por Pablo Pozzi
Ya no se puede ni leer un diario argentino sin que una de las notas de tapa pretenda analizar porqué Francisco I no viene a la Argentina. Todos parecen indignados porque fue a Chile, a Brasil y hasta a Paraguay y no vino a vernos a nosotros que, a fin de cuentas, somos su país.
Un opinólogo insiste que Bergoglio no lo quiere a Macri. Un macrista repite que el problema es que Francisco es peronista. Un exembajador en el Vaticano declara que como todos lo quieren utilizar, el Papa no se deja y por eso no viene. Otro más repite que la Argentina es un lío. Ni hablar del zurdo que pontifica (valga el símil) que Francisco es «anticapitalista» y por ende no quiere venir a avalar el neoliberalismo macrista. Y hasta hubo un italiano citado por la prensa (se supone que reside en el Vaticano, pero nunca dijeron cómo si llama ni si es el portero o el canciller) que Bergoglio no viene porque Jesús nunca regresó a Nazareth. Obvio que me estoy dejando perlitas de lado, pero para muestra basta un botón.
Quizás lo que más me impacta es el increíble nivel de ombliguismo de mis compatriotas. Estamos convencidos que el mundo pasa por nosotros. Y que el Papa, como buen argentino, no puede dormir pensando en qué está pasando en Argentina que Sampaoli no da pie con bola.
A ver si ponemos las cosas un poco en perspectiva. Jorge Begoglio nació en Argentina; pero Francisco I es el Papa. O sea, es la cabeza de la Iglesia Católica, «el representante de Dios en la Tierra», y el jefe de un Estado pequeño, pero con un gran peso en el mundo: el Vaticano. Suponer que Francisco decide su agenda simplemente porque tuvo un ataque hormonal por la mañana temprano es un poco ridículo, como lo es suponer que toma las decisiones solo. Debería ser más que obvio que la agenda internacional del Papa la decide la Cancillería del Vaticano por lo menos uno o dos años antes. Que esto se consulta con el Papa, se analiza, se discute con el gobierno del país a visitar (que puede o no haber emitido una invitación), y de ahí se toma una decisión que comienza el proceso.
Ahora, veamos un poco más. ¿Para qué va a venir el Papa a la Argentina? ¿Para ver jugar a Talleres? ¿Para comer un asadito? ¿Para cerrar la grieta? (Eso sí que sería un milagro). En cambio, pensemos un poco en cada uno de sus seis viajes a la región: en 2013 fue a Brasil, o mejor dicho fue a la Jornada Mundial de la Juventud, donde las iglesias evangélicas están avanzando a paso veloz sobre los jóvenes; en 2015 fuea Ecuador, Bolivia y Paraguay, o sea a países donde la Iglesia tiene conflictos con sus gobiernos (en Paraguay no olvidemos el derrocamiento del Presidente y Obispo Fernando Lugo); luego fue a Cuba y a Estados Unidos, equilibrando cada visita con otra; de ahí a México, con todos los problemas sociales y políticos que allí ocurren; y en 2017 fue a Colombia en apoyo al proceso de paz entre las FARC y el gobierno. En cuanto a Chile, además de los problemas con curas pederastas, y de la quema de iglesia, Francisco se enfrenta allí a un colapso en la cantidad de católicos y un gran aumento de agnósticos y ateos. Todos éstos son países donde una visita del Papa contribuye a lidiar con problemas significativos. Comparemos la Argentina. ¿Para qué va a venir aquí?
Esto es aun más evidente si repensamos las numerosas comparaciones con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ambos fueron varias veces a sus países de nacimiento. Claro que Polonia y Alemania estaban justito en medio de serios conflictos, donde la presencia del Papa servía para volcar la situación para un lado o para otro. Pero aun peor. Los dos antecesores de Francisco presidieron sobre una Iglesia en crisis y en decadencia… cada vez menos católicos, caída de las vocaciones, conflictos internos, desprestigio generalizado. Francisco asume como Pontífice para revertir esto, y de hecho es relativamente exitoso, sobre todo en los primeros dos o tres años de su papado. Luego de renovar el discurso papal (recordemos cuando llamó a orar por la paz en Medio Oriente), ahora se enfrenta a los problemas de fondo más serios, en un contexto de una estructura eclesiástica tradicionalista y conservadora. El tema de los curas pederastas chilenos revela cuán complejo y que, más allá de una decisión papal, detrás hay relaciones de poder fuertísimas. La tradición y ortodoxia quiere ocultar el tema «para proteger a la Iglesia»; los renovadores se dan cuenta que este tema amenaza el corazón de la misión católica. Francisco viaja a Chile para limitar el daño (con poco éxito, valga sea dicho), y viajar a la Argentina no tiene el mismo efecto.
Por último, los argentinos somos todos católicos… o más o menos. Hace años un misionero de otro culto me dijo que abandonaba la Argentina porque nosotros no creemos en nada. No creemos que haya Dios, pero tampoco que no lo haya. Entonces decimos ser católicos. Eso no impide que tomemos alcohol y comamos cerdo (no como los musulmanes), o los mariscos (no como los judíos), o la carne de vaca (no como los hindúes). Y si queremos ir a ver un partido de fútbol en vez de ir a misa, vamos. Total, después confesamos y con un par de «Padre nuestro» arreglamos todo. La verdad es que me ofendí bastante, hasta que me acordé de mi pueblo. Allí todos somos católicos, y las escuelas públicas laicas reciben al párroco al principio y al final del ciclo lectivo. Sin embargo, nunca hay más de un centenar de personas en las misas o en las procesiones de Semana Santa. Somos católicos mientras no nos cueste ningún sacrificio. O peor aún, hablamos de echar a los mercaderes del templo, pero vemos la religión como un negocio.
Y ahí hay dos posibilidades. Una es que el Papa Francisco (y su Cancillería) piensen que los problemas argentinos son secundarios frente a los de otros países (¿cómo? ¿no es que somos lo más importantes del mundo?). La otra es que haya perdido esperanza que la Argentina tenga algún arreglo. Por supuesto, está siempre la posibilidad de que sea un anticapitalista, devoto del evangelio, que odie al neoliberalismo macrista, y peronista que esté harto de que los argentinos lo usen. Todo puede ser, pero yo creo que la buena es la primera opción. Y solo Francisco y su Canciller saben la verdad de que no viene porque la Argentina no es importante en el concierto mundial.
Digamos que Papa Peroncho Francisco no hará milagros pero no es ningún idiota como no lo es la cúpula eclesiástica que eligió a un tercermundista y lo disfrazó de progre para levantar la imagen de una Iglesia que con Natzinger había caído en desgracia (hechos de corrupción, curas pedófilos, etc etc). Estando en Cuba me sorprendieron dos cosas. 1) que los cubanos, muchos MUY católicos tuvieran en la visita papal SU hecho trascendental en un país que a priori muchos pensamos como ateo ultra… nada más lejos de la realidad 2) El poco acceso a la TV que tuvimos fue para mirar Telesur TV que parecía un canal mariano siguiendo los pasos del Papa revolucionario por Chile y Perú… En realidad lo segundo más que nada como la propaladora venezolana de los pocos amigos que le deben quedar a Maduro en materia de política internacional, Bergoglio, el colaborador de la dictadura argentina. Luego, sería bueno que los progres argentos se desprendan del Rosario y comprendan que los Papas son ante todo figuras políticas y que diosito no se anda con intermediarios. Está claro que para afianzar el credo en Argentina bastaba con nombrar a un Papa argento, no que este visitara el país como entiendo no visitará nunca (como no sea para lavar los calzones que se dejó olvidado en el lavadero antes de salir corriendo al Vaticano, de donde nunca más volvió)