¿Hay Democracia en Argentina? Opina Pablo Pozzi

¿Crees que en algún momento desde el regreso de la democracia votar tuvo algun sentido transformador? En caso de haberlo tenido, ¿crees que lo perdió?

Si comparamos las elecciones de 1973 con la de 1983 con las de la era menemista veremos que votar en si mismo no tiene un sentido transformador en ninguna acepción de la palabra. Lo que define el sentido del voto es el para qué, por qué y a quién se vota. Es indudable que para los trabajadores y para el conjunto del pueblo argentino, la apertura democrática de 1983 fue vivida como algo muy sentido y como una reivindicación popular. Existía un convencimiento de que a través de la participación popular se podía lograr un país mejor. Es por esto que la consigna de la Unión Cívica Radical, «con la democracia se come, se cura y se educa», caló muy hondo en la población.

Es discutible cuán democráticas han sido las décadas pasadas. A pesar de los numerosos esfuerzos de la gente reclamando la ampliación de los canales participativos, estos se fueron estrechando cada vez más. El mismo concepto que impuso el alfonsinismo de «transición a la democracia» implicaba un doble fenómeno. Por un lado que en la Argentina no había democracia, sino que se estaba en camino hacia ella. Por otro, que había que reconocer el poderío de los grupos económicos y del partido militar por encima de la voluntad popular. Así lo que se impuso fue una democracia restringida, mientras que los políticos «democráticos» demostraban tenerle más miedo a la movilización popular que a los posibles golpes militares. La burguesía financiera, representada por los grandes grupos económicos, logró penetrar profundamente los partidos políticos para autonomizar sus decisiones de la voluntad de sus votantes.

Por un lado las elecciones parecen cada vez más despobladas de sentido político (o superpobladas de un único sentido). Por otro, parecen el único escenario político para legitimar posiciones. ¿Compartís esta mirada? ¿Por qué creés que se produce esa especie de encierro de lo político?

Quizás como nunca antes se ha convertido en realidad el aforismo por el cual las elecciones le permiten al proletariado definir cuál de los burgueses lo va a oprimir. Me parece que en buena parte de las democracias electorales los sectores dominantes han logrado desvincular a los partidos políticos mayoritarios de sus bases sociales, para representar directamente sus intereses. Sólo así se entiende la escasa o nula diferencia entre un partido y otro. Todos coinciden con un tipo de modelo socioeconómico determinado. Ninguno se dirige a los serios problemas que aquejan a la humanidad: el desempleo, la explotación, la inseguridad, la guerra, la enfermedad, la impunidad represiva. Todos plantean su propia “honestidad” como si fuera parte de un programa de gobierno y no como un sine qua non. Asi el problema de la legitimidad se convierte en algo sumamente complejo. La gran mayoría de los votantes en las “democracias electorales” descree profundamente que una elección modifique su vida para bien. En este sentido, lo que se ha visto es un descenso en la cantidad de votantes y una creciente deslegitimación de gobiernos y de procesos electorales. Sin embargo, ante la carencia de alternativas se generan algunas esperanzas puesto que la alternativa es una anomia creciente.

Este encierro, a decir de ustedes, se produce como resultado de la terrible represión y la derrota de movimientos revolucionarios y populares en las décadas de 1970 y 1980. A partir de allí tanto los políticos como los intelectuales optaron por acomodarse al poder. Con los activistas y militantes del 70 muertos, desaparecidos o desmovilizados, con la intelectualidad cada vez más comprometida con el poder, y con los políticos representando a los grupos económicos y no a sus electores, el resultado es una carencia de alternativas que generan un “encierro” en lo político.

¿Qué papel juegan en este contexto las propuestas de no votar o de votar en blanco?

En general el voto en blanco es más positivo que el no voto, puesto que expresa una acción consciente. Tradicionalmente ambas opciones expresaron la desligitimidad de un candidato electo. Sin embargo, el día de hoy esto ha cambiado. El mejor ejemplo de esto es el caso de Arturo Illía. Durante años, este presidente ultraminoritario, fue el ejemplo de la deslegitimidad de un sistema político basado en la proscripción. Hoy en día se lo levanta como ejemplo de democracia. Un partido político, para mantenerse en el gobierno, necesita del beneplácito de los grupos económicos. Esto se vio con claridad durante el gobierno de Alfonsín. Asi el no voto o el voto en blanco tienen escaso efecto sobre la legitimidad gubernamental. Sin embargo, ambas opciones tienen sentido si se las plantea como alternativa política y protesta ante la carencia de alternativa.

¿Tiene sentido el debate la obligatoriedad del voto?

El voto no es un privilegio es un deber del ciudadano. Pero, al mismo tiempo, la no obligatoriedad favorece a la desvinculación entre población y gobernantes. Al igual que en los Estados Unidos, la no obligatoriedad implica la conformación de un sistema político para aquellos cada vez más reducidos sectores sociales que se benefician del sistema. Asi la no obligatoriedad equivale al voto calificado.

¿Es posible cristalizar la acción política dentro del “sistema” sin participar en las elecciones?

Por supuesto que si. La cuestión es si es deseable y posible para las grandes masas de la población. Los grupos económicos, la Iglesia, los militares y el establishment del poder (identificable porque los mismos apellidos se repiten de gobierno en gobierno sin importar los supuestos cambios de “ideología” de los que los nombran) cristalizan acción política sin participar más que indirectamente en elecciones. El problema es qué hace el común de la gente que siente que no puede cambiar nada por la vía electoral y también siente que la alternativa es no hacer nada. La conclusión es obvia: el “sistema” (o sea la burguesía) ha producido un tipo de “democracia electoral” restringida que no responde a los intereses y necesidades de la población aqui y en cualquier otro lado. Por ende, para que exista la democracia (en su sentido real de gobierno del pueblo) hay que cambiar el “sistema”. Esto queda aún más claro si vemos que gran parte de la protesta social, desde 1989 hasta hoy, se ha canalizado por vías no institucionales como las puebladas. Es más en los últimos casi cincuenta años hemos tenido gobiernos militares, conservadores/liberales, radicales, peronistas. Cada uno dejó al país bastante peor de lo que lo encontró. Quizás es hora de darle una oportunidad a los marxistas.

¿Qué saldo dejan diez años de menemismo en la institucionalidad argentina?

Creo que el saldo es ampliamente negativo, en cuanto a corrupción, ilegalidad, deslegitimación. El tema es que no ha sido sólo el menemismo. Se puede trazar una línea de continuidad, con algunos matices, entre la dictadura de Videla, el gobierno de Alfonsín, el menemismo, y el kirchnerismo. Cada uno le agregó su característica particular según la época y los cambios que posibilitó el antecesor. Por ejemplo, los Kirchner mantuvieron las leyes y políticas económicas neoliberales de Carlos Menem, pero con un discurso progresista y con algunas medidas sentidas por la gente común en torno a derechos humanos o matrimonio igualitario. Pero el maquillaje y el verso, no hace al contenido. Ahora nos encontraremos con que el próximo presidente será un continuador y profundizador de esto.

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