El Partido Conservador de la primera ministra Theresa May fracasa en su pretensión de aumentar su mayoría absoluta, perdiéndola.
Los habitantes de Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte no están especialmente acostumbrados a los parlamentos con mayoría simple; por la falta de disciplina de voto fuerte dentro de los partidos, ni siquiera les gusta tener mayorías absolutas «bajas». May apostó por unas elecciones anticipadas para fortalecer su posición dentro del parlamento británico, a fin de negociar mejor el Brexit con la UE, y aprovechar el pésimo momento de un partido Laborista que remontó espectacularmente. El sistema mayoritario tiene estas cosas, permite mejorar en votos pero perder escaños sin mucho problema, o lo contrario, incluso.
Cameron, que dimitió tras el resultado del referendo para salir de la UE, consiguió en el 2015 el 36,9% de los votos (11,33 millones), con esto se hizo con la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes, ocupando 331 escaños; May, que tenía ciertos problemas para que votaran todos a una, y viendo la oportunidad en un rival débil, adelantó unas elecciones en las que, mirando solo los votos, no le fue mal a su partido, el Conservador: 42,3% de los votos, 5,5 puntos más (casi 13,62 millones de votos). Incluso puede presumir de tomar Escocia, donde mejora 13 puntos hasta alcanzar el 28,6%, colocándose como segunda fuerza y pasando de 1 a 13 escaños (acaba de perderse el chiste de «hay más pandas en el Zoo de Edimburgo que comunes conservadores escoceses»). Pero el saldo final es negativo: pierde la mayoría absoluta (318 escaños de 650, se queda a 8). De todas formas, May realizó una campaña horrible donde dijo y se desdijo todo lo que quiso, donde mostró la cara más desagradable de los conservadores (esto último tal vez le dio votos, todo hay que decirlo).