por Pablo Pozzi
Hace rato que tengo la sensación de que estamos viviendo la noche anterior del asesinato del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo. O, mejor dicho, la noche antes del incidente de Gleiwitz, el 31 de agosto de 1939, cuando una serie de soldados nazis disfrazados de polacos atacaron un puesto fronterizo alemán. En el primer caso Austria, y en el segundo Alemania gritaron que los habían agredido y comenzaron las dos guerras mundiales hasta la fecha que solo (¿?) aniquilaron millones y millones de seres humanos. La nueva versión parece ser la disputa entre Estados Unidos y Rusia por el tema Ucrania. Digo porque discutir qué es Crimea, si rusa o ucraniana, o es como alegar que en realidad es tártara o turca ya que fue anexada por Rusia en 1774. Digamos, es como que México, con bastante más fundamento, quisiera ir a la guerra con Estados Unidos porque Texas «es nuestra».
A la fecha ambas potencias han movilizado tropas; los yanquis ya enviaron toneladas de armamento y una brigada para apoyar a Kiev mientras insisten con un lenguaje escasamente diplomático y bastante provocativo. El soporífero Biden ha despertado de su letargo para amenazar a Rusia. Esta a su vez ha obtenido el apoyo de China, y si bien Putin habla mucho más discretamente, se mantiene firme en sus demandas, apoyado por 150 mil tropas en la frontera con Ucrania. ¿Vamos a una nueva guerra mundial? Con el problema de que todo el mundo ya no está armado con gas mostaza sino con bombas nucleares.
Ahora habría que preguntarse quién tiene razón, qué podemos aprender de esto, y luego especular un poco sobre qué y por qué. Las razones son más o menos simples y conocidas: luego de la disolución de la URSS, Estados Unidos se comprometió a respetar la zona de seguridad de Rusia y no extender la OTAN hacia el este. Esto tenía cierto sentido ya que permitía estabilidad en Europa y la alianza había surgido para enfrentar a una URSS ahora inexistente. Gorbachov en su sospechosa inocencia, aceptó y dejó que las antes repúblicas soviéticas decidieran sus gobiernos en forma independiente. Como era de esperarse la mayoría eligieron gobernantes pro rusos… y todos contentos. Hasta que la maquinaria yanqui comenzó a operar, en época del borrachín de Yeltsin (otro señor sospechoso… si la CIA no los tenía de agentes era porque no les hacían falta, eran tan estúpidos e incompetentes que cumplían los objetivos de la misma manera). Y así primero la OTAN operó para desmembrar Yugoeslavia (todo el mundo se olvida de eso hoy en día). Luego extendió la alianza militar para incluir países amenazados por una debilitada Rusia tales como Polonia, la República Checa, las repúblicas bálticas, y hasta Montenegro que no nos olvidemos no tiene frontera con Rusia. Y de ahí a operar para derrocar a los gobiernos pro rusos y reemplazarlos con gobiernos «democráticos y prooccidentales». En realidad, los nuevos gobiernos surgidos de las operaciones de la CIA y del National Endowment for Democracy fueron cualquier cosa: desde ultraderechistas católicos en Polonia, hasta corruptos neoliberales en Hungría, Bulgaria y Rumanía, para llegar a los neofascistas ucranianos y lituanos. En el medio, Georgia se plantea incorporarse a la OTAN, y Rusia en una rápida guerra le puso los puntos sobre las íes. Junto con lo anterior se desarrollaba una campaña en los medios acusando a los rusos de expansivos y agresivos, dictatoriales, autoritarios, todo mientras los «nuevos demócratas» se dedicaban a hacer una limpieza ética de rusos y pro rusos en sus países, desde Ucrania hasta Estonia, Lituania y Latvia.
Digamos, los rusos se preocupaban cada vez más. Y cuanto más dialogaban con los norteamericanos, más prometían estos y luego seguían avanzando. Era evidente que los yanquis no tienen principios sino objetivos. Todo mientras gritaban que los agresores eran los rusos que, dado que son eslavos, son malos, mentirosos, planean destruir «nuestro modo de vida occidental y cristiano». Hasta ahora. Los yanquis han sido siempre defensores de la democracia mundial (excepto cuando apoyaron a Pinochet para asesinar al autoritario Allende) y nunca han invadido otras naciones (excepto 392 veces), ni se han apropiado de territorios ajenos (excepto todo el sudoeste hoy yanqui y antes mexicano), ni jamás apoyaron a fascistas (excepto desde Hitler hasta los neonazis en todos lados), ¿cómo no creerles? No es que yo diga que Putin es bueno, lo que digo es que Estados Unidos es infinitamente peor.
Ahora un aspecto más que interesante es el poder de los medios de comunicación que maneja Estados Unidos. En todos lados el nombre de Vladimir Putin es siempre calificado por un adjetivo tipo «autoritario», «gangsteril». En cuanta prensa hay, Ucrania es presentada como un pobre borreguito que es inocente de todo cargo. Los comentaristas insisten que Rusia agrede porque «quiere volver a tener el imperio de la URSS». A ver, supongamos que Rusia gastara 5 mil millones de dólares (como hizo USA en Ucrania) en derrocar al primer ministro de Canadá, luego los putinistas canadienses expulsan a los norteamericanos de su suelo y reclaman, digamos, Seattle como propia (o sea uno de los puertos más grandes en el Pacífico), y que tirotearan constantemente a los puestos fronterizos yanquis, todo mientras Rusia enviaba misiles y tropas, mientras el hijo de Putin se hace rico en los directorios de empresas canadienses (como lo hace el hijo de Biden en Ucrania). ¿Qué haría Estados Unidos? Hhhhmmm, no sé, excepto que sabemos que cuando la URSS mandó un par de misiles a Cuba los yanquis lanzaron el bloqueo que pervive aun hoy, y luego entrenaron a una banda de fascinerosos mercenarios para invadir en Playa Girón. Bueno, pero fue una excepción. Más o menos, en 1916 invadieron México para proteger sus intereses petroleros y persiguiendo a Pancho Villa. Y ni hablar de la Contra nicaraguense… podríamos seguir. Comparativamente, lo notable de la crisis ucraniana no solo es la paciencia que viene demostrando Putin, sino cómo Estados Unidos manipula la opinión mundial.
Pero la cuestión es por qué Estados Unidos está dispuesto a llevar esta confrontación hasta el borde de una guerra. Digo, a mí me queda claro que Rusia no puede ceder más de lo que ha cedido en treinta años y sobrevivir como potencia y como nación. Esto más allá de si Putin es bueno o malo. La política exterior norteamericana siempre ha sido una de brinkmanship (o sea llevar las cosas hasta el precipicio a ver si el otro se asusta y se retira de la contienda).
Pero aquí, me parece a mí, hay algo más. Mi sensación es que la crisis norteamericana (esa decadencia de la cual hablamos con Fabio Nigra hace ya quince años) es cada vez más profunda. Todos los analistas norteamericanos debaten qué hacer frente a la emergente locomotora china. La propuesta del ala trumpista fue concretita: amigarse con Rusia y enfrentar a China directamente. Digamos la base del triunfo sería dividir a los enemigos. El otro sector del establishment no estaba de acuerdo: la idea era enfrentar a Rusia para acceder a los abundantes recursos naturales de Siberia. El problema con esto último es que no solo obliga a Rusia a acercarse aun más a China, sino que les permite a estos últimos acceder a esos recursos naturales. Agreguemos más complicaciones: Rusia, hace ya años, construyó un gasoducto a través de Ucrania (el Nord I) que provee a naciones como Alemania y Francia de gas. Estados Unidos trató por todos los medios de impedir el gasoducto y los acuerdos energéticos con Rusia. Fracasó. El siguiente paso fue el golpe neonazi en Kiev, y ahora el gasoducto podía ser cortado. Excepto que Putin ha termiando el Nord II que atraviesa Bielorusia (¿será un accidente que las nuevas movilizaciones pro democracia son en esta nación? No que no haya causas reales, pero ¿por qué las encabeza lo peorcito de la oposición bielorrusa?). Por ende, Alemania y Francia centrean, apoyando a Estados Unidos, pero tratando por todos los medios de evitar una escalada bélica.
En el medio Estados Unidos tensa la cuerda, mientras Rusia insiste en regresar a la mesa de negociaciones y hacer cumplir los acuerdos de 2015 Minsk II. Ahí se acordaba la autonomía de las zonas rusoparlantes de Ucrania (el Donbas), un fin al crecimiento de la OTA hacia el Este, la retirada de las tropas rusa de la zona fronteriza, y el establecimiento de la frontera ucraniana. Estados Unidos y los neofascistas en Kiev no han cumplido una sola de las condiciones insistiendo que los rusos deben retirar sus tropas. Mientras tanto, continúan financiando y enviando paramilitares para limpiar a los rusoparlantes del Donbas.
¿Qué pasará? ¿Estamos a los comienzos de otra guerra mundial? Ojalá no ocurra, pero cada vez hay más posibilidades de se desate una conflagración que nos lleve a un genocidio de la raza humana. ¿Por qué? La respuesta debería ser simple: porque están surgiendo nuevas potencias, y se ha alterado el equilibrio de poder mundial. Estados Unidos no quiere ni modernizar su economía, ni resignar parte de su hegemonía para convertirse en una gran potencia entre varias. ¿Qué opción le queda? Utilizar su innegable poderío militar para postergar a los competidores. En ese contexto, y para todo un sector del establishment norteamericano, con tipos como John Bolton o Anthony Blinken y el Cato Institute, mejor un conflicto ahora cuando aún están en condiciones de «ganarlo». Claro eso implica aceptar pérdidas de 50 % de la población en áreas urbanas, y cerca de un 60 % de su industria. Pero serían «pérdidas aceptables» (M. Katz is the author of Life After Nuclear War (1982, Ballinger and Co.), Joint Congressional Committee on Defense Production, Economic and Social Consequences of Nuclear Attacks on the United States (1974, Senate Banking, Housing and Urban Affairs Committee; PDF). ya que Estados Unidos quedaría como la única potencia mundial. Quizás lo notable de todos estos estudios sobre una guerra nuclear y las pérdidas aceptables es que no contabilizan los miles de millones de seres no norteamericanos que morirían como resultado de su ambición. Mientras tanto, Biden, feliz por una vez en su vida, grita «America is back», como si eso fuera algo bueno. Trump volvé te perdonamos… nah, en realidad no, pero tampoco lo queremos a Biden.