por Ariel Mayo
Ante todo, una constatación, en línea con el lema de «luchar sin ilusiones» propio del marxismo: nada de lo que hagamos en Argentina mueve la aguja en Brasil. Las movilizaciones, actos, declaraciones urgentes, son lamentablemente ineficaces en este caso. Es por eso que podemos permitirnos reflexionar sobre la situación con cierta calma. El caso Lula permite asomarnos a una tarea pendiente: el balance de las experiencias «populistas» (utilizo el término sin estar convencido de su valor científico, pero sirve para que el lector comprenda a qué me estoy refiriendo) de la primera década del siglo XXI en América Latina. Ante todo, la primer condición de posibilidad de las mismas fue el cambio en el precio de los commodities a nivel internacional. La segunda condicion de posibilidad fue la crisis de los modelos de acumulación de los años 90. Por último, y no menos importante, la desaparición del socialismo como alternativa económica y política para los trabajadores y demás sectores populares.
En ese marco, todas esas experiencias tendieron:
a) generar un ambiente económico, político y social propicio para aprovechar las nuevas condiciones económicas internacionales;
b) ese «ambiente» tenía por objetivo aumentar las ganancias de las distintas burguesías latinoamericanas, que la levantaron «con pala» tanto en Brasil como en Argentina durante las experiencias de Lula y los Kirchner, por ejemplo;
c) desarrollar concesiones a los sectores populares, para recomponer la legitimidad de las instituciones estatales (recordar la crisis de diciembre de 2001 y el «que se vayan todos» en Argentina). Todas esas experiencias terminaron en un fortalecimiento del poder de las burguesías latinoamericanas, dado que no promovieron (no podían hacerlo por su condición de clase) la autonomía política de la clase trabajadoras y demás sectores populares.
Cuando el ciclo ecónomico de precios altos de los commodities (materias primas) concluyó, la experiencias «populistas» entraron en crisis. Es por eso que, antes de poner en el centro la lucha por la democracia (burguesa), hay que comenzar por comprender lo que está en juego. Desde el punto de vista marxista, se trata de comprender (usando el método que enseña ese viejo libro, El Capital) las condiciones en las que se van a dar las luchas obreras tanto en lo inmediato como en los años posteriores. La burguesía requiere aumentar la plusvalía (trabajo gratuito apropiado a los trabajadores). Por eso impulsa las reformas laborales, como la votada el año pasado en Brasil. En ese marco, seguir alimentando la ilusión en los líderes de la primera década del siglo XXI no sirve para desarrollar la autonomía política de los trabajadores. Esos líderes hicieron su contribución…a la burguesía, al incrementar su poder económico y político. Por eso la resistencia de los «populismos» ha sido tan débil.
¿Hacer estas afirmaciones implica defender a Temer, a los jueces brasileños -El Capital sirve para entender que el poder judicial es parte del Estado, que es la herramienta de dominación de la burguesía-, a los militares brasileños? No. Implica hacer el esfuerzo para comprender las nuevas condiciones económicas y sociales que determinarán las características de las nuevas luchas de los trabajadores y sectores populares. Si en la primera década del 2000 no se pudo quebrar el crecimiento de la burguesía, es preciso hacer las cosas de modo diferente para no caer en los viejos errores. Aprovechemos la coyuntura para pulir nuestros análisis y modificar nuestras acciones políticas.
Termino aquí. En un comentario posterior (una nota colectiva en RPM, mejoraremos este análisis y abordaremos algo que señalaron compañeros como Gonzalo Moyano Balbis y otros, la cuestión de la democracia). Por último, si algo enseña el marxismo es que nadie tiene la verdad revelada y que es preciso estudiar y mucho para poder actuar con eficacia (la famosa noción de praxis).