por Guillermo Almeyra
En la elección presidencial francesa Emmanuel Macron enfrentó a la candidata fascista y venció con el 60 por ciento de los votos emitidos pero con 2.900.000 votos en blanco y 600 mil anulados y una abstención récord del 25 por ciento. El 60 por ciento del 75 por ciento equivale al 40 por ciento del total y de esa cifra hay que restar los que votaron por la derecha para no tener un gobierno de ultraderecha. No tiene, por consiguiente el consenso sino de un tercio de los votantes. Pero ese 40 por ciento le dio el control absoluto de ambas Cámaras y la representación de la derecha constitucional, por ahora no fascista aunque no antifascista.
Sin embargo, desde el primer día, acentuó los rasgos bonapartistas de todo Estado actual, y sobre todo del francés, tan fértil en Napoleones. Gobierna por decreto, pasando por sobre las Cámaras de Diputados y Senadores donde tiene mayoría, toma medidas que pasan por sobre la Constitución y las leyes, somete a los otros poderes y los modifica. Así chocó con las Fuerzas Armadas y defenestró al comandante en jefe, que pedía más presupuesto, recortó los fondos a escuelas, hospitales, universidades, modificó por decreto a legislación laboral para responder a las exigencias de los grandes capitalistas. También cambió la ley de Educación a golpe de decreto e impuso su poder personal al primer ministro y a su gabinete, a los que eligió a su gusto en las diferentes derechas, con excepción de la fascista. En su impulso, Macron Iº se lanzó incluso a una aventura militar en las ex colonias africanas y, por si fuera poco, para reprimir a los refugiados africanos que llegan por Italia, hizo entrar aduaneros armados en ese país al que evidentemente confunde con África.
Chocó así con los alcaldes, a los que recortó fondos, con los abogados y jueces, que se movilizan en defensa de sus funciones y fueros, con los médicos y enfermeras de los hospitales, a los que redujo el financiamiento y están, por consiguiente, abrumados de trabajo y al borde de errores médicos, con los guardiacárceles, que piden más personal, con los trabajadores de los geriátricos, agotados por la falta de reclutamiento y el aumento del trabajo, con los campesinos que protestan por los precios congelados y con los camioneros y transportistas. Todos esos sectores hicieron huelgas simultáneas. Sobre todo modificó por decreto la edad para jubilarse y las indemnizaciones por despido, que redujo, lo que provocó una huelga general y manifestaciones en todas las ciudades.
Ahora pretende cambiar el estatuto de los ferroviarios, cerrar líneas secundarias, aumentar la edad para su jubilación, terminar de privatizar la SNCF (la empresa ferroviaria estatal) a la cual ya la había quitado las cargas que se realizan hoy en camiones, contaminando todo y gastando combustible y energía, pero con gran satisfacción para los fabricantes de automóviles y neumáticos y para los petroleros.
El resultado es una huelga ferroviaria in crescendo, de 36 días, a razón de dos días por semana durante tres meses, que paraliza el transporte urbano e interurbano y provoca serios retardos y ausentismo en las empresas. Ayer martes, la huelga fue acatada por el 90 por ciento de los ferroviarios y causó un gran caos. Quienes quisieron ir a trabajar en los Macronbuses interurbanos estuvieron entre tres y cuatro horas más de lo habitual en el tráfico, tuvieron embotellamientos en París de 40 a 60 kms de largo y pagaron el doble sus billetes.
A los ferroviarios se unieron ayer cientos de miles de trabajadores de Carrefour y otros supermercados, los estudiantes de 14 facultades ocupadas en otras tantas ciudades (entre las cuales París, Montpellier, Nanterre, Nantes) en protesta contra la ley de Educación y la represión policial, los trabajadores de la sanidad, los maestros, los de la limpieza urbana.
La opinión pública está dividida: los trabajadores aprueban la huelga y un sector de las clases medias también. El 51 por ciento, sin embargo, hasta ahora dice creer en la propaganda gubernamental que prepara la privatización de los excelentes ferrocarriles franceses diciendo que los ferroviarios son privilegiados. Pero hay un Comienzo de politización y, a pesar del tabú que separa desde hace casi cien años las luchas sindicales de la actividad partidaria y parlamentaria, en estas huelgas y manifestaciones participan también los partidos de izquierda (y hasta desfiló Marine Le Pen). Macron le apuesta a un desgaste obrero. Pero las próximas huelgas podrían volcar la protesta popular contra el gobierno y unir a obreros y estudiantes secundarios y universitarios, que comienzan ya a movilizarse. Macron trabaja para los grandes capitalistas pero éstos y su prensa están muy inquietos. Estamos en efecto a 50 años del 68.