por Miguel Sánchez
“Divide y reinarás”
El viejo refrán dice “divide y reinarás”. Una sentencia que los patrones conocen de memoria y aplican como máxima. Cualquier compañero que atraviese el mundo laboral sabe que es así. Pensemos en nuestro lugar de trabajo. Miremos a nuestro rededor. ¿Cuántas modalidades contractuales y encuadres coexisten? Las empresas de limpieza y de vigilancia son un clásico. La idea generalizada es que la realidad de esos compañeros nos es ajena. Como si no formaran parte de nuestro colectivo inmediato. Tan es así que las empresas se encargan de rotarlos periódicamente para que no traben lazos afectivos con la planta.
Otra modalidad extendida es la inclusión de empresas tercerizadas, abarcando áreas específicas, como puede ser logística o mantenimiento; o incluso desarrollando las mismas tareas que los trabajadores efectivos. El objetivo es el mismo. El extrañamiento, la exclusión del grupo común de pertenencia. Pero algo más. Incorporar una discriminación explícita en cuanto a ingresos y condiciones laborales. Rompiendo el principio de “igual trabajo, igual remuneración”, los patrones generan, por un lado tendencias conservadoras, temor a perder ciertos privilegios; del otro, resentimiento y rencor.
Pero las empresas no se detienen allí. Buscan la mayor atomización posible. Para eso segregan, parcelan, aíslan a sus trabajadores. Para eso cuentan con un eslabón fundamental en su estrategia: los jefes y encargados. Donde pueden, estos introducen lógicas de “premios y castigos”. Sería más o menos así: Si estás conmigo, si te ubicás bajo mi órbita, contarás con éstos favores, que pueden ser acceso a horas extras, feriados, viajes, cursos o flexibilidad horaria. Caso contrario, no solo quedás excluido de esos beneficios, pasarás a ser blanco de una campaña de estigmatización y hostigamiento.
Otro recurso de jefes y encargados es sembrar antagonismos entre turnos, áreas o sectores. Bajo la apariencia de una “sana competencia” estimulan rivalidades y prejuicios, que con habilidad magistral en general terminan desembocando en enconos, conflictos y hasta peleas abiertas.
Todo esto, claro, en la medida en que no existe organización obrera, legítima y consecuente al interior de esos establecimientos para combatir e intentar neutralizar y revertir esas maniobras. ¿Qué intentaremos hacer? Poner en evidencia que tenemos una identidad común en tanto trabajadores, que compartimos problemas, sueños y aspiraciones. Que nuestro enemigo está en el bando de enfrente, y que eso implica que entre los patrones y jefes, y nosotros, hay una raya clara y tajante. Que de a uno en fila nos doblegan, pero juntos somos granito. Que nuestra fortaleza no es la desgracia o el estigma del compañero de al lado, sino todo lo contrario. Que cada beneficio individual veremos transformarlo en conquista grupal.
No cambar de collar. Dejar de ser perro.
Esta reseña, que puede resultar perogrullo para cualquier trabajador consiente, conlleva una conclusión política superior. Porque esto mismo que los patrones buscan en la unidad más básica de su sistema de dominación –la empresa-, está replicada a nivel de organización social, y es consagrada en su régimen político. Eso explica las distintas capas en la que segmentan a la clase obrera, el estímulo del racismo y la xenofobia, la compartimentación sectorial, por rubro, región o gremio. Y aquello que en las empresas es desarrollado por jefes y encargados, a nivel régimen político es garantizado por los sindicatos estatizados (oportunamente impulsados bajo el peronismo) y los partidos políticos patronales.
Fíjense como la lógica es similar. Por un lado, dividen, fragmentan al pueblo trabajador. Simultáneamente, impulsan estrategias de cooptación, con argumentos similares. Si están con nosotros, accederán a favores, prebendas o privilegios. Si están en contra, leña. Su meta es que los trabajadores nos mimeticemos con sus objetivos y logros, que sintamos su causa como propia, que nos conformemos con acceder a sus sobras.
Y en parte hay que decir que lo logran. La mayoría de los trabajadores vota patrones. Políticos millonarios, que hablan de trabajo sin conocer lo que es el yugo de la fábrica. Que hablan de salud atendiéndose en clínicas privadas, sin haberse levantado jamás a las 4 AM para sacar un turno en el hospital. Que hablan de educación pública y mandan a sus hijos al High Scholl. Que hablan de seguridad y viven en cuntries cerrados y se mueven con custodios en autos blindados. Y los votamos. Y espiamos la intimidad de su lujo en las revistas.
Moraleja. Así como el único antídoto en nuestro lugar de trabajo contra la perversión patronal es unirnos y organizarnos autónomamente; lo mismo debemos hacer en el plano político. Lo trabajadores debemos agruparnos y forjar nuestras propias organizaciones, gremiales y políticas. Sindicatos autónomos del estado y los patrones, y partidos de trabajadores, sin empresarios ni traidores. Un partido que elabore sus programas e impulse sus acciones en base a nuestros intereses. Para ello deberemos girar la mirada hacia la izquierda. Allí, con aciertos y errores, con mucho por aprender y superar, se trabaja en ese sentido. Será nuestra participación como trabajadores quienes empujemos a una construcción superadora, dejando atrás limitaciones y mezquindades. Cuando lo hagamos. Cuando pongamos el eje en nuestra clase dando la espalda a partidos y proyectos patronales, comenzaremos a percibir el poder de transformación contenido, y nuestra victoria estará definitivamente en marcha.
¡Muy bueno Miguelito Sancho! ¿Lo ponemos en la contratapa? Ya lo volantié. ¿Viste la verborrea de Macri sobre el «trabajo en equipo»? Sus mentores ideológicos le enseñaron a robar terminología «de izquierda» que atempere o distraiga acerca de la esencia individualista de su ideología, presentándola más atractiva y escondiendo su matriz. Algo como lo que hizo el toyotismo a nivel laboral con la misma consigna, ahora trasportado a la política. Escribite algo sobre eso