por Pablo Pozzi
Me levanté hace un rato para enterarme que se había muerto Fidel. Y me invadió una pena enorme. Hace una década que lo esperaba, pero al mismo tiempo no quería que muriera. Fue algo así como sentir que se había apagado una luz y con ella la voz de la razón. Según los diarios fue un «revolucionario finalmente derrotado por la enfermedad y la vejez», o «un dictador», o «una persona con grandes logros y fracasos que dominó Cuba durante medio siglo». Más allá de que muchos me hicieron enojar bastante, por su terrible mezquindad ya que no le llegaban ni a las suelas de los zapatos, me pareció algo casi generacional, más que ideológico. Para mí Fidel no era sólo el líder de la Revolución Cubana, uno de los más grandes latinoamericanos de la historia, sino que era algo así como parte de mi familia y de mi vida. Con eso quiero decir que era como esos tíos a los que admiras pero que también criticas. Fidel fue un grande entre los grandes, y precisamente por eso causó tanto encono entre sus enemigos y tanta lealtad y cariño. Y así aquellos que hoy tienen 30 añitos o menos pueden tener otra percepción en parte porque no vivieron lo que significó, y tampoco cómo cambió el corazón y la mente de los pueblos latinoamericanos.
Mi primera consciencia de que había alguien llamado Fidel fue cuando tenía seis o siete años y recién ocurría la Revolución. Y junto a la perra Laika, marcaron mi vida. Mi viejo, admirador de la gesta cubana, escuchaba los discursos de Fidel por radio. Un buen día ahí estábamos jugando, yo con más o menos ocho años y mi hermana con cinco, cuando Fidel se mandó uno de esos discursos kilométricos. No recuerdo todo lo que dijo, pero sí que dijo (palabras más, palabras menos) que la Revolución era para los niños, para que no tuvieran hambre. Así como el futuro era nuestro, era también nuestra responsabilidad estudiar, aprender, y pensar para que así fuera. Eso de hacer la tarea no me gustó nada, pero igual me emocionó hasta el día de hoy. No sé por qué, al fin y al cabo, todos pero todos los políticos dicen que van a proteger y ayudar a la niñez, pero Fidel me convenció. Y me convenció que a él si le importábamos y que se jugaba por nosotros.
Luego vino la muerte del Che en Bolivia y el discurso de Fidel a su amigo y compañero. Lloré como desgraciado y en mi casa todos estábamos como que se hubiera muerto un hermano. En el medio se hablaba del socialismo «a la cubana» y también me pareció sensacional. La revolución tenía que tener características propias, y no eran recetas sacadas de manuales. Y eso se refrendaba en la práctica: Cuba era el refugio de muchísimos; su solidaridad con los pueblos fue legendaria; era el único Estado en el mundo que luchaba contra el machismo y el racismo que invadían la cultura popular. Y en 1970, una vez fracasada la cosecha de los 10 millones de toneladas de azúcar, cuando Fidel se paró y presentó su renuncia junto con su autocrítica, me pareció y me parece de lo más emocionante. ¿Cuántos políticos fracasan y lo admiten poniendo su cargo a disposición del pueblo? Yo sé de uno solo: Fidel Castro. Y de ahí hasta el día de hoy. Basta ver la autocrítica que se hace durante el «Período Especial» luego de la caída de URSS.
Quizás lo que más me impactaba de Fidel es que no sólo era un gran revolucionario sino también un ser humano de carne y hueso, mejor que muchos e igualito que otros. Fumaba puros, le gustaba el ron, trabajaba duro, se equivocaba y lo reconocía. Y sus errores no eran nimiedades, como por ejemplo sus posturas anti gay (corregidas más tarde, aunque no del todo) o el «caso Ochoa». Pero el punto no es que era perfecto sino que estaba dispuesto a corregir sus equivocaciones. Quizás por esto, hace ya muchos años, unos sociólogos yanquis hicieron una encuesta en Cuba (siempre me llamó la atención cómo se les permitía ir y hacer cosas allá) donde le preguntaron a miles de cubanos «aparte de familiares, quién era la persona que más admiraban». Ni Fidel, ni el Che, ni Camilo Cienfuegos figuraban. Estaban felices por haber demostrado que los cubanos no lo querían a Fidel. Hasta que a uno se le ocurrió preguntar si esos tres eran parte de la familia. La respuesta fue contundente. Y como corresponde, no pudieron publicar sus resultados porque el gobierno yanqui nunca lo hubiera aceptado.
Repaso los diarios y veo que los «exiliados» (gusanos) cubanos en Miami celebraban. Me pareció de una mezquindad horrorosa y de una bajeza increíble: celebraban la muerte de uno de los personajes más grandes de la historia. The Guardian de Londres insistía que la «revolución fue un éxito en salud y educación y un fracaso en economía». ¿Cómo se puede fracasar en economía si tu gente está bien alimentada y educada? Sólo si tus criterios de «éxito económico» no incluyen a la gente. Para mí la Revolución ha sido tan exitosa que los cubanos no solo tienen educación, vivienda, salud y trabajo, sino que hasta ahora demandan cosas impensadas hace 50 años. En ese sentido, rodeada, agredida, cubierta de infundios, la Revolución Cubana sigue erigiéndose como la alternativa al capitalismo y, sobre todo, a su versión neoliberal.
En eso también hay que tener cuidado de caer en la crítica pequeñoburguesa. Todos tienen vivienda en Cuba, aunque no es de buena calidad. ¿Es mejor algunos que viven en mansiones y otros en villas miseria? En Cuba no hay villas miseria y a mí eso me parece central. La salud es pública, gratuita y de alta calidad. En la educación hay becas y el ingreso es restringido, o sea con examen. Me parece bien que se tome el estudio como algo a tiempo completo, y que si no estás dispuesto a hacerlo pues no tenemos por qué financiarte. Todos se quejan de que no hay que comprar en los almacenes y que las heladeras están vacías. Cierto. Pero tampoco hay hambre y los niveles de nutrición son más altos (mucho pero mucho más altos) que en Estados Unidos. Y todos tienen trabajo; a veces trabajo inútil (ascensorista que aprieta el botón del ascensor), pero trabajo al fin. O sea, nadie te regala nada. ¿Sería mejor que todos fueran trabajos productivos? Indudablemente. Pero sería mucho peor que te dieran un subsidio por hacer absolutamente nada generando un lumpenproletariado cada vez más marginal. Cuando recuerdo a Fidel, me viene la mente el campeón de estos planteos: cosas que realmente mejoren la vida del pueblo. Digamos, como cuando Lenin decía que la electrificación era la muestra de la Revolución. Obvio, si cada vez que el mujik prendía la luz veía el cambio en su vida… hasta que se acostumbró y sus nietos lo dieron por sentado y ahora quieren un televisor HD.
Diversos sectores de izquierda le critican agriamente cosas como «el giro capitalista», «el autoritarismo», «la burocracia» de Cuba. En parte tienen razón, pero solo en parte. En la otra parte coinciden con la «gusanera» de Miami. La buena crítica, la que no es meramente destructiva, no sólo tiene que apuntar a lo que está mal sino tiene que decir qué se puede hacer para resolver los problemas de fondo. Por ejemplo, el «giro capitalista» es algo bien complicado. Yo creo que no hay tal cosa como una «revolución en un solo país». Y si es así ¿cómo hacemos para que Cuba sobreviva luego de la caída de la URSS? Así como Lenin se vio obligado a implementar la Nueva Política Económica (NEP), la Revolución Cubana ha tenido que modificar aspectos de su sistema para poder preservar otros. ¿Tenían otra opción? Es posible, el tema es que hay que decir cuál es. Yo apuesto a que Cuba y sus conquistas sociales sobreviva y siga señalando un camino alternativo. Eso es lo central, lo otro es idealismo puro.
¿Y la burocracia? También es cierto. El problema es cómo llevar adelante un Estado sin que el funcionariado se burocratice. La opción remite a la vieja discusión entre marxistas y anarquistas: hay que destruir el estado. ¿Es posible? Sobre todo en el contexto de una agresión permanente por las grandes potencias capitalistas. Cuba intenta combatir los peores efectos de la burocratización, con resultados bastante mixtos. No sólo hay que señalar el problema, sino también decir cómo se puede hacerlo mejor.
Lo del autoritarismo es aún más complejo. Claramente Cuba no es una dictadura, o por lo menos aquellos que hemos conocido dictaduras sabemos que no es así. Y Fidel no fue un dictador. Los cubanos se quejan, critican, protestan. Al mismo tiempo, no hay posibilidad de organizarse para incidir políticamente. Pero también todos, hasta los norteamericanos, admiten que la amplia mayoría de los cubanos apoya la Revolución. Y el Primer Congreso del PCC fue un ejemplo para todo el mundo: toda la población fue convocada para participar, enviar críticas y sugerencias, que luego fueron volcadas en el Congreso. Lo que se aprobó por ahí no fue, en todos los casos, algo con lo que yo coincida, pero el nivel de participación popular fue como en ningún lado del mundo a través de la historia.
Es cierto que la seguridad del Estado es una presencia, discreta pero constante. Al igual que es cierto que hubo más de 600 intentos de asesinar a Fidel, y que Cuba sufre permanentemente la agresión y desestabilización de los Estados Unidos. Lo ideal sería que no hubiera organismos de seguridad del estado. Pero también lo ideal es que la revolución fuera mundial y que Estados Unidos no fuera una bestia capitalista.
Cuando visité Cuba, hace ya muchos años, el PCC y la prensa revelaban un carácter fuertemente stalinista que expresaba escasa confianza en las masas; pero, paradójicamente, tenía un gran apoyo de masas. Uno de cada siete cubanos adultos era del PCC/UJC. Se ingresaba por cooptación y ratificación de masas. Era fácil ser expulsado por violaciones de conducta, por lo que tenía un alto nivel de moral revolucionaria. Al mismo tiempo la vida interna jamás salía a la luz y era casi hermético. Sus posiciones políticas no parecían discutirse con las masas; se bajaban, no se explicaban. Así ser del PCC era un honor, pero también era una forma de hacer carrera. Un honor que incluía ciertos beneficios (no grandes, pero beneficios al fin). También incluía grandes responsabilidades y sacrificios. En este sentido el PCC no era el partido soviético y era respetado por las masas; pero también no parecía ser un partido que articulara/elevara la conciencia de las masas. Los militantes con los que hablé me repetían casi textualmente las mismas anécdotas; distintos individuos se quejaban de no entender la política estatal y que el PCC no brindaba explicaciones. Esto último no era muy cierto que digamos. El PCC explicaba su política y la situación hasta el cansancio; pero esas explicaciones tendían a ser superficiales y, en la mayoría de los casos, se reducían al problema del bloqueo/desintegración de la URSS.
Lo mismo se puede decir de la intelectualidad cubana. Hay muchos libros sobre el Che, sobre la Revolución, discursos de Fidel y bastante literatura. Es muy escaso el material sobre cuestiones internacionales, bastante limitados los debates sobre Cuba, ausente totalmente obras sobre marxismo. No existen libros sobre los países/experiencias socialistas. No hay análisis sobre la caída de la URSS y menos aún sobre el modelo cubano de desarrollo. Las obras escritas por cubanos tienen una bibliografía actualizada en cuanto a los liberales y conservadores norteamericanos, pero casi nada de la izquierda. Esto último es importante. Es evidente que los universitarios cubanos tienen acceso a bibliografía pero que esta no incluye (o no leen) nada contestatario. El resultado es que las ciencias sociales son pobrísimas: leen a Milton Fridman, a Franz Hinkelammert, y a Robert Tucker, pero no a Habermas, Offe, Thompson, Sweezy, Chomsky o Said. Por otra parte, en apariencia las ciencias duras y médicas son muy avanzadas y manejan conocimientos y discusiones de punta. Por otro lado, desde hace ya una década que vienen tratando de revertir esto, con marchas y contramarchas, abriendo la discusión y generando algunas cosas bien interesantes.
Todo esto en un contexto que los cubanos tienen una gran capacidad de reírse de sí mismos y de la Revolución y de hacer chistes sangrientos, sin que esto implique ser contrarrevolucionario. Un ejemplo de esto fue que un militante del PCC me contó los chistes más duros sobre Fidel (En el campo Fidel se cae en una zanja. Un campesino pasa por ahí y Fidel le grita «Ayudame, chico. Soy Fidel y estoy malherido». Le responde: «Tú no estás malherido, estas mal enterrado».) así que no todo lo que dicen los cubanos debe ser tomado literalmente. Hay críticas justas, comentarios tontos, y muchas opiniones que pueden tener algún fundamento o ninguno. Por ejemplo, una vez hablé con un artista que me relató que era perseguido por pensar distinto. Me solidaricé hasta que me dijo que vivía de la beca que le pagaba el estado cubano. Digamos, ese muchacho no sabe lo que es ser perseguido.
Un amigo me dijo que «había un culto a la personalidad con Fidel». Además que el párrafo anterior pone esto en duda, me parece que ese pibe no sabe de qué está hablando. No hay estatuas, ni calles, ni ciudades, ni monumentos a Fidel Castro. La Juventud Comunista dice «seremos con el Che», y no «seremos como Fidel». Claramente no tiene nada que ver con el culto stalinista, o si es por eso con los cultos a Perón o Néstor Kirchner, o a Franco, o tantos otros. Fidel es respetado no por un culto fomentado desde el estado sino porque se lo ganó a pulso, con una vida de acierto y errores, y sobre todo de compromiso con su gente.
En cierto sentido la Revolución Cubana y Fidel Castro han sido algo inescindible, muy humano, maravilloso y terriblemente contradictorio. En realidad es una revolución realmente existente, con inmensos logros, y también con una construcción de caminos para los cuales no hay, ni hubo nunca, una experiencia previa. Yo tengo críticas, pero también me doy cuenta de que es probable que no pudiera hacerlo mejor.
Fidel fue producto de la lucha de clases latinoamericana. No sólo planteó un mundo mejor, sino que se puso a construirlo. Su gran legado es que la revolución es algo posible, y a la vez complejo. No fue un ortodoxo, pero sí un marxista cuya dialéctica se basaba en las necesidades prácticas concretas. Y la guía de todo eso era mejorar constantemente la vida de todo su pueblo, y no sólo de algunos. Eso lo logró. Y por eso sentimos su pérdida. Pero creo que estaría de acuerdo con la vieja consigna: «No hay que llorar hay que organizarse».
26 de noviembre de 2016
Excelente nota, un placer leer una reflexión tan humana y amplia de la realidad cubana sin caer en lugares comunes ni egocentrismo alguno.
Y ya se lanzaron los perros de presa de siempre: Fidel era corrupto, le gustaba tomarse vacaciones; era un dictador sangriento (si lo dijo Trump indudablemente debe ser así); era un fracasado; hasta un seudo periodista como Nelson Castro le echó la culpa de haberse muerto porque «interfirió en su tratamiento médico»… supongo que por eso sólo duró hasta los 90. Es indudable que fue un grande entre los grandes para haber generado tanto odio entre los poderosos.
profesor: ud ha expresado como nadie mis sentimientos, se lo agradezco. cordiales saludos
Entre tantos comentarios e informes malintencionados que se vienen repitiendo desde ayer, se agradecen tus palabras. Saludos