por Pablo Pozzi
A pesar de todos los pronósticos les fue mejor a los Demócratas en las elecciones parciales del 8 de noviembre de lo que todos, incluyendo ellos, esperaban. Si bien los resultados finales aun no están, y si bien hay ballotage para senador en por lo menos un estado (Georgia), parecería que los Demócratas aumentan su representación en dos gobernaciones (si bien siguen teniendo la minoría de estas) y ganan un senador (lo cual lleva lo que era un empate de 48 demócratas, 50 republicanos y dos «independientes») a 48, 49 y 2 con uno a ser decidido el 6 de diciembre, y 192 a 210 diputados (los Republicanos aumentaron en 8) con 34 aun sin resultados finales.
Con estos guarismos el oficialismo de Biden salió a cantar victoria y varios medios han insistido que «Biden ganó y Trump perdió», mientras repetían que era un «triunfo histórico» y que «se ha salvado la democracia». Es evidente que todos los pronósticos de que se venía un arrasador triunfo republicano, al igual que en tantas otras elecciones a través del mundo, estaban errados. Asimismo, es evidente que a Trump no le fue tan bien como él esperaba. Ahora, ¿fue un triunfo histórico para los demócratas? O, dicho de otra manera, ¿perdió el trumpismo?
Indudablemente fue una derrota si partimos de las expectativas, sobre todo de aquellas que pronosticaban un repudio generalizado a Biden que podía forzarlo a renunciar a la Presidencia. Pero si comenzamos a hilar más fino entonces las lecciones de estos resultados son mucho más complejas.
Primero de todo, el trumpismo retuvo la adhesión de casi la mitad del electorado, a pesar de la campaña de Biden y sus aliados (Obama, Clinton y cía.) insistiendo que peligraba la democracia a manos de hordas semifascistas. Esto fue notable porque una demanda de las «hordas» fue que se definiera una ley para que los candidatos tuvieran fiscales en las urnas, esto para dificultar lo que consideran el fraude cometido en 2020. Esta demanda fue rechazada porque iba a demorar los resultados electorales con numerosas impugnaciones por parte de los fiscales. En ese sentido, las diversas reivindicaciones trumpistas dirigidas a garantizar el voto popular fueron tildadas de «negacionistas» (de la democracia norteamericana) y rechazadas de plano. Más o menos como con las impugnaciones de 2020; todavía alguien me tiene que explicar por qué ni una sola de las más de 60 impugnaciones judiciales fueron investigadas y si fueron rechazadas por improcedentes. ¿No hubiera sido mejor darles curso y así refrendar la transparencia de los comicios?
Lo anterior refleja que, si bien el trumpismo retrocedió en las zonas suburbanas, o sea, aquellas que concentran a sectores medios acomodados, mantuvo y hasta expandió su base entre hombres y mujeres trabajadores, hispanos, negros y sectores agrarios. De hecho, esos sectores rechazaron fuertemente las acusaciones de Biden de que son semifascistas.
Otro factor es que las estrellas ascendentes y renovadoras del ala «moderada» Demócrata (en realidad de centro derecha) como Beto O’Rourke en Texas fueron aplastados por candidatos cercanos a Trump. O, por ejemplo, en New Hampshire, tierra de Bernie Sanders, un candidato a senador trumpista duro perdió pero se llevó 47 % del voto. Ni hablar que bastiones Demócratas como el condado de Miami Dade en Florida, los condados de Nassau y Suffolk y el norte del estado de Nueva York y varios condados de California pasaron a manos republicanas. De hecho, los Republicanos ganaron el norte neoyorkino por primera vez en 20 años. Asimismo, en Texas y en Florida el trumpismo aumentó su caudal entre hispanos y negros, cosa que le permitió al republicano gobernador Ron De Santis arrasar en Florida (54 a 42). Lo anterior es importante porque una táctica, comúnmente utilizada, que aplicaron los Demócratas fue lo que se llama gerrymandering o sea redibujar los límites de cada sección electoral para que los resultados te favorezcan (por ejemplo, modificar un distrito Republicano y diluirlo en varios que favorecen a los Demócratas. Esto va a alimentar las denuncias de fraude así como el triunfo Demócrata en Pennsylvania, a pesar de todos las encuestas y pronósticos, va a repetir la problemática de 2020.
¿Qué consecuencias tendrá todo esto? Por un lado, es posible que el establishment republicano desafíe y rechace la candidatura de Trump dentro de dos años. Posible, pero no necesariamente probable. Trump sigue siendo el candidato más fuerte y con mayores niveles de aprobación de ese partido. Si quieren ganar la Casa Blanca tendrán que, por lo menos, mantenerlo dentro del redil partidario. También, y dada la edad de The Don, es posible que ceda su candidatura para convertirse en el gran elector del partido.
Por otro lado, si el objetivo del trumpismo era impulsar su agenda política, entonces ahí fueron singularmente exitosos. Muy a pesar de la insistencia de los medios de que la elección de una gobernadora LGBT en Massachusetts es una señal progresista, la realidad es que muchos candidatos (de ambos partidos) han adoptado perspectivas cercanas a la ultraderecha trumpista, particularmente en estados como los del Sur, el medio oeste y Ohio. Ni hablar de que el mero hecho de que una mujer sea LGBT no la hace progresista, aunque sea electa por el liberal Massachusetts, el único estado que votó en contra de Nixon en 1972. Y si bien tres estados aprobaron legislación permitiendo el aborto, no hay que perder de vista que esto es una concesión a la decisión de la Corte Suprema que no prohíbe el aborto, sino que permite que cada estado legisle al respecto, rechazando así una ley nacional y federal. Todo esto en un contexto donde el establishment sacó a todas sus personalidades, desde Hollywood hasta Obama, a apoyar a Biden.
En este sentido, el próximo Congreso norteamericano va a ser más trumpista que el anterior, más allá del empate técnico entre ambos partidos. Esto implica que no habrá más «crisis de gobernabilidad», o por lo menos no más de la que hubo hasta ahora. Pero también que Biden se verá obligado a negociar, sobre todo en la Cámara de Representantes, con gente que no comparte su partido, su perspectiva, y su política exterior (particularmente en torno a la Guerra de Ucrania). Es probable que el trumpismo siga haciendo denuncias en torno a las diversas irregularidades electorales, con lo cual una cantidad importante de norteamericanos van a confirmar su pérdida de fe en la «gran democracia del Norte». Por último, si bien Biden no tuvo un knock out, tampoco Trump lo ha tenido, con lo cual la crisis puede continuar ininterrumpida por lo menos hasta 2022.