por Rafael Bitrán
Las prendas siguen cayendo. El Coronavirus no solo termina con la vida de millones de seres humanos. También, paso a paso, sigue desnudando lo peor del Capitalismo.
Hace poco más de un año, en este mismo espacio, nos atrevimos a escribir acerca del grotesco striptease de nuestra «civilizada forma de vida» en los primeros momentos de la pandemia. Fueron, y son, mucho más que las Nueve Semanas y Media de la bizarra y recordada película de Hollywood. Demasiado ha sucedido desde entonces. No obstante los millones que ya no nos acompañan en la travesía existencial, la mayoría de los gobiernos, economistas y muchos políticos/as, día a día, no tienen ninguna vergüenza en atestiguar con sus hechos y palabras que la racionalidad del capital es superior a la vida de los seres humanos. Incluso, de ellos y ellas mismas, si llegara a suceder el difícil caso, pero no improbable, que el nuevo virus pudiera vulnerar sus privilegiados organismos.
Trump y Bolsonaro han cumplido un rol estelar en esta nueva película de clase B. Con total desenfado y, desde un primer momento, ni siquiera intentaron maquillar un discurso y políticas donde claramente el interés empresarial estuvo siempre por sobre la existencia humana. Muy al contrario, con ello trataron de presentarse como «valientes», «aguerridos» y dispuestos a no dejarse engañar por «confabulaciones siniestras» que exageraban las consecuencias mortales de la pandemia. Al primero, probablemente, el medio millón de muertos de sus conciudadanos, le haya costado no poder ganar sin problemas la reelección. Su imitador «tercermundista»: todavía está por verse como sobrevive al genocidio sanitario que permitió e impulsó entre las clases más vulnerables del Brasil.
Pero no han sido, y siguen siendo, solo la mayoría de los gobiernos quienes privilegian las necesidades de un sistema inhumano de existencia. Algunos/as economistas, periodistas y políticos/as, se encargan cotidianamente de desnudar lo peor de «nuestra manera de vida». En nombre de la Libertad, incluso hay quienes se hacen llamar «libertarios» para enfrentar cualquier tipo de restricciones (aun cuando sean leves) que impidan a los individuos llevar adelante sus «derechos fundamentales» y, a las empresas, acumular plusvalía sin interferencias. Cuanta hipocresía. Además, con su manera de etiquetarse, ni siquiera permiten descansar tranquilos a los fantasmas de tantos/as anarquistas que entregaron todo para enfrentar a este mismo sistema corrupto y explotador que ellos, «libertarios new age», defienden.
Leyendo lo escrito hasta el momento, veo que ni siquiera he hecho alusión a aquello que me llevó a realizar estas reflexiones. En esta nota, todavía no he narrado más que obviedades introductorias. En realidad, la cuestión central que quería compartir es la de la vacunación para enfrentar la pandemia. ¿Por qué lo veo como un tema fundamental? Porque en ningún punto como en su fabricación, distribución y aplicación, es tan claro y visible el carácter asesino, perverso e injusto del Capital. En este punto, con solo una leve reflexión, se corre cualquier velo mistificador que intente ocultar el carácter antihumano de la formación socio-económica en que vivimos y nos reproducimos.
Hay facetas, temas y situaciones en que nuestro capitalismo de todos los días puede ocultar su peor cara y maquillar la inequidad y explotación. Pero, en todo lo que respecta a la vacuna contra este nuevo virus, la miseria capitalista es imposible de disfrazar entre las bambalinas, las luces de colores de los escaparates, la extensión de algunos justos derechos y los nuevos «juguetes» que nos provee la electrónica. Los intereses económicos de gobiernos y laboratorios son los que impiden la racionalidad sanitaria a la hora de privilegiar la salud de la población mundial. Como en otras contadas oportunidades, aquí se expresa sin velos la máxima: los intereses económicos por sobre la vida de millones.
Desde el mismo comienzo de las investigaciones, se desnudaron las desigualdades e inequidades. Los países con más capital, adelantaron dinero a los laboratorios para garantizarse más cantidad de dosis. Y, como corresponde a la filosofía del emprendedurismo, los principales proyectos fueron llevados adelante por la iniciativa privada de las más grandes empresas del sector y por los laboratorios estatales o mixtos en manos de la minoría política que gobierna en China y Rusia.
Posteriormente, vimos –y vemos– la disputa permanente por quién compra más, quien recibe más, cuando y donde se entregan más dosis. Más y más conflictos entre las distintas naciones y/o los intereses económicos y, siempre, independientemente de los millones de vidas humanas que terminan dependiendo de quienes ganen el «juego de la Oca» sanitaria.
El escenario es grotesco. Sabiendo que lo que está en juego es a quienes se le dan antes mayores posibilidades de tener más chances de sobrevivir a un posible contagio, termina por ser repugnante. Esto es todavía más claro y transparente, si imaginamos, para contrastar, una Utopía que no sería tal, de no vivir en un mundo dominado por el Capital.
En un planeta con otra estructura social y económica, no sería complicado pensar y organizar una planificación de la producción, distribución y aplicación de las vacunas que no dependiese de la ganancia de los laboratorios, de quien tiene más dinero para encargarlas y quien mejor logística y relaciones geopolíticas para distribuirla. Tal vez, en un mundo donde los genuinos «libertarios» hubieran logrado plasmar sus proyectos, eso sería posiblemente realizable.
Pero bueno. Pensar esto tal vez sea demasiado extremista. El caso es que la organización capitalista, ni siquiera ha permitido un proyecto mucho menos revolucionario. Incluso una opción, digamos «reformista», es imposible y, lamentablemente, casi impensable. Por ejemplo, donde un Comité de Salud Mundial estatizara por dos años al sector encargado de las vacunas contra el coronavirus y, garantizándoles el costo a las empresas privadas por ese lapso de tiempo, se realizase una producción, distribución y aplicación donde la racionalidad económica y política quedara totalmente subsumida por la de salvar vidas humanas. Finalizado ese plazo, se devolvería la fabricación y aplicación a las grandes empresas farmacológicas quienes, por varios años, podrían continuar con sus altas tasas de beneficio.
Aparece como obvio decir y escribir que todo esto no es más que un sueño digno de la mejor ciencia ficción. Reconocer que así sea ¿le quita validez a pensarlo y expresarlo? No. Muy por el contrario. Desde el absurdo del no poder ser, muestra muy a las claras, las partes más putrefactas de nuestro sistema social y económico. El coronavirus sigue, además de enfermar y matar, desnudando y corriendo velos mistificadores de nuestro amado capitalismo. Tal vez, al menos, podamos sacar algún beneficio de esto último.
Muy buena nota. Me acuerdo, curso empezó todo esto, la cantidad de carcajada que me generó escuchar en muchas partes algo así como el fin del capitalismo, ahora sí lo ponemos patas para arriba y cosas por el estilo…