por Juan Pablo Artinian1
El 23 de octubre de este año la Organización Genocide Watch denunció que Azerbaiyán está realizando acciones contra los armenios que se encuentran en la etapa 9 de exterminio y en la 10 de negación. El organismo justificó el alerta: «debido a su negación del pasado genocidio contra los armenios, su uso oficial del discurso de odio y la actual persecución de civiles en Arstaj». Por otra parte, la organización Human Rights Watch confirmó el uso de armas prohibidas por parte de Azerbaiyán contra población civil armenia. Además, Amnistía Internacional declaró que los azeríes están usando bombas de racimo –que son consideradas armamento prohibido– contra civiles.
Desde septiembre de este año la guerra volvió al mundo, así como el espectro del genocidio. Esta vez en el Cáucaso. Allí, Azerbaiyán, con el apoyo de Turquía, atacó a los armenios de Artsaj (o según la pasada nomenclatura de la era soviética Nagorno Kharabakh). Arstaj es una república independiente que, ejerciendo el derecho de autodeterminación de los pueblos, tiene un gobierno elegido de forma democrática, pero que es invisible a los ojos del mundo. Desde el proceso de derrumbe de la URSS, a principios de los años noventa, la cuestión sobre los armenios en ese territorio es una de las más duraderas de la historia, pero es hasta hoy poco conocida para el público.
Lamentablemente, el mundo permanece silencioso a pesar que desde Santiago de Chile hasta Sidney, pasando de Nueva York a París y cruzando Los Ángeles hasta Buenos Aires miles de armenias y armenios de la diáspora se han movilizado de forma pacífica para alertar sobre el peligro de otro genocidio. Ellas y ellos son descendientes de los sobrevivientes del genocidio de 1915 cometido por Turquía. Ese exterminio es negado por ese país y la impunidad aún sigue vigente hasta nuestros días. Esa misma impunidad se ve reflejada en las declaraciones de mayo del corriente año cuando Erdogan –actual presidente de Turquía– se refirió a los armenios como los «restos de la espada» un insulto tristemente común y que se enmarca en una retórica de odio y violencia. Ese lenguaje deshumanizador, por parte de Erdogan, continuó en Julio con la siguiente frase: «Continuaremos cumpliendo esta misión que nuestros abuelos han realizado durante siglos en la región del Cáucaso». La alusión al exterminio de los armenios –durante la Primera Guerra Mundial– es aquello que resuena, sin pudor, en esta frase.
Los estudios sobre genocidios nos enseñan que el primer paso en los procesos de exterminio son siempre la deshumanización, para luego cristalizarse en acciones de violencia sistemática. Así, desde hace casi un mes mujeres, niños y ancianos fueron asesinados por las bombas; monasterios, iglesias y centros culturales arrasados. La ciudad capital de Arstaj, llamada Stepanakert, es hoy un lugar fantasma y en ruinas. Luego de una lluvia de misiles y bombas de racimo el resultado fue el esperado: muertos, heridos y edificios destruidos. Además otra ciudad, llamada Shushí, también fue blanco de ataques de misiles azeríes, donde la histórica catedral fue destruida por el bombardeos. Miles de personas perdieron sus casas y son otra vez desplazados teniendo que salir de Artsaj. Se estiman que hoy hay alrededor de 90.000 armenios desplazados. A esto se suma la violación a los derechos humanos y las atrocidades cometidas, entre ellas decapitaciones de prisioneros armenios, por parte de mercenarios yihadistas contratados por Turquía.
El contexto histórico
El Cáucaso implica una de las geografías más complejas del mundo. Distintos grupos étnicos, pueblos y naciones se encuentran en esa montañosa región que fue punto de contacto de diversos poderes e imperios a lo largo de la historia.
La población armenia tiene una extensa historia que se remonta a la antigüedad con sus primeras entidades estatales en Asia Menor. Fue un pueblo que tuvo momentos de independencia, pero también de sujeción a diferentes imperios. Sin embargo, desde el siglo XVI los armenios quedaron repartidos bajo el poder del imperio persa, ruso y del otomano. En este último, se encontraba la mayor cantidad de armenios que vivían en las tierras donde antiguamente se habían asentado sus reinos. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, Turquía planificó y ejecutó el antes mencionado genocidio extirpando la presencia de este pueblo cristiano del imperio otomano. Los pocos que pudieron sobrevivir quedaron repartidos en todo el mundo como diáspora, incluido Chile, entre otros países latinoamericanos.
Antes señalamos que había también armenios bajo la órbita del Zar, en particular en el Cáucaso, ellos y algunos sobrevivientes del genocidio constituirían la primera república de Armenia en 1918. Luego de la Primera Guerra Mundial surgieron en los antiguos límites del imperio de los zares nuevos países, entre ellos: Georgia, Armenia y Azerbaiyán. La zona de Artsaj, que estaba poblada por armenios desde largo tiempo, era fuente de enfrentamientos entre Azerbaiyán y Armenia. En 1920, luego del triunfo de los bolcheviques en la guerra civil, gran parte de la región del Cáucaso volvió a estar bajo la hegemonía de Moscú, pero ahora bajo el poder bolchevique. La política en torno a las nacionalidades por parte de los bolcheviques seguía en cierta manera el principio de «divide y reinarás». En el año 1923, Stalin –a cargo de la cuestión de las nacionalidades– cedió arbitrariamente el territorio de Artsaj a la órbita de Azerbaiyán. La situación se mantuvo sin cambios durante la época del dominio soviético. Sin embargo, en el año 1977 el Consejo de ministros de la URSS señaló que Nagorno Kharabakh había sido anexada de forma artificial a la RSS de Azerbaiyán. Así y todo, no hubo cambios significativos. En los años ochenta y con el ascenso de Gorbachov y sus políticas de reforma, los armenios de Kharabakh comenzaron a peticionar para volver a estar bajo la órbita de la república socialista de Armenia. Los armenios que estaban bajo la órbita de Azerbaiyán vivían en una situación de clara discriminación durante décadas. Las demandas de derechos por parte de los habitantes de Nagorno Kharabakh llevó a claras medidas de violencia sistemática y represión. En ese sentido, en el año 1988 hubo una serie de pogromos contra armenios en Azerbaiyán. Sin embargo, y a pesar de las muertes y vejaciones, el movimiento político continuó y en 1991 se celebró un referéndum que arrojó un resultado del 99% a favor de la independencia respecto de Azerbaiyán. Sin embargo, los azeríes anularon la autonomía de Nagorno Kharabakh, violando no solamente las normativas de la Unión Soviética, sino también el derecho de autodeterminación de los pueblos.
Con el fin de la era soviética el conflicto se transformó en una guerra entre Armenia y Azerbaiyán que finalizó con un alto el fuego en 1994. La guerra dejó miles de muertos y acusaciones mutuas de haber cometido abusos. Luego del conflicto, Artsaj quedó bajo el control de facto de sus pobladores armenios, pero sin formar parte de la república de Armenia. Desde el fin de la guerra se ha tratado de forma infructífera de llegar a algún tipo de solución por vías diplomáticas entre Armenia y Azerbaiyán a través de Estados Unidos, Francia, y Rusia como mediadores. El conflicto nunca estuvo congelado y en 2016 hubo, una vez más, enfrentamientos militares. Además en julio de este año Azerbaiyán no sólo atacó Artsaj, sino también a la república de Armenia.
La geopolítica de un mundo multipolar
Desde la caída de la URSS las relaciones internacionales se han vuelto menos estables. El marco de la Guerra Fría había estabilizado la situación internacional con un suerte de balance entre dos superpotencias. Sin embargo, durante los años noventa Estados Unidos se erigió como único poder mundial. De manera concomitante, con el fin de la Unión Soviética el capitalismo comenzó a penetrar en zonas antes vedadas por el manto del comunismo. La lógica de reproducción del capital generó inestabilidad y contradicciones profundas en todas esas regiones. Además, durante los años noventa la expansión de la OTAN avanzaba –desde Europa del Este, hasta el Cáucaso– sobre lo que ahora parecía una Rusia débil y en retirada.
El siglo XXI se abrió con el intento de avance del imperio americano en Asia Menor. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, los ejércitos norteamericanos se desplegaron desde Afganistán hasta Irak. Sin embargo, las campañas militares arrojaron resultados pobres, mostrando además –tras la crisis del 2008– el perfil de un mundo menos centrado en una sola potencia. En ese sentido, tanto el ascenso económico de China, como el fortalecimiento de Rusia con Putin, desarrollaron un nuevo escenario geopolítico en Asia. Por otra parte, Turquía, donde Estados Unidos tiene bases militares –utilizadas durante la guerra de Irak– comenzó a practicar en los últimos años el gran juego de una política exterior con una impronta bélica. El régimen de Erdogan, comenzó a abandonar la tradición secular del país para acercarse a una suerte de nacionalismo islamista. En este punto cabe aclarar que no debe analizarse el complejo entramado geopolítico a partir de visiones simplificadoras como «choque de civilizaciones» y menos aún de las acciones políticas como meros productos de creencias religiosas. Por el contrario, antes que esencializaciones religiosas o visiones maniqueas, es importante explorar la compleja y sutil dialéctica entre los objetivos de los poderes regionales en un marco de aislacionismo del gobierno de Donald Trump.
Uno de los elementos claves para el análisis es la cuestión energética. De esta manera, cabe señalar el claro interés de la Unión Europea por el suministro de energía de manera independiente de Rusia. Por ello, el Cáucaso, con sus pozos de petróleo azeríes tiene gran importancia, así como el gasoducto que lleva la energía vía Azerbaiyán, pasando por Georgia (esquivando a Armenia) para luego ir hacia Turquía. En el marco de una pandemia y una crisis global, sumado a las elecciones en Estados Unidos, Erdogan decidió realizar una peligrosa aventura militar en una región, el Cáucaso, donde el papel de arbitraje lo tuvo históricamente Rusia. La jugada de Erdogan fue alentar y apoyar a Azerbaiyán en una guerra contra Armenia. Es importante explicar algunas elementos de la economía y sociedad de los países beligerantes.
El Cáucaso: Armenia y Azerbaiyán
Azerbaiyán cuenta con una población de alrededor de 10 millones de personas. Debe sumarse el apoyo de Turquía que tiene de más de 80 millones de personas y cuya frontera también limita con Armenia. En términos armamentísticos el presupuesto de Azerbaiyán, cuyos recursos económicos son superiores, producto de sus pozos de petróleo, supera ampliamente al de Armenia. Además, los azeríes cuentan con el apoyo activo de Turquía cuyo ejército es uno de los más importantes de la OTAN. Así, Azerbaiyán tiene una mayor población y cuenta con la ventaja de tener una salida al mar Caspio. La capital del país es la ciudad de Bakú y su régimen político está basado en el poder de un clan, los Aliev, que rigen esa nación desde los años noventa hasta nuestros días. El poder político ha pasado simplemente del padre al hijo. Sin embargo, el momento donde Aliev lanza esta agresión premeditada contra los armenios de Artsaj se da en el marco de los problemas internos de Azerbaiyán, tanto en términos políticos como económicos. Esa nación depende casi exclusivamente de la exportación de un producto: el petróleo. De esta forma, la caída de los precios internacionales sumado al impacto de la crisis global ha profundizado el malestar no sólo entre las facciones de la oligarquía cercanas a Aliev, sino también en su propia sociedad civil que sufre la falta de libertades, los abusos y la censura. Ejemplo de ello es la censura a la redes sociales y el fuerte control de la información por parte del estado.
Armenia tiene como capital la ciudad de Erevan, y carece de salidas al mar. Esta república limita con Azerbaiyán y cuenta apenas con menos de tres millones de habitantes. Esta nación ha pasado también por un difícil proceso político a inicios de los años noventa. En ese sentido, el país estuvo atravesado por la inestabilidad y la corrupción interna de algunos miembros de la elite. Por otra parte, los problemas económicos, como consecuencia del cierre de la frontera por parte de Turquía, erosionaron las finanzas de la ex república soviética. A ello debe sumarse la partida de miles de armenios hacia Europa, Rusia y Estados Unidos en las últimas décadas. Sin embargo, el panorama político tuvo un giro durante el año, 2018. En ese año una movilización popular se manifestó pacíficamente reclamando mayor transparencia y democratización del sistema político. Fue la denominada «revolución de terciopelo», su líder era el periodista Nikol Pashinyan, que hoy es el primer ministro.
La guerra y el peligro del genocidio
El peligro de esta nueva agresión militar, en un mundo atravesado por la pandemia y la crisis económica global, abre las puertas para que regímenes autoritarios y ultranacionalistas involucrados en esta guerra, como la Turquía de Erdogan, arrastren a otros países a una conflagración de mayores dimensiones. Para los armenios la guerra se vive en un estado mental y emocional de supervivencia. De hecho, así fue definida por los líderes de esa nación. En este punto cabe preguntarse: ¿qué es lo que ha tornado tan dramática la situación? La respuesta se encuentra en el ya mencionado vecino de Armenia: Turquía, que apoya directamente y sin pudor a Azerbaiyán. El suministro de armamento, drones y terroristas enviados desde Siria vía Turquía para su involucramiento en el ataque contra los armenios muestra el interés de Ankara en el Cáucaso. Para Armenia y su diáspora en todo el mundo, la entrada de Turquía en el conflicto revive el genocidio de 1915. Un genocidio que –como mencionamos más arriba– hasta el día de hoy Turquía niega sistemáticamente y que Erdogan amplifica con sus políticas expansionistas hacia la región. En ese sentido, el último punto es crucial ya que el régimen de Erdogan también se encuentra con problemas económicos, la moneda del país está perdiendo valor, y al mismo tiempo aumenta el descontento interno en su sociedad. Así, las aventuras militaristas de Turquía con su intervención en Siria, en el Mediterráneo, en Libia y ahora en el Cáucaso generan una desestabilización muy peligrosa para toda la región. Francia a retirado su embajador de Turquía y las declaraciones de Putin condenan las políticas contra los armenios.
Hasta la fecha Armenia señala que alrededor de mil de sus soldados han sido asesinados, lamentablemente se han cometido crímenes y atrocidades como decapitaciones y otros ultrajes contra los soldados armenios. Estos crímenes ya han sido corroborados por la prensa internacional. Azerbayan no revela la cantidad de sus bajas a la prensa internacional y menos aún al interior de su país.
Hasta ahora algunos intelectuales han empezado a alertar sobre la guerra. El 16 de Octubre se publicó una carta abierta firmada por intelectuales como Chomsky, Spivak y Tariq Ali. En la carta se alerta sobre la política xenofóbica y militarista del régimen turco de Erdogan en Asia Menor, y su apoyó a Azerbaiyán en su agresión militar contra los armenios de Artsaj.
El tema parece lejano, pero es grave y nos atraviesa. Aquello que está en juego es un tema que trasciende a un grupo específico y que involucra una cuestión universal: el derecho de vivir en paz y a la autodeterminación que tienen los seres humanos. Lamentablemente el avance del autoritarismo, la xenofobia y la violencia son hoy un problema global. En este momento los pobladores de Artsaj, que de forma libre y democrática resolvieron ejercer sus derechos, se encuentran resistiendo en soledad y ante el silencio del mundo. El genocidio y las violaciones a los derechos humanos son –por definición– universales. Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto señaló en un discurso de 1986 al aceptar el Premio Nobel: «Debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor nunca a la víctima. El silencio ayuda a quien atormenta, nunca al atormentando». Las organizaciones políticas y movimientos sociales, la prensa, los intelectuales, estudiantes, académicos y artistas no deberían mirar para otro lado. No estamos en 1915, no permitamos otro genocidio. La impunidad abrió las puertas a los genocidios durante el siglo XX, no lo permitamos en nuestro siglo XXI. Por la paz y el reconocimiento de Artsaj. Estos son crímenes contra toda la humanidad. Nunca Mas.
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Notas:
* Artículo publicado el 26 de Octubre de 2020 en la revista de Chile, «Rosa». Publicado en D=a= con autorización del autor.
1 Juan Pablo Artinian es doctor en historia por la State University of New York at Stony Brook. Ejerce la docencia en el Departamento de Estudios Históricos y Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella. En esa universidad es profesor de la materia Genocidio y Derechos Humanos en el siglo XX. Ha publicado diversos artículos académicos sobre el genocidio armenio y también sobre historia cultural y política argentina del siglo XX.