por Rafael Bitrán
Desnudo. Tal vez, por el calor de encierro en este Buenos Aires de cuarentena. Tal vez, por el alma vacía frente a tu lejanía tan cercana. Pero no. Es el striptease de nuestra sociedad. La realidad (y la moda) del coronavirus, lenta, grotescamente, iluminan aún más las miserias sociales cotidianas del capitalismo y su filosofía productivista. El nuevo virus, pese a no ser tan letal para la mayoría, conmociona al mundo hasta sus más profundas entrañas.
Es difícil de explicar. Percibo un olor nauseabundo en este terror planetario. Y no refiero a ninguna tesis conspirativa. El virus ataca a cientos de miles y, lamentablemente, a muchas y muchos los despide de la vida sin contemplaciones. Sin embargo, tengo la sensación de que todo se amplifica, se multiplica, por un miedo catastrófico previo, internalizado desde hace tiempo ya. La terrible novedad es recibida por una sociedad que se sabe decadente. Se conoce como culpable de tanta injusticia social y ostentación lujosa. Es consciente de destruirse a sí misma y a su medio ambiente. De, cada día más y más, basarse en la explotación del ser humano por sobre el ser humano. Como si una culpa inconsciente nos dijera que esto no puede no terminar mal. Tiene que terminar peor. Nos lo merecemos. No hay otra salida. Vivimos en un mundo excremental. Una vida donde detenerse demasiado es un pecado prohibido. Consumir, consumir, es el paradigma presente y profundo, aun para los millones que apenas pueden subsistir. Un devenir diario en el que la tecnología nos invade hasta el último poro de nuestro antiguo tiempo libre. Una sociedad en la que las técnicas de la organización laboral ya no solo se preocupan de eliminar los tiempos muertos en la producción. Ahora, la idea central es controlar, o sea, vender/comprar de todo y para todos/as, en los tiempos de ocio (del que trabaja y de los expulsados del sistema formal de trabajo). Si a esta consciencia-inconsciencia (según el caso), le sumamos un ideario alimentado por certeras series y películas distópicas de ciencia ficción, entrevemos un caldo de cultivo que ayuda a entender lo que sienten hoy millones y millones de encuarentenados habitantes de nuestra Tierra.
No sería extraño, si esto se prolongase demasiado, la aparición de fatalistas religiosos que anunciaran el Apocalipsis divino. El castigo de DIOS por nuestros pecados. No sería la primera vez que esto sucede en nuestra historia. De hecho, desde alguna vertiente ecologista y atea, ya se santifica a este nuevo virus como aquel que corona una revancha de la naturaleza frente al comportamiento destructivo de nosotros/as, los humanos. Pero no. No quiero fundamentar nada siquiera parecido a esas ideas en este conjunto de palabras anudadas en el encierro. Tampoco idealizar, en contraposición con el hoy líquido del que nos habla Bauman, los tiempos pasados de un supuesto capitalismo más humano. Hace décadas, la explotación también era la esencia misma del sistema, aun sin las actuales características globalizadas/tecnológicas. No. Nada de eso. Lo que quiere señalarse es que la decadente, mísera y alienante vida cotidiana, parecieran alimentar una visión necesariamente terrorífica y apocalíptica de esta nueva patología desconocida.
Es de esperar que la inexistencia de vacunas y medicamentos alimente sensaciones de pánico. No obstante, no me parece tan arriesgado suponer que una sociedad más justa, más satisfecha de sí misma, seguramente reaccionaría distinto. ¿Es incomprobable lo que digo? Seguramente. ¿Es solo una especulación producto de la cuarentena? Puede también que haya algo de eso. Pero ¿por qué, no? Pensémoslo, nos obligaría a vernos en la intimidad como sociedad. A diseccionar una previa existencia de pesimismo decadente que, en millones de vidas, solo puede soportarse sobre la base del consumo, esperanza de un ascenso social que muy pocas veces se alcanza y fármacos ansiolíticos/antidepresivos.
Con tal afirmación, no se intenta negar la necesidad de todas las oportunas medidas sanitarias individuales y colectivas que se están tomando en diferentes partes del planeta. No. Sin embargo, intuyo, solo intuyo, pues no poseo elementos científicos para intentar afirmarlo, que esta pandemia no parece ser el origen de una mortalidad billonaria ni la causante de un corte cualitativo y profundo en la vida de la sociedad actual. Una Crisis coyuntural de importancia, seguramente sí. Mas, conforme a los elementos objetivos de hoy, 27 de marzo, nada permite asegurar –como cientos de millones viven y piensan hoy– que llegue a transformarse en una Crisis estructural, un antes y después de nuestra sociedad. Tal vez, mi intuición sea producto de un miedo escondido a asumir que uno siempre es, potencialmente, parte de momentos de quiebre en la Historia. Tal vez, por una tendencia negadora, cuyo último sustento es una posición conservadora y atemorizada frente a cualquier tipo de cambio.
Y todo se retroalimenta. Volvamos al desnudo. Al striptease. Cada día que pasa de coronavirus/cuarentena, se desgarra un poco más el velo de esta sociedad capitalista en tiempos líquidos. Caen prendas íntimas, de cualquiera de los géneros existentes. El cuerpo herido de nuestra vida social, muestra sin filtros (como si fuera posible aún más…), algunas de sus miserias siempre presentes. Por momentos, me siento en los 80, sentado en un viejo cine húmedo y sucio, observando el grotesco decadente de Nueve Semanas y Media. Ojalá, no dure tanto la cuarentena y, luego de sesenta y siete días, bajen los números de contagios.
La televisión es más morbosa que casi siempre. Gráficos de muertes y contagios. Las tablas de posiciones de las principales ligas deportivas se reemplazan por la competencia entre países para ver cuál sufre más las consecuencias del mortal virus. Italia y Estados Unidos están ganando por goleada a la propia China, parturienta oriental del virus «extranjero». Pero bueno, los «Americanos» son así, winners, los mejores. Su Destino Manifiesto les ha permitido superar, en no tanto tiempo, el número de contagiados de cualquier país del planeta.
Pareciera no haber casi otras noticias. Obvia decir que no debe minimizarse el tema. Pero la saturación es, como mínimo, traumática, amarillista, potencial reproductora de psicosis colectiva y, en última instancia, comercial. En realidad, sería ingenuo esperar otra cosa. El show debe seguir, seguir y seguir.
Cada día de cuarentena, cada prenda que cae, no hacen más que develar, un poco más, las ya morbosas realidades del organismo capitalista. Muchos de los grupos económicos poderosos podrán disminuir sus ganancias, pero siguen teniendo la garantía de que sus operarios continúen trabajando online o concurriendo a esas fábricas que no pueden cerrarse por producir los bienes esenciales. Los más, los más pobres, cada día temen más y más. Están en negro. Y su futuro es aún más oscuro si esto se prolonga. No tienen casi a quién rogarles que exploten su fuerza de trabajo. Y, claro, también están los del salario íntegro garantizado a fin de mes. Por ahora, claro. Vaya saber qué sucede si esto dura demasiado.
La educación tampoco es ajena al desnudo. Al corrimiento del velo que expone las partes más corruptas de su largamente herido organismo. Muestra su cara y sus partes más pútridas y productivistas. No puede pararse. Hay que «enseñar, enseñar». Enviar más y más tarea. ¿Para qué? ¿Qué? Después vemos. ¿Cuánto se aprenderá verdaderamente? Esa no es necesariamente la cuestión. Hay que demostrar, ante toda la población, que la pausa es un pecado. No se puede, ni se debe parar. Estaríamos, tal vez, enseñando y aceptando que la pereza (aun cuando, momentánea en el tiempo) no es el pecado bíblico que nos han trasmitido. Y eso sí, ¡que joder!, sería el mayor pecado que podríamos trasmitir para la sociedad del consumo incesante.
Asimismo, con la educación virtual (es verdad, que la única alternativa para la coyuntura) tal vez algunos/as quieran demostrar que lo último en tecnología pueda ser en el futuro, mucho más que solo un complemento necesario para la educación presencial y grupal en las aulas. Esta última, uno de los espacios laborales que sobreviven de la «antigüedad» moderna sólida. Ámbito de aprendizaje que desde hace tiempo ha comenzado a ser cuestionado y, de ser suprimido con el tiempo, facilitaría la precarización y flexibilización del trabajo docente. Sin contar con un aprendizaje más y más individualista y controlado por grandes plataformas empresariales educativas (como tendencia a futuro, claro). Con ganancias corporativas garantizadas y un mayor potencial control y uniformidad de lo que se enseña.
Nada nuevo bajo el sol. O, del resplandor de una Luna llena. No obstante, el Coronavirus corre todavía un poco más el cortinado y deja al desnudo lo peor de muchos de aquellos que nos gobiernan. Sin pudor, ni vergüenza, con un cinismo difícil de igualar, el Primer Ministro del decaído Antiguo Imperio Anglo, les dice a sus ciudadanos que deben hacerse a la idea de que muchos/as de sus familiares morirán por esta nueva peste extranjera. Y, al poco tiempo, según tengo entendido, contrae la enfermedad. Para no ser menos (nunca podría permitírselo), Donald les avisa a sus «consumidores», perdón, población, que no se preocupen: pronto la economía del gran país del norte «estará nuevamente en movimiento». ¿La salud, especialmente la de las/os millones que no tienen cobertura en un sistema sanitario de gran inequidad? Bueno… de eso, hablará en otro momento. Estén tranquilos y tranquilas, pronto podrán salir a consumir, consumir y más consumir. De eso, sí que tienen que estar seguros y seguras. Aún aquellos y aquellas que casi nunca tienen lo suficiente para hacerlo.
Como líder de la gran potencia industrial sudamericana, el militar-evangelista con discurso de autoayuda, no podía quedarse atrás. Luciendo su mejor risa de vendedor puerta a puerta, les sugiere a millones de brasileros que el Coronavirus no es más que una «gripesinha», un «resfriadinho» pasajero. El aislamiento social no es necesario. Es todo exagerado lo que se dice. La economía no debe parar. Gracias por la sinceridad, Jair. En pocas palabras, sin esperar las nueve semanas de un grotesco film, desnudaste de un tirón el pútrido cuerpo de la filosofía capitalista. Aunque, es verdad, sin Coronavirus, varias veces ya lo habías realizado.
Es verdad que la mayoría de las decisiones gubernamentales a nivel mundial terminaron, antes o después, imponiendo el Aislamiento Social Obligatorio. En la solo aparente disyuntiva entre economía y salud, son más los estados que han concluido en optar por esta última. Cada uno, seguramente por distintas motivaciones y/o relaciones de fuerza políticas y sociales. Entretanto, la población de diferentes continentes, por lo menos hasta hoy, parece estar convencida de que es la mejor manera de protegerse/protegernos entre todos y todas. Desde el sentido común y la mayoría de las prescripciones médicas y científicas, hay unanimidad al respecto. Esta postura es solo cuestionada por una minoría. Al menos, por el momento. Esta realidad, a no dudarlo, será muy dinámica según las circunstancias del devenir.
Desde hace días, somos billones de seres humanos en Aislamiento y con más o menos miedo. Vivimos un presente sin duda inédito y un futuro difícil de pronosticar con certeza. No extraña, entonces, leer las opiniones de muchas/os pensadores conocidos. Algunas de ellas, casi predicciones sobre las consecuencias de esta Crisis que afronta la humanidad. Fin del Capitalismo, la posibilidad de construir un comunismo no autoritario, una nueva versión del Estado Fascista recargado, una revitalización capitalista como consecuencia del freno productivo, paliativo momentáneo de la crisis estructural de sobreproducción/subconsumo, etc., son algunas de las teorías sobre las que he leído o pensado.
No obstante, pese a que debería ser un primer paso necesario, casi en ninguna de estas opiniones se hace una pregunta esencial. ¿Es esta verdaderamente una Crisis en términos estructurales? Creo que aquí la respuesta pasa, además de otras cuestiones socioeconómicas determinantes, por dos problemáticas que nadie está, seriamente, todavía en condiciones de responder. En primer lugar, cuántos seres humanos morirán directa o indirectamente por el Coronavirus o modificarán sus vidas por la crisis que este desató. Y, en segundo término, por cuánto tiempo se extenderán las medidas excepcionales que se han aplicado en casi todo el mundo.
Ambas cuestiones son dos facetas de un mismo proceso. La incertidumbre que se tiene sobre sobre ellas, parece ser aquello que desata más pánico y desconcierto; lo que más nos asusta y aterroriza. No obstante, en una paradoja solo aparente, es lo que en muchos análisis parece dar alas a la utopía o la distopía. Sin embargo, pienso, no por ello puede afirmarse con certeza, que estamos presenciando (o presenciaremos) una Crisis cualitativa y estructural de nuestro modo de vida. Verdad es que, de ser así, podría ser la posibilidad de soñar, una vez más, con el fin de este sistema perverso, sádico, basado en la explotación y la alienación de nosotros/as por unas minorías. No obstante, siempre deberíamos ser muy cuidadosos con argumentos, afirmaciones y conceptos que no son verificables (como mínimo), pero que, al evocar elementos de la realidad, parecen ser suficientes para persuadir y convencer.
La conclusión es la más cómoda y la menos jugada: hay que esperar para ver cómo se desarrollan los sucesos. Al fin y al cabo, no soy un gran intelectual y no tengo la responsabilidad ni la lucidez de esos grandes pensadores. Existo como uno más de los que están en cuarentena. Con más tiempo para escribir, para pensar. Con la garantía que, por este tiempo al menos, seguiré cobrando mi salario en blanco a fin de mes. Viviendo una mezcla de normalidad y anomalías cuyos límites, en ocasiones, se confunden en un juego sordo y silencioso. Aprovechando que el tiempo vuelve a ser el tiempo; con su letanía y con mi introspección, solo posibles al no tener que estar corriendo por y contra el reloj. No siempre, claro. Aunque sea, en esos dorados momentos donde puedo dormir hasta más tarde. Cuando los informes catastróficos no continúan atemorizándome. Finalmente, en aquellos instantes fugaces en que el celular y los emails de las/os estudiantes y colegas no dejan de recordarme que no puedo, ni debo, escapar al flujo productivista. Eso nunca, ni siquiera en esta coyuntura de aislamiento.
Mientras tanto, la crisis del virus maldito permite que el striptease de nuestra sociedad continúe lento, pero sin pausa. Ya veremos, cuánto de su podredumbre sigue logrando develarse con la pandemia. Esperemos que la cantidad de muertos sea la menor posible. Probablemente, con la perspectiva del tiempo, podamos decir que fue mucho peor la Gripe Española y que mueren muchas más personas por año como consecuencia del capitalismo de todos los días. Quizás, no. Tal vez, el número de fallecidos sea de varios millones y estemos en camino a un nuevo tipo de relaciones sociales. Entonces, por las dudas, sigamos lavándonos las manos, limpiemos con lavandina, quedémonos en casa (los que tenemos el lujo de poder hacerlo) pero estemos muy atentos que lo que estamos viendo no es una película grotesca con Mickey Rourke y Kim Basinger. Es nuestra sociedad de siempre, tan decadente como nunca, pero viviendo una crisis que la desnuda en medio del miedo social a la muerte y la ansiedad de lo incierto. Una mezcla que, por cierto, podría llegar a ser explosiva si se prolonga mucho en el tiempo y aumenta en millones la cantidad de víctimas mortales. Pero, por el momento, es nada más –ni nada menos– que una coyuntura crítica a nivel mundial y de futuro indescifrable.
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