por Alberto Szpunzberg
Habrá sido allá por mediados de marzo de 1975. Después de estar internado en una clínica por depresión nerviosa, el poeta argentino Jorge Money se reintegraba a su puesto de cronista de economía en el diario La Opinión, de Buenos Aires. Sus compañeros de redacción sabían muy bien que su fuerte no era la devaluación de las divisas ni el producto bruto interno, sino la poesía. Aquella tarde se le veía contento: se paró en medio de la redacción y anunció nada menos que esperaba un hijo. Luego, se acercó a la mesa del jefe del suplemento cultural, sacó un papel de su bolsillo y le dijo:
–Es un poema… Lo escribí para mi compañera. Si sirve para algo, publíquenlo…
Al rato, Money volvió junto a su máquina de escribir.
Condenado al olvido, aquel poema, cuya forma asemeja al perfil de una mujer embarazada, comenzó a enterrarse entre otros papeles «de mayor actualidad»: la última banalidad de algún escritor de moda, el último discurso de cualquier ministro, la última anécdota de algún monstruo sagrado.
Evidentemente, el poema de Jorge Money «no era noticia».
Un tiempo después –era una tarde como todas–, un familiar de Money llamó a la redacción. Estaba preocupado: Jorge había salido aquella mañana de su casa y nada habían sabido de él durante todo el día. Alarmados, sus compañeros del diario fueron a comunicar la novedad al secretario de redacción.
–Basta, por favor –se rió éste–, no quiero saber nada con los locos. Debe estar otra vez en el manicomio…
A la madrugada siguiente, Jorge Money aparecía en los bosques de Ezeiza. Tenía atadas las manos con alambre y la cabeza envuelta en su propio pullóver. Lo habían acribillado a rafagazos.
Los paramilitares de la Triple A habían dado un paso más en su trabajo sucio de «desestabilizar» a la Argentina sembrando el terror y el desconcierto. Realmente, ¿qué más terrible y, a la vez, desconcertante que el asesinato de un cronista de economía, para colmo «poeta y loco»?
Al mes de su muerte, algunos redactores de La Opinión le sugirieron a su director, Jacobo Timerman, que a modo de homenaje al poeta y periodista asesinado, en el suplemento cultural se reprodujeran algunos poemas de Money. Timerman, con su habitual soberbia y seguridad, no titubeó en responder:
–De ninguna manera, no hay que hacerle el juego a las provocaciones del fascismo. A veces, lo mejor que uno puede hacer es quedarse callado, ¿no les parece?
En la actualidad La Opinión no existe más. La Triple A asesinó a muchos más. Los militares fueron gobierno. Timerman, su director, fue preso y torturado, mientras un interventor bebía su whisky y fumaba sus cigarros. Casi todos los jefes y secretarios de redacción de aquel entonces (por obligación o por cautela) abandonaron el diario e, inclusive, muchos debieron marchar al exilio. Money está muerto. No así su poema, aquél cuya forma asemeja el perfil de una mujer embarazada, aquél que nunca publicó, que habla de todo un país y llega, por fin, hasta nosotros.
Nuestro ombligo
Atiende
si mi hijo
si nuestro hijo
fuera naciera sol o
luna homosexual poeta o
guerrillero ha si creciera
guerrillero o usurero al tanto
o asesino oficinista vendedor de
peines en el subte o suicida flor
o cardo violador de tumbas o impasible
espectador del mundo comprensible padre de
familia actor de cine Rita Hayworth, Tyrone Power
sacerdote verdugo militar terrorista puta carcelero
en la exacta mitad de tu ombligo te explico Manés que
si nuestro hijo recoge la bandera que dejamos o por
el contrario un ejemplo la olvida la traiciona la
veja la vende a razonable precio entendéme si
nuestro hijo mañana es muerto por ir más
allá de donde fuimos o por menos o por
error o por justicia o por lo que sea
si los muertos somos vos y yo o los
dos y él quien nos fusila de todos
modos Manés habremos ganado porque
la libertad es lo único que
debemos legarle lo demás
compañera amiga mía
no tiene mayor
relevancia
(Jorge Money
Asesinado por la Triple A
A mediados de marzo de 1975.)