El vaciamiento de los derechos humanos

por Pablo Pozzi

Para el treinta aniversario del golpe de estado de 1976, me invitaron a dar una charla a los alumnos de un secundario. Era todo parte del programa de difusión y educación en torno a democracia, derechos humanos y ciudadanía. La escuela es una de esas que llaman, eufemísticamente, “urbano marginal” que es una forma dizque científica de describir unos galpones de contención, con docentes sobreexplotados y mal pagos, para los hijos de las familias que no tienen ningún derecho humano ni civil en nuestra sociedad “democrática”. Y allí fui, llena la cabeza de imágenes de cómo iba a aportar a la formación de las nuevas generaciones para que “nunca más” hubiera terrorismo de estado.

Llegué para encontrarme con unos cien a ciento cincuenta alumnos que habían sido llevados casi a la fuerza por docentes que aun tienen esperanzas de que esta sea una sociedad de todos y para todos. Estos son decenas de chicos entre 13 y 18 años, pobres, desnutridos, morochos en su mayoría, y todos sin futuro. En otras palabras les iba a hablar sobre derechos humanos a gente que no sólo no los tenía sino que hacía por lo menos tres décadas que habían sido marginados de una sociedad para pocos. Una rápida ojeada bastó para que me diera cuenta que la dictadura de 1976 a 1983 era tan importante como cuando mi Nonno me contaba sobre la Primera Guerra Mundial y la batalla de Caporetto. O sea, en el mejor de los casos podía ser una de “cowboys”, aunque para él era real y actual, puesto que casi perdió su vida y muchos de sus amigos habían muerto en ella.

¿Qué hacer? Años de docencia, donde mis alumnos no tenían ni una pizquita de ganas de escuchar mi materia, me llevaron a plantear que estos pibes no tenían futuro, y que no lo tenían porque “los militares de 1976 y los ricos” habían dado un golpe de estado para que a si fuera. Realmente no fue una conferencia, fue una charla de más de dos horas, donde los chicos aportaron sus cosas y yo las mías, y creo que aprendí más que ellos. Sobre todo aprendí dos cosas.

La primera es que derechos humanos sólo tiene sentido como algo vivo, desde el hoy y para el hoy. Así la experiencia histórica se rescata en su mejor sentido, como lecciones para el futuro que definen acciones en el presente. Y también aprendí que la dictadura no terminó en 1983, sino que sus consecuencias continúan hasta el día de hoy: gran parte de la población de la Argentina se encuentra sometida a un terrorismo de estado que le ha quitado a veces la vida, casi todos sus derechos, y por supuesto toda posibilidad de un futuro mejor. No pude menos que pensar que los compañeros desaparecidos y muertos entre 1969 y 1983 lucharon y se sacrificaron para que esto no ocurriera. Eso les dije a los chicos que me escucharon, y creo que de repente las historias de hace treinta años les significaron otra cosa.

Pero la segunda cosa que aprendí ese día es la capacidad de la burguesía para ganar las batallas que cuentan, y cómo nosotros, sin a veces darnos cuenta, le hacemos el juego. La campaña del gobierno en torno al aniversario del golpe fue algo bien recibido por todos los sectores “progres” el país. Sin embargo lo que hizo fue trivializar la fecha y el hecho. Allí estaba desde Mariano Grondona hasta el represor ministro del interior (no importa cuál, su función es reprimir) hablando de los derechos humanos. Los canales de televisión, las radios, las escuelas, los diarios como Clarín, las editoriales, todas las instituciones que colaboraron con el golpe conmemoraron el hecho… y lo vaciaron de contenido. Para casi todos el golpe y la represión fue un hecho que surgió a partir de una violencia “Terrorista”, bienintencionada pero anti social y por supuesto antidemocrática, que dio pie a que “los horribles” de siempre entraran en escena. En pocos, o casi ningún caso, se recordó que aquella sociedad argentina no era muy maravillosa que digamos… excepto para unos pocos burgueses y para aquellos sectores medios que lucraban (y lucran) con la explotación de las mayorías. Los revolucionarios de 1966 a 1976, por una vez, intentaron que tuviéramos un país mejor para muchos, y no el país miserable que hoy en día tenemos. Así es lamentable que muchos organismos presenten a esos compañeros simplemente como “chicos buenos” e inocentes. Primero porque no era un problema de bondad, sino de hacer una sociedad mejor. Y segundo, porque suponer que se los llevaron a pesar de ser “inocentes” presupone que si eran “culpables” estaba bien que los desaparecieran. Asimismo, fue lamentable que la mayoría de los organismos de derechos humanos, para quedar bien con el gobierno, fueran incapaces de vincular la represión de ayer con la de hoy. Dudo que mis compañeros de aquella época hubieran estado de acuerdo con la bastardización de su lucha. Yo no lo estoy.

Y así los derechos humanos y el golpe terrorista se han convertido en parte de la liturgia del poder en la Argentina. Lejos de ser una bandera de lucha, lejos de ser una lección para las nuevas generaciones, cada nuevo aniversario se ve vaciado de su contenido poderoso y reivindicativo en un esfuerzo de los poderosos por anestesiar a la población. La respuesta la dieron hace casi cuarenta años, los militantes de la CGT de los Argentinos en el discurso redactado por Rodolfo Walsh y Agustín Tosco y pronunciado por Raimundo Ongaro el 1 de mayo de 1968:

“Durante años nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre. Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer mi injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que participemos. Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos. No queremos esa clase de participación. […] Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, las viejas banderas de lucha. […] Sabemos que por defender la decencia todos los inmorales pagarán campañas para destruirnos. Comprendemos que por reclamar la libertad, justicia y el cumplimiento de la voluntad soberana de los argentinos, nos inventarán todos los rótulos, incluso el de subversivos […] Descontamos que por defender la autodeterminación nacional se unirán los explotadores de cualquier latitud para fabricar las infamias que les permitan clausuran nuestra voz, nuestro pensamiento y nuestra vida.  […] Pero nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar y matar a todo el pueblo y porque la inmensa mayoría de los argentinos, sin pactos electorales, sin aventuras colaboracionistas ni golpistas, sabe que sólo el pueblo salvará al pueblo”.

Hace cuarenta años la clase obrera argentina luchaba por los derechos humanos, hoy en día lo sigue haciendo, aunque a veces los trabajadores no se den cuenta de ello. Las palabras del ayer resuenan con eco poderoso en el hoy de aquellos que piensan que un gobierno neo populista puede hacer valer los derechos humanos. Lo que puede hacer es dar subsidios y acceso al poder. ¿A cambio de qué? La verdadera democracia es la que hace el pueblo. Los derechos humanos son los de las amplias mayorías. Sin Dios, ni César, ni Tribunos, “el mundo será un paraíso, dominio de la humanidad”.

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