Un día triste, mataron en Honduras a Bertha Cáceres, luchadora lenca por los derechos de los pueblos indígenas
Lupita Rodríguez Gutiérrez
No sabía mucho de ella hasta hace un tiempo. Quizás, lo que me despertó esta mañana de un golpe fue la angustia, la impotencia, la rabia de la injusticia, pero sobre todo el pensar en que era la madre de una amiga, compañera, una mujer increíble.
Bertha Zúniga estudió pedagogía en Cuba y ahora está haciendo la maestría en México. Es de las personas que más me ha hecho aprender, sin proponérselo. Me ha hecho conocer la realidad que se vive en la comunidad lenca de la que viene, de la violencia que se vive en Honduras -como en todo Centroamérica-, de la famosa represa de Agua Zarca que la lucha de su madre junto a las comunidades había detenido, de la depredación ambiental que atenta contra los recursos naturales de toda una comunidad, de la privatización de sus tierras, de su historia, de su vida. A través de ella entendí que no sabemos nada de lo que sucede entre el paralelo de 0° y Tijuana, que la información no llega, ni nos roza, como si quisiéramos negarlo, como si fuese una causa perdida. Claro que no es casual, y por supuesto que nosotros ayudamos a reproducir esa ignorancia. Bertha, como otros compañeros, me ayudan todos los días a partirme la cabeza en dos, a llenármela de información, de cuestionamientos, de rebeldía, de fuerza, de contradicciones. A salirme de mi comodidad, de mi terruño, de mi sentido común. A devolverme de a poco las ganas de cambiar el mundo.
Hace unos días le pregunté a ella cómo estaba todo por allá. Me contó un poco más, de lo solos que estaban, de que si bien se había frenado la construcción de la represa en la comunidad, la empresa había comenzado la instalación en otra zona, evitando las restricciones legales que le impedían avanzar sobre territorio lenca, pero afectando de la misma manera los recursos naturales de aquella y muchas otras comunidades. Me habló de su vieja (yo le preguntaba por «su vieja» y ella me decía «mi mami», así la intersubjetividad en la que vivo), de su lucha incansable, del hostigamiento que sufría, de cuando había estado presa. No me habló del premio Goldman que había recibido por su lucha ambiental y por los derechos de los pueblos indígenas, ni del informe que denunciaba a Honduras como el país más peligroso para los ambientalistas y luchadores indígenas, ni me habló del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras, de la que su mamá era coordinadora, ni de la pelea de los derechos de la mujer. Pero todo eso estaba implícito.
Hace unos días, ella y su compañero me regalaron un pañuelo muy bonito: «Para que tengas algo de las mujeres lencas» me dijeron. Acá tengo el pañuelo colgado en mi habitación recordándome que hoy, más que ayer, hay mucho que hacer, que pelear, que denunciar, que gritar.
Les mando un fuerte abrazo desde el hemisferio norte, aunque no tan al norte y mirando al sur.