por Abel Bohoslavsky*
Hace 50 años, cuando el Che Guevara era asesinado en Bolivia tras haber sido capturado herido en combate e inutilizada su arma, el mundo estaba tensionado por la guerra de Vietnam. A esa altura, el gobierno de Estados Unidos –presidente demócrata, el texano del lobby petrolero Lyndon Johnson y jefe del Pentágono, ex presidente de la Ford, Robert Mc Namara– tenía involucrados en esa guerra cientos de miles de soldados en el sur del país indochino ocupado por sus tropas y bombardeaba incesantemente el norte ya independizado. Johnson, vice de John Kennedy, había asumido la presidencia tras su asesinato en 1963. Fue reelecto presidente en 1964. En el crimen de Kennedy (nunca esclarecido judicialmente) se combinaron los intereses petroleros y la mafia cubana establecida en Estados Unidos, tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Kennedy había sufrido una derrota militar y política en abril de 1961, al ser aplastada una invasión a la Cuba revolucionaria en Playa Girón, momento en que Fidel Castro proclama el carácter socialista de la Revolución. El plan de invasión había sido organizado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) bajo el anterior gobierno, del republicano Dwight Eisenhower. Los invasores partieron de Puerto Cabezas, en la Nicaragua del dictador Anastacio Somoza Debayle, sucesor de Anastacio Somoza García, ajusticiado en 1956 por el poeta Rigoberto López Pérez, inmolado en la acción. La tiranía nicaragüense había sido instalada tras el asesinato de Augusto C. Sandino en 1934, el obrero convertido en General de Hombres Libres que con un ejército de campesinos y obreros, había derrotado la invasión norteamericana a ese país iniciada en 1927. Cuba había sido expulsada de la Organización de Estados Americanos (OEA) en enero de 1962 por imposición de EE. UU. y la complicidad de todos los gobiernos menos los de Uruguay, Bolivia, Chile y México. Este país fue el único que no rompió nunca las relaciones diplomáticas. Ya estaba en marcha el bloqueo económico y diplomático a Cuba.
En ese año, Argentina aún estaba gobernada por Arturo Frondizi, ganador en las elecciones de 1958 en nombre de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) que derrotó a la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), liderada por Ricardo Balbín. El peronismo estaba proscripto por la dictadura que lo derrocó en 1955, pero el general Perón exiliado, hizo un pacto con el emisario de Frondizi, Rogelio Frigerio (abuelo del ministro homónimo del presidente Macri), para darle el respaldo del electorado peronista a la UCRI. Frondizi presidente rompió relaciones diplomáticas con Cuba al igual que sus colegas del hemisferio. Meses antes de esa ruptura, en agosto de 1961, Frondizi había recibido en secreto al mismísimo Che Guevara en Olivos. El Che había concurrido a la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA en Montevideo, en la cual, EE. UU. lanzó la llamada Alianza para el Progreso, un plan económico de apariencia reformista con el cual pretendía contrarrestar las expectativas que en muchos sectores explotados despertaba la Revolución Cubana. El Che hizo allí una célebre intervención en la que ironizó sobre ese plan y pronosticó su fracaso. Los gobernantes norteamericanos, sabedores de ese pronóstico, ya tenían programada la alternativa: una estrategia contrainsurgente por la que dispusieron nuevas formas de intervencionismo policíaco-militar. Se abría una época de nuevas dictaduras (Brasil y Bolivia 1964, Argentina 1966) que se sumaban a las ya existentes en Centroamérica y a gobiernos de origen constitucional en los que las oligarquías mantenían su poder político y económico. En abril de 1965, EE. UU. invadió la República Dominicana para apoyar a militares golpistas que habían derrocado a un gobierno reformista.
El Che, al momento de empezar su campaña boliviana en 1967, había lanzado su proclama: «América, continente olvidado por las últimas luchas políticas de liberación, que empieza a hacerse sentir a través de la Tricontinental en la voz de la vanguardia de sus pueblos, que es la Revolución Cubana, tendrá una tarea de mucho mayor relieve: la de la creación del Segundo o Tercer Viet-Nam del mundo. En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo». Su convocatoria fue de carácter mundial: «Y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo que morir bajo las enseñas de Viet-Nam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada, sea igualmente gloriosa y apetecible para un americano, un asiático, un africano y, aún, un europeo». Y el objetivo programático y transformador era rotundo: «…las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo –si alguna vez la tuvieron– y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución». Una proclama tan ambiciosa no había sido formulada desde los tiempos en que Lenin y Trotsky habían hecho desde la III Internacional, creada luego del triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre en 1917.
La situación mundial está muy bien reseñada en el Mensaje del Che. Entendiendo que el eje era esa guerra tan desigual de EE.UU contra Vietnam, hizo en una metáfora, una caracterización muy crítica de las conducciones de los Partidos Comunistas de la URSS y China: «La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significaba para los gladiadores del circo romano el estímulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria».
Tras fracasar en su expedición en el Congo en 1965 –donde fue Tatú y así lo definió en su Diario del Congo– su conclusión fue que «…la evolución política y social del África no hace prever una situación revolucionaria continental. Las luchas de liberación contra los portugueses deben terminar victoriosamente, pero Portugal no significa nada en la nómina imperialista. Las confrontaciones de importancia revolucionaria son las que ponen en jaque a todo el aparato imperialista, aunque no por eso dejemos de luchar por la liberación de las tres colonias portuguesas y por la profundización de sus revoluciones».
Por muchas razones, el Che concibe que América es el lugar donde gestar «el segundo o tercer Vietnam». Ya desde el triunfo de la Revolución Cubana estaba planteada esta perspectiva. En primer lugar, porque al asumir una perspectiva socialista, los revolucionarios triunfantes comprendieron que esa transformación no podía concretarse en los estrechos marcos isleños. Esto fue enunciado en la Segunda Declaración de La Habana en fecha tan temprana como el 4 de febrero de 1962 en nombre de las Organizaciones Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario en respuesta a la expulsión de la OEA: «Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia».
(Anécdota: entre el millón de cubanos estaban presenciando esa movilización histórica, una pareja de revolucionarios argentinos: Ana María Villarreal y Mario Roberto Santucho, por entonces miembros del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular, después fundadores del Partido revolucionario de los Trabajadores y del Ejército Revolucionario del Pueblo).
Una parte de esta proclama fue releída por el Che en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 11 de diciembre de 1964, pocos meses antes de replegarse para siempre de la vida pública para ponerse al frente de sus emprendimientos.
Si la Revolución Cubana había «sorprendido» a la potencia imperialista vecina y su existencia era un desafío intolerable en su patio trasero, también fue sorpresa para la URSS, los partidos comunistas y otras izquierdas de la región. No solo se contraponía a sus políticas de coexistencia pacífica entre ambas potencias sino que cuestionaba el dogma del «socialismo en un solo país». También en los efímeros 6 años que estuvo al frente en tareas políticas y económicas de transformación –fue presidente del Banco Nacional, Ministro de Industrias– su práctica la acompañó con innumerables aportes teóricos y debates ideológicos. Su célebre carta al semanario uruguayo Marcha, se constituyó en un clásico del marxismo contemporáneo: El socialismo y el Hombre en Cuba (marzo 1965). Allí también pone en cuestión los dogmas predominantes: «Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo». Semejante crítica es, además, una previsión muy anticipada de lo que ocurriría muchos años después: la restauración capitalista en China y la URSS. En esos momentos, no se conocían muchos de sus escritos que dejó en borrador, analizando ese proceso degenerativo y restaurador. Pero su crítica a lo conocido hasta entonces como «socialismo» es de raíz: «Debemos considerar, además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él; primer período de transición del comunismo o de la construcción del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión cabal de su esencia. Si a esto de agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período, cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse a investigar todas las características primordiales del mismo antes de elaborar una teoría económica y política de mayor alcance». Y no solo avanzó en el terreno económico. En el terreno cultural también cuestionó los dogmas: «Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado. Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase, más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado. El capitalismo en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida?». Si bien muchos pensadores y grupos políticos marxistas en todo el mundo cuestionaban fuertemente la degradación stalinista y post-stalinista, nunca semejante crítica había provenido de un revolucionario marxista triunfante y en funciones de gobierno en sus primeros pasos de las tareas de transformación.
Pero el Che volvió al llano. Había elegido instalarse en Bolivia, país con un proletariado minero de tradición combativa y socialista, país que había vivido una revolución en 1952, cuando los obreros derrotaron al ejército del régimen, pero al carecer de una organización política con capacidad de darle continuidad a esa insurrección, devino en un régimen nacionalista que recompuso al ejército y emprendió reformas que no modificaron el sistema capitalista. El proyecto del Che era constituir una suerte de Estado Mayor revolucionario de alcance regional y su perspectiva era la de una guerra muy prolongada. Sirva como ejemplo elocuente el caudal de literatura política y filosófica que el Che llevó a su base en Ñancahuazú para desarrollar un plan de estudio y formación, documentados en el libro de Néstor Kohan En la selva (Los estudios desconocidos del Che Guevara. A propósito de sus Cuadernos de lectura en Bolivia). Bolivia tiene fronteras además de Argentina, con Paraguay, Brasil, Chile y Perú. En este último país, algunos destacamentos guerrilleros desarrollados con anterioridad, habían sido aniquilados. El Che había preparado diversos destacamentos armados regionales. Para Argentina, organizó el grupo que se denominó Ejército Guerrillero del Pueblo al mando de Jorge Masetti (periodista argentino y uno de los fundadores de la agencia cubana Prensa Latina). Ese grupo se implantó en la zona norte de Salta fronteriza con Bolivia y fue aniquilado hacia 1964. Otro destacamento se constituyó por iniciativa de militantes de la organización Palabra Obrera (PO) nacida en 1957 en plena resistencia peronista (resistencia sindical y armada), dirigidos por el veterano líder de ese grupo, Ángel Bengochea, El Vasco, también director del periódico del mismo nombre. Este grupo viajó a Cuba, debatió con el Che, recibió instrucción y regresó. Ante el desacuerdo de otros miembros de PO de emprender este nuevo rumbo, Bengochea renunció a la organización y con varias decenas de militantes, conformó las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (FARN). Tras un accidente explosivo en julio de 1964, con muchos muertos y desaparecidos (entre ellos Bengochea), el grupo se desarticuló (PO se unirá con el FRIP en 1965, fundando el PRT, que tras una nueva escisión, formará el ERP en 1970). Uno de los sobrevivientes, Luis Stamponi, era esperado por el Che, según él mismo lo consigna en su Diario. Stamponi se podrá unir tardíamente en 1969, después de la muerte del Che, integró el Ejército de Liberación Nacional y en 1974 sería uno de los fundadores del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia. Otro grupo de militantes preparados por el Che, nunca llegó a entrar en acción y sus integrantes conformaron años más tarde las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
El Che se instaló en la todavía secreta base de Ñancahuazú al sur de Santa Cruz de la Sierra con un contingente de militantes bolivianos, algunos cubanos, dos peruanos, un francés y una argentina-alemana, en noviembre de 1966. El Che había hecho un acuerdo con parte de la dirigencia del Partido Comunista boliviano, razón por la cual, una gran cantidad de los primeros combatientes eran miembros de ese partido. Pero en una reunión mantenida el 31 de diciembre con el secretario general del PCB, Mario Monge, éste pretendió la jefatura del futuro destacamento, con el argumento de que un «extranjero» no podía dirigirlo. Va de suyo que el Che no aceptó. Monge se fue, pero los militantes de su partido quedaron con el Che. Poco tiempo después, Monge dejó la dirección del PCB y partió para Moscú, ya que estaba alineado con el PCUS, cuyas políticas fueron duramente criticadas por el Che. En el movimiento revolucionario latinoamericano fue considerado como lo que fue: un traidor. Varias veces intentó justificarse «políticamente». Lo difícil de entender, es cómo y por qué el Che confió en semejante personaje que, una vez consumada la traición, siguió el mismo itinerario que sus mandantes rusos en su reconversión al capitalismo.
El Che es Ramón en este destacamento que recibe el nombre de Ejército de Liberación Nacional. No dispone ya del apoyo de los frentes urbanos y sindicales donde tiene trabajo político el PC. Recibió una declaración de apoyo del Partido Obrero Revolucionario (sector González Moscoso), pero este grupo fue violentamente reprimido. El ejército del régimen detectó así tempranamente la presencia del ELN e inmediatamente la CIA y oficiales del Ejército norteamericano aterrizaron en Bolivia. Por esas razones la incipiente guerrilla tuvo que empezar a actuar mucho antes de lo previsto. El 23 de marzo del 1967 el ELN emboscó una unidad militar, le causó siete bajas, tomó veintiún prisioneros a los que posteriormente liberó. El Che tomó conocimiento del plan del Ejército para combatirlo. Al día siguiente un avión bombardeó los alrededores del campamento central. El plan político-militar insurgente de largo plazo tuvo que ser modificado sobre la marcha y el Che inicia así su última epopeya en muy difíciles condiciones. No tiene los destacamentos guerrilleros preparados años antes por las circunstancias narradas, no alcanza a recomponer los vínculos políticos necesarios. Sin embargo, el sindicalismo minero hace suyas las proclamas del Che difundidas tras las primeras acciones guerrilleras y en las minas de Catavi y Siglo XX, al norte de Potosí (lejos de Ñancahuazú) los obreros resuelven dar apoyo material al naciente ELN. La dictadura del general René Barrientos ahoga en sangre ese apoyo en lo que se conoció como la masacre de San Juan el 24 de junio de 1967. Los acontecimientos de los siete meses de combates están condensados en su Diario y en numerosos escritos y testimonios, de imprescindible lectura. Intentando romper el cerco de varios miles de hombres apoyados por aviación, con su columna fragmentada en tres, traba combate en la Quebrada del Yuro el 8 de octubre, es herido sin riesgo inmediato para su vida y con su fusil inutilizado es capturado y llevado a La Higuera, recluido en la escuelita. Informados de su captura, los mandos norteamericanos ordenaron el traslado del agente de la CIA Félix Rodríguez –un gusano cubano– y otros jefes militares locales. Ni la dictadura boliviana ni el gobierno de EE. UU. podían soportar al Che prisionero, mucho menos imaginar la farsa de un «juicio». El embajador itinerante de la Revolución Cubana, tribuno de la ONU, en la OEA, en la Conferencia de Argel (febrero 1965), el ministro de las transformaciones, el presidente del Banco que firmaba los billetes como Che, el polemista con los teóricos de la época, el legendario guerrillero del Granma y de la Sierra Maestra, el Comandante victorioso en Santa Clara, ¿podía acaso ser «enjuiciado» por una dictadura? La orden inmediata fue asesinarlo. El 9 de octubre, los cobardes destinaron a un suboficial para cometer el crimen. Primero asesinó a los combatientes prisioneros con el Che, Simeón Willy Cuba Sanabria (un sindicalista boliviano) y Juan Pablo Chang Navarro, el Chino (un peruano veterano de la guerrilla en su país). El sargento Roque Terán contará años después cómo asesinó al Che aproximadamente a las 13 hs. Cuando los militares mostraron el cadáver del Che en unas imágenes que hace medio siglo son parte de la Historia de la humanidad, entre ellos aparece Gustavo Villoldo, jefe de la CIA en Bolivia, como para dejar testimonio del poderío y la cobardía del sistema mundial que denunció política y moralmente el Guerrillero Heroico.
Medio siglo después, Donald Trump, un empresario multimillonario, ajeno a «la política» y anclado en el Partido Republicano, es presidente de Estados Unidos. El sistema de dominación imperialista, mantiene su voracidad económica saqueadora y su belicismo como en los tiempos del Che. Renovadas formas tecnológicas y financieras refuerzan el capitalismo en todo el planeta. La informática, la robótica y otras maravillas de las ciencias penetran en fábricas, campos, bancos, paraísos fiscales y conectan la más extensa red de bases militares en todo el globo. Y despliegan nuevas formas de guerras. Trump renueva el chantaje nuclear. La URSS se desplomó y la China sin desplomarse, retornaron al capitalismo y en ese rumbo está el otrora Vietnam Heroico. En Sudáfrica se suprimió el régimen del apartheid –con la gran ayuda de las tropas cubanas que derrotaron en Angola la invasión de los racistas– pero las ex colonias independizadas son neocolonias. En Nuestra América irredenta, Grenada fue invadida por tropas norteamericanas en 1983 cuando intentaba un gobierno rebelde, la Revolución Sandinista triunfante en 1979 fue derrotada políticamente en 1990 luego de triunfar contra una nueva guerra de agresión imperialista. Las insurgencias salvadoreña y guatemalteca fueron neutralizadas. La insurgencia en Colombia depone las armas tras la guerra civil más larga y la Venezuela bolivariana y chavista no culmina las transformaciones enunciadas, acosada por la guerra económica y el terrorismo, mientras Trump promete derribarla. En el Cono Sur, tras las derrotas de los movimientos obreros y el exterminio de las insurgencias, la restauración constitucional alternó gobiernos liberales con progresistas y populistas que renovaron la dominación capitalista. Toda Nuestra América es más injusta y desigual que hace medio siglo. El desarrollo desigual y combinado tiene en Argentina un buen ejemplo: un país donde se fabrican satélites de comunicaciones, tiene una capacidad productiva de alimentos para 400 millones, padece de desnutrición infantil en grandes sectores de las clases trabajadoras de ciudades y campos. La Cuba revolucionaria que dejó el Che para facilitar su sendero socialista con una Revolución continental, se sostiene asfixiada, con reformas laborales que estimulan el cuentapropismo. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas en 2014, significó apenas un momento de disminución de la tensión en la contradicción entre la potencia imperialista y la isla asediada. Trump arremete de nuevo.
¿Qué legado dejó el Che?
La irrupción del Che significó muchas cosas a la vez. Tantas, que es difícil sintetizarlas en pocos conceptos. Se me ocurre que la idea más completa es la actualidad de la revolución. Esto quiere decir en forma sencilla y contundente que la revolución social es posible.
De manera exactamente contraria a los posibilistas de los ‘80 hasta la actualidad, los guevaristas de los ‘60 y los ‘70 teníamos esa convicción: éramos, si se quiere, posibilistas revolucionarios, El Che, Fidel y la Revolución Cubana, fueron una múltiple demostración práctica y teórica de que ni el capitalismo ni el reformismo político tenían razón.
Esa Revolución dio al traste con el fatalismo de una «izquierda» que, aunque vergonzosamente no lo admitía en forma explícita, estaba convencida que la revolución ya no era posible por la fortaleza política, económica y militar del imperialismo. Lo mismo que sostienen las corrientes progrepopulistas contemporáneas y lo han confirmado en el ejercicio de gobiernos en la región en los últimos 18 años.
Las ideas del Che significaron un saludable sacudimiento frente a la esclerosis de un «marxismo» stalinista que había implantado la noción de que la «izquierda» era «de café», que era sinónimo de estructuras internas verticalistas, de propuestas políticas reformistas y de colaboración de clases. Los guevaristas éramos precisamente lo contrario a lo que los reformistas de esa época y los posibilistas de hoy nos imputaban y nos acusan: «militantes testimoniales». Éramos militantes políticos prácticos sostenidos en el ideal guevarista.
Pocos movimientos políticos en América Latina y en Argentina en este siglo XX han sido tan audazmente prácticos y ricos teóricamente como los surgidos bajo la inspiración del Che. Frente a una crisis económica, política y moral de mucho menor magnitud que la de esta época, se alzó un movimiento que predicaba la necesidad del socialismo como única alternativa para salir del marasmo y la degradación capitalista.
Son tantos los aspectos que las ideas y la presencia del Che revolucionaron y que reclamaban de nosotros respuestas simultáneas, que su sistematización y transmisión a las actuales generaciones nos resulta difícil y siempre incompleta. Lo intentaremos.
En lo personal, significaba asumir un compromiso que demostrara una actitud de vida congruente con los ideales colectivistas y solidarios del socialismo. El stalinismo y todas las formas del reformismo y el populismo, habían logrado implantar ante la sociedad, y sobre todo frente a la clase trabajadora, que el «izquierdista» era una suerte de parásito acomodaticio, carente de compromiso personal. Esta lucha ideológica necesitaba demostraciones prácticas que intentaban emular al Che, el paradigma del hombre desprendido de toda prebenda. El Che encarnó como pocos la condición humana del marxista.
Lógicamente que, debido a la inexperiencia y las urgencias del momento, más de una vez, esta lucha ideológica llevó a extremos y límites erróneos que permitían nuevos flancos de ataque del populismo y el reformismo contra el marxismo. Se llegó, creo, a generalizaciones que revelaron confusiones, no comprendiendo que ni todos los militantes pueden ser iguales ni es necesario que cada uno sea una réplica del Che.
Visto a la distancia, resulta paradójico que el Che, que era un sujeto muy racional y ajeno a todo misticismo, haya desencadenado por su propia coherencia, conductas imitativas –erróneas– cargadas de mística que caracterizaron a militantes y organizaciones que postulaban políticas de transformación basadas en leyes de desarrollo social con criterio científico.
Por otra parte, a partir del escrito del Che El socialismo y el hombre nuevo en Cuba, el ideal revolucionario se asumió como una concepción humana que iba más allá de la propuesta estratégica. Esta revitalización del marxismo que introdujo el Che, posibilitó la adhesión al ideal revolucionario de corrientes no provenientes del socialismo. Pero hay que resaltar frente a tergiversaciones de entonces y de hoy, que el Che planteaba el nuevo hombre a partir de nuevas relaciones sociales de producción fundadas en el colectivismo. Su moral no era abstracta.
El papel de lo subjetivo y lo conciente.- En todos los escritos del Che resalta la trascendencia que él le daba a la subjetividad y la importancia que le atribuía en el desarrollo de una lucha revolucionaria. El Che reintrodujo esta temática que estaba virtualmente abandonada desde Lenin, ya que el dogmatismo stalinista había llevado al marxismo hacia concepciones deterministas, donde lo «objetivo» anulaba todo intento transformador a partir de la conciencia. No por casualidad, los reformistas y los economicistas endilgaban a los guevaristas el ser «subjetivistas», como forma de descalificar la postura revolucionaria. Y desde ese punto de partida, todas las propuestas guevaristas eran condenadas por «voluntaristas». Es cierto, que igual que en el tema de la conducta militante, los revolucionarios caíamos muchas veces en formulaciones voluntaristas. Pero hay que tener en cuenta que el nuevo movimiento revolucionario debía pugnar contra el dogmatismo determinista y contra el economicismo espontaneísta. Ni que hablar, de la lucha ideológica con las corrientes del populismo revolucionario, que siempre sostuvieron que el peronismo era algo así como un «estadío» de la conciencia de la clase obrera», o una política que expresaba una conciencia de clase «en sí» que había que superar hacia una conciencia «para sí», partiendo de una postura política peronista. Para el socialismo guevarista, la ideología populista de colaboración entre los trabajadores y el capital, no podía ser el punto de partida hacia la toma de conciencia de clase explotada. Estos debates siguen vigentes y son parte de la lucha ideológica contemporánea.
El carácter de la revolución por hacer.- A partir de la experiencia cubana y de la formulación del Che «….no hay hay más cambios que hacer, o Revolución Socialista o caricatura de revolución» se actualizó este debate.
La izquierda reformista (socialista y comunista) siempre sostuvo que en Argentina y en América Latina no estaban dadas las condiciones para una revolución socialista. Sostenían –¡aún después de Cuba y del Che!– que la revolución debía ser «por etapas». Y esto, porque según su análisis, Argentina tenía demasiados resabios pre-capitalistas o semifeudales. Según este enfoque la revolución argentina sería «democrática anti-imperialista con vistas al socialismo» o «nacional democrática y popular», o «de liberación nacional». A partir del 70-71, los llamados «socialistas puros» se introdujo otra polémica más, ya que criticaban la formulación de revolución anti-imperialista y socialista, sosteniendo que la revolución era socialista, a secas.
Estas polémicas se basaban y entrecruzaban con las distintas caracterizaciones de la formación socio-económica y el papel de las clases sociales, que excedían las formulaciones del Che. ¿En qué estaba presente el Che en este debate? En su inequívoco planteo de que la revolución por venir era necesariamente socialista e internacionalista. En ningún documento el Che separó la liberación nacional de la liberación social y siempre sostuvo que el movimiento de liberación debía ser encabezado por la clase proletaria y con una ideología marxista, aún en los países donde esa clase no era mayoritaria. Y el pensamiento del Che debe estar presente en el debate actual en el que el liberalismo predomina en nuestras sociedades.
La transición o construcción del socialismo. Este debate en los años ’60 y ’70 estaba condicionado por las experiencias en curso desde la Revolución de Octubre en adelante. La URSS, la China Popular y la misma Cuba eran referencias de «modelos», para elogiar o criticar. El Che ya estaba presente en ese debate, que él mismo inició. La inmediatez de las luchas y la inmadurez de los movimientos revolucionarios de aquella época, determinó que ese aspecto «del futuro» fuese dejado en un segundo plano. Medio siglo después, cuando la URSS y China hace rato retornaron al capitalismo, las previsiones del Che recobran su actualidad.
*Autor de Los Cheguevaristas- La Estrella Roja, del Cordobazo a la Revolución Sandinista – ImagoMundi, Buenos Aires, 2016.