por Miguel Sánchez
Apenas cinco días sin Fidel. Aún no acaban los funerales y cuesta que las emociones le hagan un poco de lugar a la razón.
Para los cuarentones como yo, Fidel siempre fue verbo y adjetivo. Pocas veces en la historia un nombre propio tiene tamaño cúmulo de valores y sentencias asociadas. Desde el mismísimo momento en que puedo rastrear algún nivel de reflexión política, Fidel –casi tanto como El Che– encarnó el espíritu rebelde, la irreverencia frente a los poderosos, la osadía, la demostración más cabal de que la palabra «imposible» no era más que la justificación del conformismo o la cobardía.
Me preguntaba si tiene sentido hablar de Fidel y su legado hoy, en esta Argentina modelo 2016 y con todas mis energías concentradas en organizar mi lugar de trabajo, con las particularidades que presenta el sector privado e industrial hoy día. Y rápidamente pienso que sí. Que Cuba y Fidel nos ofrece una hermosa alegoría para afrontar la difícil y urgente tarea de lograr la articulación de los batallones centrales del movimiento obrero en torno a la acción y el pensamiento que debieran ser propios, el marxismo.
Pocos lugares expresan con total crudeza el poder omnímodo del capitalismo como la fábrica. La igualdad formal, piedra angular de la moderna sociedad burguesa, queda allí reducida a un mal chiste. La asimetría entre patrones y trabajadores es la base del equilibrio del sistema. De ahí los esfuerzos de la burguesía por fragmentar, por evitar el más mínimo espíritu asociativo, el odio visceral a la organización gremial autónoma, y ni que hablar el pavor que les causa cualquier avance en la conciencia política de Clase.
En cada una de esas fábricas somos Cuba y los patrones el imperialismo yanky. Cada grupo de obreros que inician un trabajo de zapa para burlar el control patronal y deciden comenzar un proceso de organización, emulan a los «barbudos». Cada golpe de efecto, cada pequeño triunfo semeja a la lucha de guerrillas. Y quién no fantaseó entre compañeros con su propia «entrada victoriosa a La Habana», torciendo definitivamente el brazo a la empresa. En ese sentido, el movimiento obrero tuvo muchas «cubas». A cualquiera de nosotros se nos puede ocurrir alguna experiencia triunfante. Y en esto también se refuerza la analogía. Sin un desarrollo general, sin una estrategia global e integral, cualquier triunfo parcial, acotado, quedará reducido a la lucha por la subsistencia, expuesto a tendencias conservadoras, y bajo el riesgo permanente del retroceso o la derrota.
Siempre creí que el pueblo cubano hizo, primero lo que debía y luego lo que podía. En todo caso nos corresponde al resto de los pueblos de Latinoamérica el peso de no haber podido apuntalar y empujar el proceso revolucionario en Cuba hacia una profundización.
Como buen trosco silvestre, claro que conservo unas cuantas críticas o cuestionamientos, aunque jamás se los regalaría al enemigo. Los trapitos se lavan en casa y es tarea y deber de la clase obrera saldar cuentas con sus revoluciones, con sus referentes. Balancear aciertos y errores, extraer conclusiones que permitan encarar con mayor fortaleza las batallas por venir.
Claro que me resulta lamentable, el refugio primero y la sujeción después a la burocracia soviética. En más de una ocasión enrojecí de rabia frente a la priorización de la diplomacia con fines domésticos por encima de la defensa del programa de la revolución proletaria internacional. Y hoy reviento de bronca cuando escucho cantar loas a Fidel a los «Soldados de Chevron», a los cortesanos de los «Bonnie and Clyde» santacruceño. Sin embargo, seguir sería clausurar el flujo emocional que me invade y darle lugar a la razón. Y prefiero dejar eso para futuros apuntes.
Mientras contemplo al pueblo cubano despedir a su líder y emblema pienso: «que sigan festejando los gusanos». Que se regocijen los enemigos declarados de los trabajadores y el pueblo pobre. Su desprecio alimenta nuestro odio de clase. Así como con cada lágrima que tragamos en silencio por cada compañero que quedó en el camino se fragua la porfía insurrecta, la evocación y el rescate de nuestros máximos referentes, con sus aciertos y errores, alumbran las luchas del futuro.
Buena y significativa la sencilla evocación. Imprimila en papel y dásela a tus compañeros de laburo. La analogía Cuba/proletaria contra Imperialismo yanqui/patronal es descriptiva de lo que es el mundo. Recuerdo que cuando regresé de la Nicaragua de la Revolución Sandinista y charlábamos en el sindicato donde laburaba, me preguntaban cómo era la situación allí. Y se me ocurrió algo muy parecido para que los compas entendieran. La Nicaragua sandinista era como una fábrica tomada por sus obreros, que la pusieron a producir y estaba rodeada por la Gendarmería que hostigaba y los empresarios «del mercado» que les boicoteaban su producción y les bloqueaban todos los suministros.
Cuba es nuestra fábrica recuperada…
y cuando iba por este párrafo, sonó el teléfono: es mi primo Tito desde La Habana. Se gastó 20 dólares que que le regaló un alumno, solo para compartir un instante la emoción del momento. Él sigue yendo a dar sus clases a maestros y me cuenta que en su pedagógico están sin computadoras. Anoche estuvo en la Plaza. Llegó caminando con sus estudiantes desde 23 y 12 porque ahí los dejó la guagua. Como ya no puede andar en bicicleta por la hernia, se volvió en un carro que le salió barato: 10 pesos cubanos. Tía Isabel, que es casi tan viejita como era Fidel, sobrevive con dificultad secuelas de un ACV. Cuando le cuento que estoy mirando desde aquí la Habana por TV, balbucea: Chico, aquí es todo Fidel. Ella extraña sus novelas… se terminó el tiempo de la llamada.
Hace falta recuperar más fábricas, Miguel