porPabloPozzi
¿Por qué el pueblo brasileño eligió un neofascista, misógino, homofóbico, corrupto, político tradicional, y encima militar admirador de dictaduras y represor? Si uno lee los diarios argentinos (y de buena parte del mundo) la explicación combina cuatro elementos:
- Lo votó principalmente los sectores profesionales, egresados de universidades, los blancos, y los ricos;
- El resultado electoral fue producto del odio clasista por el cual los anteriores «siempre odiaron al PT y a los trabajadores»;
- El pueblo brasileño tiene miedo porque la criminalidad ha aumentado significativamente;
- El pueblo fue manipulado por los medios de comunicación, por las redes sociales, y la derecha cometió fraude electoral.
En todo lo anterior, lo que subyace es una serie de premisas clasistas y también racistas. Por un lado, los pobres y gente de color «aman al PT» que «tanto los benefició». Por otro lado, son tan ignorantes y tarados que se dejaron manipular. Lo central es que los trece años de gobierno petista fueron buenos, y si hubieran dejado que Lula se presentase, entonces seguro que el PT volvía a ganar.
Yo no estoy tan seguro de que lo anterior sea tan así. Primero porque Bolsonaro ganó en las grandes ciudades, incluyendo São Paulo y Porto Alegre, viejos bastiones del PT. Parecería que ya nadie se acuerda que el PT surgió de los sindicatos antiburocráticos del ABC paulista. La derecha sacó el 25% del total de sus votos a nivel nacional en Sao Paulo. En Rio de Janeiro 67% de los votantes apoyaron a Bolsonaro. Siete de cada diez evangélicos votaron por la derecha, y Bolsonaro ganó ampliamente la Baixada Fluminense que de clase media no tiene nada. Lo mismo ocurrió en Rio Grande do Sul (y su capital Porto Alegre donde el PT, durante su gestión, inauguró el «presupuesto participativo»). Segundo, porque Bolsonaro ganó en los estados donde la criminalidad viene bajando, y perdió en el nordeste donde viene subiendo. Tercero, porque si sacó 56% del voto eso quiere decir que lo votaron muchas mujeres, negros y obreros; a menos que supongamos que el 56% de los brasileños son profesionales egresados de la universidad o ricos y blancos. Por último, hasta dónde los medios fueron exitosos en su manipulación es algo discutible. A mí me consta en las redes, y en la sociedad en general la campaña «ele nao» fue masiva. Pero, según las encuestas, sólo 49% de las brasileñas les importaba «ele nao»; ¿y el otro 51%? Una cantidad no votó y otras votaron a Bolsonaro. Es indudable que hubo fraude (el principal fue no permitir que Lula se presentara); pero hasta dónde esto implicó una disparidad de 12% en el resultado final (y casi 18% en la primera ronda) es discutible. De hecho, yo no estoy tan seguro de que Lula le hubiera ganado a Bolsonaro, si bien los sectores de poder decidieron asegurarse impidiendo su postulación.
¿Y entonces? Creo que habría que pensar muchas cosas, y sugerir otras. Por un lado, cuando Lula fue detenido el PT casi no movilizó gente en su defensa. Esto fue notable ya que el PT es un partido que se forjó en la movilización obrera y popular. Pero eso cambió en la medida que se esforzó por llegar al poder, y más aun una vez que ejerció la Presidencia. Sus alianzas con la Igreja Universal y el PMDB (Temer) son bien conocidas. Asimismo, para mantenerse en el poder aceptó las reglas de juego del parlamentarismo burgués: sus políticas fueron lo que se puede llamar un «reformismo neoliberal». Si bien los trabajadores y sus sindicatos (no así los burócratas «pelegos») esperaban que este fuera «su gobierno», los presidentes petistas los favorecieron muy poco, y las modificaciones en las leyes laborales brillaron por su existencia. Si realizó redistribución de la riqueza a través de una serie de programas de subsidios (y no de creación de empleos o de limitar la riqueza de las corporaciones) que se asemejaba más a un clientelismo que a un empoderamiento popular.
Esto empeoró poco antes de la elección que consagró a Dilma Roussef, cuando el PT aplicó «un ajuste» que poco se diferenciaba de lo que reclamaba el FMI. A esto habría que agregarle dos factores importantes. El primero es que durante sus años en el gobierno el PT fue eliminando las voces disidentes que no acordaban con el camino lulista. El PT creció, se desarrolló y se fortaleció, en el llano a través de respetar (y permitir) la construcción de tendencias internas. Una vez en el gobierno, esto lo fue cercenando en aras de «la gobernabilidad», mientras se expulsaba a los disidentes. Esto fue reemplazado con un funcionariado financiado a través de «contribuciones» bajo la mesa por parte del empresariado.
¿Es corrupto el PT? Comparado con el PMDB, o con el PSL (Partido Social Liberal) de Bolsonaro, es claro que no… lo suyo era cosa de corruptelas. Pero los escándalos de Lava Jato, Petrobras, Odebrecht y otros fueron masivos. Nadie piensa que Dilma era personalmente corrupta (a diferencia de Temer que lo era). Pero los casos resonados ocurrieron bajo el gobierno del PT (y Temer era su vicepresidente). Se supone que un principio básico del PT (y de la izquierda en general) es poner fin a la corrupción. En este sentido, el votante común percibe la corrupción de la izquierda (sea esta grande o pequeña) como algo mucho más serio que la de la derecha (que se supone es corrupta como lo fueron os coronéis do sertão y la República Velha).
Para acceder, y mantenerse en la Presidencia, el PT aceptó las reglas del juego del sistema burgués, y como resultado fisuró su propia base social. Pero, además, su clientelismo no funcionó: ni los evangélicos ni el PMDB (ambos aliados durante años) dudaron de cambiar de bando cuando les convino. Esa debería ser una lección para todos los gobiernos «de la ola rosa» latinoamericana: el clientelismo no genera lealtades, solo oportunismo.
¿Y porqué lo votaron sectores de trabajadores, de pobres y de mujeres? Quizás porque no les importan las mismas cosas que a mí; y también porque la opción «de izquierda» (el PT) no significó un cambio real y de fondo. Si la izquierda no es alternativa y si se convierte en parte del establishment, lo que ocurre es que la gente opta por no votar, o por votar al caudillo que promete encarar sus problemas con firmeza, y lidiar con mano dura con las cuestiones que les preocupan. Quizás una de las cosas que no nos damos cuenta es que la crisis no es sólo económica, sino también es de valores y creencias. Así como cada vez más cristianos se refugian en las iglesias evangélicas y los cultos esotéricos, frente al anquilosamiento de la Iglesia Católica, muchos pobres y humildes prefieren a un Bolsonaro (o Trump, o Duterte en Filipinas, o Orban en Hungría) como ayer los italianos preferían a Berlusconi y los ingleses a Thatcher. Estos parecen brindar seguridad y decisión, amén de regresar a una vida tradicional y «mejor» donde «los hijos respetan a los padres», «las mujeres saben su lugar» y no «había tantos homosexuales»; mientras que la izquierda y los progresistas ofrecen más de lo mismo, o peor aún «aguantarse hasta que llegue la revolución». Y el problema es muchísima gente no puede esperar hasta mañana porque necesita sobrevivir el hoy.
En la Argentina el tema de rigor hoy en día es si es posible un Bolsonaro argentino o si Macri ya lo es. Yo creo que ni uno ni otro: Bolsonaro es un arribista, viejo político, pícaro con características de un populismo brasileño como lo fue Getulio Vargas; o sea, es un neofascista. Su decisión de no hacer un «ajuste gradual como Macri» marca diferencias. Macri por su parte es un hijo de la gran burguesía argentina, y con escaso feeling por los sentires populares. Al mismo tiempo, Macri está haciendo sus deberes. O sea, no hace falta un Bolsonaro en Argentina. Obvio, siempre puede surgir.
Hace 15 años los politólogos del mundo hablaban (y se deleitaban) con la oleada de gobiernos «progresistas» en América Latina (excepto México, claro). Hoy en día hablan del surgimiento de «democracias autoritarias» a través del mundo. El concepto en sí es interesante: una democracia se supone que es el gobierno del pueblo; mientras que el autoritarismo se supone que es la imposición de la voluntad de la minoría sobre la mayoría a través de formas no consensuadas, o sea represivas. ¿Cómo puede haber una democracia autoritaria? De lo que están hablando es que el autoritarismo está llegando al poder por vía electoral (y parlamentaria), lo cual implica que las elecciones no necesariamente representan la voluntad popular. En la década de 1980 se hablaba de las «democracias restringidas» y de las «de transición», o sea donde no existía el pleno derecho y el ejercicio de la voluntad popular. Parecería que democracia es cualquier cosa, menos el ejercicio y el respeto del demos.
En Estados Unidos, los sociólogos Gilens y Paige han demostrado fehacientemente que allí existe una oligarquía, no una democracia. En la Argentina podemos decir lo mismo, sobre todo luego de la aprobación de la reforma previsional y del rechazo a la legalización del aborto. La voluntad popular claramente no coincidía con lo que se votaba en el Congreso. Ni hablar del resto de América Latina: hubo muchísimos «golpes parlamentarios», incluyendo el de Brasil sin importar que los derrocados habían ganado elecciones ampliamente. Perón dijo que «no hay un general que resista un cañonazo de un millón de dólares». Nosotros podemos agregar que tampoco hay un diputado que lo haga.
Weber señaló hace ya casi un siglo que «la concentración económica lleva a la concentración política». El nivel de concentración de la riqueza en poquísimas manos hace imposible los gobiernos reformistas; como hace imposible lograr que la voluntad popular se imponga a través del sistema electoral. Lo que si hace ese sistema es que domestica a la izquierda, convenciéndola que con sus diputados en el Parlamento puede hacer diferencia. El resultado es que, en vez de organizar a los trabajadores en formas de doble poder para disputar el futuro a la burguesía, se va moviendo a la derecha, licuando sus principios y sus conceptos, para hacerse más potable a los sectores que más votan: o sea, los sectores medios.
Bolsonaro, al igual que Trump, no ganó la elección. Ambos ganaron con las reglas amañadas del sistema. Trump perdió el voto popular, pero ganó en el colegio electoral. ¿Y Bolsonaro? La abstención en Brasil fue del 21,1%, los votos en blanco fueron 2,15%, los anulados 7,4%. Si sumamos esos votantes a los que votaron por Haddad y el PT (que fueron más en rechazo a Bolsonaro que en aprobación del PT) lo que vemos es que en Brasil se birló la democracia una vez más. Lejos de ser una «democracia autoritaria», lo que hay es un autoritarismo neofascista.
Tambien he leido de las mas variadas opiniones; pero pocas con tanta claridad. Me parece que el punto neuralgico es esa mirada que Ud. realiza entre Bolsonaro y Getulio Varga -un poco el Peron de los Brasileño- y cuatro veces Presidente, será lo que caracterice a la gerstión de Bolsonaro. No le será tan dificil; porque no es cierto, esto es mentirse cuando leemos por ahi sobre las grandes conquistas que el pueblo logró con la gestion PT. Hubo política asistencialista al estilo K, si, claro que los hubo; porque tuvieron al igual que nosotros un contexto economico muy favorable, y nada mas; porque el PT priorizó su alianza con los sectores del poder dominante en contra de los intereses del colectivo de las mas de 30 organizaciones sociales y politicas que conforman la base del PT; creo que esto ha sido una de las razones que impidio la movilizacion a favor del «lider petista».
Sin dudas, el autoritarismo es lo que sustenta esta democracia hecha a la medida para sostener y proteger los intereses de las clases dominates. En su analisis esto se ve con mucha claridad cuando realiza el muestreo de los votos y sus electores; y obviamente los lugares de la geografia politica del Brasil.