por Pablo Pozzi
No me puedo ni acordar de cuándo Alberto Plá no fue una presencia importante para mí. Era al tipo que leíamos; era el que no sólo estudiaba a la clase obrera, sino que lo hacía para que esta se liberara a sí misma. Porque Alberto Plá para nosotros era un historiador y era un militante, pero era sobre todo un historiador militante. Creo que ambas cosas son inescindibles en su persona, y no se lo puede recordar como una sin la otra. También, recuerdo que yo lo leía pero no lo conocía; y que Alberto tenía una fama de «duro», de trosko rígido y cuadrado. Lo vi por primera vez en 1984, cuando los alumnos (y algunos de nosotros) participamos del movimiento que garantizó la transparencia del concurso que Alberto ganó en Filosofía y Letras de la UBA. Mi primera impresión fue que era un tipo muy tranquilo y también muy firme. De hecho no me pareció un trosko rígido, porque tenía una sonrisa medio tímida (evidentemente para mí, en esa época, los trotskistas ni sonreían ni eran tímidos). Me tomó mucho más tiempo descubrir que su sonrisa también encubría una actitud saludablemente intransigente frente a lo que él consideraba claudicaciones. Luego dio su clase pública… me pareció apabullante. Cómo sabía ese tipo y qué bien lo expresaba. Creo que hasta su contrincante, Miguel Guerin, se sintió cohibido. Y de repente resultaba que el energúmeno trotskista era un tipo sumamente serio en lo académico. Y esto fue para mí una lección fundamental: la nueva derecha posmoderna criticaba a los historiadores militantes como poco «serios». Y Alberto los desmentía cotidianamente y en la práctica.
Fueron pasando los años, Alberto dejó la UBA y se quedó solamente en Rosario; siempre como un referente de un espacio amplio pero heterogéneo de historiadores de izquierda. Y un día, después de las Jornadas Interescuelas de 1991, Alberto me invitó a dar un seminario en Rosario. Como buen militante no era una invitación así no más, sino que él estaba tendiendo lazos y tenía pensado armar lo que después fue el Centro de Estudios de Historia Obrera. Mi recuerdo es que Alberto estaba preocupado por el futuro cercano bajo el menemismo y quería ver si podíamos reagruparnos todos en algún lugar común. Y ahí fuimos, a una reunión en Rosario, donde algunos (o sea yo) hablamos hasta por los codos, mientras Alberto se quedaba calladito. «Tendríamos que escribir algo que defina este Centro», dijo alguno de nosotros luego de mucho pontificar. Y Alberto nos miró y con esa sonrisa tan característica dijo: «Bueno, yo traía un par de cositas». Y sacó, de debajo de la mesa, todo el diseño del CEHO. Todavía hoy me río de su eficiencia militante. Y todavía hoy recuerdo que su norte eran los trabajadores.
A eso habría que agregarle muchas cosas más. Los 80 y 90 fueron décadas donde el posmodernismo y el oportunismo avanzaban a paso firme y decidido. Muchos compañeros fueron alejados de los claustros universitarios, muchos más cedieron ante las presiones y abandonaron a la izquierda y a los trabajadores por los sectores populares urbanos y las becas del CONICET. Los que quedamos éramos más que vulnerables a los «nuevos» criterios academicistas. Pero la nueva derecha académica tenía un problema serio: Alberto era una persona con mucho currículum, o sea reunía todos los criterios que ellos reivindicaban; pero al mismo tiempo era un historiador militante. Esto fue fundamental para los que nos fuimos agrupando en torno suyo. Alberto fue nuestro paraguas, y en eso descubrimos algo central a su visión de lo que debía ser un historiador de izquierda: el compromiso no consistía en citar a Marx, sino en la solidaridad, en la generosidad y en la apertura mental. Esta fue mi experiencia. Alberto me abrió espacios, me cubrió las espaldas todo lo que pudo, y me conminó a participar colectivamente. Todo mientras estaba consciente que, siendo ambos de izquierda, yo no compartía ni su opción política ni historiográfica. El era genéricamente trosko, yo no; yo rescataba a los marxistas británicos y era «ecléctico», él era bastante ortodoxo. En eso aprendí una de las cosas fundamentales. El mundo estaba lleno de «marxistas» que eran tan autoritarios, sectarios, ambiciosos y pedantes como los posmodernos. Pero en Alberto encontramos otro modelo. Una vez un colega de Neuquén me dijo que Alberto decía que era trotskista, pero que en realidad no lo era. Primero me ofendí por creí que lo estaba tildando de oportunista, y después me di cuenta que, sin saberlo, le estaba haciendo un tributo como pocos: Alberto no encajaba en su esquema de historiador marxista porque ratificaba su ideología todos los días con una práctica militante.
Quizás el CEHO, junto con el grupo tan heterogéneo de buenos historiadores que formó en Rosario, fue su mejor legado. Una vez más –y recuerdo bien nuestras discusiones al respecto—no se trató de hacer un centro universitario más, del tipo Instituto Ravignani. Era su intención, y creo firmemente que lo logramos, que fuera un espacio de reflexión y de ligazón con la clase obrera. El CEHO produjo una cantidad de cosas «académicas» dentro de lo que podríamos llamar la historia militante. Con Alejandro Schneider hicimos un estudio sobre la clase obrera a principios del menemismo que se llamó «Combatiendo al capital»1; Fabio Nigra publicó la historia de la UEJN que el gremio publicó y repartió entre los afiliados por los miles; con Patricia Berrotarán publicamos una compilación de artículos de las investigaciones que hacíamos y que incluían a gente como Ernesto Salas, Cristina Viano, José Néstor Pérez, Andrea Andújar y Santiago Wallace; Leónidas Ceruti, Mariano Resels y Juan Dowling publicaron sus estudios sobre Petroquímica Argentina.2 No las recuerdo todas, pero fueron bastantes. Y todas tenían una característica central: se dirigían al activismo y a los sectores más politizados de la clase obrera. También dimos cursos y talleres en sindicatos, como por ejemplo uno que dimos con Ernesto Salas en FOETRA Capital. Se hicieron muchas más cosas como participar en reuniones gremiales, reunirnos regularmente a discutir (lo cual era un esfuerzo dado que había que viajar a Rosario o a Buenos Aires) y hasta se hicieron varios programas de radio. En mi caso, yo salía como CEHO en la Radio La Voz del Sur que llevaban adelante compañeros obreros de Villa Obrera en Lanús. En realidad la actividad del CEHO, por lo menos hasta 1995, fue intensa y siempre fogoneada por Alberto. Sin él no sólo no hubiera existido el Centro, sino que muchos de nosotros hubiéramos visto truncadas nuestras carreras como historiadores universitarios. Pero mucho más importante es que Alberto Pla fundó toda una escuela de historiadores militantes, aunque él en su humildad nunca se arrogara esa paternidad. Pero aunque él no se vanagloriara de ello, lo justo es que los que participamos y disfrutamos de su apoyo, su consejo y sus enseñanzas, se lo reconozcamos.
Podría decir muchísimas cosas más, pero basta decir que Alberto fue, para muchos de nosotros, un excelente historiador, un militante inclaudicable y, sobre todo, una gran persona. Era, por sobre todas las cosas, un compañero.
Notas al pie:
1 Pablo Pozzi y Alejandro Schneider. Combatiendo al capital. Crisis y recomposición de la clase obrera argentina (1985-1993). Buenos Aires: El Bloque Editorial, 1994.
2 Juan Alfonso Dowling, «Petroquímicos. La Intersindical y la democracia. Una experiencia de lucha de los trabajadores en la zona industrial de San Lorenzo»; en Autores Varios. Nuevas tendencias en el sindicalismo: Argentina-Brasil (Buenos Aires: Editorial Biblos/Fundación Simón Rodríguez, 1992)
Leónidas Ceruti y Mariano Resels, «Los obreros petroquímicos (PASA-San Lorenzo): sus experiencias (décadas 1960-1970)»; Anuario 15 (Rosario: Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, UNR, 1991-1992).
Fabio Nigra y Juan Carlos Contartesi. Veinte años de lucha. La historia de la Unión (Buenos Aires: UEJN, 1993).
Rafael Bitrán y Alejandro Schneider, «Dinámica social y clase trabajadora durante la dictadura militar de 1976-1983. Estudio de la zona norte del Gran Buenos Aires, en particular de las fábricas Del Carlo y Ford Motors»; en Autores Varios. Nuevas tendencias en el sindicalismo: Argentina-Brasil (Buenos Aires: Editorial Biblos/Fund. Simón Rodríguez, 1992).
Pablo Pozzi y Patricia Berrotarán, comps. Estudios inconformistas sobre la clase obrera argentina 1955-1989 (Buenos Aires: Editorial Letrabuena, 1994)
Excelente tu comentario Pablo, como siempre. Recuerdo al maestro Pla con cariño, …durante el final de materia Historia de América II, ( independiente) fue él que me interrogó, y disfrutamos juntos…sus preguntas eran preciosas y el final duro más de lo esperado sin darnos cuenta, …recuerdo que se hecho con su silla hacia atrás, fumando su pipa, y las manos entrelazadas en su nuca….así fue toda esa charla…Gracias maestro, gracias Pablo por todo…