Por qué?
Es evidente que las encuestas estaban equivocadas. Un factor importante, que me lo señaló un amigo hace ya un mes y pico, es que a muchos encuestados les daba vergüenza admitir que iban a votar a Trump. Parece ridículo, pero dado que un alto porcentaje (algunos calculan que casi un 50% de los que votaron) lo hicieron dos semanas antes, aprovechando la posibilidad de «voto anticipado», es obvio que la decisión ocurrió hace tiempo aunque las encuestas dieran a Hillary como arriba por 2,2% la noche anterior a los comicios.
Otro factor es que muchos no contactamos con los norteamericanos de a pie. Los sectores medios altos, los profesionales y los universitarios (o sea aquellos que tienden a expresarse en los medios de comunicación) son virulentamente anti Trump y están horrorizados por su triunfo, hasta el punto de convencerse que Hillary era «progresista» y continuadora del «buen gobierno realizado por Obama». La gente común no estaba de acuerdo. Para ellos el gobierno de Obama fue un desastre que los empobreció y les quitó la dignidad y la esperanza. Y Hillary no sólo prometía más de lo mismo, sino que era a todas luces la representante de los causantes de la crisis y el empobrecimiento de la población. No fue un problema de carisma sino de que tanto Bill Clinton como Barack Obama llegaron a la presidencia con el voto de muchísima gente que creyó en sus promesas de cambio. Y fueron defraudados. Entre una peligrosa, mentirosa, corrupta que prometía mejorar todo pero que insistía en que hay que tener un «discurso público» y «otro privado», la gente prefirió al animal reaccionario que iba a generar un terremoto en el establishment político. Como dice el analista Jeffrey St. Clair: «cuando la gente se siente traicionada, y no esperan que nada vaya a cambiar porque no hay opciones reales, entonces eligen al candidato más chiflado que los represente» para pudrir todo.
Por otro lado, todos supusimos que Hillary ganaría sin muchos problemas ya que tenía el respaldo de Wall Street, del complejo militar industrial, el establishment político incluyendo a la familia Bush, de Hollywood, y de todos los medios de comunicación masivos, incluyendo al cadena Fox. Hillary recibió el apoyo de casi todas las estrellas de Hollywood, de 57 de los principales medios de comunicación Trump recibió el apoyo de 2 solamente, mientras que el candidato Libertario Gary Johnson fue apoyado por 4, y solo 5% de los legisladores estadales republicanos apoyaron a Trump. Si bien esto es, y ha sido, muy importante en los resultados electorales hasta el día de hoy (pensemos en la creación del «hombre del cambio» Obama) es evidente que no es suficiente. Los medios te manipulan hasta cierto límite: pueden decir que le economía crece y todo mejora, excepto que un tercio de los norteamericanos están al nivel de pobreza y otro tanto está en camino, y lo saben.
¿Quiénes lo votaron?
Pero, en segundo lugar, ¿quiénes y por qué lo votaron? ¿Por qué elegir una persona narcisista, autoritaria, misógina, racista, y además un pirata en todo sentido? Mis amigos insisten que «fueron los obreros blancos ignorantes» que lo votaron, y que «es una muestra palpable de los problemas con la educación». Excepto que en 1932 votaron a Franklin Roosevelt, y en 1920 el socialista Eugene Debs sacó un millón de votos desde la cárcel por oponerse a la participación en la Primera Guerra Mundial. No creo que los obreros de Indiana en 1920 o en 1932 fueran más cultos y educados (en un sentido formal) que sus nietos actuales. ¿Y entonces? Ni hablar 60 millones de votos no pueden ser todos obreros blancos.
Pero vamos a algunos de los datos disponibles. Hasta hoy al mediodía la participación electoral fue del 55,6% del padrón, lo cual implica una baja en relación a 2012 (58%) y a 2008 (62%). Muchos «millenials» (o sea aquellos entre 18 y 35 años) no fueron a votar. Entre los dos principales candidatos optaron por ninguno. ¿Y por qué no votaron por otro candidato como, por ejemplo, por Jill Stein del Partido Verde? Porque no tenía ninguna posibilidad, y entonces para qué molestarse. Asimismo, todos esperaban que Hillary recibiera una amplia mayoría del voto femenino, de los negros y de los hispanos. Esto se confirmó solo en caso de los afroamericanos, que aun así votaron en menores números que en 2008. En cuanto a hispanos y mujeres cuando los medios anunciaron que en el Condado de Dade había récord de estos votantes todos pensaron que ella ganaba Florida. Excepto que solo 51% de las mujeres de Florida la votaron y una amplia mayoría de aquellas mayores de 45 años votaron a Trump. El voto femenino blanco eligió a Trump por 53 a 43%. En cuanto a los hispanos, respondieron mejor, pero igualmente más de 30% votaron por El Donald. Entre obreros le fue aun peor: no solo perdió ampliamente con obreros blancos, sino también con los «de color» y con obreras. En las zonas rurales Trump arrasó, lo cual explica por qué ganó los estados «de las viejas industrias» y los del oeste como Wyoming y las dos Dakotas. En cuanto a pequeños y medianos empresarios, ahí también el voto fue trumpista, sobre todo por la amenaza del TPP y las importaciones del libre comercio. Esto significó que si bien los sindicatos apoyaron a Hillary con dinero y activistas, la base gremial votó por Trump 55 a 45. Trump ganó el Condado de Vigo, Indiana, viejo bastión socialista y patria de Eugene Debs; los condados del carbón en Virginia Occidental, tierra de una aguerrida militancia sindical; Dakota del Sur donde el Farmer Labor Party pudo elegir, al mismo tiempo, a un progresista como el primer diputado de ascendencia somalí; mientras que empataba en New Hampshire, bastión de Bernie Sanders, gracias a que el candidato libertario Gary Johnson absorbió votos que de ninguna manera hubieran votado a la neoliberal Hillary. Si bien entre los trumpistas hay neonazis y racistas, también hay mucha gente, incluyendo una cantidad con antecedentes progresistas y de activistas. Pero, sobre todo, hay mucha gente normal que ha sufrido tanto las crisis, como el neoliberalismo y las medidas de Clinton, de Bush y de Obama, que mueren en las guerras imperialistas, y que pagan cada vez más impuestos a cambio de absolutamente nada.
Más que un problema de trogloditas, ignorantes y brutos votando a uno como ellos, la realidad es que muchos lo votaron como demostración clasista de su rechazo por un sistema que los está aniquilando. Sin opciones viables, y sin chance de construir una «tercera opción» porque las leyes electorales lo imposibilitan, la gente común votó por el candidato que los visibilice. En eso no hay que confundirse: desde la década de 1930 que el sistema político norteamericano ignora y deja de lado a los trabajadores y a los más pobres. En aquel entonces ingresaron en la política por la positiva, apoyando a Roosevelt y al New Deal. Hoy lo hacen por la negativa, apoyando a Trump.
En realidad, ¿cuántos de los votos de Trump, son efectivamente suyos? Se calcula que 43% de sus votantes lo hicieron como rechazo a Hillary y al establishment político, y esto incluyó una cantidad de antiguos demócratas votantes de Sanders. Del resto, una cantidad (más o menos 30%) son leales republicanos; mientras que el 27% restante lo hizo convencido de que podía «generar un cambio y traernos esperanza». Más que un gran «giro a derecha» la elección de Trump parece revelar un repudio al sistema político norteamericano en general: de alguna manera parece decir «que se vayan todos». De hecho, la tasa de aprobación que tiene el Congreso de la Nación es cercana al 12%. Esto significa una crisis de legitimidad (para no arriesgar un término más contundente que sería el de «crisis orgánica») que no tiene fácil solución.
¿Y ahora qué?
Para muchos analistas y para el liberalismo norteamericano el futuro es peligroso e impredecible. Claro, la perspectiva depende de dónde está uno situado. Una cosa son los sectores medios norteamericanos, otra los trabajadores, y otra totalmente distinta los que vivimos fuera y sufrimos sus políticas agresivas. Para los sectores medios Trump se plantea como una amenaza a sus beneficios y ventajas. Ellos opinan que el gobierno de Obama fue bueno y que avanzaba en la senda correcta. Trump vendría a revertir esto. Para los trabajadores, por malo que sea Trump no va a ser peor que Bill Clinton-Obama-Hillary con el NAFTA, el TPP, y las guerras sin fin. Y por ahí Trump hasta cumple algunas de sus promesas nacionalistas de proteger el trabajo, subir el salario mínimo 40% o aumentarle los impuestos al capital financiero. Para los que no estamos allí es difícil de decir con certeza. Por un lado sus declaraciones insisten en mejorar las relaciones con China y con Rusia, alejando el peligro de una Tercera Guerra Mundial y dándole otro matiz a esta Guerra Fría. Por otro, para los latinoamericanos, es probable que se profundice la derechización: se revierta la apertura hacia Cuba, se redoble el asedio a Venezuela, se apoye aun más a la ultraderecha colombiana de Uribe. Esto es lo que indica su triunfo en Florida, donde al reelección de Marco Rubio como senador, y el apoyo de los «gusanos» cubanos van a gravitar fuertemente en su política latinoamericana.
Asimismo, no hay que perder de vista que, más allá de su discurso, Trump es un pragmático, no un ideólogo. Dos días antes de las elecciones propuso a Michael Mnuchin com Secretario del Tesoro. Mnuchin es un veterano ejecutivo de Goldman Sachs lo cual presagia que habrán pocos cambios en la política económica. Como Secretario de Defensa propuso al Teniente General Michael Flynn, un veterano jefe de la Defense Intelligence Agency bajo Obama, o sea uno de los arquitectos de la Guerra Fría pero también una persona que propone un «entendimiento con Rusia». Rudy Giuliani sería el nuevo Fiscal General de la Nación, con lo cual «la mano dura» llegará a la Casa Blanca y los niveles represivos aumentarán aún más. En la Secretaría de Estado ha dicho que va a nombrar a Newt Gingrich, el principal enemigo de Bill Clinton y arquitecto del triunfo republicano de 1994, que es un crítico de NAFTA y de la OTAN. Mientras que el abogado Reince Pribus sería el jefe de gabinete. Pribus es el Presidente del Partido Republicano, está vinculado con los multibillonarios derechistas hermanos Koch, y es el poder detrás del Presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan.
Claramente, si bien todos son de derecha o de ultraderecha (igual que el gabinete de Obama y el que proponía Hillary), ninguno es un anti establishment. Es más, todos son y han sido parte del sistema político norteamericano durante décadas. Es evidente que el pragmático Trump también tiene un «discurso público» y «otro privado». Asimismo, Trump es consciente que se gana la presidencia con los votos de la gente, pero se gobierna con los grupos de poder. Si no supiera esto no sería el multimillonario que es. En realidad, la persona en la Casa Blanca le da los matices a la política del estado norteamericano, pero son los poderosos los que determinan su curso.
Lo lógico es pensar que Trump continuará, en líneas generales, las políticas desarrolladas por Bush y Obama, revirtiendo algunas y profundizando otras. Pero es poco probable que marque un giro nacionalista y aislacionista como pretenden algunos analistas.
De todas maneras, es poco probable que la situación de los trabajadores norteamericanos mejore, a menos que se desarrolle un poderoso movimiento de masas que así lo exija. En ese sentido, los votantes de Trump serán decepcionados una vez más, como lo fueron los progresistas con Obama. Y en la medida que sigue empeorando su situación, se profundizará la crisis de legitimidad del sistema político norteamericano.
2 thoughts on “Ganó Trump: ¿y ahora qué hacemos?”