por Héctor Löbbe*
Al analizar las causas del Golpe de Estado Cívico Militar de marzo de 1976 en la Argentina y de la Dictadura Reaccionaria y Contrarrevolucionaria más represiva, antipopular y regresiva de nuestra historia, se oculta una razón de importancia central en la década de 1970, que fue en el pasado y sigue siendo en nuestros días, una amenaza estratégica para el dominio de la burguesía y el imperialismo.
Esa razón ocultada es la violencia de masas, obrera y revolucionaria, ejercida con la clara intención de derrocar a la burguesía como clase y arrebatarle el poder de control sobre la principal herramienta de dominación ayer, hoy y siempre: el Estado.
El 29 de mayo de 1969, el cordobazo inauguró simbólicamente una “década corta” (1969-1976), el período más intenso e importante de la historia de la lucha de clases en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.
Como se había insinuado unos días antes en el primer rosariazo y sería luego acompañado por otros tantos estallidos de rebelión obrera y popular, el cordobazo instaló en el escenario político un proceso, más o menos abierto y evidente, que se venía gestando desde años atrás.
Este proceso, que tiñó toda la “década corta”, puso de manifiesto la existencia de dos tendencias subversivas del orden burgués, emergentes casi de manera simultánea, que se entrelazaron y potenciaron, dando como resultado el desafío más serio y perturbador que enfrentó el capitalismo argentino, dependiente, desigual, deformado -y hoy como ayer- inviable:
1) la activación, politización, radicalización y movilización de numerosos sectores estratégicos de la clase obrera (por su joven conformación, su localización geográfica y su importancia dentro del aparato productivo y económico), que como vanguardia, traccionaron hacia adelante a la mayor parte de la clase, en abierta confrontación contra los efectos sociales y económicos de las políticas del Estado. Además, y al mismo tiempo, a esta tendencia y colectivo social se sumaron significativas capas y fracciones de la pequeña burguesía empobrecida (estudiantes, docentes, profesionales, intelectuales, artistas, pequeños y medianos comerciantes y propietarios industriales y agrarios, tanto urbanos como rurales).
2) la formación de incipientes destacamentos político-revolucionarios, que inspirados en el pensamiento y en la acción de Ernesto Che Guevara (que se extendía con fuerza por toda América Latina), revalorizaban el marxismo como herramienta teórica pero también práctica, para llevar adelante un proceso de liberación nacional y social.
Esta reconfiguración política dentro de la izquierda, partió aguas en nuestro país: en un campo, los sectores reformistas y “bienpensantes”, pero también, quienes se proclamaban (sólo de palabra) como “revolucionarios” e “insurreccionalistas”.
Y en el otro campo, aquellos que, por el contrario, decididos y coherentes, dejaban de lado los gestos y los discursos y se sumergían en las tareas organizativas y la puesta en marcha de las fuerzas materiales, para el cercano e inevitable momento militar de confrontación social anticapitalista.
En la Argentina, desde fines del siglo XIX, las dos tendencias más arriba mencionadas –si bien bajo formas político-ideológicas diferentes y magnitudes e importancias cuantitativas y cualitativas más acotadas- ya se venían haciendo presente.
Pero lo novedoso y decisivo, al comienzo de la “década corta” iniciada con el cordobazo, es que ambas tendencias convergieron, trenzándose de manera creciente, en un momento de aguda crisis económica y social, manteniéndose más allá de 1973.
La resultante de los factores que venimos describiendo y de su convergencia, fue un proceso de armado ideológico y material de importantes sectores populares, que se expresará en una original construcción de una violencia de masas (por los numerosos sectores que la ejercían), obrera (por el protagonismo central en la misma de la vanguardia de la clase) y revolucionaria (por su programa y objetivos), como herramienta de intervención política.
Las manifestaciones de violencia -expresadas de una manera primaria pero significativa- fueron la señal y el síntoma que impulsaron el proceso que venimos comentando.
“Piquetes”, barricadas, “tomas” de fábricas y establecimientos (con rehenes) y barrios. Hondas, bulones, recortes de chapa, clavos “miguelitos”, “caños”, bombas incendiarias y armas cortas, fueron la recuperación de prácticas y el “armamento” elemental, antes de 1973 y lo siguieron siendo, después.
En ese contexto, surgieron organizaciones político-militares que buscaban guiar y conducir a esta violencia de masas de nuevo tipo, convertida en el ariete de la lucha de clases y resignificada por su programa socialista.
La “izquierda peronista” (en especial, la Organización Montoneros) transitó originalmente ese camino, hasta 1973. Pero al subordinarse dócilmente por cuestionables razones estratégicas a la conducción burguesa del peronismo hasta mediados de 1974, produjo un retraso en el proceso de ruptura de los sectores populares con ese proyecto reformista burgués nacionalista. Esto derivó en un desvío parcial del curso ascendente de la lucha de clases en esta etapa, a pesar de las prácticas combativas de la mayor parte de sus bases y frentes de masas, en particular, los sindicales.
En el campo de la izquierda marxista, las dos fuerzas más importantes, actuantes en la “década corta” -por orden de aparición y desarrollo-, fueron el Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT- (fundado en 1965) y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo –ERP- (creado en 1970, al calor de las brasas del cordobazo). Y, más tarde, la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), surgida entre 1973 y 1975.
Se fueron construyendo así, de manera gradual pero aceleradamente, instancias y estructuras para canalizar esa violencia de masas.
Grupos de autodefensa reales, concretos y efectivos (no los tantas veces “declamados” en teoría por otros, pero nunca organizados); “piquetes” obreros armados y la formación de destacamentos semi-regulares, que apoyaran, encausaran, protegieran y potenciaran las formas más básicas que asumía la violencia de masas.
Presencia que se hizo sentir en asambleas; actos y “tomas” de fábrica; marchas y concentraciones y atentados con explosivos. De manera excepcional y en situaciones gravísimas, numéricamente minoritarias, en el amedrentamiento, captura, secuestro o eliminación física de represores y sus cómplices (civiles, policías o militares) y patrones.
No se trataron de acciones, “sustitucionistas” o “descolgadas” de la voluntad y estado de ánimo combativo del amplio colectivo social en ese período.
Contra la crítica de la burguesía y de muchos autoproclamados “revolucionarios” (de ayer y de hoy), esa presencia, acompañamiento y potenciación no fue objeto de condena y rechazo, ni por la vanguardia obrera (por definición, el sector más consciente y politizado) ni tampoco por el conjunto de la clase.
La prueba de fuego de toda esta experiencia “en construcción”, fueron sin duda, los 3 años de gobierno peronista (1973-1976), que intentó maniatar y abortar el proceso revolucionario incipiente y en curso, desviando el eje de la lucha y tratando de lograr la “conciliación de clases” (vía el “Pacto Social”), con el doble objetivo de aislar a los sectores más movilizados y desarticular su programa de transformación social y económica.
En ese breve período, la tendencia no sólo no revirtió sino que –progresivamente- se incrementó.
Al calor de las luchas contra el “Pacto Social”, las Organizaciones revolucionarias marxistas mencionadas no se limitaron a accionar militarmente contra los enemigos históricos y permanentes de la clase obrera (la burguesía y sus cuerpos represivos) sino que pusieron en pie frentes de masas político-sindicales, para disputarle la conducción de la clase en su conjunto a las dirigencias corrompidas, conciliadores y burocráticas del peronismo de derecha y gobernante.
Así, aún en forma embrionaria, constituyeron primero -en especial y principalmente, bajo el auspicio y empuje del PRT-ERP- el Movimiento Sindical de Bases (MSB) en julio de1973 y un poco más tarde, el aún más amplio Movimiento Sindical Combativo (MSC), que se proyectaron con mayor fuerza e incidencia, hasta fines de 1975. Ambas estructuras –creadas para tener presencia y actuación en todo el país-, alcanzaron su mayor extensión y protagonismo en la estratégica provincia de Córdoba, buscando formar un polo político-sindical que reagrupara a las corrientes socialistas más críticas, que militaban dentro de la clase obrera.
Hacia 1975, las construcciones organizativas nombradas; las Agrupaciones de base (y aún con sus vacilaciones y contradicciones, también la Juventud Trabajadora Peronista, JTP-Montoneros) y el activismo en su conjunto; las “Listas” opositoras y combativas en los Sindicatos; los Cuerpos de Delegados y Comisiones Internas por establecimiento y aún, las pocas Direcciones Seccionales de Sindicatos recuperadas y “paralelas”, habían entretejido una red de conducción sindical alternativa, efectiva y eficiente, que disputaba con éxito creciente la dirección de la vanguardia obrera y amplios sectores del resto de la clase.
Para el enemigo de clase -y nunca mejor bautizada- se trataba de “la guerrilla fabril”.
La Mesa de Gremios en Lucha en Córdoba y las Coordinadoras Interfabriles de Capital Federal, Gran Buenos Aires y otros enclaves industriales, se pusieron así –en junio de 1975- al frente de la movilización de los trabajadores contra el plan económico de ajuste ultraliberal del ministro Rodrigo. Un plan desesperado del gobierno peronista agonizante y volcado cada vez más hacia una salida fascitizante, como lo demostraba el terror paraestatal y paramilitar ejercido por la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A) y la intervención abierta de las Fuerzas Armadas en la “lucha antisubversiva”.
En esas movilizaciones obreras estuvo igualmente presente, la actitud y voluntad confrontativa y el alistamiento para el enfrentamiento militar, expresión de la violencia de masas que venimos describiendo.
La masividad de estas expresiones de lucha organizada y lo que eso implicaba; el temor de la burguesía a escalar en un combate concreto, sin definición asegurada y que incentivara réplicas más fuertes y contundentes, evitó que se pasara de la amenaza latente al choque directo.
Las Jornadas de junio y julio de 1975, en donde jugó un papel decisivo el proceso de asambleas por establecimiento y marchas de trabajadores por calles y rutas hacia la sedes del poder burgués, puso freno transitorio a un proyecto no sólo económico (con sus regresivas secuelas sociales para la clase obrera y las mayorías populares) sino también político.
Proyecto integral que debió postergarse, por unos meses, para ser aplicado a través de un Golpe de Estado y de una Dictadura Cívico-Militar, contrarrevolucionaria y fascista, conjunta y representativa de la burguesía local y el imperialismo.
Se trataba, imperiosamente, de ahogar en sangre y disciplinar estratégicamente y por varias décadas a la clase obrera y a su vanguardia sindical y política, inflingiéndole una derrota escarmentadora.
No se podía permitir que los trabajadores hicieran “política” institucional, disputándole a la burguesía ese terreno o el campo de las ideas.
Menos aún y más grave, que se “atrevieran” a desafiar el uso monopólico y “legitimo” de la violencia “legal”, tomando en sus manos obreras, las armas materiales.
En síntesis, lecciones históricas que nos vienen desde el ayer, de una derrota –temporal- pero que nos debe servir para seguir en la pelea, corrigiendo y haciendo bien, lo que no se pudo hacer mejor en el pasado.
Sin alentar falsas expectativas en las instituciones “representativas” burguesas, en los cambios graduales e indoloros, en la toma del poder por la vía electoral y menos que menos, en la transformación pacífica del sistema capitalista.
Identificando, hoy como ayer, a aliados (verdaderos) y enemigos.
Con unidad en la acción y buscando la síntesis en la teoría, el programa y la práctica.
Luchando siempre por el Socialismo, dentro de la clase obrera y conquistando a su vanguardia más consciente.
Héctor Löbbe.
Docente. Licenciado en Historia, Universidad Nacional de Luján.
Autor del libro La guerrilla fabril. Clase Obrera e Izquierda en la Coordinadora de Zona Norte del Gran Buenos Aires (1975-1976), Ediciones ryr, Buenos Aires, Argentina. 1ª edición, agosto de 2006 [2ª edición, marzo de 2009].
La razón ocultada: la violencia de masas, obrera y revolucionaria en la “década corta” (1969-1976) y el Golpe de Estado Cívico Militar en la Argentina de marzo de 1976.
Al analizar las causas del Golpe de Estado Cívico Militar de marzo de 1976 en la Argentina y de la Dictadura Reaccionaria y Contrarrevolucionaria más represiva, antipopular y regresiva de nuestra historia, se oculta una razón de importancia central en la década de 1970, que fue en el pasado y sigue siendo en nuestros días, una amenaza estratégica para el dominio de la burguesía y el imperialismo.
Esa razón ocultada es la violencia de masas, obrera y revolucionaria, ejercida con la clara intención de derrocar a la burguesía como clase y arrebatarle el poder de control sobre la principal herramienta de dominación ayer, hoy y siempre: el Estado.
El 29 de mayo de 1969, el cordobazo inauguró simbólicamente una “década corta” (1969-1976), el período más intenso e importante de la historia de la lucha de clases en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX.
Como se había insinuado unos días antes en el primer rosariazo y sería luego acompañado por otros tantos estallidos de rebelión obrera y popular, el cordobazo instaló en el escenario político un proceso, más o menos abierto y evidente, que se venía gestando desde años atrás.
Este proceso, que tiñó toda la “década corta”, puso de manifiesto la existencia de dos tendencias subversivas del orden burgués, emergentes casi de manera simultánea, que se entrelazaron y potenciaron, dando como resultado el desafío más serio y perturbador que enfrentó el capitalismo argentino, dependiente, desigual, deformado -y hoy como ayer- inviable:
1) la activación, politización, radicalización y movilización de numerosos sectores estratégicos de la clase obrera (por su joven conformación, su localización geográfica y su importancia dentro del aparato productivo y económico), que como vanguardia, traccionaron hacia adelante a la mayor parte de la clase, en abierta confrontación contra los efectos sociales y económicos de las políticas del Estado. Además, y al mismo tiempo, a esta tendencia y colectivo social se sumaron significativas capas y fracciones de la pequeña burguesía empobrecida (estudiantes, docentes, profesionales, intelectuales, artistas, pequeños y medianos comerciantes y propietarios industriales y agrarios, tanto urbanos como rurales).
2) la formación de incipientes destacamentos político-revolucionarios, que inspirados en el pensamiento y en la acción de Ernesto Che Guevara (que se extendía con fuerza por toda América Latina), revalorizaban el marxismo como herramienta teórica pero también práctica, para llevar adelante un proceso de liberación nacional y social.
Esta reconfiguración política dentro de la izquierda, partió aguas en nuestro país: en un campo, los sectores reformistas y “bienpensantes”, pero también, quienes se proclamaban (sólo de palabra) como “revolucionarios” e “insurreccionalistas”.
Y en el otro campo, aquellos que, por el contrario, decididos y coherentes, dejaban de lado los gestos y los discursos y se sumergían en las tareas organizativas y la puesta en marcha de las fuerzas materiales, para el cercano e inevitable momento militar de confrontación social anticapitalista.
En la Argentina, desde fines del siglo XIX, las dos tendencias más arriba mencionadas –si bien bajo formas político-ideológicas diferentes y magnitudes e importancias cuantitativas y cualitativas más acotadas- ya se venían haciendo presente.
Pero lo novedoso y decisivo, al comienzo de la “década corta” iniciada con el cordobazo, es que ambas tendencias convergieron, trenzándose de manera creciente, en un momento de aguda crisis económica y social, manteniéndose más allá de 1973.
La resultante de los factores que venimos describiendo y de su convergencia, fue un proceso de armado ideológico y material de importantes sectores populares, que se expresará en una original construcción de una violencia de masas (por los numerosos sectores que la ejercían), obrera (por el protagonismo central en la misma de la vanguardia de la clase) y revolucionaria (por su programa y objetivos), como herramienta de intervención política.
Las manifestaciones de violencia -expresadas de una manera primaria pero significativa- fueron la señal y el síntoma que impulsaron el proceso que venimos comentando.
“Piquetes”, barricadas, “tomas” de fábricas y establecimientos (con rehenes) y barrios. Hondas, bulones, recortes de chapa, clavos “miguelitos”, “caños”, bombas incendiarias y armas cortas, fueron la recuperación de prácticas y el “armamento” elemental, antes de 1973 y lo siguieron siendo, después.
En ese contexto, surgieron organizaciones político-militares que buscaban guiar y conducir a esta violencia de masas de nuevo tipo, convertida en el ariete de la lucha de clases y resignificada por su programa socialista.
La “izquierda peronista” (en especial, la Organización Montoneros) transitó originalmente ese camino, hasta 1973. Pero al subordinarse dócilmente por cuestionables razones estratégicas a la conducción burguesa del peronismo hasta mediados de 1974, produjo un retraso en el proceso de ruptura de los sectores populares con ese proyecto reformista burgués nacionalista. Esto derivó en un desvío parcial del curso ascendente de la lucha de clases en esta etapa, a pesar de las prácticas combativas de la mayor parte de sus bases y frentes de masas, en particular, los sindicales.
En el campo de la izquierda marxista, las dos fuerzas más importantes, actuantes en la “década corta” -por orden de aparición y desarrollo-, fueron el Partido Revolucionario de los Trabajadores -PRT- (fundado en 1965) y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo –ERP- (creado en 1970, al calor de las brasas del cordobazo). Y, más tarde, la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), surgida entre 1973 y 1975.
Se fueron construyendo así, de manera gradual pero aceleradamente, instancias y estructuras para canalizar esa violencia de masas.
Grupos de autodefensa reales, concretos y efectivos (no los tantas veces “declamados” en teoría por otros, pero nunca organizados); “piquetes” obreros armados y la formación de destacamentos semi-regulares, que apoyaran, encausaran, protegieran y potenciaran las formas más básicas que asumía la violencia de masas.
Presencia que se hizo sentir en asambleas; actos y “tomas” de fábrica; marchas y concentraciones y atentados con explosivos. De manera excepcional y en situaciones gravísimas, numéricamente minoritarias, en el amedrentamiento, captura, secuestro o eliminación física de represores y sus cómplices (civiles, policías o militares) y patrones.
No se trataron de acciones, “sustitucionistas” o “descolgadas” de la voluntad y estado de ánimo combativo del amplio colectivo social en ese período.
Contra la crítica de la burguesía y de muchos autoproclamados “revolucionarios” (de ayer y de hoy), esa presencia, acompañamiento y potenciación no fue objeto de condena y rechazo, ni por la vanguardia obrera (por definición, el sector más consciente y politizado) ni tampoco por el conjunto de la clase.
La prueba de fuego de toda esta experiencia “en construcción”, fueron sin duda, los 3 años de gobierno peronista (1973-1976), que intentó maniatar y abortar el proceso revolucionario incipiente y en curso, desviando el eje de la lucha y tratando de lograr la “conciliación de clases” (vía el “Pacto Social”), con el doble objetivo de aislar a los sectores más movilizados y desarticular su programa de transformación social y económica.
En ese breve período, la tendencia no sólo no revirtió sino que –progresivamente- se incrementó.
Al calor de las luchas contra el “Pacto Social”, las Organizaciones revolucionarias marxistas mencionadas no se limitaron a accionar militarmente contra los enemigos históricos y permanentes de la clase obrera (la burguesía y sus cuerpos represivos) sino que pusieron en pie frentes de masas político-sindicales, para disputarle la conducción de la clase en su conjunto a las dirigencias corrompidas, conciliadores y burocráticas del peronismo de derecha y gobernante.
Así, aún en forma embrionaria, constituyeron primero -en especial y principalmente, bajo el auspicio y empuje del PRT-ERP- el Movimiento Sindical de Bases (MSB) en julio de1973 y un poco más tarde, el aún más amplio Movimiento Sindical Combativo (MSC), que se proyectaron con mayor fuerza e incidencia, hasta fines de 1975. Ambas estructuras –creadas para tener presencia y actuación en todo el país-, alcanzaron su mayor extensión y protagonismo en la estratégica provincia de Córdoba, buscando formar un polo político-sindical que reagrupara a las corrientes socialistas más críticas, que militaban dentro de la clase obrera.
Hacia 1975, las construcciones organizativas nombradas; las Agrupaciones de base (y aún con sus vacilaciones y contradicciones, también la Juventud Trabajadora Peronista, JTP-Montoneros) y el activismo en su conjunto; las “Listas” opositoras y combativas en los Sindicatos; los Cuerpos de Delegados y Comisiones Internas por establecimiento y aún, las pocas Direcciones Seccionales de Sindicatos recuperadas y “paralelas”, habían entretejido una red de conducción sindical alternativa, efectiva y eficiente, que disputaba con éxito creciente la dirección de la vanguardia obrera y amplios sectores del resto de la clase.
Para el enemigo de clase -y nunca mejor bautizada- se trataba de “la guerrilla fabril”.
La Mesa de Gremios en Lucha en Córdoba y las Coordinadoras Interfabriles de Capital Federal, Gran Buenos Aires y otros enclaves industriales, se pusieron así –en junio de 1975- al frente de la movilización de los trabajadores contra el plan económico de ajuste ultraliberal del ministro Rodrigo. Un plan desesperado del gobierno peronista agonizante y volcado cada vez más hacia una salida fascitizante, como lo demostraba el terror paraestatal y paramilitar ejercido por la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A) y la intervención abierta de las Fuerzas Armadas en la “lucha antisubversiva”.
En esas movilizaciones obreras estuvo igualmente presente, la actitud y voluntad confrontativa y el alistamiento para el enfrentamiento militar, expresión de la violencia de masas que venimos describiendo.
La masividad de estas expresiones de lucha organizada y lo que eso implicaba; el temor de la burguesía a escalar en un combate concreto, sin definición asegurada y que incentivara réplicas más fuertes y contundentes, evitó que se pasara de la amenaza latente al choque directo.
Las Jornadas de junio y julio de 1975, en donde jugó un papel decisivo el proceso de asambleas por establecimiento y marchas de trabajadores por calles y rutas hacia la sedes del poder burgués, puso freno transitorio a un proyecto no sólo económico (con sus regresivas secuelas sociales para la clase obrera y las mayorías populares) sino también político.
Proyecto integral que debió postergarse, por unos meses, para ser aplicado a través de un Golpe de Estado y de una Dictadura Cívico-Militar, contrarrevolucionaria y fascista, conjunta y representativa de la burguesía local y el imperialismo.
Se trataba, imperiosamente, de ahogar en sangre y disciplinar estratégicamente y por varias décadas a la clase obrera y a su vanguardia sindical y política, inflingiéndole una derrota escarmentadora.
No se podía permitir que los trabajadores hicieran “política” institucional, disputándole a la burguesía ese terreno o el campo de las ideas.
Menos aún y más grave, que se “atrevieran” a desafiar el uso monopólico y “legitimo” de la violencia “legal”, tomando en sus manos obreras, las armas materiales.
En síntesis, lecciones históricas que nos vienen desde el ayer, de una derrota –temporal- pero que nos debe servir para seguir en la pelea, corrigiendo y haciendo bien, lo que no se pudo hacer mejor en el pasado.
Sin alentar falsas expectativas en las instituciones “representativas” burguesas, en los cambios graduales e indoloros, en la toma del poder por la vía electoral y menos que menos, en la transformación pacífica del sistema capitalista.
Identificando, hoy como ayer, a aliados (verdaderos) y enemigos.
Con unidad en la acción y buscando la síntesis en la teoría, el programa y la práctica.
Luchando siempre por el Socialismo, dentro de la clase obrera y conquistando a su vanguardia más consciente.
*Docente. Licenciado en Historia, Universidad Nacional de Luján.
Autor del libro La guerrilla fabril. Clase Obrera e Izquierda en la Coordinadora de Zona Norte del Gran Buenos Aires (1975-1976), Ediciones ryr, Buenos Aires, Argentina. 1ª edición, agosto de 2006 [2ª edición, marzo de 2009].
[1] Publicado en Voces a 40 años, de la Organización Política Hombre Nuevo, Buenos Aires, marzo 2016