por Pablo Pozzi
Siempre que llegan las fiestas, soy de esos que se deprimen. Me acuerdo de los que no están, rememoro errores de la vida, me aparecen amores perdidos, esperanzas frustradas, y fantasmas de todo tipo. Y ni la sidra ni el pan dulce me lo quitan. Pero no este año.
Este 2021 las cosas comenzaron mucho antes. Y como insiste mi mujer: «eres un desesperanzado». Y si, no solo la Argentina está llena de políticos payasos y corruptos, sino que el mundo va de mal en peor entre los fachos y los antivacunas. Y encima la izquierda es de terror (o de circo, dependiendo tu punto de vista). Solo ver al diputado postrotskista Del Caño insistir en «no al FMI» me hizo venir a la mente los directivos del Fondo preocupados por el rechazo de nuestro heroico y sesudo diputado. «Oh no, Kristalina, Nico nos repudia, no ha podido dormir por eso». Ni hablar de su colega Vilca con el wiphala en la mano; ¿será que ese zurdo se olvidó que lo que siempre asustó a la burguesía eran las masas obreras avanzando tras banderas rojas, no pluriculturales? (¿qué será eso?). Quizás el tema sea que la izquierda argentina carece de ideas de izquierda, aunque su semanario intrascendente y muy aburrido tenga precisamente ese título. Lo que si tiene el FITU, y de sobra, es una confianza evangélica y sectaria más cercana al stalinismo que a otras corrientes.
Por ahí no son tanto esta sarta de inoperantes (nada de simpáticos a pesar de Mafalda), sino que hace dos años de pandemia y de estar encerrado en casa me hacen perder el norte. No porque sea muy social que digamos, pero el ir a otros lados es como que oxigena un poco, y el pueblo es agradable pero chato chato chato.
Y en el medio de eso aparecen Chubut y los chubutenses. Y me alegraron el fin de año. Mientras los diputados del FITU discuten el no pago al FMI, y las Opo se pelean en torno a quién se va a postular dentro de dos años, mientras mi presidente plantea que quiere ser reelecto en 2023 (no veo por qué no, gracias a su gestión solo han muerto 110 mil compatriotas de COVID, la inflación ha llegado al 52 %, y 42 % de los argentinos somos pobres), los chubutenses salieron a las calles y quemaron el palacio de gobierno provincial. El porqué es relativamente simple. Hace ya bastante tiempo (unos cuatro años) que el gobernador Arcioni viene tratando de aprobar una ley de minería que facilite «inversiones» en la zona. Según él, así se crearían 800 trabajos nuevos (guau, eso sí que es … poco). La contrapartida es que los opositores insisten que van a contaminar el agua y agotarla. Y ni hablar que pueden envenenar toda la zona. En esto los opositores se basan en la experiencia de otras provincias argentinas como Mendoza, San Luis y San Juan que están cubiertas de cianuro debido a la minería. Esto fue denunciado hace ya muchos años por el periodista Miguel Bonasso (El mal: el modelo K y la Barrick Gold, Editorial, Planeta 2011) y por diversos grupos de vecinos y comunidades. Pero los diversos gobiernos kirchneristas no hicieron nada. Y en eso Macri no fue muchos mejor; y, de hecho, fue bastante peor.
Arcioni, como buen político mercenario de los grandes capitales, arregló su reelección aprobando aumentos salariales a los empleados provinciales de hasta 50 %. Una vez reelecto, oh sorpresa, declaró que no había plata para pagar los aumentos, y, de hecho, tampoco para pagar salarios. Y ahí empezó un calvario para los chubutenses donde los salarios se atrasaban con lo que se atrasaba el pago de alquileres, bajan las compras y cosas similares. Obvio que don Arcioni no se bajó su salario ni tampoco dejó de percibirlo. Endemientras, repetía cual lorito que lo que hacían falta eran inversiones (léase minería) para tener más ingresos y pagar lo prometido. El problema es que se desató un inmenso, muy variado y combativo movimiento social antiminería, que le hizo la vida figuritas durante más de tres años. Por ende, se hizo lo que había que hacer: supongo que luego de ser debidamente incentivados, en una sesión entre gallos y medianoche, los legisladores arcionistas aprobaron la nueva ley. Y se desató la bronca popular, con movilizaciones, enfrentamientos con la policía, y un regalo de molotovs en la casa de gobierno que la incendiaron. Y Pozzi, sentadito en su casa, con su depre pequeñoburguesa, gritaba «dale dale, matalo matalo», mientras sentía renacer su alegría. Me sentí como Zizis, el personaje de la novela de Petros Márkaris (Ética para inversores) que ve renacer su alegría de comunista al organizarse con los pobres para la lucha. Más aun cuando la movilización logró revertir la nueva ley de minería, probando que las luchas populares con fuerza y decisión si logran triunfos.
Por otro lado, me queda claro, clarísimo, que sin una propuesta y alternativa política, la lucha de los chubutenses va a ser como la de Espartaco: heroica, denodada, pero sin limitada. En esto lo notable son dos cosas. Una es el papel de la izquierda, sobre todo el FITU. La otra, es lo que nos dice sobre la democracia y el parlamentarismo.
El FITU brilla (y ha brillado) por su ausencia en todo el conflicto chubutense desde hace años. Sus propuestas revelan un profundo desconocimiento de la calle. No creo que esto se deba a que sus militantes no tengan calle, sino que los que «elaboran» la línea se basan en modelitos y sin un anclaje en la realidad. Basta leer el libro de los PTS Maiello y Albamonte sobre Estrategia y Táctica (IPS 2017) para darse cuenta de lo que digo (amén de que es lo más aburrido que leí en mucho tiempo). Esto sería poco preocupante excepto que el papel de la izquierda, históricamente, ha sido constituirse en la correa de transmisión y análisis de la experiencia de lucha clasista y popular. O sea, y para decirlo claramente, no es el papel de la izquierda «bajarle línea» a los chubutenses. Y si lo hace va a matar al movimiento. La «línea» la tienen que hacer los chubutenses mismos, y la izquierda tiene que brindarles su experiencia organizativa y política para que esta «línea» sea lo mejor posible. Pero en eso la izquierda tiene que partir de que el objetivo es construir un movimiento sólido en la base y democrático en sus prácticas, y no en «reclutar» militantes para su secta. Para eso tiene que tener creatividad, formar organismos intermedios, potenciar la participación y creatividad de las masas chubutenses. En esto la izquierda del FITU es mucho ruido y pocas nueces.
Pero que quede claro, no estoy diciendo que no hay zurdos en la movilización antiminería. Los hay, bastantes y de todo tipo. Por lo menos yo conozco a muchos, como Iván y Gonzalo, algunos son parte de pequeñas organizaciones, otros están solos porque se han ido o fueron expulsados de las organizaciones del FITU. Estos cumplen una función importante, y sin ellos sería poco probable que la movilización tuviera la fuerza y las características que tiene.
Pasa lo mismo en la gran cantidad de movimientos ambientales que hay a través del país. En mi caso, si bien Chubut es la llamada «cuenca del cianuro», Córdoba esta en la «cuenca del glifosato». O sea, en mi pueblo los agrotóxicos se dedican a matarnos lenta y no tan lentamente: la incidencia de cáncer es tres veces mayor que en las grandes ciudades; todos tenemos problemas de alergias y dermatitis; el agua está contaminada a muchísimos metros de profundidad; en época de siembra hasta podes oler el veneno que tiran a kilómetros a la redonda; de repente los árboles y las flores se mueren de la noche a la mañana; un montón de fauna silvestre ha desaparecido; los ríos tienen entre un tercio y el diez por ciento de su cauce de hace 30 años. Y en todos lados hay vecinos que tratan de hacer algo al respecto. Está claro que en algunos lugares las intendencias (y los terratenientes) los han convencido que lo central es plantar arbolitos nuevos; en otros que haciendo huertas comunitarias es el camino; y en otros es aún peor, las autoridades insisten que no hace falta porque ellos controlan que no sea venenoso. Más o menos como en Chubut donde Colegio Argentino de Ingenieros de Minas (CADIM) declamó que el movimiento antiminero no sabía de qué estaba hablando y que no tenían rigor científico. Con un problema: los vecinos de Chubut no se basan en los informes, sino en lo que vivencian cotidianamente, ellos y los habitantes de otras provincias. Amén de que los muchachos «científicos» de CADIM son… chaaan, chaaaan, empleados de las mineras. Y eso siempre me sorprende. En mi pueblo los sojeros fumigan encima de la cabeza de sus propios hijos, que desarrollan las mismas enfermedades que el resto ya que los agrotóxicos no son clasistas. Lo mismo el cianuro: ¿no afecta a los hijos de los ingenieros de minas? Cuando yo era mozo eso se llamaba sacrificar a mi hijo por un sueldito o a cambio de aumentar la ganancia.
Ahora, el FITU (en mi febril imaginación) debería estar tratando de coordinar a Pilar por el Buen Vivir (los verdes de mi pueblo) con el Movimiento Verde cordobés con los de Oncativo y de ahí a los de Santa fe y Entre Ríos. En eso uno hace lo posible, conectando amigos y conocidos, buscando información, pero nunca es lo mismo que puede hacer una organización militante. En cambio, se dedican a insistir que su labor es ser electos diputados y que eso «hace una diferencia» (después de una década de tener diputados del FITU esta más que demostrado que su elección fue al reverendo pedo). En mis épocas mozas, diríamos que esto es cretinismo parlamentario, sobre todo porque no hay ningún intento de combinar un poderoso movimiento de masas que se exprese en las calles y en el parlamento. Mi bronca es que el FITU no cumple su tarea de ser la correa de transmisión; o sea, ha convertido en una casta que vive en una burbuja, y esto más allá de que muchos de sus militantes sean gente espectacular y luchen heroicamente. Pero no es un problema de individuos sino del colectivo. Y el colectivo del FITU no sirve, excepto para el parlamentarismo.
Gran parte del problema es la fe en la «democracia», o sea, en las elecciones. Mis amigos me dicen que la democracia es el derecho a elegir. Por suerte siempre tengo algún amigo leninista que me acota «elegir cuál de los burgueses nos va a oprimir». Mi impresión es que eso cierto entre más o menos la revolución rusa y la caída del Muro de Berlín. O sea, desde fines del siglo XX, las elecciones definen cada vez menos la posibilidad de elegir. Primero, porque el ganador rara vez emerge del voto popular y de la decisión de los ciudadanos; casi siempre son producto de los aparatos electorales, el dinero y una gran cantidad de manipuladores de la opinión pública. Es por eso que los sociólogos norteamericanos Paige y Gilens califican de «oligarquía» a Estados Unidos y no de democracia. Cuando una elección presidencial cuesta miles de millones, los que cuentan son los que ponen la plata. Digamos, la regla de oro: los que tienen el oro deciden las reglas. Está claro que a veces el oro y el aparato no alcanzan. Por izquierda Boric acaba de triunfar en Chile contra Kast el hombre de la oligarquía; por derecha Macri ganó en 2015 en Argentina, al igual que Trump en 2016 en Estados Unidos. En realidad, los factores «normales» no alcanzaron a torcer la revulsión con gobiernos escasamente populares. Pero son la excepción, como bien demostró la elección de Biden donde hubo decenas de denuncias de fraude que ni siquiera fueron consideradas.
Segundo, porque una vez electos nuestros gobernantes deben tomar en cuenta «los factores de poder», desde los empresarios, pasando por las potencias imperiales y organismos como el FMI o la OMC. Cuando no lo hacen, comienzan procesos de desestabilización donde el ciudadano común se ve sujeto a golpes económicos constantes. Rara vez los gobernantes hacen lo que quieren los votantes y sí hacen lo que quieren esos sectores. A veces por corrupción, otras por acomodo, otras simplemente porque comparten criterios o pertenecen al mismo sector social. Agreguemos a eso la capacidad del gobierno de turno de utilizar el aparato y el presupuesto estatal para «influenciar» a los votantes. Digamos lo que hizo Arcioni en Chubut (prometiendo aumentos siderales) o Alberto Fernández en las elecciones 2021 repartiendo fondos a diestra y siniestra.
Tercero, porque los niveles de corrupción y fraude son tan altos y tan normales que hoy en día ni siquiera se preocupan de ocultarlos, o por lo menos no en Argentina. Cuando Fernández anunció que comenzaba el «plan platita» para ganar las elecciones de 2021, transparentó que habíamos regresado a la década de 1930 donde el voto era comprado y vendido. Lo terrible es que eso ha sido tan normalizado que nadie en la oposición lo acusó de corrupto por usar el presupuesto nacional en su beneficio, y meramente se limitaron a insistir que los argentinos «no nos íbamos a vender». En eso también demostraron no conocer la calle. En una sociedad que tiene 42 % de pobres, y otro tanto cercano (ridículamente el gobierno argentino considera rico a cualquiera que gana U$1000 mensuales, antes de impuestos), la preocupación del votante es sobrevivir, no comportarse cívicamente. El hambre define que tu opción política va a ser casi siempre a favor de aquel que logra saciarla.
La realidad es que los argentinos, y buena parte del mundo, nos hemos acostumbrado a vivir mal y aceptamos como «normal» cosas que hace cuatro décadas nos hubieran generado revulsión. El ajuste hecho por el peronismo y su ministro Celestino Rodrigo en 1975 generó «el rodrigazo». El ajuste que ha realizado el peronista Alberto Fernández y su ministro Guzmán en 2020 y 2021, no ha generado la misma reacción, y eso que fue mucho mayor que el de hace 46 años. Los analistas dicen que «el peronismo frena la explosión social». Si es así, ¿cómo no la pudo frenar en otros momentos? ¿Por qué las masas rebalsaron sus conducciones y hoy no lo logran? Es una parte, pero no del todo cierto. Hay centenares de luchas en Argentina todos los días. El problema no solo es que se pierden, sino que no logran unirse en una gran lucha en sí. La diferencia es que hace 50 años la izquierda era el nexo conector, y hoy esa izquierda se dedica al consignismo y al cretinismo parlamentario. Siempre dije que si el FITU llegaba a gobernar mi facultad en la Universidad de Buenos Aires harían más o menos lo mismo que los kirchneristas que la gobiernan hoy, excepto con sus amigos en los cargos.
Y en medio de todo eso aparecen los chubutenses en lo que ha sido, para mí, el mejor regalo navideño que he recibido en mucho, mucho tiempo. A pesar del aparato, a pesar del peronismo, a pesar de la oligarquía y los corruptos y a pesar de incapacidad del FITU para liderar luchas se pusieron de pie y le han puesto un freno a la expoliación. Grande los chubutenses. Ojalá su ejemplo cunda. De la Revolución Francesa al Cordobazo las conquistas sociales se ganaron luchando en la calle y no en las urnas, diga lo que diga el FITU. ¿Qué es mejor que tener diputados de izquierda? Tener las masas en la calle. Mejor aún es tener masas organizadas. Y una vez más, gracias a ellos, la burguesía le teme al pueblo movilizado como jamás le temió a Del Caño y sus compañeros.
He dicho que no acuerdo con cualquier violencia en cualquier momento. Y me han dado una respuesta contundente: así como la violencia del 19/20 de diciembre de 2001 fue correcta, la quema del palacio de Gobierno de Chubut puso a la lucha de los compañeros patagónicos en la conciencia nacional. Feliz Navidad, Próspero Año Nuevo. Gracias los chubutenses. Y las mineras: No es No, y es la voluntad popular.
Pará pará pará…o sea…muchas de las cosas que están mal son por culpa de los «ANTIVACUNA» y no de las grandes farmacéuticas o la OMS…
Hoy, 22 de diciembre de 2021 en Pagina 12 salió la noticia
«Covid: diseñan un microchip subcutáneo que muestra el pase sanitario. Lo ideó la empresa sueca Epicenter».
Que suerte que existen estas empresas…
Saludos.
Gustavo
Nah, no digo eso para nada. Es más, creo que la pandemia ha sido un negoción para algunos y una golpe de pobreza para muchísimos. En medio de eso, donde el virus parece ser real (sea cual sea su causa y origen) la derecha se hace fuerte con el tema libertad y antivacuna/pase sanitario/etc. Eso no implica exonerar a Pfizer de ser unos angurrientos capitalistas que lucran con la miseria ajena. Si implica que la derecha se enanca en reivindicaciones populares, con respuestas malísimas y muy fachas, pero que la gente compra sobre todo porque la izquierda les deja el campo orégano al no dar ningún tipo de respuesta concretita.