por Pablo Pozzi
Ayer me escribieron los de La izquierda Diario para pedirme que escriba algo sobre mi Primero de Mayo favorito. ¿Lo quéeee? ¿Cuál es mi Primero de mayo favorito? Yyyy… qué se yo; todos. Quizás porque para mí esa fecha fue siempre una oda de solidaridad y lucha clasista. Siempre fui un comunista, con minúscula, y mi política trata de ser siempre útil a la clase obrera, por lo que los partidos me importan muy poco excepto como herramienta.
Pero pensar cuál es el que más me gustó es un desafío. Al fin y al cabo, “gusto” es un término más que relativo. Me encantó uno allá por 1977 en el Bajo Manhattan con los camaradas de Partido Mundo Obrero; y otro camino a hablar con una agrupación obrera yanqui que no sabía ni de qué se trataba la fecha; y ni hablar de la emoción de entrar por primera vez en la Plaza Haymarket, hace ya tres décadas, para encontrar en el medio un monumento a la policía y no a los mártires de Chicago. También he pasado el Primero de Mayo en otros lados: una vez en Florencia, donde el PCI hizo una marcha llena de banderas rojas, la gente cantaba canciones de los partisanos y el secretario general Berlinguer dio un discurso que estaba a la derecha del socialismo italiano. Otra en México, donde los comunistas (en ese entonces Partido Socialista Unificado de México) hicieron un festival, y pusimos una mesa para repartir propaganda antidictatorial, y recibimos tantas muestras de afecto que nos sorprendieron. Cada uno tuvo sus anécdotas, y cosas que me emocionaron. Pero sobre todo expresaban una hermandad trabajadora que trascendía el faccionalismo tan común a la izquierda.
Quizás los que más me impactaron fueron siempre los Primeros de Mayo en Estados Unidos. En parte porque allí nacieron, y también porque es una clase obrera que no está consciente de lo que pudo gestar. En particular me recuerdo una vez que en ese momento me pareció sintetizar lo que quiero decir.
Corría el año 1980, yo había finiquitado mis estudios de posgrado en la universidad del estado de Nueva York en Stony Brook (SUNY at Stony Brook). Había sido difícil porque trataba de equilibrar las demandas del posgrado con el trabajo en un taller de joyería (era pulidor de oro) con la militancia política. En realidad no sé cómo hice para terminar de estudiar porque la política ocupaba casi todo mi tiempo. El movimiento de solidaridad antidictatorial se desplegaba en torno a una serie de organismos dirigidos a sectores específicos: la Organización para la Acción Cristiana en Argentina, la Agencia del Servicio Informaciones de Argentina (AISC), el periódico “Denuncia”, la Comisión de Derechos Humanos (CADHU) de Washington, varios Comités de Acción Solidaria. Todo se articulaba en una organización política, el Movimiento Antiimperialista por el Socialismo en Argentina (MASA) que apuntaba a organizar a la comunidad argentina en Estados Unidos.
El MASA desplegaba una actividad militante mucho más allá de las dos decenas de personas que lo integraban, y una de sus tareas era organizar la conmemoración del Primero de Mayo como forma de promover la solidaridad con la clase obrera argentina. Trabajábamos con otros grupos políticos norteamericanos y sobre todo con organismos de solidaridad con otras luchas: Puerto Rico, República Dominicana, Centroamérica, Chile, Uruguay, Timor del Este, Irlanda, etc. A pesar de las diferencias políticas, que a veces eran más o menos importantes, éramos una gran cofradía que nos apoyábamos mutuamente “desde las entrañas del monstruo”, como dijo José Martí.
Ese año desplegamos una intensa actividad impulsados por los triunfos en Nicaragua, Angola, Mozambique y Guinea Bissau. Una de las tareas era hacer actividades en las universidades yanquis. Como yo había estado en Stony Brook aprovechamos para armar un acto. Hablamos con varias agrupaciones estudiantiles (allá no tienen filiaciones políticas excepto los Republicanos y Demócratas), pero no con la unión estudiantil que se dedicaba a fiestas más que a la defensa del estudiantado. Armamos un acto en una de las salas de conferencias de la universidad. Entre tres compañeros repartimos volantes convocando a ver “La Patagonia Rebelde” (con subtítulos), pusimos mesas de propaganda, y preparamos un discurso corto (para no aburrir) que los instara a contribuir con plata y firmas contra la dictadura.
La verdad es que pensamos que vendría poca, poquísima, gente. Para nuestra sorpresa ese día la sala se llenó y quedó gente afuera. Había latinoamericanos, yanquis, y muchísimos iraníes. Estos últimos eran una sorpresa para nosotros, hasta que descubrimos que habíamos recibido el apoyo de la Asociación de Estudiantes Iraníes (ISA) que en ese momento estaba muy activa luego del derrocamiento del Shah Reza Pahlavi.
Empezó la actividad. Les dimos la bienvenida y pasamos la película. Una vez que terminó estábamos listos para el discurso solidario, cuando de repente en la primera fila se paró uno de los iraníes. Dio un grito que no entendimos nada, y se pararon todos los otros iraníes. “Rafiq”, dijo (luego me explicaron que quería decir algo así como camaradas o hermanos). Levantó el puño izquierdo, y el resto hicieron lo mismo. Y empezaron a cantar La Internacional en farsi, mientras uno (en un español tarzánico) gritaba “Los trabajadores argentinos vencerán”. Se me erizaba la piel. Miré a la compañera María Eva y la vi llorando de emoción. La otra compañera, impactada, se tuvo que sentar. Los latinoamericanos se pusieron de pie y levantaron el puño. Y los yanquis miraban azorados no sabiendo qué hacer. Cuando terminaron, el que había dado el primer grito se nos acercó y nos dijo que ellos nos traían su apoyo clasista y antimperialista “porque su lucha y la nuestra es una sola”. No sabíamos qué hacer, excepto agradecerles.
Muchos de esos estudiantes eran del partido Tudeh de Irán, y luego fueron perseguidos por los ayatollah. Y a mí me emocionó que nos manifestaran su apoyo. También me pareció maravilloso que el Primero de Mayo hermanara a todos los que deseábamos un mundo mejor, sobre todo porque éramos críticos de los partidos comunistas. Y también me impactó el hecho de que la clase obrera argentina hubiera trascendido hasta un lugar tan lejano, cultural y geográficamente, para generar un acercamiento “desde las entrañas del monstruo”.
Quizás es que había que haberlo vivido. La sensación fue electrizante. Pero mis compañeros, cuando hicimos el balance más tarde, no lo sintieron igual. Para mí había sido algo emocionante; para ellos era algo raro y exótico, no muy comprensible, y encima recibir apoyo de comunistas era por lo menos algo sospechoso. A mí me importaba poco (como me importa poco el día de hoy). Sigo sintiendo a la izquierda como una gran familia, de esas italianas, que se grita, se pelea, se odia y se ama toda al mismo tiempo. Pero también sé que para otros compañeros es una iglesia donde no se toleran ni herejías ni cuestionamientos. Esos compañeros iraníes, hace ya 36 años, no compartían nada con nosotros (excepto probablemente la opción por la lucha armada ya que habían hecho la guerrilla contra el Shah), y las diferencias era grandes, pero también eran indudablemente “rafiq” (aunque ni siquiera sé si está bien escrito esto, pero la idea de hermandad me ha quedado luego de décadas). No me es indistinto que los ayatollahs los persiguieran, igual que el gobierno norteamericano.
Aquel Primero de Mayo los rafiq iraníes nos trajeron su solidaridad sin pedir nada a cambio, en la mejor tradición de la clase obrera internacionalista. Tuvimos poca relación con ellos en los años subsiguientes, pero yo no los olvido más y cada una de estas fechas levanto un vaso de vino y brindo en la memoria de aquel día maravilloso cuando todos fuimos hermanos y no nos separaban ni la lengua ni la línea política.