por Gerardo Médika
Hoy, en este sábado 18 de marzo de 2017, llego cansado a casa, enciendo la tele y me dispongo a cenar con mis hijos. Pienso en mi viejo: un obrero metalúrgico para el que sacar a su familia a comer una pizza un fin de semana, era algo común.
Pero los tiempos cambian… Como dije, es sábado y, como muchos otros sábados, la cena se hace en casa. Y más ahora que estamos «amarrocando» la «guita» porque la gobernadora Vidal quiere descontarnos (léase «disciplinar» con una sonrisa tipo publicidad de Colgate) los paros que estamos realizando en las escuelas de Buenos Aires.
Haciendo zapping me detengo en la «TV Führer». Me detengo en una cena donde nadie usa cuchillos «Tramontina» y la «Manao» brilla por su ausencia. Allí, en esa mesa tan distinta a la mía, Mauricio Macri le pasa, pronunciando algunas palabras que me cuestan comprender, a Mirta Legrand la foto de un maestro dando clases en las ruinas de Hiroshima tras la bomba atómica.
En ese momento ya no me pasa bocado. Mi hijo mayor, siempre directo y concreto, me dice: «¡Macri es “cheto y gato”!». Mi hija, quizás presintiendo mi indignación ante el mensaje que quieren transmitir con esa foto, acota: «¡El tío dice que cuando aparece Macri hay que decir “Luche y vuela”!».
En medio de la bronca en esta cena proletaria, recibo un whatsapp de mi amigo Alejandro «el almacenero» que me dice: «No estoy vendiendo nada… Pero sé en lo que andas. Así que lo que necesites. Ya sabes».
¿Sensaciones en esta noche de sábado? Muchas.
Estoy por cumplir 28 años de docencia en el conurbano bonaerense. La imagen que mostró Mauricio me es más que significativa. Se asemeja a algunos barrios en los que trabajo, con la salvedad que no están en Hiroshima del 45.
Pienso que en estos años los docentes en este conurbano tan golpeado, enseñamos en escuelas «donde las calles no tienen nombre», con paredes que se vienen abajo y en aulas donde vivenciamos las consecuencias de nuestros políticos. Estamos donde hay una «marginalidad bien marginal» y donde los mismísimos funcionarios con sus «pitufos» no logran entrar. Enseñamos matemática, literatura y arte. Y tratamos de transmitir valores de vida en lugares donde es común preguntar por «Juancito», y que la respuesta siempre sea: ¡Lo mataron de un tiro profe!
En estos años, largos años, me he bancado a gobernadores como Ruckauf (que con «quincho nuevo» nos mandaba a repartir zapatillas de lona barata con su firma), o el compañero Felipe Solá (que ahora opina a favor del paro docente, pero cuando nos tuvo que bajar el sueldo fue el primero en darle al lápiz) o el gobernador Scioli (el que les retenía el sueldo a los docentes por meses por cuestiones del sistema informático). Y ahora, por esas cosas del destino amarillo: Ahora ¡Yo tengo una gobernadora virgencita! ¡Una gobernadora virgencita, linda, bonita y tierna!
Mi gobernadora virgencita –inmaculada a lo Durán Barba– al igual que los funcionarios y políticos anteriores no me quiere. O mejor dicho, no le gusta mirar la realidad de los docentes, de las escuelas y de sus alumnos pobres en el G.B.A. Es más fácil mirar las ruinas de Hiroshima que fijar las pupilas en el G.B.A., donde desde 1976 vienen tirando bombas todos los liberales argentos.
¡Mi gobernadora virgencita, linda, bonita y tierna! Me amenaza porque paro. Me amenaza con voluntarios (algunos «trolls» y otros de carne y hueso) que estarían dispuestos a colgar a maestros en los mástiles de las escuelas pública al son de los compases de Avenida de Las Camelias.
A mi gobernadora virgencita le molestan los maestros zurditos, los maestros peronistas y ni que hablar de los maestros kichneristas. Le dan tanta alergia de clase –o miedo– que manda a sus hijos a una escuela privada. Si, tiene miedo que sus hijos se contagien. Siempre es peligroso que los negritos de guardapolvo blanco dialoguen con los hijos de los que se llevan la «torta».
¡Yo tengo irremediablemente una gobernadora virgencita, linda, bonita y tierna! Cuando no vamos a misa –el tema del Indio Solari pega fuerte y a Ritondo lo metemos debajo de la alfombra por las dudas– nos amenaza con una lista de ausentes y con la bonaerense visitando escuelas entre pizza y pizza.
Y sí… Yo tengo una gobernadora virgencita que no quiere santos paganos sindicalistas, luchas gremiales, ni bases alborotadas. A mi virgencita le incomodan los guardapolvos que no aceptan el rito de gestión pedagógica eficiente y nos quiere expulsar del cielo lleno de globos amarillos.
Yo tengo una gobernadora bonita que cuando se enoja, se enoja. Agarra la billetera y dice: «¡Cómprenme dos maestros! ¡¡Cómprenme dos mil maestros!!»
Y ahí van el ministro Villegas (antiguo gerente de supermercado), el Ministro Lacunza como CEO y el Director General de Escuelas –el compañero matancero Finocchiaro fiel alumno de Mariano Grondona en la universidad– a carnerear la huelga: ¡Mil pesos para acá! ¡Mil pesos para allá! Alguna que otra maestrita del PRO y algún directivo Radical en el fondo están más que contentos con esta situación.
¡Sí señores, tengo una gobernadora virgencita! Como figura celestial desconoce derechos y aprieta a jueces que fallan a favor de los docentes. Pero mi virgencita está enojada. Cuando se enoja, se enoja y resuelve exitosamente conflictos. Hagamos memoria de cuando era ministra en CABA y en el Indoamericano hubo dos muertos. Mi gobernadora bonita siempre sonríe, incluso cuando te tira la ira amarilla y celestial.
Tengo una gobernadora virgencita y siento que por momentos estoy en el horno. El paro sigue pero en algunos lugares de la provincia viene decayendo. Hay miedo a los descuentos, a las presiones y en muchos compañeros hay desconcierto. En estos últimos años fuimos perdiendo la solidaridad y el clasismo. Hubo veces en que los compañeros auxiliares luchaban y directores agarraban la escoba y los carnereaban. Y ni que decir, cuando no nos animábamos a decir que no, a muchas de las presiones de arriba en nombre de lo Nacional y Popular. Perdimos de vista que los logros obtenidos fueron siempre diciendo «¡NO!» y luchando codo a codo en marchas, cortes de ruta y ollas populares. Pero acá no es cuestión de pasar facturas. Creo que no es el momento.
Yo a Baradel no lo soporto. Pero lo único que siento por ser de clase obrera, que sea lo que sea Baradel del SUTEBA, el petizo Díaz de UDocBa o incluso Mirta Petroccini de la prolijita FEB, el sindicato es el sindicato. Lo único que sé es que en momentos de conflicto no hay tiempo para la duda, sino que hay que apoyar, hacer huelga y después discutir para adentro. Sí, discutir o, incluso, a aquellos tan acostumbrados a la burocracia y al armado de listas en las cocinas de los sindicatos, echarlos a patadas.
¡Yo tengo una gobernadora virgencita! Me acusa de vago, ignorante y desestabilizador. Abril se viene con descuentos. (–Te tomo la palabra, Alejandro–) . Pero mis compañeros y yo seguiremos parando. Paramos por una cuestión de clase y de valores. Paramos pero no para que vuelva Cristina. Paramos porque no nos gusta el cielo de mi virgencita linda, bonita y amarillita. Paramos porque es un insulto el «premio» de los $ 1000. Paramos en defensa de nuestros derechos y pararemos una vez más el próximo lunes, martes, miércoles y jueves.
Y la cena termina con las mentiras de Mauri en mis oídos mientras toma románticamente la mano de la Awada. La cena termina escuchando la música del Indio Solari que pone mi hijo mientras yo ya estoy pensando en el corte del lunes de la Ruta 3.
Paro, corte y bronca porque esto no va a quedar así.
«¡Yo voy en trenes! / No tengo donde ir. / Algo me late / y no es mi corazón. / ¿Cómo no sentirme así? ¡Si ese perro sigue allí! / ¿Qué podría ser peor? (Eso no me arregla…). / Eso no me arregla a mí.»
Isidro Casanova, La Matanza 18 de marzo de 2017.
Compañero Gerardo, todo lo q pueda decir en relación a tu nota se queda corto!! Tiene una fuerza, una belleza, una sensibilidad , como los testimonios que pablo pone en sus libros, q arrancan lagrimas y puños en alto!! gracias por compartir tu escrito, abrazo
Gracias Ariel: Cuando habla il cuore parla il cuore. Gracias!!