Mil novecientos ochenta y dos

A Rubén Rivara, excombatiente y compañero de trabajo en las escuelas de La Matanza.

por Gerardo Médica

Tal vez, quizás tal vez – no lo puedo afirmar con precisión matemática- cuando se acerca el día 2 de abril en mi cabeza aparece recurrentemente un fragmento de un viejo poema. Ese poema lo escribió James Douglas Morrison – poco conocido como poeta y más como el desaparecido cantante de The Doors – . El poema denominado “An American Player” de 1970 tiene palabras que invitan a la reflexión, fundamentalmente esas que inscriptas en el papel dicen: “¿Sabes que son placidos almirantes quienes nos conducen a la masacres/ y torpes y obesos generales se vuelven obscenos con la sangre joven?”

El sentimiento de Morrison manifiesto en la grafía del poema se lo puede transpolar arbitrariamente a los años de la dictadura militar entre 1976-1983. Los golpistas de 1976 fueron “obscenos con la sangre joven”, los cuerpos de los disidentes y la carne de los argentinos.

Si el cuerpo contiene lo que somos y habitamos en él, en un proceso de alojamiento continuo hasta que la parca lo detiene. Los militares argentinos y sus estetas, practicaron la obscenidad hacia los cuerpos de los revolucionarios, militantes, sindicalistas y obreros como manera de lesionar y aniquilar lo que en ellos habitaba.

Esa propensión sicalíptica por desgarrar los cuerpos y las entrañas de la carne fue una política de negación simbólica y material del otro desde el poder. Una idea de obscenidad como totalidad que los encamino a la tortura, al encierro de cuerpos en los centros clandestinos de detención, al asesinato impune y a las desapariciones de cuerpos (si no están los cuerpos no está lo que habita en ellos).

En la Guerra de Malvinas los militares argentinos también sustentaron la práctica por la obscenidad por los cuerpos y la carne. Con rumbo al sur, al lejanísimo sur, subieron en barcos y aviones a conscriptos adolescentes para combatir con tropas profesionales de la Gran Bretaña de a miles. Como dijo el eterno derechoso Jorge Luis Borges en un poema “les entregaron a un tiempo el rifle y el crucifijo” para colocarlos a desgarrar la carne inglesa y ser desgarrados en carne en sitios como Monte Longdon o Goose Green. Las escenas por esa pasión por la obscenidad hacía la carne de los militares argentinos fue dantesca. Los resultados fueron el infierno mismo: cuerpos de soldados estaqueados, amputados por las lesiones de fuego, carne argentina maltratada por sargentos de cotillón que los bailaban en plena guerra a su tropa, cuerpos con hambre y por supuesto cadáveres.

Terminada la guerra – no se puede ganar una guerra con el mayor conductor de ella empapado de Johnnie Walker- esos cuerpos de soldados adolecentes regresaron. Regresaron ante la indiferencia de una sociedad que del exitismo paso a la negación. Esos cuerpos de adolescentes soldados volvieron en la noche, presionados para no hablar y también con una carga eterna. Regresaron como cuerpos habitados por las imágenes de la guerra y por la obscenidad hacía los cuerpos de los milicos argentos. En ellos se metió para siempre, eso que el grupo de Metal Almafuerte cantó alguna vez: “Olvidar/ yo sé bien que no podes/ como la sociedad olvida/ que fuiste olvidado a marchar/ en su defensa. / Recordando el mal momento/ atrincherado en tu habitación/ soledad, humo y penumbras/ despertares de ultratumba/ Apocalipsis del sustento interior/ andar sin encontrarle alivio al tormento/ desesperante, mórbida aflicción del visitante y su castigo.”

Muchos de esos cuerpos de regreso de Malvinas, no soportaron “andar sin encontrarle alivio al tormento” y simplemente decidieron partir por decisión propia. Los que aún están con nosotros, luego del regreso de Malvinas, están en un permanente combate por minimizar lo que en ellos habita y puede perdurar a más de 34 años de la obscenidad por la carne de los milicos argentinos.

En este 2 de abril de 2016 pienso en ellos, en su pasión por combatir y apostar por la vida. Pienso en Rubén, Juancito, Mario, el Negro y en Puma, todos compañeros de trabajo que alguna vez me transmitieron el valor por sobreponerse y doblegar lo que habita en nosotros y puede llegar a lastimarnos. Son simplemente mis compañeros héroes.

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